Martes, 3 de junio
9.22
Mi desayuno consiste en cien gramos de salmón. Para eso preferiría no comer nada. No soy una persona de proteínas. Soy una persona de carbohidratos.
10.09
Pese a mi triste desayuno, empiezo a trabajar. Hoy escribiré mucho. Estoy segura.
10.11
Necesito un café.
10.21
Me pongo de nuevo a trabajar. Me siento inspirada, llena de energía… ¿Es el cartero?
10.24
Me meto en la cama con el catálogo de Boden que acaba de llegar y escudriño las páginas, evaluando cada prenda de acuerdo con su capacidad para disimular la barriga.
13.17
La puerta de la calle se abre y luego se cierra con un estruendo. Jeffrey grita «mamá» y empieza a subir las escaleras. Me levanto de un salto e intento dar la impresión de que llevo toda la mañana trabajando diligentemente. Jeffrey irrumpe en mi dormitorio muy alterado. Echa un vistazo a mi edredón arrugado y pregunta con suspicacia:
—¿Qué haces?
—¡Nada! Escribir. ¿Qué pasa?
—¿Dónde está tu iPad? —Me enseña su móvil—. ¡El proyecto karma de papá está en marcha!
Empiezo a cliquear y Jeffrey y yo miramos juntos el blog. Ryan ha subido sesenta y tres fotos de cosas para regalar, entre ellas la casa, el coche y la moto. Angustiada, paso las imágenes de sus preciosos muebles, lámparas y numerosos televisores.
—¡Eh! —Me entra un ataque de posesividad al reconocer un objeto que me pertenece—. ¡Esa es mi figurita de Jesucristo!
Un vecino de mamá me la había regalado cuando me encontraba en el hospital. Es espeluznante. No quise llevármela cuando Ryan y yo nos separamos, pero ahora que se dispone a regalársela a un extraño, la quiero.
El vídeo de Ryan ha tenido ochenta y nueve visitas. Noventa. Noventa y una. Noventa y siete. Ciento treinta y cuatro. La cifra crece a una velocidad pasmosa ante nuestros propios ojos. Es como ver el desencadenamiento de un desastre natural.
—¿Por qué lo hace? —pregunto.
—Porque es un capullo —responde Jeffrey.
—¿En serio?
—Puede que quiera hacerse famoso.
Fama. Eso es lo que la gente cree que quiere. La fama buena, claro. No la fama mala, esa en la que tiras un gato al contenedor de basura y una cámara de videovigilancia te graba y corre como la pólvora en YouTube y te conviertes en un paria internacional.
Pero la fama buena, esa tampoco es tan estupenda, desde luego no tanto como parece. En algún momento te hablaré de ello.
13.28
Llamo a Ryan. Me sale el buzón de voz.
13.31
Llamo a Ryan. Me sale el buzón de voz.
13.33
Llamo a Ryan. Me sale el buzón de voz.
13.34
Jeffrey llama a Ryan. Le sale el buzón de voz.
13.36
Jeffrey llama a Ryan. Le sale el buzón de voz.
13.38
Jeffrey llama a Ryan. Le sale el buzón de voz.
13.40 - 13.43
Me como once PIM’S.
14.24
Aparece otra foto en el blog de Ryan: su máquina Nespresso.
14.25
Aparece otra foto en el blog. Esta vez es una licuadora… Seguida de tres latas de tomate. Una tabla del pan. Cinco trapos de cocina.
—Está desmantelando la cocina —susurra Jeffrey.
Contemplamos horrorizados la pantalla.
Por ahí llega una sartén… y… otra sartén… y medio tarro de pasta de curry. ¿Quién va a querer medio tarro de pasta de curry? Se le ha ido la olla.
La culpa es mía. Nunca debí aceptar el contrato de la editorial ni mudarme a Nueva York. Tendría que haber sabido que en algún momento Ryan haría algo para reafirmarse como el verdadero creativo de los dos.
Con cada segundo que pasa aparecen nuevas fotos de sus posesiones: un escurrelechugas, una sandwichera, una colección de tenedores, un paquete de galletas Custard Creams.
—¿Custard Creams? —Jeffrey no sale de su asombro—. ¿Quién come Custard Creams en estos tiempos?
El vídeo de Ryan ha recibido 2564 visitas. 2577. 2609.
—¿No deberíamos ir a su casa y detenerlo?
—Déjame pensar.
14.44
Agarro el bolso, abro la cremallera del bolsillo secreto, localizo mi Xanax de emergencia y me tomo medio.
—¿Qué es eso? —pregunta Jeffrey.
—Eeeh… un Xanax.
—¿Un tranquilizante? ¿De dónde lo has sacado?
—De Karen. Dice que todas las mujeres deberían llevar un Xanax en el bolsillo secreto del bolso para casos de emergencia. Y esto es una emergencia.
14.48
Llama Karen.
—Oye —dice—, Ryan está haciendo cosas muy raras.
—Lo sé.
—¿Ha perdido el juicio?
—Eso parece.
—¿Y qué piensas hacer al respecto? Tienes que internarlo en un psiquiátrico.
—¿Y cómo lo hago?
—Preguntaré a Enda. Luego te llamo.
14.49
—Enda va a averiguar cómo internar a Ryan en un psiquiátrico —digo a Jeffrey.
—Vale. Genial.
—Sí, genial. Ya lo creo que sí. Genial. Lo internaremos y todo se arreglará.
Pero tengo la desagradable sospecha de que internar a una persona no es tan fácil como parece. Y que una vez internada podría ser difícil desinternarla.
Me tomo el resto del Xanax.
15.01
—Vamos a su casa e intentemos razonar con él —propongo.
Ryan vive a solo tres kilómetros, y tanto Jeffrey como yo tenemos llaves de su casa.
—¿Cómo? ¿Piensas conducir? Acabas de tomarte dos tranquilizantes.
—Un tranquilizante —le corrijo—. Uno. En dos mitades.
Pero tiene razón. No puedo conducir después de haberme tomado el Xanax. Podría provocar un accidente.
—Está bien —concedo en un tono altivo—. Iremos andando.
—Te caerás en una zanja y me tocará a mí sacarte.
—Estamos en la ciudad, aquí no hay zanjas.
No obstante, estoy empezando a arrastrar las palabras. No me caeré en una zanja, pero puede que a los diez minutos de caminata decida que sería de lo más agradable tumbarse en la acera y sonreír beatíficamente a los transeúntes.
—¿Por qué tienes que drogarte? —Jeffrey está enfadado.
—No me drogo. ¡Es un medicamento recetado por el médico!
—No era tu médico.
—Un tecnicismo, Jeffrey. Un mero tecnicismo.
—Necesitamos hablar con una persona sensata.
Nos miramos fijamente, y pese a la nube de Xanax que me envuelve, me asalta el dolor. Sé lo que Jeffrey se dispone a decir.
—No —le freno.
—Pero…
—No. Él ya no forma parte de nuestras vidas.
—Pero…
—No.
El timbre de mi móvil me hace dar un respingo.
—¡Es Ryan!
—Pásamelo. —Jeffrey agarra el teléfono—. Papá. ¡Papá! ¿Te has vuelto completamente loco?
Tras una conversación breve en la que solo habla Ryan, Jeffrey cuelga. Parece hundido.
—Dice que son sus cosas y que puede hacer con ellas lo que quiera.
Abrumada por mi propia incapacidad, me como otros tres PIM’S. No, cuatro. No, cinco. No…
—Para. —Jeffrey me quita la caja.
—¡Son míos! —Parezco un poco trastornada.
Sostiene la caja por encima de su cabeza.
—¿No puedes encontrar otra manera de afrontar los problemas que no sea drogándote con Xanax o azúcar?
—No, ahora mismo no.
—Me voy a meditar.
—Vale, como quieras, yo me voy a…
… tumbar en la cama y sentir cómo floto. Y a rescatar otra caja de PIM’S de mi «muro».