La Habana
21 de febrero, 14.50 h
—Por favor, tráeme un Lagarto bien frío y un arroz con pollo —dijo Cayetano tras sentarse a la barra del café Ambos Mundos. Al menos allí, entre las baldosas y las paredes altas, estaba fresco, porque afuera el calor apretaba con torno—. Y cuando venga la cerveza quiero preguntarte algo.
Gloria apuntó el pedido, al que Cayetano agregó en el último minuto un dulce de coco con queso como postre. Cada vez que entraba a ese ambiente de puntal alto, pilares al descubierto y baldosas frescas, Cayetano se preguntaba qué habría dicho Ernest Hemingway de esa Habana que languidecía afuera con sus antiguas bodegas vacías, paredes desconchadas y edificios desplomándose por el abandono, de esas calles por las cuales fluían aguas nauseabundas y de esas veredas donde la gente permanecía sentada con una mezcla de indolencia e indiferencia ante la ruina desatada.
En fin, se dijo colocando sobre la barra la foto en la cual un bell boy aparecía entregándole un mensaje a Lara en el lobby del hotel. Gloria volvió con la cerveza y él aprovechó de preguntarle:
—¿Cómo se llama este personaje, mi niña?
Ella observó el retrato del muchacho junto a Lara, colocó la cerveza en la mesa, y dijo:
—Esa es La Manuela.
—¿Cómo que La Manuela?
—Así le dicen. Es una loca arrebatada, muy feliz.
—¿Y puedo preguntar en el lobby por él así, simplemente por La Manuela?
—Dime una cosa —Gloria enarcó las cejas, seria—, ¿la necesitas para la investigación?
—Exactamente.
—No me digas que el marido de tu cliente era bugarrón.
—Puede ser y por eso necesito hablar con La Manuela. Es importante.
—No te metas más en líos, muchacho —dijo Gloria vertiendo la cerveza fría en el vaso. De la calle llegó el escándalo de un camión y su tufo a gasolina—. Pero bueno, tú sabrás. Esta semana ella tiene libre acá y puedes encontrarla trabajando en la finca Vigía.
—¿La casa que tenía Hemingway en San Francisco de Paula?
—Exactamente. Abre sobre las diez de la mañana. Allí la encuentras con absoluta seguridad. Pero no te olvides del pomo que me prometiste.
—¿Cuál pomo, chica?
—No seas falso, Cayetano —reclamó Gloria sonriendo—. El de la crema de caracol que usan las actrices de cine para no arrugarse. Llévamela a mi apartamento, a Alamar, cuando quieras.