II
En la noche pensó que estaba soñando y por poco grita en voz alta, cuando una forma se recortó contra el firmamento. Mientras yacía en una parálisis momentánea, semiinconsciente entre el frío y un súbito temor, la cosa saltó dentro de la habitación.
Entonces la reconoció, antes de que la voz humana hablara.
—Soy Hain Egoth, Clark Jackson —dijo el robot—. Quiero hablar con usted, pero no debe saberse que he venido aquí.
El momentáneo miedo de Clark quedó reemplazado por un sentimiento igual de sorpresa, de que el robot hubiese venido desde la base tan distante y que hubiera sido capaz de encontrarle, y sin ser descubierto.
—¿Por qué ha venido? —preguntó Clark—. Seguramente le echarán de menos en el navío.
—Nadie lo sabrá. Puedo atravesar con facilidad las cercas guardadas de ustedes y neutralizar el radar que cruza la zona. Y si alguien subiese a bordo de mi navío, no me echaría de menos. No soy lo que ustedes suponen; hay cinco como yo a bordo, Clark tuvo un nuevo estremecimiento de sorpresa al comprender en aquel momento la posibilidad de que hubieran muchos secretos, que el robot quizás no se mostraría inclinado a revelar.
—He venido —continuó el robot—, porque usted es el único con quien puedo hablar. Los he analizado a todos y usted solo, Clark Jackson, es la persona indicada; usted posee la noción de que se ha cometido un error. Hain Egoth ha traicionado a su pueblo.
—¿Qué quiere decir?
—Mis regalos no eran para ustedes. Ya ha visto por sí mismo que son incapaces de utilizar lo que traigo. Tienen razón al llamarlo el regalo de los dioses, pero es demasiado fuerte para los hombres de la Tierra. Les traería solamente muerte, no vida.
—¡Usted también piensa lo mismo! —exclamó Clark.
—Sí. Es inevitable. Pero necesitaba encontrar alguien de ustedes que también lo creyese.
—¿Por qué nos proporcionó ese regalo, si sabía que éramos incapaces de utilizarlo?
—La decisión no fue del todo mía; mejor dicho, me fue impuesta. Me acerqué a la Tierra para examinar a su pueblo y explorarlo. Tuve que realizar un largo camino para encontrar razas nuevas que se acercasen por los menos a las condiciones requeridas. A primera vista, el mundo de ustedes parecía ser apto. Pero no tuve precaución al acercarme; no esperaba que me atacasen.
—¿Atacado? ¿Cómo?
—En apariencia, la raza de usted ha estado en guardia contra alguna aproximación procedente del espacio. Uno de sus aviones me disparó un proyectil atómico que penetró en mi navío y produjo un pequeño daño que, sin embargo, al producirse en una zona crítica, me obligó a aterrizar, parcialmente perdido el control.
—¡Los platillos volantes! —exclamó Clark—. No me imaginaba que hubiesen puesto vigilancia de esa magnitud; no sabía que tuviesen aviones que disparaban proyectiles atómicos.
Hain Egoth continuó:
—Cuando mi navío fue recogido, su gente hizo torpes reparaciones; más tarde arreglé algunas de estas torpezas. Se me pidió que no mencionase el ataque.
—Evidentemente, no querían que el resto de las Naciones Unidas supiera que usted había sido derribado por un ataque —murmuró Jackson—. ¿Pero qué tiene que ver esto con su decisión de entregarnos el rico material científico?
—El daño era tal que mi navío no funcionaba; yo no podía despegar de nuevo. Era obvio que no obtendría cooperación alguna de su raza para reparar las averías, si les decía que después me marcharía. Ellos insistirían en conocer cuanto contenía mi navío.
»Pero había la posibilidad de que pudiesen estar cualificados para asimilar eventualmente la ciencia. Por otra parte, había empezado a creerse que yo podía trabajar a través del espacio hasta que todos mis recursos se agotasen sin encontrar un grupo incluso, tan cualificado como el de ustedes. Así que decidí completar mi misión mostrándoles mi material.
—¿Y ahora cree usted que fue un error incluso considerando las circunstancias bajo las que tomó tal decisión? —preguntó Clark.
—Sí. Sería mucho mejor si mi navío se perdía para siempre en las profundidades del espacio a que fuese instrumento de instrucción de este pueblo en quien se pueden poner muchas esperanzas, pero que tiene que caminar muchísimo todavía.
—Todos nos hemos preguntado acerca de algo que usted no ha querido explicar. ¿Por qué cayó su propia raza? ¿Cómo se puede asegurar a un pueblo la seguridad de tener éxito en perpetuarse a sí mismo, cuando ustedes no lo consiguieron?
—Ya que mi pueblo no puede responder a esa pregunta, es evidente que yo tampoco —contestó Hain Egoth—. Pero el problema que no lograron resolver es el que ustedes encontrarán también, si llegan lo suficientemente lejos.
»A medida que las criaturas racionales se desarrollan, aumenta su poder creador y su autodeterminación. Al hacerlo así, la demanda de leyes externa disminuye y las leyes se convierten en internas para uno mismo. La sociedad remota, técnicamente, es una completamente sin ley en la que los individuos creativos conforman a cada paso sus propias regulaciones autodeterminantes para promover el bienestar propio y el de sus compañeros.
»Cuando se acerca a este ideal, sin embargo, las desviaciones de cualquier clase se convierten en crecientes críticas. Una pequeña transgresión cerca de la cumbre creará más caos, que un crimen mucho mayor en una sociedad no tan desarrollada. Entre mi gente, se llegó a una condición de estabilidad, en la que las aproximaciones finales a la sociedad cumbre, produjeron un retroceso que mandó a todo el planeta a una rápida espiral de degeneración. Cada intento por detener el descenso parecía acelerarlo. Nuestros científicos no descubrieron los principios básicos de lo que estaba tomando lugar hasta que ya fue demasiado tarde y para entonces ellos mismos formaban parte de dicho caos. Nunca aprendieron cómo podía evitarse el desastre, o si era posible que se evitara. Algunos consideraron que las leyes teoréticas de la sociedad eran una imposibilidad práctica. Nunca lo supieron con seguridad.
Clark permaneció en silencio durante un rato, meditando las palabras del robot, tratando de imaginarse a una sociedad trepando tan cerca de las alturas divinas y cayendo por el mismo camino hasta la profunda destrucción. Se preguntó si aquellos alcardianos tenían derecho a suponer que las cumbres nunca serían alcanzadas por seres racionales.
—¿Qué podemos hacer nosotros? —dijo finalmente—. Estoy de acuerdo en que los dones de ustedes no deberían ser compartidos por mi pueblo, ¿pero cómo se puede evitar? Cualquier intento para detener lo que ha comenzado provocaría la fuerza meramente. ¿Podría destruir su navío antes que permitir eso?
—Puedo... y lo haría si fuese necesario —contestó Hain Egoth—. Pero entonces habría fracasado por completo. Preferiría intentar una continuación en mi búsqueda, seguir adelante de todas formas cuanto me sea posible. Con algo de ayuda no sería difícil reparar perfectamente mi navío. Pero necesito esa ayuda; por eso es por lo que he venido hasta usted.
—¿Cómo puedo ayudarte? ¿Qué puedo hacer por usted?
—Se necesita efectuar ciertas reparaciones, que yo no puedo realizar. Ha de comprender algo de mi naturaleza para entender el daño que se ha producido.
—Esta forma que ve no es en realidad el robot, Hain Egoth, sino meramente una extensión. El mecanismo cerebral, como ustedes le llamarían, está situado permanentemente en el propio navío, en una cámara debajo de la sala de máquinas. Las cinco figuras robóticas de la clase que usted ve aquí son operadas desde la unidad central. Además, los mandos del navío en sí están conectados directamente con el mecanismo cerebral y son manipulados por él sin intervención de formas robóticas. Es esa porción del mecanismo la que está averiada.
—¿Pero no pueden repararla utilizando una de las formas robot?
—No; por eso es por lo que necesito ayuda exterior. Esas reparaciones necesitan la desconexión y aislamiento durante un breve tiempo de todo el mecanismo completo cerebral, excepto unos cuantos circuitos receptores que pueden quedar funcionando. Yo puedo utilizar una forma robótica para guiarle en la realización de las reparaciones, pero no puedo efectuar las acciones reflexivas necesarias para conseguir por mí mismo reparar actualmente el daño. Podría usted compararlo con el caso en que usted necesitara una operación en su propio cerebro. Se necesitaría una desconexión temporal y el trabajo no podría ser llevado a cabo reflexivamente.
—Ayudaré en cuanto pueda —dijo Clark—. Pero no veo cómo podré entrar a solas en el navío; ya conoce usted los convenios referentes a eso.
—Mañana por la noche, vendré a por ustedes después de nuestra sesión regular. Vendrá usted al navío acompañado por una mínima comisión. Dentro, mis cinco formas robóticas se ocuparan de la gente adicional. Con el fin de evitar que se le considere traidor, fingiré dominarle también. Cuando el trabajo esté terminado, todos ustedes serán libertados y yo partiré; no habrá ninguna dificultad. Le anticipo que requerirá unas tres horas y media realizar el trabajo.
—¡Pero las formas robóticas quedarán sin funcionamiento parte de su tiempo!
—Sí. Ese es el riesgo que hay que correr. Sus compañeros estarán encerrados. Será tarde y no habrá motivo para que nadie más entre en el navío. Excepto durante unas dos horas, yo estaré inmóvil y sin capacidad de actuar y usted quedará solo, campando por sus respetos. ¿Acepta correr ese riesgo?