14
Los cuernos, ay, como una patada en las pelotas.
—¿Teresa Barajas todavía es tu novia? —me preguntó Oviedo el Oscuro.
Y sentí la patada, mi cabo.
—Todavía —me arriesgué a decir—. ¿Por qué?
—Por nada.
—Si lo preguntas será por algo.
Teresa me enseñó los lunares despacio. Me mantuvo muerto de sed por largos meses. «Toñito, ay, Toñito», me decía. Me volvió loco el sembradío de su espalda.
—Ay, Cáceres. Deberías preguntar, mandar a preguntar, en Málaga se sabe todo —dijo Oviedo—. Y hablando como los locos, Juan de Jesús de los Palotes se juntó con la gente del Duende.
—Lo conozco.
—¿No era el antiguo novio de Teresa Barajas?
—Nunca lo fue.
—Dicen que le volaste la novia. En Málaga se dice que se fue al páramo de puro despecho. La banda de los despechados, así debería llamarse. Si el negocio no les prospera, deberían dedicarse a cantar rancheras.
—El Juan es músico.
—Ya ves. Se dice que el Duende tiene una voz que hechiza a las mujeres. Debe ser así porque ninguna ha regresado. Antes se metían a los conventos y se entregaban al Señor. Ahora buscan la niebla del páramo y…
—Entonces el Juan se fue de bandido.
—¿No lo sabías?
—Entonces ya te dijeron.
—¿Qué cosa?
—Que Teresa ya no es mi novia.
Que otro ya conoce sus lunares.
Que otro ya es el dueño del lunar de la nalga izquierda, antes conocido como el lunar de Antonio.
—Ya te dije, Cáceres, pregunta.
Tuve ganas de patearlo y luego pensé que Oviedo no me había hecho nada. Malparido. Le pregunté algo sobre el Duende, pero no entendí su respuesta.
Le pregunté por Gloria Sábila y no dijo nada.
—¿Ya no es tu novia? —insistí.
—Ya no.
—¿Y eso?
—Se envenenó, marica.
—Qué desastre.
—Y no fue por mí.
—¿Entonces?
—Por la Pirañita.
No salía de mi asombro.
—Una de las Carboneras —precisó Oviedo el Oscuro, como si no lo supiera todo el mundo—. El año pasado las vieron besándose en el Pozo del Ahorcado y no me creía el cuento.
—¿Entonces tu Gloria Sábila se envenenó por la Pirañita? Mierda. ¿Y ahora qué vas a hacer?
—No sé. ¿Tú qué dices? ¿Voy a la boda?