Viernes, 6 de junio
6.01
Me despierto y quiero morirme. Tengo mono de carbohidratos. He pasado antes por esto y es espantoso. No tengo energía ni esperanza. En la cocina me esperan los cien gramos de requesón a los que tengo derecho en el desayuno, pero no me apetecen.
Agarro el iPad y examino la situación de Ryan. Ha colgado centenares de objetos para regalar y sus cuatro blogs han recibido cientos de miles de visitas. La cobertura mediática es internacional y todos los artículos son positivos. Se habla del «nuevo altruismo» y del «altruismo en tiempos de austeridad».
9.28
Estoy en la cocina contemplando un cuenco de requesón y tratando de reunir fuerzas para comérmelo cuando llaman a la puerta.
Entro de puntillas en la sala de estar, echó un vistazo furtivo de vaquero-en-tiroteo por la ventana y casi me caigo de espaldas cuando veo que es Ned Mount. El de la tele. El de Saturday Night In. ¡Seguro que esto es cosa de Ryan!
Y sin embargo abro. Porque le tengo cierto aprecio. Ned me entrevistó en la radio cuando salió Guiño a guiño y fue generoso y amable conmigo. Y me ha regalado un filtro de agua. Aunque eso, en realidad, lo soñé, ¿no?
—Hola —digo.
—Ned Mount. —Me tiende la mano.
—Lo sé.
—No estaba seguro de si te acordarías de mí.
—Claro que me acuerdo. —Tengo un momento de debilidad en que temo que voy a hablarle de mis sueños—. Entra.
—¿Seguro? —La mirada le chispea y sonríe de oreja a oreja. Porque ese es su trabajo, me recuerdo.
Una vez en la cocina preparo una tetera.
—Te ofrecería una galleta —digo—, pero me he quitado los carbohidratos y tuve que vaciar la casa de cosas ricas. ¿Te apetece requesón?
—No lo sé… ¿Me lo aconsejas?
—No —reconozco.
—De modo que has vuelto a Dublín —comenta—. Pensaba que te habíamos perdido para siempre cuando te marchaste a Estados Unidos.
—Bueno. —Me remuevo en mi silla—. Entre una cosa y otra… Pero supongo que no estás aquí por el requesón.
—No. —Sacude la cabeza casi con pesar—. Stella… —Su mirada es sincera—. ¿Qué puedo hacer para convencerte de que salgas con Ryan en el programa de mañana?
—Nada —digo—. No puedo. No puedo salir en la tele. Todo esto es demasiado…
—¿Demasiado…? —me insta a continuar con su mirada amable.
—No puedo salir en el programa y fingir que todo va bien… cuando todo va mal.
He hablado en exceso. Las antenas de Ned Mount se han activado y yo estoy al borde de las lágrimas.
—Oye. —Intento recuperar el control—. No creo que Ryan esté actuando correctamente. Estoy preocupada por él. Creo que sufre una crisis nerviosa o algo por el estilo.
—En ese caso, ven al programa y dilo.
Hago una pausa para reflexionar sobre la poca vergüenza que tiene la gente que trabaja en los medios. Por mucho que intentes escurrirte de sus garras, siempre consiguen acorralarte.
—Podrías decir lo que piensas —continúa—. Estoy seguro de que mucha gente estaría de acuerdo contigo.
—Yo no. Me convertiría en la persona más odiada de Irlanda. Ned, yo solo quiero vivir tranquila.
—¿Hasta que tengas otro libro que promocionar?
—Lo siento —digo—. Lo siento de veras.
Me distrae un ruido extraño en el recibidor, como un bandazo. Es Jeffrey. Irrumpe en la cocina con el pelo alborotado. Me mira a mí y luego a Ned Mount, pero no parece que nos vea.
—He bailado veintidós horas sin parar. —Tiene la voz ronca—. Le he visto la cara a Dios.
—Sigue. —Ned Mount se inclina hacia delante con interés—. ¿Y cómo es?
—Peluda, muy peluda. Me voy a la cama. —Jeffrey se marcha.
—¿Quién era ese? —pregunta Ned Mount.
—Nadie. —Siento por Jeffrey un fuerte instinto de protección.
—¿Seguro?
—Seguro.
Nos miramos.
—Vale —cedo finalmente—, es mi hijo. Y de Ryan. Pero te lo ruego, Ned, no intentes convencerle para que vaya a la tele. Es muy joven y está un poco…
—Un poco…
—Un poco… metido en el yoga. Es vulnerable. Déjale en paz, por favor.
13.22
En su sondeo semanal online, la revista Steller ha votado a Ryan el hombre más sexy de Irlanda. Hay una foto suya, donde se parece al hermano menos guapo de Tom Ford. Curiosamente, en el número nueve aparece Ned Mount.