16.22

—¡He oído que vas por ahí fardando de chinos! —Karen está en la puerta de mi casa con una melena rubia superlisa.

—¡Sí! —Me aparto para dejarla pasar—. ¡Cuánto te lo agradezco! Debo reconocer que tenía mis dudas…

—Déjalo ahí. —Se encamina hacia la cocina—. ¿Es demasiado pronto para una copa de vino? Supongo que sí. Además, tú no puedes beber. —Enciende la tetera—. ¿Dónde estábamos? Ah, sí, ahora no empieces a pensar que estás bien. Los chinos solo son una solución temporal. Un camuflaje. Todavía tienes que perder cinco kilos.

—¡De cinco nada! —exclamo—. Tres.

—Cuatro y medio.

—Tres y medio.

—Tú misma. La mayoría de la gente —comenta pensativa— cuando su vida se va al garete se adelgaza. ¿Cómo puedes tener tan mala suerte? —Abre y cierra un par de cajones—. ¿Hay bolsas de té normales? No pienso beber esas hierbas asquerosas.

—Yo tampoco —afirmo toda digna—. Esas hierbas asquerosas son de Jeffrey.

—Mira que tienes un hijo raro… Aunque al mío déjalo correr. ¿Crees que somos portadoras de algún tipo de tara que afecta a los varones? Proteínas —dice de pronto—. Eso es lo que necesitas. Proteínas a saco. Olvida que los carbohidratos existen siquiera.

—¿Esas pestañas son tuyas? —pregunto, ansiosa por cambiar de tema.

—¿Esto? —Agita sus pestañas largas y afiladas—. Nada es mío. Todo es falso. Uñas. —Alarga las manos hasta mi cara y las retira en un visto y no visto—. Dientes. —Abre sus fauces con un rápido rugido—. Cejas. Bronceado. Voy a hacerte una extensión de pestañas. —Traga saliva y, no sin cierta vacilación, añade—: A precio de coste.

Niego con la cabeza.

—Ya he llevado extensiones en las pestañas y son una pesadilla. No puedes tocarlas, no hagas nada que pueda alterarlas. Es como estar en una relación disfuncional.

Karen me clava una mirada cargada de significado.

—No era disfuncional —digo—. Era funcional.

—Hasta que dejó de serlo.

Empiezo a notarme un poco llorosa.

—Karen… quizá deberías irte. —De repente recuerdo algo—. Anoche volví a soñar con Ned Mount.

—¿Y qué haces soñando con él?

—¡No podemos decidir con quién soñamos! Además, me cae bien. —Me había entrevistado en su programa de radio cuando Guiño a guiño salió en Irlanda. Congeniamos enseguida.

—¿Podrías…?

—No… Esa parte de mi vida ha terminado.

—Solo tienes cuarenta y dos.

—Cuarenta y uno.

—Y medio.

—Y cuarto. Solo y cuarto.

Karen observa detenidamente mi rostro.

—No te irían mal un par de pinchazos. El doctor JinJing estará el jueves. Yo invito.

—No, gracias…

Debido a drásticas restricciones en la ley, Karen tuvo que dejar de hacer infiltraciones, y ahora un joven médico chino acudía al salón cada dos jueves e inyectaba Botox y rellenos a una clientela entusiasta. Pero yo había visto los resultados del trabajo del doctor JinJing y tenía pánico. Torpes sería la mejor manera de describirlos, y sabía por experiencia que un Botox mal inyectado era peor que cero Botox.

En Nueva York, recurrí a alguien muy bueno, un médico que entendía el significado de «sutil». Incluso podía mover las cejas… Luego cometí el error de querer ahorrar y acudí al especialista más barato que convirtió mi frente en una especie de toldo. Parecía una cromañona permanentemente enfadada. Los dos meses que estuve esperando a que ese Botox mal inyectado abandonara mi rostro se me hicieron eternos.

—¿Estás segura? —me pregunta Karen con impaciencia—. No te cobraré. No todos los días se recibe una oferta como esta.

—En serio, Karen, estoy bien así.

—¿Es que no me escuchas? ¡He dicho que no te cobraré!

—Gracias. Genial. Pero… más adelante, ¿vale?

Mi karma y yo
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