III
Myru permaneció silenciosamente a un lado mientras el ladrón repartía azadas y escobas y colocaba a los otros en hilera a lo largo de la habitación para atacar la capa de arena. Luego hizo una seña a Yorn para que se uniera a él junto a las bolsas que habían traído los ladrones.
—Ábrelas —ordenó—, y veamos lo que han encontrado durante sus correrías nocturnas.
Yorn pareció sorprendido ante la diversidad de estatuillas de pequeños animales y de peces que habían adornado algunos hogares de la ciudad, pero obedeció en silencio las instrucciones de Myru y fue colocándolas en los lugares que el mutilado le indicó.
A última hora de la tarde, el interior estaba limpio de arena; las paredes, y unas cuantas mesas de piedra desenterradas de la arena, estaban pobladas de esculturas de la fauna de Vunor. Los ladrones se tumbaron sobre el frío suelo de piedra para descansar.
—Ahora tengo que marcharme, Yorn —dijo Myru—. Terminad de alisar la arena en el exterior de modo que no parezca que acaba de ser removida, y enterrad eso antes de que el calor haga que huela mal.
—¿Adonde vas? —preguntó Yorn, con la confianza del mando secundario que había asumido.
—Tengo que visitar a los terrestres —le dijo Myru—. Si todo sale bien, regresaremos para una corta visita..., de modo que todo el mundo tiene que estar fuera de aquí antes de que anochezca. Esperadme esta noche en el camino que conduce a la ciudad.
Salió de la habitación, parpadeando a la brillante claridad del exterior.
Las sombras empezaban a espesarse cuando se aproximó a la nave terrestre. La mayoría de los extranjeros estaban sentados en el suelo, alrededor de una fogata, la cual parecían disfrutar.
Cómo haría yo... si viviera en un palacio, pensó Myru.
Se acercó al círculo de luz y esperó a que se dieran cuenta de su presencia.
—Bueno, bueno, ¿qué asunto te trae por aquí a estas horas? —preguntó Kean.
—He pensado que tal vez te gustaría ver el templo que hay en las arenas, ahora.
—¿Ahora?
—Es un buen momento. Nadie se atreverá a ir allí de noche, por miedo a los espíritus.
Kean se echó a reír antes de poder dominarse en aras de la cortesía. Los otros terrestres intercambiaron unas significativas miradas, y Myru se dio cuenta de que estaban divirtiéndose mucho.
—¡De acuerdo! —dijo Kean—. Iré a ver qué aspecto tiene aquello. ¿Quién me acompaña?
El aficionado a las piedras llamado Harris y otros dos decidieron que el paseo podía contribuir a distraerles de su aburrimiento; entraron con Kean en la nave en busca de armas. Cuando estuvieron listos, Myru se puso en cabeza del pequeño grupo y emprendieron la marcha.
Era noche cerrada, y Myru tuvo algunas dificultades hasta que llegó a la abierta extensión del desierto. A la luz de las estrellas, su vista era tan buena, al menos, como la de los terrestres, a juzgar por la cantidad de veces que tropezaron. A fin de impresionarles, Myru les advirtió a menudo que no hicieran ruido.
Finalmente, el grupo llegó al edificio en ruinas. Advirtiendo de nuevo a los terrestres que permanecieran silenciosos, Myru cogió una de las antorchas mecánicas que les había prohibido encender al aire libre y se deslizó dentro del edificio. Un rápido movimiento circular de la mano que empuñaba la antorcha le permitió comprobar que todo había sido dejado tal como deseaba.
Cuando juzgó que los terrestres habían tenido tiempo para ponerse suficientemente intranquilos, escuchando el susurro de la arena que volaba empujada por la fría brisa nocturna, salió al exterior y les llamó. Kean profirió una exclamación de sorpresa a la vista de las estatuillas que llenaban la habitación.
—¿Qué hacen aquí? —le preguntó a Myru, mientras sus amigos examinaban el «templo» vunoriano, conversando en voz baja.
—Esto es un templo —respondió Myru.
—¡Sí, desde luego! Pero, ¿por qué esas figuras de animales? ¡Mira! ¡Allí hay una especie que no me trajiste nunca!
—Es un animal que nada en el mar —se justificó Myru—. ¿Las imágenes? Fueron colocadas aquí por aquellos que deseaban honrar a sus antepasados, o tal vez para impetrar su amistad.
—¿Qué quieres decir?
—En Vunor existe la creencia de que todas las personas, al morir, se convertirán en uno de esos..., se convertirán en algún animal...
—¡Oh-h-h! —exclamó Kean, con repentina comprensión—. Una especie de reencarnación. ¡Debí suponerlo!
Tuvo que explicarle a Myru el significado de la palabra. Luego, los terrestres se reunieron alrededor del vunoriano mientras éste les explicaba que la reencarnación actuaba en un solo sentido: los animales no se convertían posteriormente en personas, de modo que no había necesidad de preocuparse también por la descendencia.
Kean enarcó las cejas. Una nueva idea se le acudió.
—Dime, ¿por qué no parece preocuparte a ti todo esto? Has venido aquí de noche, cuando ninguno de los otros indígenas lo haría, y me has traído ejemplares para descuartizar. ¿Cómo sabes que no he hecho pedazos a tu propio abuelo?
—Mis antepasados masculinos —dijo Myru—, pertenecen a uno de los clanes de peces. Además, la mayoría de nosotros —y yo el primero— hemos degenerado hasta el punto de que ya no creemos en nada de eso.
—Comprendo —rió Kean, al parecer convencido—. ¿Y qué me dices de vuestro rey..., de ese tal Keviu?
- Él es muy estricto en lo que respecta a esta cuestión —dijo Myru—. Hasta el punto de... de...
—¿Fanatismo? —sugirió Kean.
—Sí, eso es. No le gustan las cosas nuevas..., ni siquiera los seres procedentes de las estrellas, y en su palacio tiene a unos verdugos para que convenzan a los que están en desacuerdo con él.
No pudo saber si Kean estaba preocupado. Los otros murmuraron algunas palabras que Myru desconocía, pero durante el trayecto de regreso a la nave permanecieron mucho más silenciosos. Myru se despidió de ellos, después de prometerle a Kean que al día siguiente cazaría un kuugh para él.
Cuando se encontraba cerca de las chozas de las afueras de la ciudad, le pareció oír un ruido. Luego llegó a sus oídos un cauteloso murmullo.
—¿Myru e Chib?
—El mismo. ¿Yorn?
El ladrón y sus compañeros surgieron silenciosamente de la oscuridad y se reunieron a su alrededor.
—¿Están dispuestos a ayudarte? —preguntó Yorn, tiritando de frío.
—Mañana he de volver a conversar con ellos para acabar de arreglar las cosas —dijo Myru prudentemente—. Entretanto, será mejor que nos hagamos invisibles a la luz del día. ¿Estáis todos conmigo?
—¡Todos! —asintió enfáticamente Yorn.
—Bien. Continuad siendo leales, y cada uno de vosotros tendrá el botín de un palacio. Ahora, debemos entrar en la ciudad mientras las oscuridad nos protege; un grupo como el nuestro resultaría sospechoso a la luz del día.
—¡Cualquiera de nosotros, Myru e Chib, resultaría sospechoso a la luz del día! —dijo alguien en la oscuridad.
Myru se unió a sus reprimidos ¡Jo! y luego le dijo a Yorn que le siguiera a un centenar de pasos. Se encaminó hacia el puesto de guardia, aminorando el paso a medida que se aproximaba a él.
No vio al centinela recostado contra la pared hasta que le dio el alto en voz baja. Myru se detuvo.
¡Buen síntoma!, pensó. Normalmente, hubiera disparado sin importarle contra quién lo hacía.
Se acercó lentamente al centinela y murmuró su nombre.
—¡Jo! ¡Bien venido, Myru e Chib! —le saludó el soldado, con la mayor cortesía de que Myru había sido objeto en los últimos tiempos—. Le diré al jefe Rawn que has llegado.
—¡Espera! —dijo Myru—. Dime, ¿marcha todo bien?
—Para nosotros, en este puesto, puedo decir que sí. Rawn e Deej no nos ha dicho nada, pero después de pasar un largo día en la ciudad, ha regresado con un aspecto muy alegre.
—Bien. Puedes llamarle, pero no prestes atención a algunos amigos míos que tal vez veas en el camino.
Al cabo de unos instantes, Rawn salió apresuradamente, detrás del centinela.
—¡Myru! —exclamó, al ver a su primo—. ¡Pasa dentro! ¡Tengo mucho que contarte!
—Antes que nada... ¿tienes sitio para ocultar a un grupo de amigos míos?
—¿Un grupo de...?
Rawn se interrumpió para mirar a través de la oscuridad. Cuando Myru le explicó en pocas palabras lo que sucedía, dijo:
—Haz que se acerquen en silencio. Pueden pasar la noche en los barracones. Todos mis soldados están dispuestos a seguirte.
—¡Magnífico! —exclamó Myru.
Avanzó hasta el camino y llamó en voz baja a Yorn. Cuando el grupo hubo sido guiado hasta el oscuro edificio por Rawn, Myru apartó a Yorn a un lado.
—Escoge a dos o tres compañeros de confianza —le ordenó—, y marchaos a la ciudad. Con un poco de suerte, doblaréis vuestro número con los que vagabundean por las avenidas. Le pediré a Rawn que envíe a un par de soldados a patrullar por las calles, para que nadie os moleste.
Cuando Yorn se hubo marchado con un taciturno par de ladrones, precedidos por una «patrulla» de la guardia de Rawn, los dos primos se sentaron en la cocina del puesto. Rawn habló del descontento que reinaba entre los soldados.
—Los únicos que permanecerán leales a Loyu —añadió, después de citar a los que habían jurado fervientemente poner su lanza al servicio de cualquier levantamiento contra el odiado gobernante—, son los treinta y dos miembros de la guardia de palacio. Tienen que permanecer leales, ya que es del dominio público que Loyu les ha enriquecido con las haciendas y las esposas de muchos de los ciudadanos a los cuales ha ejecutado o ha obligado a huir al desierto.
—¡De modo que la masa del ejército estará con nosotros! —murmuró Myru, muy satisfecho—. Desde luego, eres más popular de lo que había creído.
—¡Jo! ¡Permíteme decirte algo! No eres el único primo de la ciudad que ha conocido a los verdugos de Loyu. ¡Hay muchas cuentas que ajustar!
—Bien. Ahora —dijo Myru—, muéstrame un lugar para dormir. Tengo que ir a la nave terrestre al amanecer.
Rawn le despertó cuando aún era de noche, le hizo comer un poco de sopa caliente y envió a un par de soldados para que se aseguraran de que el camino estaba despejado. Myru se cruzó con ellos en las afueras de la ciudad.
—No andéis tan ufanos con esas lanzas —les advirtió Myru—, o alguien puede sospechar.
—¡Jo! —replicó uno de los soldados, esgrimiendo alegremente sus dos lanzas—. Sería una sospecha muy breve. ¡Hasta la vista... Keviu!
—¡Jo! —murmuró Myru a su vez, complacido a pesar de sí mismo—. ¡Hasta la vista!
Llegó a la nave terrestre antes de que ninguno de los extranjeros hubiera abierto la portezuela lateral. Se sentó pacientemente en el suelo, al lado de las cenizas de la fogata apagada, mientras el cielo se iluminaba con la claridad diurna. Finalmente apareció el tripulante de pelo rojizo, y descendió por la escalerilla.
—¡Hola! —saludó a Myru—. ¿Buscas a Kean?
—Sí —dijo el vunoriano—. Tengo que hablar con él.
El tripulante le gritó algo a otro terrestre que estaba a punto de descender, y que se encargó de avisar a Kean, el cual no tardó en presentarse. Myru le separó discretamente de sus compañeros.
—Lamento haberte llevado al templo —le dijo al terrestre.
—¿Por qué?
—Me ha dicho un amigo que sirve en el palacio de Keviu que alguien vio nuestras huellas en la arena; Keviu ha enviado a unos soldados para que comprueben el rumor.
Kean silbó, un sonido desagradable para Myru, que lo interpretó como una muestra de preocupación. Los otros terrestres, puestos al corriente por Kean, también parecieron preocupados.
—¿Van a plantearnos alguna dificultad? —le preguntó Harris a Myru.
—El actual Keviu es famoso por su severidad. La gente no cesa de murmurar que podría haber un Keviu más bondadoso.
—¡Bueno, lo habrá, si trata de meterse con nosotros! —amenazó Harris—. ¡Le daremos una lección a ese mono insolente!
—A propósito —dijo Kean, mirando a Myru—, ¿dónde está el rifle que te presté para que cazaras un kuugh?
—Se lo dejé a un amigo mío, un oficial de la guardia de la ciudad.
- ¿Qué?
Los otros parecieron tan sorprendidos como el propio Kean.
—¿Cómo es que conoces tan bien a un oficial? —preguntó uno de ellos.
—No hace mucho, yo era capitán del ejército —dijo Myru—. En realidad, soy pariente del Keviu, por apareamiento... ¿Cómo decís vosotros? ¿Por matrimonio?
—Sí. Pero, en tal caso, ¿por qué nos has ayudado y nos, has llevado a lugares como aquel templo? —preguntó Kean, en tono suspicaz—. ¿Cómo podemos saber que no vas a denunciarnos tú mismo?
—¡Jo! —dijo Myru—. No es probable. ¿Después de haber capturado pequeños animales para ti?
—¿Qué tiene eso que ver?
—No conozco tus sentimientos —dijo el vunoriano—, pero no me gustaría ser descuartizado como vosotros descuartizáis a esos animales..., que es lo que sucedería si el Keviu se enterase. ¡Sus antepasados eran pori!
—Jack —dijo Harris a uno de sus compañeros—, baja un par de rifles y granadas para todos nosotros. Este asunto puede complicarse desagradablemente.
Myru contempló a dos de los terrestres que subían apresuradamente la escalerilla.
—Desde luego —dijo, sin dejar de mirar hacia arriba—, si yo fuera Keviu, sabría cómo tratar a mis amigos. No me mostraría tan severo en algunas cosas. He aprendido de vosotros los beneficios que proporciona el reunir conocimientos.
Kean levantó una de sus dos manos, señalando a Myru con el dedo índice. Los otros permanecieron en silencio.
—¿Y tú estás preparado para gobernar la ciudad? —preguntó enfáticamente.
—Desde luego —aseguró Myru—. Puedo hacerme cargo del gobierno en cuanto muera el actual Keviu. Lo cual no tardará en producirse, a juzgar por el creciente número de ciudadanos que desean acortar su existencia.
—¡Espera aquí un momento! —dijo Kean, un poco más bruscamente de lo que Myru consideraba cortés.