Bryce Bonesman era un hombre larguirucho de sesenta y largos que rezumaba encanto y sofisticación. Me sostuvo la mano derecha y, agarrándome el antebrazo, dijo en un tono sincero:
—Gracias por venir.
—Gracias a usted —respondí aturullada, pues él era quien había pagado los billetes de avión y el magnífico hotel.
—Y gracias también a usted, señor. —Bryce trasladó su atención a Mannix.
—Ya los tienes aquí —dijo Phyllis—. ¿No es fantástico? —Echó a andar por un pasillo—. ¿El lugar de siempre? ¿Están todos?
La seguimos hasta una sala de juntas donde había un pequeño ejército de personas sentadas en torno a una larga mesa. Bryce hizo las presentaciones: estaba el señor Fulanito, vicepresidente de Marketing, y el señor Menganito, vicepresidente de Ventas. Había un vicepresidente de Publicidad, un vicepresidente de Libros de Bolsillo, un vicepresidente de Digital…
—Siéntese a mi lado. —Bryce me apartó la silla—. ¡No pienso perderla de vista!
Los vicepresidentes rieron educadamente.
—Nos encanta su libro —dijo Bryce Bonesman, a lo que siguió un murmullo de asentimientos—. Y podemos convertirlo en un éxito.
—Gracias —murmuré.
—¿Sabe que el mundo editorial está agonizando?
No lo sabía.
—Lamento oír eso.
—Afloja un poco —le dijo Phyllis—. No estás hablando de tu madre.
—Tiene usted una gran historia de fondo —comentó Bryce—. El síndrome de Guillain-Barré, el hecho de que Mannix fuera su médico. Lo de dejar a su marido será más difícil de encajar. ¿Es adicto al sexo? ¿Bebe?
—No… —No me gustaba la dirección que estaba tomando esto.
—Ya. ¿Todavía son amigos? ¿Celebran juntos el día de Acción de Gracias?
—En Irlanda no tenemos día de Acción de Gracias. Pero somos buenos amigos. —Más o menos.
—Se halla ante una oportunidad que solo se presenta una vez en la vida, Stella. Le estamos ofreciendo un generoso adelanto pero, si todo va bien, podría ganar mucho más.
¿En serio?
—Gracias —dije en un tono apenas audible, turbada por el hecho de que me consideraran tan valiosa.
Como quien no quiere la cosa, Bryce añadió:
—Naturalmente, necesitaremos que escriba un segundo libro.
—¿Oh? ¡Gracias! —Primero me sentí halagada, luego aterrorizada: ¿cómo demonios iba a hacerlo?
—Obviamente, la oferta está sujeta a ciertas condiciones.
¿Que son?…
—Este libro no será coser y cantar. Tendrá que hacer giras y salir en todos los programas de entrevistas del país. Tendrá que viajar mucho, promocionar su libro desde la base. Probablemente le organizaremos cuatro giras; empezaremos a principios del año próximo. Cada gira durará entre dos y tres semanas. La llevaremos hasta los puntos más recónditos del país. Queremos convertirla en una marca comercial.
No sabía muy bien qué significaba eso, pero murmuré:
—Gracias.
—Puede conseguirlo si trabaja duro.
—Se me da bien trabajar duro. —Por lo menos ahí pisaba fuerte.
—Deje su empleo e instálese aquí durante un año por lo menos. Ponga toda la carne en el asador o vuelva a casa.
Estaba atónita, casi en estado de shock. De pronto me di cuenta de algo. Yo ya había abandonado a mis hijos cuando caí enferma, no podía volver a abandonarlos ahora.
—Tengo dos hijos —dije—, de diecisiete y dieciséis años. Todavía van al colegio.
—Aquí tenemos colegios. Colegios excelentes.
—¿Me está diciendo que puedo traérmelos?
—Claro.
Mi cabeza empezó a dar vueltas, porque yo estaba casi obsesionada con la educación académica de Betsy y Jeffrey. A Betsy solo le quedaba un año de colegio, a Jeffrey dos. ¿Cómo afectaría a sus estudios que nos mudáramos a Nueva York? Por otro lado, seguro que los colegios aquí eran mejores que los de casa. Y seguro que la experiencia de vivir en otra ciudad les sería beneficiosa. Y aunque la cosa saliera mal, no era para siempre…
—El nuevo curso está a punto de comenzar —dijo Bryce—. El momento no podría ser más idóneo. Y podemos buscarles un apartamento en un buen barrio.
Uno de los vicepresidentes murmuró algo a Bryce.
—¡Claro! —contestó este volviéndose hacia mí—: ¿Qué le parecería un dúplex de diez habitaciones en el Upper West Side? Con asistenta y chófer y dependencias para el servicio. Nuestros queridos amigos, los Skogell, se marchan un año a Asia, de modo que su casa está disponible.
—Sí, pero…
Sabía instintivamente que Betsy y Jeffrey matarían por vivir en Nueva York. Alardearían de ello hasta quedarse afónicos. Y sabía que Ryan —puede que a regañadientes— lo aceptaría, pero ¿dónde encajaba Mannix en todo esto?
Phyllis se levantó y anunció:
—Necesitamos la sala.
Bryce Bonesman y su gente se levantaron. Miré a Mannix enarcando una ceja. ¿Qué demonios estaba pasando? Él me transmitió algo con la mirada pero por una vez no fui capaz de leerlo.
—Necesito un aparte con mi clienta —dijo Phyllis— y contigo. —Señaló a Mannix con la cabeza.
Los vicepresidentes desfilaron sin rechistar; por lo visto estaban acostumbrados a este tipo de cosas.
—Quédate ahí y no mires —ordenó Phyllis a Mannix—. Quiero tener unas palabras con Stella. —Bajando la voz, me dijo—: Sé en qué estás pensando. Estás pensando en él. —Lanzó una mirada fugaz a Mannix, que se había dado obedientemente la vuelta—. Estás enamoradísima y no quieres vivir en un país diferente del suyo. Te propongo algo. Tú necesitas a un ayudante, a un representante, llámalo como quieras, alguien que te allane el camino y se ocupe del negocio. Blisset Renown y tú estaréis continuamente en contacto por temas de viajes y logística. Tu hombre es listo, pilla enseguida las cosas. Y antes de que me lo preguntes, yo no me ocupo de esa mierda. Yo consigo grandes contratos pero no te llevo de la mano.
—Pero Mannix ya tiene un trabajo. Es médico.
—«Mi novio, el médico» —dijo Phyllis con sarcasmo—. ¿Qué te parece si le preguntamos al «médico» qué quiere el médico?
—Estoy rumiándolo —dijo Mannix.
—Te dije que no escucharas.
—Pues ya ves.
—Phyllis —interrumpí, nerviosa—, Bryce habló de un segundo libro.
—Ajá. —Agitó una mano para restar importancia a mi desasosiego—. Otra colección de esas sabias máximas como las de Guiño a guiño. Puedes hacerlo con los ojos cerrados. Primera regla de una editorial: si algo funciona, repite con un título diferente.
—¿Y crees que me pagarán lo mismo? —Casi no me atrevía ni a preguntarlo.
—¿Bromeas? Podría conseguirte un acuerdo para tu segundo libro por otro cuarto de millón de dólares ahora mismo. Pero mi intuición, que nunca me falla, me dice que si esperamos el momento oportuno te pagarán mucho más.
Fue básicamente su seguridad lo que me convenció de que podría crear una vida nueva a partir de la extraña oportunidad que Annabeth Browning me había brindado. Esto era real.
—¿Estarías dispuesto a renunciar a tu trabajo durante un año? —pregunté a Mannix.
—¿Un año? —Se retiró a algún lugar de su mente mientras yo contenía la respiración, esperando contra toda esperanza—. Sí —dijo despacio—. Si es por un año, creo que sí.
Solté el aire y me sentí casi eufórica.
—¿Y tú? —me preguntó—. ¿No te importa renunciar a tu trabajo durante un año?
Fue un detalle que me lo preguntara, pero, para mí, mi trabajo no era un trabajo de «verdad» como el suyo.
—En absoluto —respondí—. Lo tengo clarísimo.
La vida me había brindado inesperadamente una solución a todos mis problemas. A Jeffrey le encantaría vivir en Nueva York, y si para ello tenía que aceptar que yo estuviera con Mannix, lo aceptaría. Y yo, por mi parte, podría vivir con Mannix, compartir su cama cada noche…
—Gracias, Mannix —dije—. Gracias.
Era el momento perfecto para decirle que le quería. Había merecido la pena esperar.
—Mannix, te…
—¿Trato hecho entonces? —me interrumpió Phyllis.
Desanimada, asentí con la cabeza. Ya encontraría otro momento para decirle a Mannix que le quería.
Phyllis abrió la puerta y gritó:
—Ya podéis entrar.
Una vez que los vicepresidentes regresaron a su lugar y las patas de las sillas dejaron de chirriar, Phyllis se levantó y, desde la cabecera de la mesa, declaró:
—El contrato es vuestro.
—¡Fantástico! —exclamó Bryce Bonesman—. Es una gran noticia.
De repente los tenía a todos estrechándome la mano y asegurándome con una sonrisa que estaban deseando trabajar conmigo.
—Cenarán con mi esposa y conmigo a las ocho. —Bryce Bonesman miró su reloj—. Lo que significa que tienen tiempo de visitar el dúplex de los Skogell y conocer el barrio. Llamaré a Bunda Skogell para informarle de vuestra visita.
—Gracias. —Yo había confiado en poder ir a Bloomingdales mientras todavía me tuviera en pie.
—Y esta noche Fatima se llevará a sus hijos a dar una vuelta, ¿verdad, Fatima? —Fatima era una de las vicepresidentas y el anuncio pareció pillarla por sorpresa—. Llévatelos al Hard Rock y a un musical, pero que no sea Book of Mormon. Haz que se diviertan, pero dentro de la legalidad.
Se concentró de nuevo en mí.
—Mañana vuelva a casa, empaquete su vida y regrese aquí cuanto antes. ¡Tenemos mucho trabajo por delante!