08:50 h.
Sarah Boatwright, directora de operaciones del parque, ocupó su asiento en la abarrotada mesa de conferencias de su despacho, situado a diez metros por debajo del Nexo. La temperatura era glacial —consecuencia del paso de los conductos primarios del aire acondicionado detrás de la pared del fondo— y se calentó las manos con el tazón de té. La directora era una fanática del té. Cada hora en punto, el mejor restaurante de Luz de Gas enviaba una taza de la selección del día. Ese día era té de jazmín. Contempló cómo las pequeñas flores semejantes a bolas se abrían en el líquido caliente, y se inclinó por un instante sobre la taza para aspirar la fragancia. Era exquisita, exótica, fascinante.
Eran las 0.10 hora de Utopía, y los jefes del parque se habían reunido en su despacho para la sesión diaria previa a la apertura. Bebió un sorbo y sintió el calor que se extendía lentamente por los miembros. Éste era para ella el verdadero comienzo del día, no el sonar del despertador, la ducha, la primera taza de la mañana. Todo comenzaba en ese momento cuando daba las órdenes del día a sus capitanes y tenientes cuando se ponía al timón del mayor parque temático de la Historia. Era su trabajo asegurarse de que, aunque entre bambalinas podía pasar cualquier cosa en cualquier momento —dos mil niños exploradores revoltosos, problemas en el suministro eléctrico, la visita de un primer ministro y su comitiva—, para los visitantes cada día fuese siempre exactamente el mismo. Perfecto de principio a fin. No podía imaginar un trabajo con mayores desafíos, o ninguno más gratificante.
Sin embargo, junto con la habitual expectativa, ese día había algo más. No era aprensión —Sarah Boatwright nunca había sido una persona aprensiva— sino algo más cercano a la cautela. «Andrew está aquí —pensó—. Está aquí, y es imposible que sepa cuál es el verdadero motivo». Era la forzada duplicidad la razón de la cautela; la percibía con toda claridad mientras miraba a los demás, para observar las expresiones. Investigación, Infraestructura, Juegos, Restauración, Servicios Médicos, Relaciones con los Clientes. Todo en orden. Bob Allocco, jefe de Seguridad, estaba en el otro extremo de la mesa, macizo y bajo como un bulldog, el rostro bronceado impasible. Todos la miraban, alertas, serios, en sintonía con ella. Prefería que las cosas fueran así: profesionales al máximo. No se oían muchas bromas a menos que Sarah lo hiciera primero. Fred Barksdale era la excepción tolerada, por supuesto: sus citas de Shakespeare y su ácido humor inglés habían hecho desternillar de risa a los presentes en más de una ocasión. Ahora entraba, con una taza de café con leche en equilibrio precario sobre un montón de hojas de gráficos. Freddy Barksdale, director de Sistemas, con su melena rubia y las atractivas arrugas en la frente. Solo verlo le provocó una oleada de afecto que borró los pensamientos sobre Andrew Warne y amenazó con alterar su seco profesionalismo. Se aclaró la garganta, bebió un sorbo y miró al grupo.
—Muy bien. Vamos allá. —Miró la hoja de papel que tenía delante—. La asistencia estimada para hoy es de sesenta y seis mil visitantes. El sistema está operativo en un noventa y ocho por ciento. ¿Se sabe cuándo estará de nuevo en funcionamiento la Estación Omega?
Tom Rose, el jefe de Infraestructuras, sacudió la cabeza.
—La montaña rusa parece funcionar bien, las luces están verdes en todo el recorrido. Pero los diagnósticos siguen dando un error de código, así que los reguladores automáticos no permiten la entrada de electricidad de la red.
—¿Podemos saltarnos los reguladores?
Rose se encogió de hombros.
—Podemos, pero se nos echará encima un ejército de funcionarios de seguridad.
—Una pregunta tonta. Perdona. —Sarah exhaló un suspiro—. Quiero que te ocupes de resolverlo cuanto antes, Tom. Haz todo lo que puedas y más. Esa atracción es el plato fuerte de Calisto. No podemos permitirnos darle vacaciones. Fred te puede facilitar un equipo si lo necesitas.
—Por supuesto —dijo Barksdale, alisándose la corbata mientras hablaba.
Era una corbata preciosa, anudada con la misma extraordinaria atención al detalle que Barksdale dedicaba a todas sus acciones. Aunque no tenía el hábito de expresar las emociones personales en una reunión pública como esta, Sarah había advertido que el alisarse la corbata era algo que hacía cuando algo le rondaba por la cabeza. Sarah miró a los demás.
—¿Alguna otra mala noticia?
—Acabo de enterarme de que el conjunto que debía tocar hoy en la sala de embarque Umbilicus no vendrá —le informó el jefe de Espectáculos—. Arrestaron a alguien del grupo por posesión de drogas en el aeropuerto de Los Ángeles o algo así.
—Fantástico, sencillamente fantástico. Tendremos que buscar a alguno de nuestros grupos para que lo cubran.
—Firmware podría hacerlo, pero tienen que tocar en Poor Richard’s.
Sarah sacudió la cabeza.
—Umbilicus tiene tres veces más público. Manda al grupo a Vestuarios en cuanto lleguen; si no han tocado nunca vestidos con trajes espaciales, tendrán que aprender sobre la marcha. —Miró de nuevo alrededor de la mesa—. ¿Algo más?
—Han pillado a un tramposo en el casino de Luz de Gas —contestó el jefe de Casinos—. Un tipo de setenta y cinco años, que ya había sido advertido en dos ocasiones. Esta vez, Ojo Avizor lo filmó en el momento en que vaciaba una tragaperras.
—Peor para él. Envía su foto a Vigilancia y a Seguridad de Casinos, y pon su nombre en la lista negra. —Sarah miró de nuevo la hoja—. ¿Cómo van los trabajos en Atlantis?
—Hasta ahora sin tropiezos —respondió alguien—. Todo parece indicar que lo tendremos acabado para la fecha.
—Roguemos para que así sea. —Atlantis era el nuevo Mundo bastante controvertido, que se abriría al público para finales de año—. Doctor Finch, ¿tiene el informe de la semana pasada?
El director de los Servicios Médicos cogió la hoja que tenía delante.
—Cinco nacimientos, todos sin complicaciones. Dos muertes: una por infarto de miocardio, la otra por un aneurisma. Veintinueve lesionados, una muñeca rota la más grave. —Dejó la hoja sobre la mesa—. Una semana tranquila.
Sarah Boatwright miró a la directora de Recursos Humanos.
—Amy, ¿alguna novedad sobre los posibles paros del personal sanitario?
—Ninguna, y no sé si eso es bueno o malo.
—Mantente al tanto. Avísame en cuanto te enteres de algo. —Miró su lista—. Veamos. La concurrencia ha bajado en Camelot. Es casi un quince por ciento menos que en los otros Mundos. La central quiere que organicemos un comité para que se encargue de averiguar cuál es el problema. —Hizo una pausa—. Nos ocuparemos del tema cuando regrese de San Francisco, ¿de acuerdo?
Echó una última ojeada a la lista, la dejó a un lado y cogió otra.
—Muy bien, pasemos lista. La Tony Trischka Band actuará en Paseo. Asegúrense de que reciben vales para las comidas y él alojamiento. Entre los famosos que nos visitarán hoy tenemos al senador Chase de Connecticut y su familia, el director ejecutivo de GeneDyne… y el conde de Wyndmoor.
En cuanto dijo el nombre, se escuchó un gemido generalizado.
—¿Lady Wyndmoor insistirá de nuevo en todo eso del castillo? —preguntó alguien.
—Es probable. —Sarah dejó la segunda hoja—. La gente de la Comisión del Control del juego de Nevada vendrá aquí dentro de una semana a contar desde el miércoles; quiero que todos comiencen a practicar su mejor sonrisa. Una última cosa. El especialista externo Andrew Warne llegará hoy. —Al ver que algunos la miraban despistados, añadió—: Es el especialista en robótica que creó la metarred de Utopía. Por favor, facilítenle toda la ayuda que pueda necesitar.
Este último anuncio fue recibido en silencio, y Sarah se levantó.
—Muy bien. Faltan dos minutos y sigue la cuenta. A la faena.
Fue a su mesa mientras los demás comenzaban a salir del despacho. Cuando se volvió, solo quedaba Fred Barksdale. Ya se lo esperaba.
—¿Por qué Warne viene hoy? —preguntó Barksdale con un muy leve tono de agravio en su impecable acento—. No tenía que venir hasta la próxima semana.
«Así que era eso», pensó Sarah.
—Adelanté la visita.
—¿No podrías haberme avisado con tiempo, Sarah? Tendré que reasignar muchísimas tareas. Necesitará los recursos de…
La directora se llevó un dedo a los labios.
—Fue idea de Emory; lo decidieron el jueves. Después del accidente en la Caza de Notting Hill ocurrido hace dos semanas, es probable que intervenga la Oficina de Salud Pública, y la oficina central quiere que nos ocupemos de tenerlo todo en orden cuanto antes. —Se acercó a Barksdale y añadió en voz baja—: Recuerda que mañana me voy a San Francisco para asistir a la convención.
—¿Cómo podría olvidarlo? —Los ojos de Barksdale se iluminaron y en su rostro apareció el esbozo de una sonrisa—. La convención te mantendrá alejada de ese tipo, que quizá aún sufra por «su amor despechado».
—No fue ese mí primer pensamiento. Iba a preguntarte si crees que podemos confiar en Teresa Bonifacio para que se ocupe del tema durante mi ausencia, que trabaje con Andrew hasta resolver el problema. Él es el único capaz de hacerlo, pero no puede hacerlo solo. No será fácil para ninguno de los dos. Después de todo, vamos a meternos con lo que para Andrew es el trabajo de su vida. Tú ya sabes cómo se siente Teresa respecto a todo este asunto.
Barksdale asintió con una expresión pensativa.
—Terri y yo hemos tenido nuestras diferencias de opinión, aunque nunca ha sido por la calidad de su trabajo. Puede que no le guste lo que se debe hacer, pero creo que podemos contar con ella para que lo haga.
—¿Tú te encargarás de controlar su trabajo durante mi ausencia?
Barksdale asintió de nuevo.
—Gracias, Freddy. —Sarah miró hacia la puerta abierta del despacho para asegurarse de que el pasillo estuviese desierto. Después sujetó las solapas de la americana de Barksdale, lo atrajo hacia ella y lo besó en los labios—. Te compensaré cuando regrese —murmuró. Luego se apartó para buscar la taza de té—. Bueno, vamos. Tenemos que abrir el parque.