§ 23. Los sentidos: son sólo vías de paso, pero ellos mismos no son lo percipiente en la percepción humana
Para resolver esta pregunta, hay que investigar qué está, pues, implicado en este «ponerse a sí en una relación» percipiente, quién o qué es capaz en realidad de una relación tal con lo perceptible o lo percibido, y la mantiene. Por eso Sócrates comienza la siguiente delimitación crítica de la esencia de la αἴσθησις con las palabras (184 b 8):
Εἰ οὖν τίς σε ὧδ᾿ ἐρωτῴη· τ ῷ τὰ λευκὰ καὶ µέλανα ὁρᾷ ἄνθρωπος καὶ τ ῷ τὰ ὀξέα καὶ βαρέα ἀκούει; εἴποις ἄν, οἶµαι, ὄµµασί τε καὶ ὠσίν.
Teeteto: Ἔγωγε.
«Ahora bien, Teeteto, si uno te preguntara: ¿con qué ve un hombre las cosas blancas y negras, y con qué escucha las cosas agudas y graves?, creo que tú podrías decir: con los ojos y con los oídos.
—Sí».
En conformidad con Teeteto, Sócrates expresa aquí clara y resueltamente una constatación muy inmediata y habitual. Adviértase bien que en el percibir que está en cuestión no se trata de la percepción en general, de la percepción de un ser cualquiera, por ejemplo del animal, sino del percibir del hombre, como comportamiento humano (el del ψυχή y λόγος con el ὄν), con arreglo a la pregunta conductora de qué es el saber, a saber, aquel del cual nosotros los hombres somos capaces. Nosotros «vemos». ¿«Con qué» vemos? ¿Quién ve? ¿Qué es lo vidente cuando vemos? ¿Quiénes somos «nosotros»? En el percibir del hombre, es decir, en el ver, oír, etc., evidentemente entran en juego ojos y oídos, etc. Ellos son eso «con lo cual» (ῷ) percibimos. Literalmente: lo que ahí está trabajando, aquello que «emprende», por así decirlo, el percibir. Donde hay percepción y estar percibido, ahí entran en juego la nariz, la lengua, el ojo y el oído en el caso del ver y el oír. Lo que ahí entra en juego en la percepción, lo que «por tanto» lleva a cabo y emprende en cierta manera el percibir, eso será «por tanto», consecuentemente, aquello que entabla una relación con lo percibido o lo perceptible: el olor, el color, el sonido, etc. Al fin y al cabo, ahora se está preguntando justamente por ello: por lo que entabla la relación en cuanto tal en el comportamiento perceptivo. ¿Podrá ser esto la corporalidad? ¿A través de qué percibimos cosas calientes y frías, ligeras, dulces? ¡A través de la corporalidad, después de todo! Pero también hay acuerdo en que cada facultad hace accesible en cada caso sólo lo que le puede venir dado a ella, y no otra cosa.
En la percepción como «ver», por ejemplo, entra en juego el ojo. ¿Pero podemos decir: por tanto el ojo es lo que realiza el percibir? ¿Puede equipararse así sin más: entrar en juego en un percibir y realizar la percepción? Cuando expresamos los dos con la palabra ῷ y decimos que el percibir sucede «a través de» los ojos, entonces este «a través de» es ambiguo. Por eso conviene aquí un uso verbal más estricto y preciso. Aunque Platón enfatiza también que sería mezquino y testimoniaría una superioridad y una libertad interior escasas empecinarse en la conversación en palabras concretas, siempre quiso apremiar a que las palabras se emplearan con su significado definitorio. «Ver a través de los ojos» o «ver con los ojos»: en principio, son equivalentes. Pero aquí se trata de aclarar una circunstancia esencial: lo que en el «comportamiento» percipiente constituye la «relación», o mejor: la entabla. Hasta ahora (por ejemplo en el ver) se dice: los ojos. ¿Qué son por tanto «los ojos»? Así pregunta Sócrates a Teeteto (184 c 5):
σκόπει γάρ· ἀπόκρισις ποτέρα ὀρθοτέρα, ῷ ὁρῶµεν τοῦτο εἶναι ὀφθαλµούς, ἢ δι᾿ οὗ ὁρῶµεν, καὶ ῷ ἀκούοµεν ὦτα, ἢ δι᾿ οὗ ἀκούοµεν;
«¡Mira! ¿Cuál de las dos respuestas es aquí la más adecuada a la circunstancia: los ojos son (ῷ ὁρῶµεν ἢ δι᾿ οὗ) aquello que realiza el ver, o aquello pasando a través de lo cual sucede el ver?».
La pregunta correspondiente para el oír y los oídos. («ῷ» es equívoco, «a través de» no da el sentido. Por eso, para «ῷ» decimos «lo que»: lo que es lo percipiente, a diferencia de «a través de lo cual»).
Así pues, la decisión en la determinación esencial del ojo, el oído, la nariz, la lengua, depende de esto: ¿es algo que realiza por sí mismo el percibir, que está operando, o es algo pasando a través de lo cual sucede el percibir? Teeteto concede: la caracterización dada en segundo lugar es la más correcta: ojo, oído, nariz, etc., son algo a través de lo cual sucede el percibir, pero no aquello que realiza por sí mismo el percibir.
¿Por qué esta caracterización es la más adecuada? ¿Por qué acierta con la circunstancia? La fundamentación de ello no la da el propio Teeteto, sino que la asume Sócrates. La demostración que da es, en cuanto a la forma externa, indirecta. En cuanto al asunto, Platón exhibe una reflexión básica de significación fundamental. Ciertamente, para entenderla y para agotar realmente el problema conductor, tenemos que dejar aparte, aquí como por lo demás siempre, los cuestionamientos y progresos de la psicología actual (de la psicología en general) y similares. Más bien, para la comprensión se requiere por un lado la autoexperiencia precientífica, cotidiana e imparcial del hombre, y por otro lado una actitud inquiriente clara, filosófica y de amplio alcance. Lo que hoy se conoce como «psicología» tampoco acierta aún con ninguna de estas dos cosas.
La tesis que también concede Teeteto dice: el ojo (oído, etc.) es aquello pasando a través de lo cual (δι᾿ οὗ) percibimos, no lo que realiza la percepción. La demostración es indirecta, es decir, se supone lo contrario de la tesis afirmada, se piensa la consecuencia de este supuesto y se la examina en la circunstancia. Es decir, suponiendo que el ojo sea ῷ, es decir, que el ojo no sea aquello a través de lo cual vemos, sino lo que realiza el ver, entonces tenemos que dejar valer también el supuesto correspondiente por ejemplo para la nariz, la lengua, la mano. Es decir, de modo correspondiente es el oído lo que realiza el oír. El ojo entabla una relación con el color, el oído con el sonido, la nariz con el olor, la lengua con el gusto, la mano con lo tangible. ¿Qué sucede entonces? Pongámonos en claro esta situación. Los ojos, los oídos, la nariz, la lengua, la mano, son algo que está presente en diversas partes del cuerpo humano y que se ocupa en cada caso de su objeto percibido. Según eso, los colores que ve el ojo, los sonidos que oye el oído, el olor, etc., y eso significa su relación con el percipiente, están distribuidos por los diferentes lugares correspondientes del cuerpo. Entonces, los objetos percibidos singulares (color, sonido, etc.) y las percepciones aparecerían y estarían en diversos lugares dentro de la masa global del cuerpo, cada uno por sí mismo. ¿Qué «percibimos» entonces? ¿Qué elevamos y abarcamos inmediatamente en la «mirada», en la comparecencia? Así dice la reflexión decisiva (184 d 1 ss.):
∆εινὸν γάρ που, ὦ παῖ, εἰ πολλαί τινες ἐν ἡµῖν ὣσπερ ἐν δουρείοις ἵπποις αἰσθήσεις ἐγκάθηνται, ἀλλὰ µὴ εἰς µίαν τινὰ ἰδέαν, εἴτε ψυχὴν εἴτε ὅτι δεῖ καλεῖν, πάντα ταῦτα συντείνει, ᾗ διὰ τούτων οἷον ὀργάνων αἰσθανόµεθα ὅσα αἰσθητά.
«Tremendo sería, hijo mío, si sucediera que tantos objetos que están percibidos [muchas de estas cosas que se muestran, φαντασίαι y αἰσθήσεις] y que dentro de nosotros están en cierta manera esparcidos, se juntaran en lugares distintos, como los guerreros en el vientre de caballos de madera, y si todo esto no se tendiera junto [se congregara y se tensara] hacia algo así como una idea, es decir, hacia un cierto elemento único avistado, llámese el “alma” o como se quiera».
Esta situación sería δεινόν, algo tremendo y terrible. ¿Por qué? Lo supuestamente percibido por el ojo, el oído, etc., no sería entonces perceptible para el hombre. De otro modo, tendría que dirigirse ora a este lugar, ora a este otro dentro del cuerpo, ora estar incluso al mismo tiempo en varios lugares. Eso sólo sería posible si él, el hombre, pudiera ser en ello el mismo que ve, que oye, etc. Pero así (según el supuesto) ve el ojo, oye el oído. El percibir está completamente esparcido en diversos lugares del cuerpo, y que estos lugares estén presentes en el mismo cuerpo, aun cuando admitamos los nervios, no contribuye en nada a remediar este esparcimiento. Al contrario: el cuerpo precisamente lo mantiene. Aquí aparece un ver, ahí un oír, allí un gustar. ¿Pero quién está viendo y oyendo ahí? En el supuesto de que es el ojo lo que realiza el percibir —ver— (y de modo correspondiente los otros sentidos), la situación se vuelve de hecho terrible:[89] no habría nadie que pudiera ver y oír y oler. Entonces al hombre no le sería posible ver y oír algo al mismo tiempo, percibir ambas cosas simultáneamente. Es más, todo el ser humano, en cuanto a sus percepciones y perceptibilidades, estaría en sí mismo fragmentado y descompuesto. La esencia del hombre se volvería totalmente imposible. De este modo se aprecia que no puede suceder así.