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La guerra para la que partieron era distinta de cualquier otro precedente que pudiera hallarse, y esto aun hablando en los términos más amplios.

El 3 de septiembre, el primer día de la guerra, el transatlántico Athenia había sido torpedeado y hundido, con pérdida de ciento veintiocho vidas. A su vez, el 14 de aquel mismo mes, fue hundido el primer submarino alemán, compensándose así aquel cruel golpe inicial. De esa forma, al principio, los acontecimientos se sucedían rápidamente. Durante el mes de septiembre fueron hundidos cuarenta barcos y dos grandes buques de guerra, el Courageous y el Royal Oak, fueron a parar al fondo del mar antes de que terminara el año. Pero aquello no podía durar mucho tiempo. En su mayor parte, las pérdidas de la marina consistían en barcos aislados que se encontraban en el mar cuando se declaró la guerra, como sucedió con el Athenia, y que se hallaban, como éste «en el peor sitio y en el peor momento»; pero a medida que se fue implantando el sistema de convoyes de navegación se convencieron en seguida de que valía la pena de hacer todos los esfuerzos posibles para adoptar aquel sistema de seguridad colectiva en lugar de dispersarse rezagados o adelantarse temerariamente saliéndose de la ruta señalada.

Los submarinos enemigos, en cumplimiento de su misión, estaban a la ofensiva, pero sus ataques no eran coordinados y ni siquiera resultaban muy efectivos. Probablemente no hubo más de una docena de ellos en el mar, a la vez y en un momento determinado, durante esta fase de la guerra y por consiguiente operaban en forma aislada. Merodeaban por las costas de Escocia e Irlanda y por el Golfo de Vizcaya, al acecho de barcos a los que pudieran atacar impunemente. Realizaron una serie de correrías, algunas con éxito y otras en que perdieron el tiempo. La coordinación y el control de ataque habrían de venir más adelante y, mientras tanto, el conjunto de aquellas actividades destructoras resultaba más bien improvisado y casi podía decirse que era labor de aficionados. Inglaterra tenía pocos barcos de escolta y Alemania pocos submarinos. El Atlántico es un océano muy grande y, en invierno, el lugar más propicio para esconderse que existe en el globo. Se trataba, en efecto, de una especie de juego del escondite, en el que participaban unos pocos niños, en un enorme jardín lleno de recovecos, con luz escasa y en el que solo, de vez en cuando, se dieran algunas voces que sirvieran de orientación. Si alguno de los niños resultaba malo y cruel y pellizcaba al compañero descubierto, ello no tenía nada de particular en un mundo infantil.

Tal era el aspecto que ofrecía la batalla del Atlántico a comienzos de 1940. El peligro radicaba allí, es cierto, pero ninguna de las partes contendientes se había lanzado a fondo; los submarinos acechando siempre, pero teniendo que confiarse a la suerte y no a la preparación. Para tomar parte en esta batalla desordenada fue para lo que la Compass Rose se hizo a la mar a principios de aquel año.