c) Desencubrimiento como suceso fundamental de la ex-sistencia del hombre
Si sucede el no-ocultamiento, entonces el ocultamiento y el ocultar son subsanados y eliminados. Al eliminar el ocultamiento, a eso que actúa contra el ocultar, en adelante lo llamamos el des-encubrir. Este peculiar engendrar vislumbrando la idea, este proyecto, es desencubridor. Aparentemente, eso es inicialmente sólo otra palabra. Este vislumbrar como vincularse preconfigurando al ser entendido, la liberación bien entendida, es desencubridora no sólo incidentalmente, sino que este mirar a la luz tiene el carácter del desencubrir, de suyo no es otra cosa que desencubrir. Ser desencubridor es la realización más interna de la liberación. Ella es el cuidado por antonomasia: hacerse libre como vincularse a las ideas, encomendar la guía al ser. Por eso decimos: el hacerse libre, este vislumbrar las ideas, este entender de entrada el ser y la esencia de las cosas, es desencubridor, es decir, eso (el desencubrir) forma parte de la tendencia interna de este ver. El desencubrir es la naturaleza más interna del mirar a la luz.
Lo que llamamos brevemente desencubrimiento, es lo que porta y despliega originalmente los fenómenos a menudo comentados del engendrar vislumbrando y la visión (idea), de la luz y la libertad, como aquello que confluye en esta realización fundamental. Designamos así la unidad del vislumbrar, que en cierta manera crea a lo vislumbrable por vez primera, su conexión más interna. El no-ocultamiento de lo ente sucede en y mediante el desencubrimiento. Es un encargo proyectante e inaugurante que pone en la decisión. La esencia del no-ocultamiento es el desencubrimiento.
Esta frase, como definición, es apropiada en máxima medida para que el entendimiento humano común la ridiculice. No-ocultamiento es desencubrimiento, de modo correspondiente a: obedecer es ser obediente, discreción es ser callado, ¡un mero intercambio de palabras!
¿Dónde y cómo es él, este desencubrimiento? Lo vemos como un suceder, un suceso que sucede «con el hombre». ¡Una tesis osada! Desplazar la esencia de la verdad qua ἀλήθεια (no-ocultamiento) al desencubrimiento, y por tanto al hombre mismo, significa, después de todo, hacer pasar la verdad como algo humano, o más claramente, degradarla a algo meramente humano y de este modo destruirla. Después de todo, la verdad es, por lo general, algo que el hombre busca, para vincularse a ella como norma, aquello que está por encima de él. ¿Cómo puede ser entonces la esencia de la verdad algo humano? ¿Dónde está el hombre en el que la verdad estuviera absolutamente asegurada y resguardada del mejor modo? ¿Para que él pasara a ser entonces la norma? ¿Qué es el hombre para que pueda llegar a ser medida de todo? ¿Puede encomendarse al hombre la esencia de la verdad? ¡Demasiado bien conocemos que el hombre no es fiable, una caña oscilante al viento! ¿Colgar de ahí la esencia de la verdad? Enseguida nos oponemos y nos defendemos con toda naturalidad frente a la pretensión de desplazar la esencia de la verdad a un suceder humano. Este defenderse es evidente para cualquiera, por lo que también la filosofía hace uso en todo momento y enérgicamente de reflexiones tales, para protegerse frente al llamado relativismo que amenaza.
Sólo que, finalmente, hay que preguntar si este relativismo maligno no será, justamente, sólo la manzana de un tronco cuyas raíces se han podrido también hace ya tiempo, de modo que apelar al relativismo no significa nada especial, sino que eso testimonia que no se ha entendido el problema (por ejemplo en lo que hoy se denomina sociología del saber).
Cuando decimos que la esencia del no-ocultamiento en tanto que desencubrimiento es un suceder del hombre, que la verdad es en su esencia algo humano, y cuando se lucha con tanta evidencia contra la «humanización» de la esencia de la verdad, entonces todo depende de qué significa aquí «humano». ¿Qué concepto de «humano» se está presuponiendo ahí sin examinarlo más a fondo? ¿Se sabe, pues, sin más lo que el hombre es, para poder decidir que la verdad no puede ser nada humano? Se hace como si fuera la cosa más obvia del mundo: la esencia del hombre. Pero suponiendo que no lo supiéramos así sin más, suponiendo incluso que ya es cuestionable cómo tenemos que preguntar en general por la esencia del hombre, ¿quién nos dice qué y quién es el hombre? La respuesta a la pregunta, ¿queda encomendada a cualquier ocurrencia? No nos referimos al hombre tal como justamente lo conocemos, tal como anda por ahí, como gusta de comportarse ora así, ora de otro modo. ¿De dónde hemos de tomar, pues, ahora el concepto de hombre para justificarnos frente a la objeción de que estamos intentando humanizar la esencia de la verdad?
Pero habríamos entendido mal toda la interpretación anterior de la parábola de la caverna si no hubiéramos aprendido ya de dónde debemos dejarnos dar el concepto de hombre. Pues, al fin y al cabo, esta parábola narra justamente la historia en la que el hombre toma conciencia de sí como un ser existente en medio de lo ente. Y en esta historia esencial del hombre, lo decisivo es justamente el suceder el no-ocultamiento, es decir, el desencubrimiento. Así pues, justo al revés, llegamos a saber qué es el hombre sólo a partir de la esencia del no-ocultamiento. Sólo la esencia de la verdad nos permite comprender la esencia del hombre. Cuando dijimos que justamente esta esencia de la verdad (el desencubrimiento) es el suceder que sucede con el hombre, entonces eso significa que el hombre, tal como lo vemos ahí, en la parábola, en su liberación, está trans-puesto en la verdad. Éste es el modo de su existencia, el suceso fundamental del existir. El original no-ocultamiento es el des-encubrir proyectante en cuanto suceso que sucede «en el hombre», es decir, en su historia. La verdad ni está presente en algún lugar por encima del hombre (como validez en sí), ni la verdad está en el hombre como en un sujeto psíquico, sino que el hombre está «en» la verdad. La verdad es más grande que el hombre. Éste está en la verdad sólo si y en la medida en que es dueño de su esencia. Se mantiene en el no-ocultamiento de lo ente y de este modo se comporta respecto de éste.
Pero la pregunta es, justamente, qué es entonces ella misma, la verdad. El primer paso para entender en general esta pregunta es la visión de que el hombre, en tanto que ha tomado conciencia de sí, encuentra su fundamento (el de su existir, su existencia) en el suceder el desencubrimiento, en el que se forma el no-ocultamiento de lo ente.
Y todavía hay otra cosa que experimentamos desde la parábola: lo que el hombre es, no puede mirarse sin más en algún ser vivo que ande por ahí en alguna parte de este planeta, sino que eso sólo podemos preguntarlo si el hombre mismo entra en movimiento, es decir, si de algún modo llega a ser lo que puede ser, ya sea de un modo o de otro. Sólo nos acercamos al hombre como un ser que está vinculado a sus posibilidades propias y que, a la manera de tal vinculación, despeja por vez primera el campo de juego respectivo dentro del cual su ser propio se le esclarece de un modo o de otro.
Qué sea el hombre, eso no podía constatarse en absoluto dentro de la caverna, sino que sólo llegamos a saberlo si hacemos por nuestra parte lo que le sucede en toda la historia de la liberación. Hemos visto que de ello forma parte incluso βία, violencia. El hombre tiene que emplear de alguna forma la violencia para ser llevado a la situación de preguntar por sí mismo. Qué sea el hombre: saber eso no le cae a nadie llovido del cielo, a no ser que se entregue a sí mismo, como aquel por el que se está preguntando, y que, a causa de ello, comience a vacilar. La pregunta sólo está planteada ahí donde el hombre es llevado a la decisión sobre sí mismo, es decir, bajo los poderes que lo soportan y lo determinan, y a la decisión sobre la relación con éstos. Dicho brevemente: si en la decisión llega a ser lo que, según las necesidades que le son accesibles, puede ser. La pregunta: «¿qué es el hombre?», la entendemos como la pregunta por quiénes somos nosotros en la medida en que somos. Sólo somos aquello a lo cual tenemos fuerzas para atrevernos.
Pues bien, ¿quién es este hombre de la parábola de la caverna? No el hombre en general, sino aquel ente totalmente determinado que se comporta respecto de lo ente en tanto que lo no-oculto, y que en tal comportamiento está no-oculto para sí mismo. Pero este no-ocultamiento de lo ente en el que él está y se mantiene, sucede en el vislumbrar proyectante del ser, o diciéndolo en términos platónicos: en las ideas. Pero este vislumbrar proyectante sucede como la liberación de esta esencia para sí misma. El hombre es aquel ente que entiende el ser y que existe sobre la base de este entender el ser, es decir, entre otras cosas: que se comporta respecto de lo ente como lo no-oculto. «Existir», y menos aún «existencia», no se emplean aquí simplemente en una acepción arbitraria y desgastada, en el sentido de suceder y de estar presente, sino en un sentido del todo determinado y suficientemente fundamentado: ex-sistere, ex-sistens, sacándose al no-ocultamiento de lo ente, expuesto a lo ente en su conjunto y, por tanto, emplazado en la confrontación con lo ente así como consigo mismo; no anulado[50] en sí mismo, como las plantas; no perturbado[51] en sí mismo, como los animales en su medio circundante; no meramente apareciendo ahí, como una piedra. Qué haya que entender más en concreto por ello, se hace lo suficientemente claro en las diversas publicaciones particulares, en todo caso lo suficiente como para que sea posible una confrontación con ello. Que el hombre, conforme a su esencia, se haya sacado por sí al no-ocultamiento de lo ente, sólo es posible en la medida en que ha entrado en la zona de peligro de la filosofía. El hombre fuera de la filosofía es alguien totalmente distinto.
Entender la parábola de la caverna significa concebir la historia esencial del hombre, y eso supone concebirse a sí mismo en la historia más propia. Eso exige derogar en adelante los conceptos y contraconceptos de hombre, por muy evidentes y manejables que sean, en todo caso desde el momento en que comenzamos a filosofar. Pero al mismo tiempo significa entender lo que el esclarecimiento de la esencia de la ἀλήθεια significa para el conocimiento de la esencia del hombre.
La proposición: el hombre es aquel ente que existe vislumbrando el ser, tiene su propia verdad, que es de un tipo totalmente singular y distinto de, por ejemplo, la verdad de la proposición: 2 + 1 = 3, o: «hace buen tiempo», o: «la esencia de la mesa consiste en ser una cosa de uso». La verdad de la mencionada proposición sobre la esencia del hombre jamás podrá demostrarse científicamente, es decir, ni comprobarse indicando hechos ni deducirse lógico-formalmente a partir de máximas. Eso no es una carencia, sobre todo cuando se ha comprendido que lo esencial sigue siendo siempre indemostrable, o dicho más exactamente: que queda fuera de la demostrabilidad e indemostrabilidad. Lo demostrable (en el sentido del cómputo lógico-formal, separado de la decisión fundamental y de la postura fundamental del ser humano), es ya sospechoso en cuanto a la esencialidad. Pero la proposición mencionada tampoco se la puede creer, aceptarla simplemente, por ejemplo, como una sentencia de autoridad. Entonces menos que nunca se la está entendiendo. La verdad de esta proposición (precisamente porque dice algo filosófico) sólo puede —como digo— encenderse y conseguirse filosóficamente; «filosóficamente» quiere decir: sólo de modo que el preguntar que entiende el ser ocupe su ubicación en la cuestionabilidad de lo ente en su conjunto a partir de una decisión fundamental, de una postura fundamental respecto del ser y respecto de su límite con la nada.
Qué significa eso, acerca de ello ahora no cabe seguir hablando, ahora meramente cabe hacerlo. Sólo hay que decir que, quien pretenda haber comenzado a filosofar, tiene que haber depuesto aquel pensamiento ilusorio de que el hombre sin ubicación, o como se dice, «desubicadamente», podría siquiera sólo plantear un problema, por no decir ya resolverlo. Pretender filosofar en la posición de la falta de posición como una objetividad presuntamente auténtica y superior, es o bien pueril, o bien, como sucede casi siempre, una falsificación. El ocultamiento de la cosa misma, es decir, del ser de lo ente, sólo cede a una acometida que tenga su punto de partida fundado y su cauce unívoco y unilateral, auténticamente humano. No estar liberado de toda posición (algo fantasioso), sino recta elección de la posición, valor para la posición, intervención y afianzamiento de la posición, es la tarea que, ciertamente, se realiza sólo en el trabajo filosófico, ni antes ni después.
La esencia de la verdad como no-ocultamiento de lo ente la buscamos en el desencubrimiento como un suceder desencubridor, sobre cuya base el hombre existe. Aquél es lo que determina por vez primera la esencia del hombre: bien entendido, del hombre del que se trata aquí, en esta parábola de la caverna. El hombre es aquel ente que entiende el ser y que existe sobre la base de esta comprensión del ser.
Con ello hemos llegado al objetivo. La parábola de la caverna nos ha dado una respuesta a la pregunta por la esencia de la verdad, yendo esencialmente más lejos del significado de la palabra ἀ-λήθεια. Sólo que el suceso[52] presentado en la parábola tiene un cuarto estadio, y concretamente un estadio bastante curioso. El ascenso no sigue aún más hacia arriba, sino de vuelta.