§ 31. Tender inauténtico y auténtico. El ἔρως como aspiración al ser
Pero aquí nos sale al paso una nueva dificultad: exactamente igual que el poseer caracterizado, también el tender puede representar, pese a todo, un comportamiento inauténtico. Aquel poseer se evidenció como una pretensión sin inhibiciones de todas las carencias y necesidades que apremiaran arbitrariamente. De este modo, también el tender puede convertirse en un mero ir detrás siguiendo en dirección a lo ansiado. El tender queda entonces fijado en esta dirección única hacia lo aspirado. Con ello, se consume a sí mismo en su tender y mero pender de lo pretendido. Pero este consumirse del tender pasa a ser destrucción del sí mismo propio. Un tender tal como lo hallamos en todo apetito que se apodera de nosotros, no es menos inauténtico que el poseer antes mencionado. Lo que aquí se ve afectado por el tender, lo pretendido, no es tenido, sino al contrario: lo pretendido, de lo que pende el que tiende, tiene justamente al que tiende, y concretamente de modo que éste se queda apresado en su propio tender, perdiendo con ello de vista el sí mismo propio. Pero un tender tal es tanto más capcioso cuanto que conlleva la apariencia de ser, al cabo, energía para actuar, vitalidad y variedad de facetas.
Sea dicho sólo de paso: la capciosidad que podemos ver en el tender en este sentido se encuentra no sólo en el tender, sino que forma parte más originalmente del existir del hombre y gobierna en figuras distintas en las más diversas conductas de la existencia.
Pero si ahora nos limitamos al tender, ¿no tenemos que decir: de todo tender forma parte el estar apresado por lo pretendido? ¡Ciertamente! ¿Pero no se implica ya en ello, e incluso de forma necesaria, que todo tender tiene que perderse en lo pretendido? No. Aunque todo tender a algo es un «hacia» (lo pretendido), sin embargo, este «hacia…» no es para el tendente necesariamente un «lejos de sí mismo». Más bien, cabe pensar (inicialmente) un tender que, en el «hacia lo pretendido», prenda fijamente esto pretendido en cuanto tal, y que en ello lo ponga rumbo hacia sí mismo, para hallarse a sí mismo en este poner lo pretendido rumbo hacia sí mismo, pero no hacia sí mismo como un punto y una cosa y un sujeto, sino hacia sí mismo en el sentido de la esencia del alma, que es esencialmente relación, y para hallarse por tanto a sí mismo justamente como esta relación de tendencia hacia lo pretendido. A este tender, que ahora lo pensamos sólo como posible, lo llamamos aspirar pre-tendiendo. Tal tender no tiende a la posesión de lo pretendido, sino a que algo pretendido permanezca mantenido en el tender, para que el que tiende, desde lo pretendido y hacia sí mismo, pueda llegar hasta sí mismo. Tal tender, qua aspirar, sería entonces un tender auténtico, en el que el sí mismo tendente no tiende alejándose de sí, sino regresando hacia sí, para, tendiendo de este modo, aspirar a sí pretendiendo, es decir, para ganarse a sí mismo en el tender. Lo pretendido y lo aspirado no coinciden, pero ciertamente van juntos en la esencia de este tender, es más, este tender es lo que constituye la unidad.
Pero, en un tender tal, en el sentido de aspirar pre-tendiendo, ¿qué tendría que ser lo pre-tendido? En cualquier caso, algo regresando de lo cual la existencia del hombre tendente llegara realmente a sí misma como un ex–sistente. Existir, hemos oído, significa: siendo uno mismo, comportarse respecto de lo ente en cuanto tal. Pero lo ente sólo está siendo para nosotros si entendemos el ser, es decir, si regresamos a lo ente desde el ser, aunque inicialmente lo entendamos sin concepto y sin atención expresa. Al fin y al cabo, Platón no dice otra cosa sino que el ser forma parte de aquello que está en la aspiración. Entonces, la aspiración al ser, justamente porque se aspira al ser, ¿sería un modo particular de aspirar pretendiendo? ¡No, en absoluto! Sino que es aquella aspiración en la que nosotros dejamos que impere, como medida y ley, aquello que posibilita y porta la existencia en cuanto tal desde su fundamento. A esta aspiración al ser, Platón la llama también ἔρως. Para nosotros, hombres de hoy, la fuerza semántica de esta palabra se ha perdido por completo desde hace ya tiempo (y sobre todo desde hace poco, entre otras cosas por causa del psicoanálisis).
Erwin Rohde, el filólogo clásico y amigo de Nietzsche, escribe en cierta ocasión (Cogitata, Diario del 11 de mayo de 1878; cfr. O. Crusius, «Erwin Rohde», Tubinga y Leipzig 1902, p. 255): «Uno de los defectos más enojosos del idioma alemán es que ἔρως y ἀγάπη se designan con el nombre único de “amor”. De ahí provienen tantas malinterpretaciones y apreciaciones equivocadas del amor = ἔρως. De ahí incluso los raros autoengaños, sentimentales al modo alemán, sobre la naturaleza del ἐρωτικὸν πάθος. Es fácil calibrar qué importantes han venido a ser estas confusiones para la cultura y la literatura de los alemanes. Aquí se ve precisamente la importancia de las palabras». Es decir, en el caso del ἔρως platónico y griego no debemos pensar en lo que hoy se designa como lo erótico, pero tampoco debemos creer que el ἔρως griego sea algo que se ajusta a viejas devotas.
Pero la comprensión del ser como aspiración al ser, ἔρως, no es sólo la tendencia más auténtica (en el sentido del aspirar pre-tendiendo), que sostiene a la existencia del hombre, sino que, en cuanto tal, es al mismo tiempo el tener auténtico. Pues: 1) en el aspirar, lo pretendido nunca es tomado en posesión como una cosa ni nada similar, sino que se conserva inabordado, como algo pretendido; 2) pero esta conservación reserva lo pretendido al propio tendente, para que se constituya en medida y ley para su comportamiento respecto de lo ente, posibilitando así el existir desde el fondo de lo ente en su conjunto. Pero merced a ello, en tal aspirar pre-tendiendo, el hombre como existente se mantiene a sí mismo en medio de lo ente, es decir, en la aspiración tiene tanto a lo ente como, dentro de éste, a sí mismo, en la medida en que, en cuanto hombre, puede tener algo en general. Pero como, inicialmente y la mayoría de las veces, el «tener» nos lo disponemos siempre con arreglo al criterio del «poseer» cosas y de observar objetos, todo tender se nos convierte en un no-tener. Y porque el tender es un no-tener, a éste se le antepone como finalidad e ideal un tener en sentido cósico, y para esta concepción habitual resulta incomprensible en qué medida el aspirar auténtico es, al mismo tiempo, el tener auténtico. Sólo en la medida en que existimos desde la aspiración, somos capaces de apreciar en general qué poseemos o no poseemos de lo ente, o si «tenemos» algo auténtica o inauténticamente; es más, a partir de la aspiración puede decidirse qué pueda significar en general para el hombre tener y no-tener. En el fondo, el hombre que existe auténticamente no tiende para tener y para poseer, sino al contrario: «tiene» y posee, es decir, lo ente le es encomendado con su existencia y él requiere de él para que, en la aspiración al ser, aspire a la existencia misma, en donde sucede que lo ente se hace ente y no-ente.
Hemos tratado ahora de aclarar lo indicado con la expresión «aspiración al ser», poniendo de relieve el aspirar pre-tendiendo en su constitución esencial, diferenciándolo del tener (poseer) y también del tender. Pero lo indicado, lo mentado con la expresión «aspiración al ser» (lo que está en la aspiración: lo pretendido, pero que no es eso a lo que se aspira), no puede resistir nuestra mirada. Se nos difumina, es más, se nos sustrae siempre y necesariamente cuando pensamos que tal vez permitiría que lo observáramos, como los dolores de garganta y de estómago y otras vivencias similares. Pero supuestamente podremos aproximarnos esencialmente mucho más a la aspiración al ser si decimos más claramente qué es, pues, eso que ahí está en la aspiración: justamente el ser. ¿Qué es el ser? Esta pregunta no la pregunta Platón… ni nadie después de él. Pero él trata del ser, y concretamente justo como ὧν ἐπορέγεται αὐτὴ ἡ ψυχὴ καθ’ αὑτήν, «eso a lo que el alma aspira por sí misma, para sí misma y hacia sí misma». Y en concreto, el ser es aquello que la mayoría de las veces y para todos siempre se ha activado ya y está ahí, pero no como una cosa ni como algún objeto, sino como lo aspirado. Es lo que se mantiene del modo más original y más extendido en la aspiración, sepámoslo expresamente o no. Así pues, esta caracterización de la aspiración del ser no consiente ni la pregunta de qué sea el propio ser, ni la pregunta de qué sea la aspiración en cuanto tal, sino que Platón aclara sólo qué es todo lo que forma parte de aquello que está en la aspiración del alma. Lo único que le importa es guiar la mirada al hecho de que y al modo como el ser, en tanto que lo aspirado, es lo más originalmente aspirado. Y eso sucede del mejor modo llevando a la mirada otra cosa que está en la aspiración, pero siendo en el fondo el ser lo que es aspirado.