§ 10. El φιλόσοφος como liberador de los prisioneros. Su acto violento, su amenaza y su muerte
¿Qué sucede aquí? Ya no hay ascenso, sino que aquí se ha realizado un giro. Regresamos adonde ya estuvimos, a eso que ya conocemos. El cuarto estadio no trae nada nuevo. Eso también lo constatamos fácilmente si nos atenemos al hilo conductor que guió la caracterización anterior de los estadios precedentes. Siempre hemos preguntado primero por lo ἀληθές y los momentos que acompañan a lo ἀληθές: luz, libertad, ente, idea. Todo eso ya no sucede ahora. Lo ἀληθές y la ἀλήθεια ya no se nombran. ¿Para qué? Al fin y al cabo, la esencia de la verdad, de la ἀλήθεια, está esclarecida con el final del tercer estadio. Si consideramos todo eso, entonces dudaremos seriamente de si esto que hemos narrado en último lugar todavía puede concebirse en general como un estadio propio, y encima como el último. En todo caso, es el último estadio en el sentido de que da una conclusión, que todavía termina de adornar el conjunto, pero que no aporta nada al contenido esencial.
Así parece de hecho, si… bien, si rastreamos externamente lo expuesto en busca de resultados aprehensibles. Pero en un procedimiento tal, hemos olvidado ya que aquí se trata de un suceder del hombre. Si atendemos a que, después de todo, aquí hay algo curioso, en la medida en que en el conjunto de la parábola se trata de un suceder y que en este suceder se realiza ahora un giro, volveremos a preguntar qué sucede aquí en realidad. Si atendemos a esto y volvemos a abarcar de un vistazo lo últimamente narrado, entonces recelaremos. ¿Cómo acaba este suceder? ¡Con la perspectiva de la muerte! Sin embargo, hasta ahora no se ha tratado sobre ello. Si el destino de la muerte no es algo arbitrario en el suceder humano, entonces, pese a todo, en lo últimamente expuesto tenemos que ver, al cabo, más que un apéndice inofensivo, una conclusión que lo termina de pintar todo poéticamente. Por eso, en un primer momento, como en los estadios precedentes, tenemos que tratar de poner de relieve rasgos esenciales.
- El conjunto termina con la perspectiva del destino de ser asesinado, la más radical expulsión de la comunidad histórica humana. ¿De la muerte de quién se trata aquí? No de la muerte en general y universalmente, sino de la muerte como destino de aquel que quiere liberar realmente a los prisioneros en la caverna, es decir, de la muerte del liberador. Hasta ahora no se ha tratado en absoluto sobre él. Sólo nos hemos enterado en el tercer estadio de que la liberación tiene que suceder βίᾳ, con violencia. Dijimos interpretando que el liberador tiene que ser un violento.
- Ahora vemos que el liberador es ὁ τοιοῦτος, uno que se ha hecho libre de tal modo que mira a la luz, que tiene el rayo de luz y, por tanto, una posición segura en el fundamento de la existencia histórica humana. Sólo de ahí le viene la fuerza para la violencia con la que tiene que actuar en la liberación. Este acto de violencia no es un arbitrio ciego, sino arrancar a los otros a esa luz que ya llena y vincula a su propia mirada. Este acto de violencia no es brutalidad, sino el tacto del máximo rigor, a saber, el rigor espiritual, al que él, el liberador, se ha vinculado previamente.
- ¿Quién es este liberador? De él sabemos sólo
que es alguien que fuera de la caverna, habiendo ascendido de ella,
ve las ideas, se pone a la luz y, de este modo, «está a la luz». A
uno así, Platón lo llama expresamente un φιλὁσοφος. Así, dice en el
Sofista (254 a 8 - b 1):
Ὁ ῾δέ γε φιλόσοφος, τῇ τοῦ ὄντος ἀεὶ διὰ λογισµῶν προσκείµενος ἰδέᾳ, διὰ τὸ λαµπρὸν αὖ τῆς χώρας οὐδαµῶς εὐπετὴς ὀφθῆναι· τὰ γὰρ τῆς τῶν πολλῶν ψυχῆς ὄµµατα καρτερεῖν πρὸς τὸ θεῖον ἀφορῶντα ἀδύνατα.
«El filósofo es a quien le importa vislumbrar el ser de lo ente, considerándolo continuamente. A causa de la claridad del lugar en el que él está, nunca es fácil de verlo. Pues la mirada de las almas de la multitud no es capaz de perseverar en el mirar a lo divino».
La palabra griega φιλόσοφος está compuesta de σοφός y de φίλος. Un σοφός es quien entiende de algo, quien tiene conocimientos de un asunto, a saber: siempre. Quien sabe fundamentalmente de qué se trata, y realiza una decisión y una legislación últimas. φίλος es el amigo; un φιλόσοφος es un hombre cuya existencia está determinada por la φιλοσοφία, que no ejerce la «filosofía» como asunto de la «formación» general, sino para quien la filosofía es un carácter fundamental del ser del hombre; quien, anticipado a su época, crea este ser, lo hace surgir, lo impulsa adelante. Es decir, el filósofo es aquel que lleva en sí el apremio, la necesidad interior para entender de eso que y del modo como lo ente es en general y en su conjunto. φιλοσοφία, φιλοσοφεῖν, no significa ciencia (investigación de las cosas en un ámbito delimitado y en un planteamiento limitado), tampoco ciencia primera y fundamental, sino que significa: reservarse preguntando para el preguntar por el ser y la esencia de las cosas, entender qué es lo que importa en general en lo ente, qué es lo que importa por antonomasia en el ser. Dicho brevemente: el filósofo es el amigo del ser.
Por eso, el yerro más grande y una señal de la malcomprensión más elemental de la filosofía es cuando se trata de orientar lo propio de la filosofía determinándolo con arreglo a alguna ciencia, ya sea la matemática o la biología. Del filosofar pueden surgir ciencias, pero no tiene por qué ser así. Las ciencias pueden servir a la filosofía, pero la filosofía no requiere necesariamente este servicio. Las ciencias obtienen por vez primera de la filosofía su fundamento, su dignidad y su derecho. Esto suena hoy extraño, pues hoy se juzgan las ciencias sólo según el provecho técnico y el éxito de sus descubrimientos. Ellas mismas son sólo una forma de técnica, un medio de formación profesional. Por eso se las fomenta y se las mantiene, y por eso, qué haya de ser la ciencia, hoy ya no lo decide la Universidad, sino la asociación de filólogos y otras organizaciones correspondientes. Todo esto es ya el final, y está listo para desaparecer.
Pero la reflexión más detenida sobre lo narrado en el cuarto estadio nos dice otra cosa.
- El filósofo como liberador de los encadenados
se expone al destino de la muerte en la caverna. Hay que entender
bien que es el destino de la muerte en la caverna, y a cargo
de los habitantes de la caverna, que no son dueños de sí.
Evidentemente, Platón quiere recordar la muerte de Sócrates. Por
eso se dirá: este enlazamiento del filósofo con la muerte sólo fue
un caso singular. Este destino no pertenece necesariamente
al filósofo. Por lo demás, en términos generales, a los filósofos
les ha ido bien. Están sentados en sus hogares sin que nadie les
moleste y se ocupan de cosas hermosas. Hoy el filosofar (suponiendo
que haya algo así) sería por completo una ocupación del todo
inofensiva. En todo caso, hoy ya no se asesinaría a nadie. Pero de
que no haya peligro de ser asesinado, sólo podemos concluir que
nadie se atreve a tanto, y por tanto, que ya no hay filósofos. Pero
esta pregunta de si hoy hay filósofos o no, podemos dejarla estar.
De todos modos, no se resolverá mediante una constatación pública
en las revistas y periódicos o en la radio: un público no puede
decidirla en modo alguno.
Pero tenemos que considerar otra cosa. El asesinato a manos de los encadenados en la caverna, ¿tiene que consistir necesariamente en entregar la copa del veneno, como en el caso de Sócrates, y por tanto en la muerte corporal? ¿No es eso también una parábola? ¿Lo grave es el proceso de la muerte corporal? ¿No lo será más bien la inminencia real (real, digo) y constante de la muerte durante la existencia? ¿Y, a su vez, no sólo la muerte en el sentido corporal de morir, sino que la propia existencia se vuelva banal e impotente? Ningún filósofo ha escapado al destino de esta muerte en la caverna. Que el filósofo esté expuesto a la muerte en la caverna significa que el auténtico filosofar es impotente dentro del ámbito de la obviedad imperante. Sólo en la medida en que ésta se transforma, puede apelar la filosofía. Este destino sería hoy, caso de que haya filósofos, más amenazador que nunca. El envenenamiento sería mucho más venenoso, porque estaría más oculto y se propagaría lentamente. El envenenamiento no sucedería mediante un daño externo visible, no mediante ataque y lucha, pues, al fin y al cabo, entonces quedaría siempre la posibilidad de la defensa real, de medir las fuerzas y, por tanto, de una liberación e incremento de las fuerzas. El envenenamiento sucedería de modo que la gente se interesaría por el filósofo en la caverna, que se dirían unos a otros que se tiene que haber leído esta filosofía, que en la caverna se repartirían premios y honores, que al filósofo se le proporcionaría lentamente una fama de periódico y de revista, que se le admiraría. El envenenamiento consistiría hoy en que se empujaría al filósofo al círculo de aquello por lo que la gente se está interesando, sobre lo cual se parlotea y se escribe, es decir, sobre lo que, con toda certeza, al cabo de unos pocos años ya no se interesará nadie. Pues, al fin y al cabo, uno sólo puede interesarse por lo nuevo, y sólo mientras otros también participan haciendo lo mismo. Así se mataría calladamente al filósofo, se lo haría inocuo e inofensivo. Moriría en vida su muerte en la caverna, y tendría que padecerla. Se malentendería a sí mismo y a su tarea si quisiera retirarse de la caverna. Ser libre, ser liberador, es coactuar en la historia de quienes nos pertenecen conforme al ser. Tendría que permanecer en la caverna (junto a los encadenados) y colaborar con quienes ahí son considerados filósofos a la manera de éstos. Tampoco podría retirarse ni por un momento a una superioridad irónica, pues también así estaría tomando parte en su propio envenenamiento. Sólo si y una vez que pudiera hacerse dueño incluso de tal superioridad irónica, sería capaz de morir auténticamente la muerte incesante en la caverna.
En su edad madura, Platón llegó a esta altura de la existencia. Kant llevó en sí algo de esta libertad suprema. Hoy, el veneno y las armas están listos para matar, pero falta el filósofo, porque hoy, llegado el caso, sólo puede haber sofistas más o menos buenos, que en todo caso preparan el camino a un filósofo que debe venir. Pero no queremos perdernos en una psicología de los filósofos, sino comprender, en el destino del filosofante, la tarea interna del filosofar. Pues a ello se apunta evidentemente en la parábola, si es que el que comprende es el filósofo, y si es que debe exponerse el destino del liberador en tanto que liberador.
- Pero al mismo tiempo llegamos a saber
cómo el liberador libera. El modo como libera no es una
conversación en el lenguaje y con las intenciones y los aspectos de
la caverna o de los habitantes de la caverna, sino un abordar y
arrancar violentos; no condescendiendo con entablar una
conversación con los encadenados en el lenguaje de ellos, tratando
de persuadirlos con los criterios, los motivos y las demostraciones
de ellos. De ese modo, como dice Platón, en todo caso podría
ponerse en ridículo. En la caverna se le diría que eso que está
exponiendo no corresponde en absoluto a lo que todos ellos ahí
abajo consideran unánimemente lo correcto. Se le diría que es
unilateral, que, viniendo de alguna parte, tiene a los ojos de
ellos una posición contingente y arbitraria. Y supuestamente, es
más, con toda certeza, ellos tienen ahí abajo eso que se da en
llamar una «sociología del saber», con cuya ayuda se le da a
entender que está trabajando con eso que se da en llamar
presupuestos de una visión del mundo, lo cual, como es natural,
perturba sensiblemente la comunidad del opinar común en la caverna,
y por eso hay que rechazarlo. Aquí, en la caverna (como al fin y al
cabo describe Platón), se trata sólo de quién es el más astuto y
taimado, de quién es el más rápido en adivinar dónde hay que
encuadrar, desde sus puntos de vista, todas las sombras que
aparecen llevando ahí todo tipo de cosas, entre ellas también la
filosofía, es decir, a qué asignatura, a qué tipo corresponde esta
filosofía de dudosa procedencia. Aquí no se quiere saber nada de la
filosofía, por ejemplo de Kant, sino que, como mucho, uno se
interesa por la Sociedad Kant. El filósofo no acometerá
contra este parloteo de la caverna que es demasiado vinculante,
sino que lo abandonará a sí mismo, y en lugar de ello, abordará
enseguida a uno (o a unos pocos), lo agarrará con dureza y
tratará de arrastrarlo afuera, de conducirlo fuera de la caverna en
una larga historia.
El filósofo tiene que permanecer solitario, porque, conforme a su esencia, lo es. A su soledad no se la puede persuadir. El aislamiento no es nada que se pueda querer. Justamente por eso tiene que estar ahí, una y otra vez, en momentos decisivos, y no escapar. No malentenderá externamente la soledad como un retirarse y un dejar que las cosas vayan por sí mismas.