b) Un ejemplo: la torre de observación forestal. Estar presente y hacernos presente
Tenemos que llegar a conocer mejor esta «potencia del alma», aun cuando sea sólo en sus rasgos más breves, y en concreto, ahora, sin orientarnos según la parábola platónica. En ello se trata sobre todo de ver también que no se trata necesariamente ni en primera instancia de lo que llamamos «recuerdo». Escogemos para ello un ejemplo que se sugiere y que no es artificioso.
En una caminata por la Selva Negra, llegamos ante una torre de observación forestal. Se alza inmediatamente ante nosotros, comparece corpóreamente. La vemos, y a la vista de ella podemos hacer reflexiones acerca de quién pudo construirla, cuándo, para qué, y similares.
En tal situación, nuestra conducta es constantemente ésta: el ente que comparece inmediatamente lo tenemos en nuestra presencia. Nuestra conducta es un tener presente, que queremos llamar brevemente: estar presente este ente que sale al encuentro.
Por la tarde en casa, o en días posteriores, por ejemplo ahora, podemos volver a lo visto y a lo reflexionado a propósito de ello (remontarnos a ello). Entonces ya no tenemos la torre en nuestra presencia inmediata. No está presente aquí en el aula. Nuestra conducta para con este ente no es ahora un estar presente en el sentido mencionado, sino, como decimos, nos hacemos presente la torre.
¿Pero qué significa eso? También se dice: ahora, en casa o aquí en el aula, no estamos percibiendo la torre de observación forestal como la mesa y el libro en nuestro cuarto, sino que «sólo nos la representamos». Así pues, como se dice, nos estamos refiriendo meramente a una representación, e incluso, como también se dice, nos hacemos «sólo una imagen» de la torre. Esta descripción de nuestra conducta, del hacernos presente, es tanto correcta como falsa. ¡Examinémonos, dejando aparte toda teoría y toda psicología! ¿A qué estamos orientados cuando nos hacemos presente ahora la torre de observación forestal? Correcto es: no estamos orientados a ella como un ente corpóreamente presente ante nosotros en nuestro actual campo de visión. ¿Pero acaso estamos orientados a una «representación»? Si ahora me represento cómo nieva en los prados de la montaña, y la torre, cómo cae la nieve sobre ella, ¿estoy queriendo decir que una representación es cubierta por la nieve o que una imagen de la torre está nevada? ¿A qué estamos orientados cuando nos hacemos presente la torre? Única y exclusivamente a la torre misma, a ella como un ente que se alza en los prados existentes de la montaña. (Eso parece ser trivial. Pero en la ciencia, en la llamada psicología y también en la teoría del conocimiento, encuentran ustedes cosas totalmente distintas). Este ente mismo es a lo que nos referimos, y a nada más. Tampoco necesitamos trasladarnos desde el cuarto hasta los prados en la montaña y hacer como si estuviéramos ahí, sino que aquí, desde aquí, existiendo en esta aula, podemos dirigirnos con toda naturalidad a aquel ente, mentarlo directamente a él y a nada más y tenerlo ante nosotros, ciertamente de modo que el ente no se alza corpóreamente ante nosotros en la mirada, sino que en cierta manera está fuera, pero pese a todo no ha desaparecido.
Ahora bien, este «tener ante sí» lo que no está compareciendo inmediatamente en la presencia próxima, tampoco es necesariamente un recordar. Al hacernos presente la torre, no necesitamos mentarla como aquella ante la cual nosotros estuvimos en aquel momento, sino que podemos hacérnosla presente sin nada de eso, simplemente como torre que se alza. Recordar es un modo particular de hacerse presente. No todo hacerse presente es necesariamente ya un recuerdo, pero sí a la inversa. Al hacernos presente algo, tampoco nos atenemos a la memoria en el sentido de que estuviéramos rebuscando en nuestro interior representaciones de las cosas que estuvieran guardadas ahí. No estamos orientados a nuestro interior, sino a la inversa: cuando nos hacemos presente el ente, estamos totalmente lejos, hemos salido hacia él, afuera, orientados a la torre, para traer de ella ante nosotros todas sus propiedades, su aspecto completo. Es más, en ocasiones sucede incluso que el ente mismo hecho presente, al ser hecho presente, lo vemos mucho más claramente y pleno que en la percepción inmediata de lo que está presente. De pronto tenemos ante nosotros lo que en el ver inmediato y corporal no nos «llamó la atención», como decimos. Pero lo que tenemos ahí ante nosotros no son representaciones, imágenes ni jirones de imágenes ni rastros de un recuerdo en nuestro interior ni similares, sino que eso a lo que este «tener ante sí» permanece orientado, y orientado en exclusiva, es la torre misma existente.
Así pues, hacerse presente es una forma propia del volverse a lo ente mismo. Sólo si esta circunstancia del hacerse presente la hemos asumido y llegado a conocer imparcialmente sin psicología, desde nuestra y en nuestra existencia existente, podemos preguntar: ¿qué debe significar la parábola de la masa de cera, y dónde residen los presupuestos específicos para explicarse y simbolizar de tal modo la circunstancia del hacerse presente?
Sabemos que los griegos conciben la comparecencia inmediata de lo ente en la visión o imagen (εἶδος) que ofrece. Cuando lo ente sale al encuentro en el inmediato estar presente, el εἶδος viene a nosotros, pasa a ser lo que nosotros «tenemos» (tenencia y posesión). Ahora bien, si ese mismo ente no lo percibimos, sino que sólo nos lo «representamos» (nos lo hacemos presente), entonces, aunque nuevamente hay ahí tal cosa como una visión o imagen (εἶδος), sin embargo, no la hay de modo que el propio ente venga por sí mismo corpóreamente a nosotros, sino que nosotros nos trasladamos hasta él, sin abandonar nuestra ubicación fáctica. Este fenómeno: que al hacernos presente algo la visión o imagen no venga desde el ente a nosotros, esta circunstancia se explica enseguida así: luego la visión tiene que venir de nosotros. Pero si es así, entonces tiene que estar guardada en nosotros, y nosotros tenemos que poder sacar de nosotros la posible visión. Como no es la visión inmediata y plena (εἶδος), sino que sólo tiene ese aspecto, a esta visión que sacamos de nosotros los griegos la llaman εἴδωλον. Por eso dice Platón: ἔνεστιν ἐν τῇ ψυχῇ εἴδωλον αὐτοῦ;[136] a modo de parábola: este εἴδωλον tiene que estar acuñado y guardado como un grabado en la masa de cera en el alma. Pues bien, lo que ahí es parábola, en el modo común y tosco de explicación es tenido por la cosa misma. Este modo común de representación ha pasado luego incluso a la ciencia, a la psicología y a la teoría del conocimiento. Esto ha conducido a que no se haya llegado a conocer en absoluto la circunstancia del hacerse presente, sino que todo se ha visto ya a la luz de este modo de explicación, y por eso se llegó enseguida a la tesis usual y común de que, cuando algo no lo estamos percibiendo sino que sólo nos lo representamos, naturalmente sólo podemos estar referidos a representaciones, y —como es sabido— cosas tales como representaciones están «en nosotros», son algo psíquico. Pero que, frente a todo esto, al hacernos presente algo estemos orientados al ente mismo y no a algo psíquico, no llega a tener una validez determinante en la caracterización fundamental del fenómeno del hacernos presente.
Pero, ciertamente, en ello no hay que pasar por alto que (como vimos antes) al igual que sucedía en el tener presente percibiendo en que consiste la αἴσθησις, también sucede que en el hacer presente que el hombre lleva a cabo su corporalidad está activada en el medio. Pero cómo, eso sólo puede aclararse, es más, sólo puede preguntarse en general por vez primera, si previamente se han visto con claridad y se han fundamentado lo suficiente las circunstancias que posibilitan y requieren tal activación intermedia. Este carácter fundamental es lo que le importa a Platón cuando aduce la parábola, y no un intento de explicación fisiológica de la memoria, sino realzar y esclarecer la esencia del hacer presente, que hace posible y necesaria por vez primera tal cosa como una memoria.
Pero este fenómeno del hacernos presente tenemos que llegarlo a conocer mejor ahora, con toda imparcialidad y naturalmente, meramente a partir de la conducta existente de la existencia humana y al mismo tiempo en la dirección que se vuelve importante para el contexto del problema platónico.
Al hacernos presente un ente, sostenemos ante nosotros este ente, demorándonos al mismo tiempo para estar con él, tendiendo a estar con él. De forma pronunciada, en una variación peculiar, esta conducta se nos muestra en eso que llamamos aferrarse a un hombre, estar de parte suya, no abandonarlo. Ésta es la forma, sólo que múltiplemente modificada y modificable, en que constantemente tendemos a estar con todo ente, justamente también porque no todo ente está compareciendo corpóreamente ni, encima, puede comparecer. Hacernos presente algo puede concebirse desde aquí como un modo del estar presente algo, un modo como nosotros mantenemos lo ente en nuestra presencia, aunque justamente el círculo de esta presencia se amplía de modo peculiar. Cuando llegamos a conocer algo, un ente, eso significa que lo asumimos en el círculo de aquello que mantenemos presente en el sentido más amplio. Conservamos el ente mismo que hemos llegado a conocer, y nos mantenemos a nosotros mismos en una referencia tal a él, ciertamente suponiendo que aprendamos de un modo auténtico, y no externamente, en el sentido de que, justamente sin una relación con el ente mentado, meramente nos inculquemos a ciegas, como una materia, nociones y palabras y opiniones sobre él.
Así pues, tenemos la facultad de retener. En realidad, eso no significa tanto conservar en la memoria nociones e imágenes, sino estar con entes que no están corpóreamente dados. Lo que retenemos y podemos retener así, lo llamamos lo retenido. Como tal nos referimos siempre a lo ente mismo, y concretamente tal como está ahí en el hacernos presente y para éste. Ahora bien, todo lo que puede llegar a ser para nosotros algo retenido, es retenible de formas diversas. El estar retenido y la retenibilidad pueden modificarse de dos modos fundamentalmente distintos, y con ello se modifica también el modo de hacer presente. Aquí sólo podemos investigar el fenómeno en una determinada dirección.
Lo que está en la presencia de nuestro hacer presente puede alejarse cada vez más de tal forma que nosotros aflojemos por nosotros mismos la referencia al ser, que el ente con el que estábamos, nos importe menos y ya nada. Aflojándose esa referencia al ser que es el retener, se difumina al mismo tiempo (aunque no necesariamente) la visión o imagen del ente: se vuelve confuso, dejamos que el ente se escurra de lo retenido, lo dejamos marchar hasta el punto de que, lo que antes era patente, se olvida y, por tanto, vuelve a estar oculto para nosotros y desaparece.
También aquí hay otras posibilidades: que la modificación del ente la experimentemos y la asumamos conjuntamente en lo retenido; aun cuando el ente haya desaparecido por completo, una especie de recuerdo necesario (así como luego el hacernos presente tiene que ser necesariamente recuerdo).
Pero lo retenido, en lo que para nosotros está presente el ente con el que estamos al hacérnoslo presente, también puede modificarse de tal modo que el ente, por sí mismo, se modifique inadvertidamente, es decir, sin que, al hacérnoslo meramente presente, nos demos cuenta ni podamos darnos cuenta de ello. Eso a lo que nos atenemos entonces, según la orientación del hacer presente, sigue siendo aquel ente mismo, pero justamente porque seguimos orientados a él tal como lo tenemos retenido, al hacérnoslo presente, estamos desfigurando el ente. Nosotros seguimos estando con algo retenido, mentamos aquel ente, pero éste, conforme a su ser propio se ha vuelto otro.
De modo correspondiente, podemos representarnos algo, hacérnoslo presente en el sentido aún más amplio y nuevo de que meramente nos lo «figuremos» o nos lo «imaginemos», que en una configuración libre nos proporcionemos una visión o imagen de algo, por ejemplo que nos representemos que en lugar de la torre de observación forestal hay un lago. Tampoco aquí estamos ocupados con nuestras representaciones en nuestro «interior», sino que este figurar es un libre reconfigurar el ente que nos resulta familiar en el estar presente y en el hacernos presente.
De todo esto obtenemos que este «atenerse a algo» que retiene, y por tanto lo retenido mismo, puede modificarse de múltiples maneras. Para repetirlo: primero, aflojando nosotros mismos la referencia de ser con el ente y alejándonos del ente sin intervención de éste; pero luego también, sustrayéndosenos por su parte el ente, sin que nosotros nos demos cuenta, y modificando de este modo lo que tenemos retenido. Finalmente, hay cosas retenidas que nos representamos más o menos libremente en el modo de la imaginación. El µνηµονεύειν, que debe ser simbolizado con la primera parábola, el retener lo retenible, es así en sí mismo una facultad polimórfica del alma. Pero, como vimos, el «alma» es en su esencia la relación del hombre con el ser de lo ente. Lo en cada caso retenido es retenible de forma diversa.