La Habana
16 de febrero, 11.50 h
—Encontramos el rastro, ministro.
—¿De quién?
El ministro iba a dejar su despacho en la Plaza de la Revolución cuando el coronel Omar lo detuvo. A través de las ventanas de la oficina se veían los ojos del gran retrato del Che Guevara que colgaba de la fachada del Ministerio del Interior.
—De Bento —repuso Omar. Andaba de uniforme y llevaba el quepis en la mano. Sudaba. Parecía que acababa de recibir la información.
—¿Dónde?
—Cruzó hace cinco días el puesto fronterizo Córdova-Américas en dirección a El Paso, Texas.
El ministro frunció el ceño. La DGI contaba desde hacía tiempo con colaboradores en la inmigración estadounidense. Eran cubano-americanos arrepentidos de haber dejado la isla, o funcionarios que simplemente buscaban incrementar su paga. Por lo general hacían un trabajo discreto y valioso, pensó desde el dintel de la puerta, y dubitó unos instantes entre volver al escritorio o bajar al subterráneo, desde donde alcanzaría el Palacio de la Revolución usando el túnel de emergencia.
—¿Y saben dónde está ahora? —preguntó con la mano en el pomo de la puerta. En el pasillo, paseando de ida y vuelta sin alejarse demasiado, se encontraba su secretario, un joven que cargaba un maletín de cuero.
—No sabemos exactamente dónde está —dijo el coronel—, pero Romeo afirma que no le costará dar con él. Bento anda en un carro alquilado de Ciudad Juárez, y aún no lo devuelve. Debe estar en Texas todavía.
—Felicita a Romeo y mantenme informado. Que no se escape el traidor.