§ 13. Ver como ὁρᾶν y νοεῖν. El ver y lo visible bajo el yugo de la luz

Ahora se trata de controlar si lo dicho puede comprobarse desde la propia exposición de Platón. Con este propósito, nos volvemos al apartado final del Libro VI del «Estado». En relación con el «Estado» (como traducimos πόλις de modo no totalmente certero) y con la pregunta por su posibilidad interna, según Platón, vige como principio supremo que los auténticos guardianes de la convivencia de los hombres en la unidad de la πόλις tienen que ser hombres filosofantes. No es que los profesores de filosofía deban llegar a ser cancilleres del imperio, sino que los filósofos deben hacerse φύλακες, guardianes. El gobierno y el orden de gobierno del Estado deben estar regidos por hombres filosofantes, que desde el saber más profundo y más amplio, que pregunta libremente, pongan medida y regla, abran cauces para la decisión. En tanto que filosofantes, deben ser capaces de saber con claridad y rigor qué es el hombre y qué sucede con su ser y su poder-ser. «Saber» no significa haber escuchado y opinar y repetir, sino haberse apropiado y apropiarse continuamente por sí mismo de este conocimiento por la vía que es propia de él. Es aquel conocer que marchó él mismo por delante y que una y otra vez recorre este camino de un lado a otro. Según Platón, este conocer requiere que se recorran grados totalmente determinados, comenzando con el más externo saber y repetir de oídas lo que se ve y se escucha así en la experiencia cotidiana, pasando por lo que se dice y se opina sobre las cosas por lo común y, dentro de ciertos límites, con legitimidad, hasta la auténtica comprensión, que busca lo ente desde la idea (la percepción de las ideas). Para aclarar este conocer supremo en su esencia, ya en el Libro VI Platón distingue en primer lugar dos modos fundamentales del conocer, αἴσθησις y νοῦς, es decir, ὁρᾶν, el ver en sentido usual (de la percepción sensible), y νοεῖν, percibir comprendiendo (el ver no sensible). Con estos dos modos de ver se corresponden dos ámbitos de lo visible: ὁρώµενα, lo accesible a través de los ojos, de los sentidos, y νοούµενα, lo perceptible en el entender puro. Ya aquí la orientación es tal que él orienta siempre las determinaciones esenciales del ver no sensible conforme a los caracteres del ver sensible. Caracteriza el percibir comprensivo, es decir, en último término el vislumbrar las ideas, poniéndolo en una correspondencia exacta con el ver en sentido usual.

Para que algo visible pueda verse en sentido usual, es necesaria en primer lugar una δύναµις τοῦ ὁρᾶν, la facultad de ver con los ojos, y en segundo lugar una δύναµις τοῦ ὁρᾶσθαι, la facultad y el posibilitamiento del ser visto. Pues no es tan obvio que un ente, una cosa misma, sea visible. Pero estos dos, lo que puede ver y lo visible, no pueden darse sin más sólo yuxtapuestos, sino que tiene que haber algo que posibilite por un lado el ver, y por otro lado el ser visto. Lo posibilitante tiene que ser uno y lo mismo, tiene que ser fundamento para ambos, o como lo expresa Platón: para tal fin, el poder ver y el poder ser visto tienen que estar uncidos los dos juntos bajo un yugo (ζυγόν). Este yugo, que posibilita por vez primera que ambos estén mutuamente referidos uno a otro, es φῶς, la claridad, la luz. Pues sólo aquello sobre lo que cae la luz del día y del sol es visible. Y, por otro lado, sólo el ojo cuya mirada es iluminada por la luz («rayo de luz») ve lo visible. Pero el ojo, lo que mira, no es el sol, sino que es y tiene que ser, como dice Platón, ἡλιοειδής, heliomórfico. Ni el mirar ni el ojo que mira (ni lo vislumbrado con los ojos) son ellos mismos lo que da la luz y la claridad, sino que el mirar y el ojo son ἡλιοειδέστατον, el más heliomórfico de todos los instrumentos de la percepción.

Ahora bien, hay que considerar que, para los griegos, el sentido de la vista es el sentido privilegiado para la percepción de lo ente. Según la concepción antigua, en el ver las cosas nos son dadas del modo más completo, a saber, en su presencia inmediata, de modo que esto que está presente tiene el carácter que, para los griegos, forma parte de todo ente: πέρας,[56] es decir, que está limitado por el aspecto externo fijamente delimitado, la figura.[57] La ὄψις es la πολυτελεστάτη αἴσθησις. Lo más heliomórfico es aquello que agradece máximamente a la luz la potencia que ello mismo es, que requiere la luz, y que, por eso, es en su esencia iluminante, liberador y desbloqueante.

De ahí viene que el sentido del ver dé el hilo conductor para el significado del conocer; que conocer no sea oír ni oler, sino, en correspondencia, un ver. Eso hay que tenerlo en cuenta. Pues, por eso, justamente esta forma de percibir es apropiada para servir como fenómeno conductor a la hora de poner de relieve el auténtico percibir, es decir, el correspondiente ver superior. Se trata de transferir esta explicación de la relación entre el ver y lo visible (del yugo) al ámbito del auténtico conocimiento, la comprensión del ser. Ésta la conocemos ya como vislumbrar comprendiendo las ideas. También aquí, entre este ver superior (νοεῖν) y su elemento visible (νοούµενον), tiene que haber un yugo, y por tanto algo que dé la δύναµις tanto al vislumbrar como a lo vislumbrable. ¿Y qué tiene que poder advenirle a lo vislumbrado en cuanto tal para que sea vislumbrable? ¡La ἀλήθεια!

Platón dice (508 e 1 ss.): algo ente, en tanto que ente, sólo es accesible si está en la ἀλήθεια. Aquí, de modo totalmente inequívoco y obvio para él en tanto que griego, no toma la ἀλήθεια como propiedad y determinación del ver, del conocer; no es un carácter del conocimiento como facultad del hombre, sino una determinación de lo conocido, de la cosa, de lo ente.

Τοῦτο τοίνυν τὸ τὴν ἀλήθειαν παρέχον τοῖς γιγνωσκοµένοις καὶ τ ῷ γιγνώσκοντι τὴν δύναµιν ἀποδιδὸν τὴν τοῦ ἀγαθοῦ ἰδέαν φάθι εἶναι.

«Así pues, esto que concede a lo ente cognoscible el no-ocultamiento y que otorga al cognoscente la facultad de conocer, eso, di, es la idea del bien» [el bien como idea suprema].

Aquí se separan claramente ἐπιστήµη (γνῶσις) y ἀλήθεια, pero al mismo tiempo se dice de qué modo esta idea suprema es αἰτία, fundamento y posibilitamiento del conocer del «sujeto» (si por una vez podemos decirlo así) y del no-ocultamiento por el lado del «objeto». De qué modo unce al conocer y a lo ente en tanto que cognoscible bajo un único yugo, eso sólo se capta correctamente si se expresa de modo correcto la correspondencia conductora con el ver habitual en el campo de la percepción sensible, del ver con los ojos. Hemos oído que el yugo que unce juntos al ojo y al objeto visible es la luz, en la medida en que ilumina el objeto y hace al ojo mismo «lúcido», es decir, libre para registrar. Ver como la facultad de ver, y lo visible como tal, en el yugo de la luz, no son la propia fuente de luz, sino que sólo son heliomórficos, conformes a la fuente, en correspondencia con ella. Pues bien, también aquí: así como, en el ver sensible, este mismo no es el yugo, la luz, la propia fuente de luz, de igual modo, en el campo del ver no sensible, la facultad de conocimiento, es decir, entender el ser, o por otro lado la manifestabilidad del ser, tampoco son la fuente suprema y propia de la posibilidad de conocer, sino que, así como éste no es el sol mismo, sino que es heliomórfico, es decir, está determinado en su posibilidad por el sol, así el no-ocultamiento de lo ente en su ser y la percepción están en un mismo yugo, pero sin ser ellos mismos lo que los posibilita en tanto que uncidos. Ellos mismos no son el bien, sino sólo ἀγαθοειδῆ (509 a 3), lo que agradece su propio aspecto externo y su esencia interior al bien.

Ciertamente, entender el ser y el no-ocultamiento hacen que lo ente se vuelva accesible. Posibilitan algo. Pero este posibilitar suyo está capacitado a su vez por algo superior. Con eso se corresponde cuando Platón dice (509 a 4): ἔτι µειζόνως τιµητέον τὴν τοῦ ἀγαθοῦ ἕξιν. «Eso de lo que el bien es capaz, hay que valorarlo por encima» de la facultad de las ideas mismas. Con ello queda dicho claramente: las ideas son lo que son, a saber, lo más ente y lo más desoculto en el sentido explicado del dejar pasar, sólo merced a una capacitación que aún los sobrepasa a ambos en su unidad (a saber, a lo más ente y a lo más desoculto).

Esto capacitante es la idea suprema. La idea, como sabemos, es algo vislumbrable, y en concreto no es algo que subsista por sí mismo, sino que ella misma es el ente que es en un engendrar vislumbrando, en un preconfigurarse formando. La idea está esencialmente sujeta al vislumbrar, y no es nada fuera de este vislumbrar.[58]

Observen ustedes la dificultad para entender la idea del bien en la que ahora nos estamos moviendo permanentemente: nunca experimentamos ningún contenido, algo aprehensible, de modo que ella sea esto y eso, sino que siempre preguntamos por ella y ella se nos hace accesible sólo como algo que es lo decisivo en cuanto al posibilitamiento del ser y de la verdad. El ἀγαθόν tiene el carácter del ἕξιν, de aquello que es capaz, es decir, que conlleva en sí el poder primero y último. Sólo en este sentido del posibilitamiento de que el ser sea y la verdad suceda en general, puede indagarse y buscarse eso a lo que Platón se refiere con la idea del bien.

Tanto para tener un resumen como en aras de la claridad, queremos proporcionarnos una cierta ayuda con un esquema, un esquema que sólo dice algo si repetimos en una comprensión viviente las conexiones que ahí se indican. Sabemos que Platón, como los griegos en general, concibe el auténtico conocer como un ver, θεωρεῖν (compuesto de θέα, «mirada», y de ὁρᾶν). Concretamente, el auténtico conocimiento del ente en su ser se representa justamente mediante el ver sensible, el ver con los ojos.

Del ver forma parte, en cada caso, algo visto. Para que sean posibles estos dos y la referencia interna mutua entre ambos en su opositoriedad, siguiendo con la imagen sensible, se requiere la luz. Esta luz misma tiene como fuente, a su vez en una imagen sensible, el sol, ἥλιος. Pues bien, Platón, como veremos, dice que el sol, en tanto que fuente de luz, no es sólo el posibilitamiento de esta conexión, de este ser visto de un ente, sino que también es el posibilitamiento de que este ente (la naturaleza en sentido más amplio) sea: de que algo surja, crezca, se nutra, y similares.

De modo correspondiente, el νοεῖν y el ente conocido en tanto que el νοούµενον. Con la imagen de la luz, con la claridad, se corresponden las ideas. Toda la correspondencia con la imagen sensible consiste en que, así como la luz requiere a su vez de una fuente, también las ideas mismas presuponen aún una idea superior, el bien.

Hasta aquí la correspondencia.[59]