La Habana
24 de febrero, 10.15 h
Se sentó a la barra de la cafetería del Ambos Mundos con el Granma bajo el brazo, ordenó un espresso y esperó a que Gloria apareciese. La mañana estaba espléndida y despejada, solo en la línea del horizonte se amontonaban unas nubes blancas, y una brisa fresca soplaba por las ventanas del local barriendo el embaldosado.
Tardó unos instantes en descubrir la noticia ya anunciada por Chuck. Venía en un recuadro inferior de la sección internacional. Informaba que Constantino Bento, el líder de una organización contrarrevolucionaria de Miami, había cometido suicidio en un motel de Texas ingiriendo una dosis excesiva de tranquilizantes. La nota agregaba que Bento atravesaba por un estado depresivo debido a que otra banda contrarrevolucionaria había asesinado a su mujer.
Cayetano dejó el diario sobre la barra con una sensación amarga y la convicción de que se internaba por un mundo cada vez más espúreo. Bebió el café dudando de la versión del suicidio. Aquello olía a una acción organizada por el régimen cubano. Bento era el hombre que había reclutado a Esteban Lara en el sur del mundo para que acabase con la revolución cubana, y le parecía extraño que de pronto hubiera decidido quitarse la vida. También era cierto que la muerte de su esposa y el fracaso de Foros podían haber precipitado su suicidio, pero le resultaba poco convincente. Especuló con la posibilidad de que el viaje de Lara a México pudiese estar vinculado con la muerte de Bento.
Gloria sonrió al aparecer con su uniforme y una bandeja de aluminio detrás de la barra. Estaba en el servicio a los cuartos, que era rentable por las mañanas debido a las propinas.
—Tengo una pregunta simple —dijo Cayetano—. Ando buscando a alguien que espera a su amante en el mirador. ¿Qué puede significar eso?
—¿Aquí en La Habana?
—Me imagino.
—Es que si es en Santiago de Cuba, ciudad de colinas, hay varias posibilidades.
—Pero ¿qué es lo primero que se te viene a la cabeza si yo te dijera que te espero en un mirador a secas?
Ella se apoyó en la barra frente a Cayetano, le acarició fugazmente una mano y le dijo:
—Lo primero que se me viene a la memoria es el mirador de la Loma del Puerto, pero ese está cerca de Trinidad, muchacho, lejísimo de aquí.
—¿Y en La Habana?
—No me vas a creer, Cayetano —dijo ella sonriendo—, pero lo primero que se me viene a la cabeza es un paladar que se llama El Mirador, y no está nada lejos de aquí. Claro, no compite con el elegante Mil ochocientos treinta al que me invitaste, pero tiene su encanto.