La Habana
26 de febrero, 20.20 h
Lucio Ross vio aparecer el primer coche de la caravana. Su techo refulgió al entrar desde calle Cuba. Lo seguían otro Ladalfa y dos Mercedes Benz bruñidos e idénticos. Activó el walkie-talkie que llevaba en la mochila, extrajo de ella el silbato y se echó la mochila a la espalda, y luego palmoteo la cabeza de Kamchatka. Dos Ladalfas más arribaron al lugar.
Los escoltas dejaron los vehículos portando sus AKM-45 en ristre y se desplegaron frente al hotel electrizando al público. De pronto Lucio divisó la figura imponente de Azcárraga que bajaba por la puerta delantera de un Mercedes. Llevaba el maletín ataché con el escudo antibalas del Comandante. Al ver a Azcárraga bajo la tenue luz de los faroles, recordó con una mezcla de nostalgia y rechazo los años en que habían operado juntos en Tropas Especiales. Azcárraga le parecía ahora más viejo, lento y grueso, aunque era el mismo hombre cejijunto, de frente amplia y rostro huraño, que había conocido en Luanda. Lo vio barrer los alrededores con sus ojos impenetrables, intercambiar miradas y luego abrir con unción la puerta trasera del blindado.