15:50 h.
Kyle Cochran salió del bar del Mar de la Tranquilidad, resplandeciente con su capa negra y lila del archimago Mymanteus. A pesar de que la luz en la calle era escasa, el interior del bar era todavía más oscuro, y esperó a que los ojos se habituaran. A su lado, Tom Walsh, un poco más alto y mucho más delgado, disimulo un eructo. Acababan de tomarse cuatro Supernovas cada uno, todo un récord. El hecho de que no fueran bebidas alcohólicas no disminuía la hazaña: las Supernovas eran unos granizados multicolores enormes, y el estómago de Kyle llevaba rato congelado. Como siempre, era un fastidio que aún tuviese que esperar otro año para poder pedir una bebida alcohólica. Pero, en un lugar como Utopía, casi era mejor. Tenían un compañero de dormitorio, Jack Fisher, que había entrado de matute una botella de whisky y después lo había vomitado sobre los otros viajeros en la Máquina de los Alaridos.
Walsh eructó de nuevo, esta vez sonoramente, y algunos de los transeúntes miraron en su dirección.
—No ha estado mal —dijo Kyle, con un gesto de aprobación.
A su llegada a la Universidad de Nevada, Kyle había oído algunos relatos terroríficos sobre algunos de los estudiantes: uno que escuchaba heavy metal a todo volumen hasta la madrugada; otro que se cambiaba la ropa interior una vez a la semana. Tom Walsh había resultado ser una agradable sorpresa. Ambos compartían muchos intereses: el atletismo, la música ska, las bicicletas de Cross. Tom era un genio de las Ciencias, mientras que Kyle dominaba el francés, y se habían ayudado mutuamente durante lo que podría haber sido un primer año muy duro. En segundo, sus caminos se habían separado, pero habían continuado siendo íntimos amigos. En Navidad ocurrió una tragedia, cuando el hermano mayor de Tom se mató en un accidente de moto. A lo largo del invierno, Tom había pasado por una etapa de abatimiento, y Kyle se había sorprendido un tanto cuando su amigo le había propuesto pasar las vacaciones de primavera en Las Vegas. Pero, poco a poco, Tom volvía a ser el de antes. Al principio había parecido un esfuerzo consciente, como si estuviese haciendo los movimientos que le permitirían pasarlo bien. Había sido en Utopía donde Tom comenzó a actuar con naturalidad y a reír de verdad. Incluso comentó la posibilidad de solicitar un empleo para el verano. Kyle se desperezó.
—¿Bueno, tío, ahora que toca?
Tom se palmeó el estómago.
—No lo sé. Estaba pensando en que podríamos ir a la Estación Omega.
Kyle lo miró de nuevo, esta vez asombrado.
—Menos coña, tío. ¿Después de tomarte cuatro Supernovas? Piensa un poco.
La única respuesta de Tom fue una sonrisa.
Kyle pensó en la propuesta mientras estaba en mitad de la calle, sin hacer el menor caso de la riada de visitantes que los rodeaban. La Estación Omega era la «caída libre» de Calisto una atracción relativamente nueva donde los visitantes caían desde una gran altura. Lo habitual era sujetar a los viajeros en los asientos, como si viajaran en una montaña rusa vertical. Pero los diseñadores de Utopía habían tomado el concepto de caída libre y lo habían adaptado. En el Puerto Espacial de Calisto los viajeros subían en una escalera mecánica y entraban en lo que parecía ser la cabina de un ascensor que, de acuerdo con el guión, debía llevarlos hasta un transbordador. Pero, en el momento en que se cerraban las puertas del ascensor, se producía un terrible fallo. El ascensor comenzaba a sacudirse. Se oía el ruido de metales que se partían. Las luces se apagaban y la cabina comenzaba a llenarse de humo, Entonces, sin previo aviso, la cabina bajaba treinta metros en caída libre antes de que las luces se encendieran de nuevo y entraran a funcionar los frenos, y la cabina disminuía la velocidad rápidamente para detenerse con una notable suavidad.
Duraba poco, pero era fantástico; hasta tal punto que la Estación Omega era una de las atracciones con mayores exigencias de Utopía.
Kyle y Tom ya habían subido seis veces aquel día.
Kyle miro la multitud que caminaba hacia el Puerto Espacial. Seis viajes a la Estación ya era un récord. Había mucha gente, y la cola que habían hecho para el último viaje había sido la más larga del día.
Así y todo, siete veces consolidaría el logro, máxime después de haberse tomado cuatro Supernovas.
Además, era Tom quien lo había propuesto.
Kyle levantó el pulgar, y Tom le dedicó la mayor sonrisa del día.
—Venga —dijo Kyle, y se echó la capa al hombro—. Vamos allá.