La Habana
26 de febrero, 20.23 h
Fue entonces que el Comandante emergió lentamente del Mercedes Benz. El público rompió en aplausos y vítores. Rodeado de escoltas enfiló con paso frágil bajo la llovizna hacia el Cristóbal Colón, seguido por Azcárraga, quien, como era costumbre, caminaba levemente retrasado con respecto a su jefe. Lucio palmoteo a Kamchatka, lo libró de la correa y le ordenó avanzar hacia el grupo.
Con la cola baja y el pelaje tornazulado, el perro cruzó entre la gente y el primer círculo de guardias sin que nadie lo advirtiese. Mediante el silbato, inaudible para el oído humano, Lucio le indicó que se aproximara a los Ladalfas, después introdujo una mano en el bolsillo del pantalón y halló el obturador que se conectaba con un cable al walkie-talkie que portaba en su mochila. Destrabó el seguro y aguardó con pulso firme lo que vendría. Pero súbitamente el Comandante torció hacia un costado, desviando su curso como si hubiese olvidado algo en el carro, y salió del ángulo visual de Lucio, que no pudo desentrañar qué ocurría. Con el silbato le ordenó a Kamchatka que se replegara hacia los muros del hotel, de lo contrario la persecución se tornaría ostensible. La gente seguía aplaudiendo y coreando el nombre del Comandante. En el momento en que este pasaba cerca de los Mercedes, Lucio entendió lo que sucedía: el Comandante saludaba a unos turistas que lo llamaban a gritos y agitaban banderitas británicas.
Lucio soltó una imprecación. Inesperadamente se complicaba el desenlace de la misión. Jamás hubiese imaginado que Azcárraga pudiera permitirle a su jefe despilfarrar minutos preciosos en una calle mal iluminada y llena de turistas. Mantén la calma, se dijo mientras examinaba la posición de Kamchatka, que ahora esperaba en la oscuridad, a solo diez metros del objetivo. Aún tenemos tiempo, pensó con el obturador en la mano, el Comandante pronto reanudará la marcha. Lo crucial era que el perro se acercara al objetivo por atrás, de forma subrepticia, sin que los escoltas previeran la maniobra.
Otra circunstancia estremeció de pronto a Lucio. Atraído seguramente por el manto, uno de los escoltas dirigía su mirada a Kamchatka, y comenzaba a caminar hacia él. Tendría que ordenarle el repliegue total, pensó alarmado. Pero no todo estaba perdido, se dijo. Si persistía la euforia callejera, y el escolta no daba la voz de alarma y el Comandante tardaba en llegar al hotel, alcanzaría a ordenarle a Kamchatka que regresase hasta sus pies para escoger el instante preciso en el cual proseguir el ataque.