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La puerta de la barraca de la dársena se abrió de golpe y dejó pasar una corriente de aire terrible. Ericson levantó la cabeza y luego se volvió en el sillón.
—Adelante —dijo—; y hagan el favor de cerrar bien la puerta.
Los dos jóvenes que estaban de pie frente a él ofrecían un fuerte contraste físico, aunque sus uniformes, adornados en la manga con un único galón, delgado y de forma ondulada, les daban una aparente similitud. Uno de ellos, el de más edad, era alto, de pelo negro y cara alargada; tenía un aire avispado, como si sintiese que sólo necesitase del transcurso de un poco de tiempo para colocarse en su verdadero lugar, lo mismo que le había sucedido en otras muchas ocasiones pasadas en las que se había sabido comportar con competencia y eficacia. El otro, en conjunto, era un ejemplar mucho más sencillo: bajo, rubio, sin formar todavía… un jovencito que vestía un uniforme espléndido y que no estaba aún seguro de merecer tal distinción. Mirándolos, Ericson pensó en seguida que parecían padre e hijo, aunque apenas mediaran cinco o seis años de diferencia entre ellos. Esperó que alguno de los dos hablara, estando bien seguro de quién sería el que rompiese el fuego. El mayor saludó y dijo:
—Presentes en la Compass Rose, señor —y entregó un papel a Ericson que éste leyó.
—¿Es usted Lockhart?
—Sí, señor.
—¿Y usted Ferraby?
—Sí, señor.
—¿Es el primer barco en que van a prestar servicio?
—Sí, señor —contestó Lockhart como si, de un modo natural, fuera él el portavoz—. Acabamos de salir del King Alfred.
—¿Cuánto tiempo estuvieron haciendo prácticas allí?
—Cinco semanas.
—¿Y ya lo saben todo?
—No, señor —respondió Lockhart, sonriendo burlonamente.
—Bueno: eso ya es algo, de todos modos.
Ericson los miró con más detenimiento. Los dos iban muy elegantes. Cazadoras de piel de gamo de primera calidad, guantes, máscaras antigás… Parecían haber salido de las páginas del Manual de Instrucción. Sin duda se habrían preocupado de la cuestión del vestuario en su largo viaje desde la costa del sur hasta el Clyde, porque entre sus órdenes figuraba la de comparecer ante el almirante superintendente de la construcción de buques, y les habría parecido conveniente presentarse correctamente vestidos. El Capitán, con su vieja cazadora de trabajo de estameña y con los galones de oro deslucidos, parecía, en comparación, un andrajoso.
—¿Cuál era su profesión antes de la guerra? —preguntó Ericson, después de una pausa.
—Periodista, señor —respondió Lockhart.
—¿Y qué relación guarda?… —preguntó el Capitán, que se sonrió, señalando con la mano alrededor del despacho.
—Me gusta el deporte de vela, señor.
—¿Y usted? —inquirió Ericson, mirando a Ferraby.
—Estaba empleado en un banco, señor.
—¿No ha navegado usted nunca?
—Sólo he hecho la travesía a Francia, señor.
—Pues puede serle útil ahora. Muy bien —añadió—; vayan a ver el barco y preséntense al teniente. Anda por allí. ¿Dónde tienen sus cosas?
—En el hotel, señor.
—Tendrán que seguir hospedándose allí algún tiempo. Hasta dentro de un par de semanas no pernoctaremos a bordo.
Con un ademán de despedida, Ericson volvió a ocuparse del trabajo que tenía sobre la mesa. Los dos jóvenes lo saludaron militarmente, con cierto embarazo, y se dirigieron a la puerta. Mientras Ferraby la abría, el Capitán les dijo por encima del hombro:
—Por cierto: no me hagan el saludo militar en el interior de una habitación cuando yo no tenga la gorra puesta. No podré corresponderles del mismo modo. Lo más adecuado, según las ordenanzas, es quitarse la gorra cuando se entra.
—Lo siento, señor —dijo Lockhart.
—No tiene importancia —respondió Ericson en tono amistoso—. Pero más valdrá que lo tengan en cuenta.
Cuando se fueron, Ericson se detuvo un momento antes de entregarse de nuevo a su trabajo. Un periodista…, un empleado de banca…, viajes a Francia…, deporte de vela… Todo aquello no parecía muy profesional. Pero daban la impresión de ser unos chicos voluntariosos, y el mayor, Lockhart, tenía sentido común, o al menos así lo parecía. Con esa cualidad se pueden lograr muchas cosas en el mar, y, sin ella, muy pocas… El Capitán Ericson volvió a coger el lápiz.