Isla de Chiloé

1 de febrero, 9.15 h

Después del desayuno, Cayetano salió del hotelito Unicornio Azul, donde pernoctó en un cuarto con vista al mar, y condujo la Blazer hacia el norte, en dirección al pueblo de Dalcahue. Se sentía de buen ánimo porque había logrado conversar con Suzuki, quien ya se encontraba en casa. Sus secuestradores, que parecían latinoamericanos pero hablaban el español con acento inglés, le habían dicho que de su jefe dependía que no le ocurriesen cosas peores. A Cayetano le quedó claro el recado. Ahora, en Chiloé, la mañana estaba ventosa y con unas nubes negras que anunciaban más lluvia. Horas antes del desayuno, cuando recién comenzaba a amanecer y los choroyes llenaban de escándalo el bosque, Cayetano había viajado hacia el sur, camino a Chonchi, encontrando solo campos y una que otra casa aislada con gansos en el jardín, pero nada sospechoso.

Mientras conducía se preguntó una y otra vez por qué razón Constantino Bento viajaba a la isla con tanto dinero en efectivo. No era para adquirir droga, sería un suicidio trasladarla de allí a Estados Unidos, ni para comprar terrenos, que no podría pagar con billetes sin despertar la suspicacia del celoso Servicio de Impuestos Internos chileno. Por lo tanto, únicamente podía deberse a que Bento cumplía una misión secreta y de envergadura. Dada su trayectoria política y la situación imperante en Cuba, esa tarea solo podía implicar una desestabilización del gobierno cubano. Lo difícil consistía ahora en averiguar la identidad de sus interlocutores en Chiloé. La CIA había perdido en forma absurda su pista en Puerto Montt, pero ahora, gracias a la bitácora de Aeropuelche, sabía que Bento había volado de allá a Castro.

Y eso no era todo. Gracias a los datos recibidos la noche anterior de Marcelo Cotapos, el empleado de la agencia de alquiler de autos, ahora podía reconstituir en forma aproximada su viaje por la isla. Su tesis era simple y por lo tanto arriesgada, y la repitió mentalmente: si Bento alquiló en la isla el jeep Cherokee por dos días y en ese plazo recorrió 80 kilómetros, como lo atestiguaba la contabilidad, entonces no podía haberse alejado más de 40 kilómetros de la agencia. Claro, también existía la posibilidad de que solo se hubiese desplazado en el radio urbano o extraviado en el camino, pero lo más probable era que hubiese empleado el vehículo para llegar a un sitio que conocía de antemano y estaba fuera de Castro, pensó. Si se aferraba a esa hipótesis y exploraba la supuesta dirección del desplazamiento, daría con el sitio buscado. Y la situación se simplificaba si admitía que había solo tres opciones: su hombre había viajado hacia el sur, en dirección a Chonchi; o hacia el norte, camino a Dalcahue; o bien por alguno de los senderos que nacen de la carretera Panamericana, que cruza de norte a sur el continente y es la columna vial de Chiloé. La primera alternativa la había descartado ya esa mañana.

De pronto, ahora que conducía hacia el norte escuchando los blues de Débora, comenzó a dolerle de nuevo la rodilla izquierda. Sufría el achaque desde hacía meses, especialmente cuando intentaba meter los cambios de velocidad en su viejo Lada, un tractor ruso disfrazado de automóvil, o antes de que en Valparaíso lloviese, o después de empinarse unos vasitos de ron en los bares del puerto.

—No se alarme —le había dicho el doctor May en su consultorio de la plaza Victoria, la de los leones de bronce traídos siglo y medio atrás de Lima como botín de guerra por las tropas chilenas—, a su edad su abuelo andaba con bastón, tomando chocolate caliente y acostándose a las siete de la tarde. Así que dese con una piedra en el pecho, no muy fuerte eso sí, de que aún quiera rumbear con muchachas.

Miró hacia la costa sin dejar de conducir. Entre olas enormes y un viento norte desbocado navegaba solitario un velero con su gran vela verde y blanco desplegada. Le gustaban esos colores, eran los de su club favorito, el Wanderers de Valparaíso, y la nave corría a manos de la tormenta el mismo peligro de irse a pique que su club de provincia a mano de los detestables arbitrajes capitalinos. Redujo la velocidad. Le pareció que el velero se aproximaba demasiado a unos roqueríos y temió que su proa se fuera por ojo y desapareciera bajo las olas. Llevaba siete tripulantes y apenas alcanzó a divisar su nombre: Blizzard. Ahora la carretera se alejaba de la costa dejando atrás el velero; temió que él, Cayetano Brulé, fuese un poco como esa nave que afrontaba una tormenta confiando en que los malos vientos no la hiciesen encallar.

Un trecho más allá detuvo la Blazer y bajó el volumen de la música. Estaba a poco menos de la mitad del kilometraje recorrido por Bento en la isla, a su derecha, entre el canal encabritado a lo lejos y la carretera, divisó una casa de postigos cerrados, semioculta entre los árboles. Si había una casa sospechosa de todas las que había visto en Chiloé, era esa. Y no había más viviendas en kilómetros a la redonda. Del portón pendía una cadena con candado, una reja de postes metálicos y malla gruesa de dos metros de alto marcaba el deslinde de la propiedad.

Bajó del vehículo y caminó llevando los binoculares por la gravilla hacia el portón. A simple vista no había nadie en esa casa, pero tampoco la vivienda parecía abandonada. Examinó el candado. Su boquilla no estaba tupida por el moho. Observó a través de los binoculares. La casa tenía un piso, techo a dos aguas y en su cara oriente un portal añadido años más tarde a juzgar por el tono de la madera. Y fue ese el momento en que el círculo de los binoculares se detuvo en un detalle simple, pero unívoco, que atrajo su atención, pues colgaba adosado a la pared del portal.

—¡Coño, de no creerlo! —exclamó—. ¡Un sombrero de guajiro en la isla del fin del mundo!

Halcones de la noche
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita.xhtml
nota.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
autor.xhtml