IV
Le costó dos años llegar al punto de intercambiar un saludo casual con ella en el recinto universitario. Su aceptación de acompañarle al baile fue tan sorprendente e inesperada, que le dejó paralizado. Alquiló su primer traje de etiqueta para la ocasión y en seguida se dio perfecta cuenta de otra ingente diferencia entre George Demars y él.
Estaba convencido de que más parecía un espantapájaros vestido con un traje de ceremonia, pero que ni aún así podía ocultar su condición de espantapájaros. Durante algún tiempo, estuvo sufriendo la agonía de la indecisión, entre si debía o no romper su cita con Ellen, pero su deseo de estar con ella era tan grande que salió victorioso al fin.
Sintióse aliviado cuando Ellen le saludó en la puerta tan amablemente y sin la menor indicación de encontrarle ridículo. Pero entonces recordó que Ellen era demasiado gentil para no ser amable con todo el mundo, sin importarle lo que en su interior sintiera u opinara.
Tampoco pareció molestarse por ir en taxi y durante la noche se mostró tan alegre y maravillosa, que Clark experimentó un vago temor de que las cosas que iban tan bien, posiblemente no podrían durar. La sensación cristalizó en el momento en que vio a George Demars en el centro de un risueño grupo que rendía homenaje a su fino humor.
Sin embargo, no fue hasta el fin de la velada que George advirtió que estaban allí Clark y Ellen. Entonces —parece que casi accidentalmente— se les acercó y presentó a su pareja, una chica muy hermosa en sí pero que a Clark le pareció vulgar y corriente comparándola con Ellen. De mala gana, Clark presentó a George y Ellen.
—Pero si Ellen y yo somos viejos amigos —dijo George—. Espero que podamos bailar cuanto menos una pieza.
Miró con expresión interrogadoramente divertida de uno a otro, dando por sentado que no se le iba a denegar su petición. Clark asintió casi imperceptiblemente, deseando tener suficiente valor como para decirle que se fuera al infierno, pero comprendiendo que eso únicamente habría creado una situación tirante, la que se vería incapaz de explicar a Ellen.
Sabía que George mentía, porque la propia Ellen le había dicho mucho antes que le agradaría conocerle. Así Clark contempló cómo giraban bailando y alejándose de él a través de la pista. Entonces, sin mirarla siquiera, rodeó con el brazo la cintura de la pareja de George, recordando vagamente que se llamaba Marcia.
Más tarde, cuando en apariencia parecía que George y Ellen se habían marchado del baile sin intención de regresar, acompañó a Marcia a su casa en un taxi y ella le agradeció con vehemencia su amabilidad. Durante un momento la joven aguardó junto a la puerta y Clark notó o adivinó que ella estaba a punto de dedicarle un gesto de simpatía... que le diría que, después de todo, no debería sentirse apesadumbrado por haber sido derrotado por George. Que eso era cosa que podría sucederle a cualquiera. Entonces, antes de que la muchacha pudiese decir eso o algo similar, dio media vuelta y huyó escaleras abajo, sintiendo a la vez náuseas y pánico.
Durante la noche entera se agitó insomne en su lecho, edificando una reserva de furia glacial, que mantuvo hasta que se encontró con George en el pasillo después de su clase siguiente de análisis vectoral. Llevó a George hasta el umbral de un aula vacía y trató de asumir la imagen de la más negra desconfianza.
—Lo de anoche fue una jugarreta sucia y cobarde, Demars —le dijo—. Te recomiendo que nunca vuelvas a hacerme una cosa así y que de ahora en adelante te mantengas alejado de la señorita Pond.
Dio media vuelta y se marchó antes de que George Demars pudiera recobrarse de su asombro.
Más tarde, aquel día, cuando Ellen se le acercó para excusarse, diciéndole:
—No era mi intención hacerlo, Clark. De veras que no pensaba, dejarte plantado. Le dije a George que siempre había deseado ver su coche y él me contestó invitándome a dar una vuelta. No pude negarme, pero él no se contentó con la vuelta prometida y siguió carretera adelante. Cuando volvimos al baile era ya demasiado tarde. ¿No me perdonarás y me permitirás que te compense pronto de ese desaire?
Todo lo que él pudo contestar fue:
—Estoy seguro de que no tiene por qué excusarse, señorita Pond; de nada en absoluto —y se alejó de ella muy tieso y digno.
Nunca tuvo el coraje de volverla a invitar a salir y, en el curso siguiente ella ya no acudió a la universidad. Nunca tampoco supo lo que fue de Ellen, pero se consumió durante largo tiempo con una furiosa desesperación pensando que de no haber sido por George pudo haberse casado con Ellen Pond.