15:40 h.

La llamada llegó cuando Sarah Boatwright se despedía de los supervisores después de mantener una reunión urgente. Habían entrado hacía solo treinta minutos: algunos impacientes y preocupados, otros agitados e inseguros. Sarah había cancelado la habitual reunión del mediodía, y los rumores no habían dejado de circular entre los cargos administrativos superiores. ¿Qué había pasado en la Torre del Grifo durante el espectáculo de las 13.20? ¿Cómo se había producido el fallo en Aguas Oscuras? ¿Por qué se había ordenado una alerta de Seguridad? Sarah había descartado todas estas preguntas con lo que esperaba que hubiese sido una convincente muestra de tranquilidad: las crisis habituales, nada que se apartara mucho de la normalidad. Después había preguntado cuál era la situación actual, con el aliento contenido ante la posibilidad de que le informaran de alguna otra fechoría de John Doe. Pero todos los informes habían sido de incidentes de escasa importancia. Desperfectos en los lavabos de damas en Poor Richard’s, la sala de fiestas de Camelot. Quejas del comportamiento de un acomodador en la montaña rusa de la Carrera de Obstáculos y el aviso del personal del aparcamiento de que, una vez más, se las habían tenido que ver con un abogado que buscaba clientes en la estación del monorraíl.

Sarah los escuchó a todos y después los despidió amablemente con la excusa de que tenía una reunión urgente. Los observó mientras recogían sus carpetas y abandonaban el despacho. Había sido muy fácil tranquilizarlos. Querían creer, porque la alternativa era impensable. Para los supervisores de Utopía, el buen funcionamiento del parque era tan importante como la vida misma. Se preguntó si alguna vez encontraría la manera de decirles la verdad, si es que la pesadilla llegaba a su final.

Grace, su secretaria administrativa, asomó la cabeza por la puerta.

—El señor Emory al teléfono, señorita Boatwright. Tengo su pasaje en mi mesa.

Emory, pensó Sarah. Acababa de hablar con él hacía solo media hora. ¿Qué querría ahora, cuando la entrega aún no…? Advirtió que la secretaria permanecía en la puerta.

—Perdón, ¿qué pasaje?

—Su pasaje de avión. Para San Francisco.

—Por supuesto. Gracias, Grace. —Sonrió, mientras esperaba a que se cerrara la puerta. Se había olvidado totalmente de la convención.

La sonrisa se esfumó en cuanto se cerró la puerta. Cogió el teléfono.

—¿Señor Emory?

—Estoy aquí, Sarah. Hay algo que necesita saber. Con todas estas nuevas incidencias que me comunicó… Bueno, la junta está fuera de sí.

—¿La junta?

—Después de nuestra última conversación, convoqué a la junta a una reunión de emergencia.

Sarah esperó. Era muy propio de Emory. Incapaz de tomar una decisión en un momento crítico, había convocado a la junta para que lo respaldara. Ahora había doce personas que discutían frenéticamente, hacían juicios a larga distancia, daban órdenes contradictorias y complicaban todavía más la situación.

—Tenían que saberlo, Sarah. Usted está en primera línea, y siento mucho que lo esté, pero en última instancia la junta será la responsable de lo que ocurra. De lo que ha ocurrido. Sinceramente, me sorprende el comportamiento de Bob Allocco. ¿Aún está usted absolutamente segura de que el no…?

—Sí, señor Emory. Yo tomé la decisión, y…

—No es necesario que me dé explicaciones, Sarah. Lo hecho, hecho está. Sé que actuó en defensa de los intereses del parque. Pero con todas estas demoras, los heridos y, sobre todo, las dos muertes, la junta reclama que se actúe. No quieren aparecer como si se lavaran las manos y dejar que esto se descontrole.

—Señor Emory, ya se lo he explicado. No estamos mano sobre mano. La entrega se hará a las cuatro. Estamos muy cerca de acabar con todo este asunto. John Doe dijo…

—Lo sé. Pero el tal John Doe parece ser un tipo voluble, quizá inestable. La pérdida de las cámaras de vigilancia compromete seriamente la seguridad del público. No podemos correr ningún riesgo.

Sarah abrió la boca dispuesta a protestar. Sin embargo, consciente de que ella tenía su parte de responsabilidad en la decisión tomada por Emory, optó por continuar callada.

—Lamentablemente, no hay una opinión unánime en la junta, aunque es una decisión adoptada por la mayoría. Seguiremos adelante, utilizaremos los códigos de acceso para copiar un segundo disco. Pero no podemos esperar más que otra media hora. Si la situación no se resuelve en ese plazo, llamaremos a los federales.

—¿Los federales?

—Cuanto más se prolongue este episodio, mayor es el peligro. La junta considera que, si no se resuelve esta situación de inmediato, Utopía pasará el punto sin retorno. No habrá manera de evitar la mala prensa. Si ocurre una calamidad, es mejor que la policía tenga parte de la culpa. ¿Está claro?

Sarah se mordió el labio inferior.

—Muy claro, señor.

—Medía hora, Sarah. Tenga mucho cuidado. Que Dios los proteja a todos —dijo Emory, y colgó.