I
Después de que Hain Egoth se hubo ido, Clark siguió viendo en la oscuridad la imagen del científico que había sido asesinado por tratar de robar material del navío. Si él, Jackson, era sorprendido —o incluso sospechado de su voluntaria participación en la fuga del robot— recibiría un tratamiento igualmente implacable.
En contraste con las sesiones de los días anteriores, la siguiente parecía interminablemente larga. Clark experimentó la sensación de que su nerviosismo debía trascender a todos los demás. Efectuó una serie de rápidas y copiosas notas para esconder esta ansiedad, pero no pudo controlar el intermitente temblor de sus dedos mientras escribía.
Finalmente la sesión terminó. Clark permaneció sentado para estar entre los últimos del grupo al abandonar el navío. George le hizo un gesto irritado para que se uniese al grupo.
—Vámonos. Estoy realmente agotado esta noche.
Entonces, mientras se alejaban de la mesa y recorrían el pasillo, Hain Egoth les llamó.
—General Demars, ¿podría hablar con usted durante unos cuantos minutos?
George se detuvo y dio la vuelta.
—Sí, si es preciso. Pero necesitaremos formar nuestro mínimo comité, ¿no puede esperar hasta mañana?
—Me temo que no. Hay algo particularmente urgente que debo discutir con usted. Le agradecería que reuniese a los demás miembros y se quedara.
—Está bien —George masculló un reniego en voz baja y se fue, siguiéndole Clark.
Se tardó pocos minutos en reunir a los miembros del grupo, que lo hicieron de mala gana, y para ese tiempo —notó Clark con satisfacción— casi todos los demás habían dejado el edificio.
—¿Por qué tenemos que esperar? —gruñó el ruso irritablemente—. No hay nada que esté sin acabar. Esto es muy poco corriente.
—No lo sé —le contestó George—, pero cuanto antes solucionemos el caso, mejor. El robot tiene algo en su cabeza.
Nada más llegaron a la cubierta superior de la cámara, las cinco formas robóticas salieron de su escondite y se apoderaron de los miembros de la partida, los tentáculos se enrollaron como bandas de acero en torno a los cuerpos.
Los hombres carraspearon asombrados al ver las múltiples figuras de lo que habían creído que era sólo un robot.
—¿Qué diablos es esto? —protestó George— ¡Suéltennos antes que...!
—¿Sí? —exclamó Hain Egoth— ¿Antes de qué?
El general dejó de forcejear y trató de mantenerse rígido con dignidad.
—Por favor, explíquese —dijo con frialdad.
—Ya tienen ustedes sus propias explicaciones —dijo Hain Egoth—, no necesito ninguna más. Se les ha ofrecido el regalo de los dioses y ustedes se revuelcan como cerdos en el fango.
Clark había sido capturado por uno de los robots que también sujetaba a otro miembro del grupo. Un tentáculo le rodeaba brazos y pecho con fuerza innecesaria y notó que era capaz de cortar a un hombre en dos si el robot así lo deseaba.
Fueron llevados a una cámara en el extremo lejano de la habitación y metidos en una desnuda sala mecánica, todos excepto Clark.
—Necesito este hombre —dijo el robot—. Cuando haya terminado su tarea para mí, serán ustedes libertados. No deseo hacerles daño, pero no intenten huir.
La sala no estaba construida para ser una prisión. La cerradura en la puerta era sencilla. El robot rompió el picaporte interior y la hizo inasible desde allí. Aseguró a Clark que no había peligro.
—Ahora démonos prisa —dijo.
Clark encontró que, bastante sorprendente, su tensión y su nerviosismo habían desaparecido para cuando Hain Egoth le condujo hasta la sala de control y le mostró la situación del mecanismo cerebral. Era un recinto al que ninguno de los terrestres había sido admitido.
El robot destornilló las tapas pesadas que escondían el mecanismo y Clark carraspeó al verlo. Inconscientemente había presumido que quizás fuese una caja pequeña conteniendo unos cuantos intrincados reíais o válvulas electrónicas de alguna especie, pero estaba del todo falto de preparación para la masa de componentes que vio.
Aún más, se sintió desalentado por el tamaño total que tenía. Los componentes eran en extremo diminutos... algunos casi microscópicos, y miles de ellos montados sobre filas de soportes de metal. Las interconexiones parecían hechas con un material semejante a la tela de araña, que parecía tan frágil como para romperse al recibir el aliento de una persona.
—No puedo... —balbuceó Clark.
—Sí —le dijo Hain Egoth—. Por favor, ponga en marcha este receptor y enchufe esta clavija en aquel panel; es parte del tiempo del trabajo de que le hablé.
Clark se sentó y oprimió un pequeño botón a un lado de su cabeza. Se colocó una especie de casco y durante una hora estuvo manando en su mente un torrente de información tan compleja y detallada, que parecía mucho más allá de su consciente comprensión, sin embargo, se dio cuenta de que se iba depositando en circuitos en su mente, en donde quedaría a mano para cuando deseara aprovecharse de ella.
Al término del obligado adiestramiento, se sintió exhausto por la cantidad total de energía que se le exigía y, sin embargo, su tarea actual aún no había empezado todavía. Pero mientras escrutaba una vez más el extensivo mecanismo, se sintió la indefinible oleada de certidumbre que conocía precisamente cuál era la función de cada uno de los miles de componentes y que era capaz de hacer lo que el robot le había pedido con respecto a reparar las averías.
—Estoy dispuesto —dijo.
—Sí... y es hora de empezar.
La forma robótica adoptó una posición desde la que podía ver el mecanismo cerebral y las manos de Clark mientras comenzaban la tarea del desmontaje. Visión y habla quedaron con el robot, pero por otra parte la criatura metálica se quedó inmóvil y sin vida.
El proyectil había penetrado en la envoltura, ligeramente desde abajo, y había roto una considerable masa de componentes del fondo de todo el conjunto. Durante una hora Clark arrancó las partes quemadas y averiadas, sintiéndose como un cirujano operando en un cerebro humano.
Una vez limpia la herida, según la imagen que él mismo se creó, se encaminó al armario de recambios y comenzó a extraer una enorme cantidad de unidades múltiples para reemplazar a las averiadas y volver a conectar el cerebro al sistema de control del navío.
Rápidamente, comenzó el trabajo de sustitución, utilizando el cable capilar irrompible que halló. Trabajó desde el extremo del control hacia el cerebro en sí, con el fin de colocar estos circuitos en su lugar antes de reconectar el mecanismo cerebro a las formas robóticas.
De pronto oyó un grito de alarma de Hain Egoth.
—¡Vienen! Sus hombres atacan el navío desde todas direcciones, tanto que apenas puedo describirlas. ¡No deje que le encuentren aquí! ¡Suelte a sus compañeros y dígales que se vio obligado a trabajar en el mecanismo y que logró escapar! ¡Le creerán y así se salvará usted también!
Clark dudaba. Alzó la vista hasta la inmóvil faz del robot donde los ojos mecánicos aún mostraban su débil luminiscencia. Miró el verde mecanismo bajo, sus manos. Nunca habría otra posibilidad; esta era la única.
Sólo una cosa parecía retenerle. Tuvo la visión momentánea del rostro despreciativo de George Demars. Entonces desapareció.
—Terminaré —dijo—. Puede que haya tiempo... Durante largo rato el robot no dijo nada, pero Clark pareció sentir fijos en él sus ojos luminosos.
—Desearía que mi raza le hubiese conocido, Clark Jackson —dijo el robot.