14:26 h.

Andrew Warne se detuvo en la calle Mayor de Calisto y miró en derredor mientras recuperaba el aliento. Era un esfuerzo inútil pretender encontrar a su hija en medio de semejante multitud. Las probabilidades de que le ocurriera algo eran mínimas; no obstante, la idea de estar sin hacer nada hasta la hora del encuentro, sin saber lo que podía pasar, se le hacía intolerable. Habían buscado en las colas y las tiendas durante veinte minutos, con la ilusión de ver la delgada figura de Georgia. No la habían visto y, cuanto más tiempo pasaba, más crecía su ansiedad.

Tenía grabada a fuego en la memoria la expresión de Georgia en el momento antes de salir del laboratorio de Terri. «No quiero ir sola», había dicho. Ella era todo lo que le quedaba, y la había enviado sin más a un parque temático minado con explosivos. Había sido involuntario, había sido con la mejor intención, pero lo había hecho de todas maneras. Terri apareció a su lado.

—¿La has visto? —le preguntó.

La muchacha sacudió la cabeza.

—He mirado en las entradas y salidas de Eclíptica y Atmósfera —respondió con voz jadeante—. Ni rastro de ella.

—Puede estar en cualquier parte.

—Creo que ya hemos buscado en todas partes.

Warne se sintió dominado por la impaciencia y la frustración. ¿Podría ser que ya se hubiese marchado de Calisto para ir a alguno de los otros Mundos? Habían llegado al final de la calle y solo les quedaba delante el Puerto Espacial. Miró a Terri.

—¿Crees que estoy loco?

—No lo sé. Quizá. —La joven hizo una pausa—. Claro que si se tratara de mi hija, haría lo mismo.

Warne le señaló el Puerto Espacial.

—¿Qué hay allí?

—Son las atracciones más fuertes. Te prometió que no subiría a ninguna.

—De todas maneras, será mejor que lo comprobemos. No conoces a Georgia.

—De acuerdo. Yo me encargo de las atracciones de aquel lado. Nos volveremos a encontrar aquí —dijo Terri, y se alejó a la carrera.

Warne la observó marchar con una expresión agradecida. Cualquier otro habría desestimado su angustia, habría intentado convencerlo de que buscar a Georgia era una pérdida de tiempo. No era el caso con Terri. Quizás no compartía la preocupación de un padre viudo por su única hija, pero se había ofrecido a ayudarlo a buscarla con el mismo ahínco.

Avanzó a paso ligero hacia el Puerto Espacial y echó un rápido vistazo a la cola en la entrada de Anillo Solar, la primera de las atracciones que encontró. Tal como suponía, no vio nada más que las mismas expresiones curiosas o divertidas que había visto en las otras colas. Siguió su camino. Había otras dos atracciones en este lado de las plataformas de embarque. Les echaría una ojeada. Después iría a reunirse con Terri y…

Entonces vio a Georgia.

Recuperó la calma en el acto. Estaba en la cabeza de la cola para entrar en —¿qué era?— Fuga de Aguas Oscuras. «Gracias a Dios», pensó al tiempo que gritaba su nombre. Si hubiese mirado un segundo más tarde, ella ya habría cruzado la entrada…

Entonces, casi antes de comprender lo que pasaba, uno de los acomodadores ayudó a pasar a Georgia. Mientras miraba, la brillante puerta se cerró detrás de ella.

La calma desapareció instantáneamente. Saber que Georgia estaba a punto de entrar en una de las atracciones lo azuzó.

Se apartó de la cola de Anillo Solar y corrió a través del Puerto Espacial, en línea recta hacia la entrada. Se abrió paso a codazos hasta la cabeza de la cola. Una mujer se asustó al verse apartada bruscamente, y escuchó la voz de un hombre que le gritaba: «¡Eh, tío, a la cola como todos los demás!».

Mientras corría, el acomodador ayudaba a una mujer con un vestido rojo acompañada por dos niños. Warne atisbó lo que había más allá, algo que parecía una pesada compuerta con un cartel que decía «Atención: área de baja gravedad», antes de que la puerta volviera a cerrarse. Se volvió hacia el acomodador.

—¡Deténgalo! —gritó.

La mujer lo miró a través de la mirilla del casco.

—¿Perdón?

—¡Párelo! ¡Pare el viaje!

De inmediato se acercó el otro acomodador.

—Lo siento, señor —dijo, y apoyó una mano en el brazo de Warne—. Todos los que están aquí tienen prisa por escapar de la prisión, y me temo que tendrá que esperar su turno como…

Warne le apartó la mano.

—Mi hija acaba de entrar. Quiero que salga.

El segundo acomodador —un hombre alto y delgado— lo miró, desconcertado. Warne sabía que estaba repasando su manual de relaciones con los visitantes, para saber cuál era la mejor estrategia para enfrentarse a este problema.

—No puede detener la atracción, señor —manifestó en voz baja—. Estoy seguro de que su hija lo pasará muy bien. A todos les encanta Fuga de Aguas Oscuras. Si quiere esperarla, el mejor lugar es la plataforma de desembarque que está allí. —Señaló con el guante plateado—. El recorrido solo dura doce minutos. Será una espera muy breve. Ahora, si tiene la bondad de apartarse, podremos hacer pasar a los otros visitantes.

Warne lo miró por un momento. «Tiene toda la razón —pensó—. Esto no es racional». Se apartó en silencio.

—Gracias, señor —dijo el acomodador. Se volvió hacia el primer grupo de la cola, y los invitó a pasar: una pareja obesa con un niño. El padre miró a Warne con una expresión furiosa.

El acomodador se acercó a la consola y apretó un botón. El portal se abrió con un sonoro escape de aire comprimido.

Warne miró a través de la abertura. Luego, sin pensarlo dos veces, esquivó al empleado y entró.

En el interior, el ambiente en la esclusa de aire era fresco y seco. Había una débil luz azul, y se oía un rumor potente, como el murmullo de una gigantesca turbina. Había una barquilla vacía, con un diseño muy estilizado, que flotaba a sus pies sin ningún soporte aparente. Tenía las ventanillas de plástico y estaba abierta por arriba. Al otro lado, en la pared opuesta de la esclusa de aire, vio una gran puerta circular provista con unos impresionantes cerrojos y una pequeña ventana en el centro. A través del grueso cristal, Warne alcanzó a ver a la mujer con los dos chicos, que subían montados en una barquilla. Sonreían. Oyó débilmente la voz que sonaba en el altavoz del vehículo: «Por favor, permanezcan lo más callados e inmóviles posible. Cuanto menos se muevan, menor será el riesgo de alertar a los guardias de Aguas Oscuras. En cuanto hayamos dejado atrás la prisión, comenzaremos el ascenso hacia la nave nodriza. A medida que disminuya la gravedad, comenzarán a sentir algunos de los efectos de la falta de peso. Es algo natural. Volverán a experimentar la gravedad normal en el momento en que entremos en la nave nodriza…».

Warne maldijo por lo bajo al darse cuenta de que no podía alcanzar a Georgia. Incluso en el caso de que pudiese controlar la barquilla, no le serviría de nada.

Se volvió y abandonó la esclusa sin perder ni un segundo.

Escuchó los comentarios de protesta. El acomodador hablaba por su radio.

—Torre, aquí Carga Dos. Tenemos un Cinco Uno Uno, repito, un Cinco Uno Uno en la zona de embarque.

Warne no le hizo caso. Dejó la plataforma para ir en la dirección que el acomodador le había señalado antes. Caminó entre la multitud que llenaba el Puerto Espacial para ir al punto marcado por un pequeño holograma que decía: «Desembarque de la nave nodriza. Solo Salida». No vio a Terri por ninguna parte.

La rampa de salida era un pasillo con el suelo, las paredes y el techo forrados con una moqueta de color gris azulado. Pasó junto a un grupo que comentaba alegremente el recorrido que acababan de hacer y siguió por el pasillo, que describía una suave curva para acabar en una compuerta metálica. La puerta se abrió silenciosamente para dar salida a otro grupo, y él aprovechó para colarse.

Se encontraba en la nave nodriza, una amplia sala de control con el techo bajo y resplandeciente de luces. A lo largo de la mitad inferior de una de las paredes había un tubo de plástico oscuro de grandes dimensiones. En todas las demás paredes había paneles con toda clase de aparatos electrónicos.

Se oyó una súbita explosión de aire cuando una barquilla apareció en el interior del tubo y fue a detenerse delante de una plataforma de reducidas dimensiones. El agua chorreaba por las ventanas y la capota del motor. La única acomodadora que atendía el desembarco se acercó a la barquilla con el visor levantado.

—Bienvenidos a la nave nodriza Calisto —dijo. Desenganchó el cierre en un lado de la barquilla y lo abrió—. Felicidades por haber conseguido escapar de Aguas Oscuras.

—¡Ha sido superguay! —exclamó un chico de unos doce años, que saltó de la barquilla y miró los paneles con ojos de asombro. Tenía los brazos y las manos mojados—. ¿Podemos dar otra vuelta?

—La parte de la baja gravedad fue asombrosa. —Comentó el padre—. ¿Cómo lo hacen?

—No hacemos nada —respondió la mujer, fiel a su personaje—. La ingravidez es parte del viaje espacial. Pero ahora mismo la nave nodriza está atracando en el Puerto Espacial, y comprobarán que tiene la misma gravedad que en la Tierra.

—Alguien me dijo que consiguieron la tecnología de la NASA —añadió el chico.

La acomodadora se volvió para abrir la puerta y despedir a la familia. Fue entonces cuando vio a Warne.

—No se puede entrar por aquí, señor.

—¿Dónde está la puerta de mantenimiento?

La mujer lo miró con desconfianza.

—No sé de qué me habla —respondió. Pero sus ojos la traicionaron cuando miró el panel que estaba atrás y a un lado de Warne.

Se volvió en el acto y corrió a través de la Sala de Control hacía donde había apuntado la mirada. La pared estaba cubierta totalmente con toda clase de indicadores y pantallas que simulaban ser aparatos de telemetría, controles ambientales, monitores criogénicos y otros que ni siquiera conocía. Pasó las manos por la pared, dominado por la frustración de no saber cuál de todas estas cosas servía para abrir la puerta de mantenimiento.

—Señor, tengo que pedirle que se marche —dijo la acomodadora.

En aquel momento, Warne vio un débil trazo rectangular entre los instrumentos. Llevado por un impulso apoyó las manos en los bordes y empujó. Se abrió una compuerta que daba paso a un pasillo en penumbra. Se agachó un poco para pasar por la apertura y cerró la puerta sin hacer caso de las protestas de la empleada.

En las tripas de la atracción, todo era diferente. El aire era húmedo, y desde arriba llegaba el fuerte repiqueteo de la lluvia. Había una pasarela con el enrejillado que chorreaba agua lo mismo que el pasamanos. Warne miró en derredor, en un intento por orientarse en la oscuridad. Al mirar hacia arriba, con el rostro empapado, escuchó una voz interior que le decía: «Esto no es una conducta normal, compañero. ¿Exactamente qué crees que puedes hacer? ¿Por qué no vuelves y esperas tranquilamente? Saldrá dentro de un par de minutos».

No hizo caso. Racional o no quería estar con su hija de inmediato. Por si acaso.

Siguió caminando por la pasarela principal, que subía trazando una gran espiral. A su derecha, por el lado interior de la espiral, la pasarela se apoyaba en una pared de cristal negro, a la izquierda había largas hileras de ordenadores, mecanismos hidráulicos, y un complejo entramado de cañerías que venían desde algún lugar más abajo y desaparecían en la oscuridad de las alturas.

Continuó subiendo, cada vez más desconcertado. ¿Dónde estaban las barquillas? Lo lógico era pensar que subían a través del espacio hacia la nave nodriza. Sin embargo, la nave nodriza se encontraba en el fondo: la trayectoria parecía venir desde arriba. No tenía ningún sentido, la arquitectura era errónea. ¿Era posible que se hubiese desorientado y ahora estuviese avanzando en la dirección opuesta? En cualquier caso, dentro de unos pocos minutos Georgia saldría de la atracción y él continuaría aquí dentro sin saber qué rumbo seguir. Reapareció la voz, esta vez un poco más fuerte. Quizá debería dar marcha atrás, esperar a que saliera Georgia, encontrar a Terri y pensar en una explicación para salir de la situación en que se había metido. Acortó el paso cada vez más hasta que acabó por detenerse, con las manos apoyadas en la barandilla mojada, sumido en un mar de dudas.

Entonces vio, unos pocos pasos más adelante, algo que parecía una abertura en la pared negra: una arcada baja y angosta, marcada por un muy débil resplandor amarillento. Al mirar con atención, vio los regueros de agua que goteaban. Se acercó, dominado por la curiosidad, y se agachó para espiar en el interior.

Con un tremendo rugido, algo cayó de pronto de las tinieblas y se detuvo como si flotase en el aire a menos de dos metros de donde estaba.

Warne se apartó con tanta violencia que cayó sentado en la pasarela al tiempo que soltaba un grito de sorpresa. Apenas si alcanzó a darse cuenta de lo que veía —una barquilla llena de rostros sonrientes y felices— antes de que reanudara la marcha para desaparecer de la vista.

Se puso de pie y a continuación se agachó cautelosamente en la abertura. Delante, enmarcado por la pared de vidrio, había un campo de estrellas. En el extremo opuesto de la arcada vio una angosta plataforma, de unos sesenta centímetros de lado. Pintada de negro, resultaba prácticamente invisible contra el campo de estrellas que se movía a gran velocidad. La rodeaba una barandilla, también negra.

Esperó un momento, respiro profundamente y cruzó la entrada para subir a la plataforma.

Era como caminar por la inmensidad del espacio. Se encontraba rodeado de un número infinito de estrellas infinitamente lejanas, que se movían a toda velocidad hacia el vórtice que giraba debajo de sus pies. Durante unos momentos la ilusión alcanzó tal intensidad que cerró los ojos y tuvo que sujetarse a la barandilla cuando comenzó a tambalearse. Apenas si fue consciente de que el agua le estaba empapando la ropa. Respiró lenta y profundamente para controlar el vértigo, con el pensamiento centrado en la reconfortante solidez de la barandilla. Esperó un poco más y luego abrió los ojos de nuevo. La lluvia no le permitía ver con claridad.

Poco a poco comenzó a entender qué era lo que tenía delante. Se encontraba en una plataforma instalada en la parte interior de un enorme cilindro. La superficie curva era un espejo donde los puntos de luz se reflejaban hasta el infinito para crear una muy alarmante y realista sensación de profundidad.

Oyó un tronar por encima de la cabeza, que se convirtió rápidamente en un ruido. Miró hacia arriba vio otra barquilla que descendía hacia él a través de la lluvia en un ángulo muy pronunciado. Parecía dirigirse directamente hacia él, y se echó hacia atrás para buscar la protección de la arcada. Pero entonces la barquilla tomó la curva, disminuyó la velocidad y se detuvo en la plataforma. El rugido se redujo a un susurro mientras, contra toda lógica, la dirección de la lluvia pareció cambiar sutilmente. El movimiento de las estrellas en las paredes fue disminuyendo poco a poco hasta que permanecieron inmóviles en el vacío. En el interior de la barquilla, vio a una familia de cinco, todos con las mismas expresiones de alegría y asombro que había visto en la barquilla anterior. Se sujetaban a los cinturones de seguridad que les cruzaban los hombros y la cintura como si quisieran evitar que la ausencia de gravedad los levantara de los asientos. «Atención por favor —sonó una voz en el intercomunicador de la barquilla—. Acabamos de recibir autorización para acercamos a la nave nodriza. Comienza la secuencia de atraque».

Uno de los niños, al mirar a través de la ventanilla, vio a Warne. Por un momento, lo miró fijamente, como si no diera crédito a lo que veía. Después tocó a su madre y lo señaló.

La mujer miró en su dirección. Tardó un momento en darse cuenta de su presencia y su expresión pasó del asombro a la consternación. En aquel instante, sonó de nuevo el rugido y la barquilla se apartó de la plataforma, camino de su punto de destino.

Warne vio cómo la barquilla desaparecía y una vez más las estrellas comenzaron a moverse. Como todo lo demás en la atracción, la plataforma había sido diseñada para reforzar la ilusión y disimular la realidad. Sin duda cualquier vigía apostado aquí vestía de negro, para que su presencia fuese invisible para los pasajeros de las barquillas.

Comenzaba a entender del todo el ingenioso artificio que había detrás de Fuga de Aguas Oscuras. La atracción estaba construida en el interior del cilindro, mejor dicho un cono truncado invertido. Las barquillas descendían en una apretada espiral hacia la nave nodriza ubicada en la base, pero los pasajeros tenían la sensación de estar elevándose en el espacio. Incluso en este momento extremo, le sorprendió la brillante osadía de la concepción. Durante el trayecto, en el interior de las barquillas se tenía la sensación de que escapaban del castillo para subir hacia la nave que las esperaba en la órbita. En cambio, el castillo constituía el punto más alto del recorrido, y la nave nodriza, la base del cono. Todo lo demás —la absoluta oscuridad del espacio, los movimientos de las barquillas controlados por los ordenadores, el giro de las estrellas, la dirección de la lluvia empujada por el viento— estaba calibrado y sincronizado exactamente, para permitir a los diseñadores de Utopía superponer su propia realidad a las leyes de la física. A medida que las barquillas giraban alrededor de su eje oculto, aumentaba la velocidad de descenso para crear la falsa sensación de ausencia de gravedad. El ángulo de descenso de la barquilla era modificado constantemente de forma tal que los viajeros no se dieran cuenta de que bajaban en círculos. Él se encontraba en una plataforma de vigilancia, utilizada para observar a los pasajeros, o quizá para casos de…

Escuchó el tronar y el rugido de otra barquilla que se acercaba al punto de espera. En cuanto apareció, Warne se olvidó de todo lo demás. En el interior estaba Georgia, boquiabierta, con las estrellas reflejadas en los ojos.

Warne no se paró a pensar. Se acercó a la barandilla y accionó la palanca que abría la puerta del vehículo. Georgia lo miró mientras él pasaba por encima de la barandilla y medio saltaba, medio se caía junto a ella.

La mirada de asombro de Georgia cambió rápidamente a otra de alarma y desconcierto.

—¡Papá! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has llegado?

—No pasa nada —respondió Warne. Cerró la puerta y se arrodilló en el suelo de la barquilla. Sujetó con fuerza la mano de su hija—. No pasa nada.

—Vale —dijo Georgia—. Estas empapado.

Warne permaneció callado, y la vergüenza comenzó a mezclarse con la profunda sensación de alivio. El agua que le goteaba de la nariz y las orejas mojó el suelo del vehículo. En cuanto llegaran a la nave nodriza, lo explicaría todo. «Bueno, no todo», pensó mientras esperaba que la barquilla iniciara el descenso final.

—¿Qué pasa, papá? ¿Por qué…?

Georgia se interrumpió. Desvió la mirada bruscamente y frunció el entrecejo. Entonces, también Warne escuchó unas voces; distantes en un principio, pero cada vez más cercanas.

—Aquí está. Plataforma dieciocho.

—Torre de Aguas Oscuras, necesito una parada E, Repito, parada de emergencia.

Sonaron unas pisadas, y a continuación unas siluetas aparecieron en la plataforma. Desde el interior de la barquilla resultaba difícil verlas contra el ilusorio fondo espacial, pero Warne comprendió que eran agentes de seguridad del parque.

—Perdón, señor —dijo uno de los hombres—, pero tendrá que acompañarme.

—No —respondió Warne—. No pasa nada. Ahora todo está en orden.

—Señor, por favor, salga de la barquilla —repitió el hombre, esta vez con un tono más autoritario.

Warne notó cómo Georgia le apretaba la mano con fuerza.

Todo era absolutamente ridículo. Estaba con Georgia, ahora su hija se encontraba a salvo. Todo lo demás quedaría solucionado en cuanto pusieran la barquilla en marcha y llegaran a su destino.

Se volvió para explicárselo a los hombres en la plataforma, pero descubrió que no se oía a sí mismo. En realidad, no oía nada, excepto el retumbar de un súbito y tremendo estallido que parecía llegar de todas partes.

En las alturas brilló un destello. Miró hacia arriba a tiempo para ver cómo dos enormes lenguas de fuego color naranja bajaban hacia él. Por un momento, gracias a la cegadora luz, vio la estructura secreta de la atracción —el cono de cristal, el cubo central con los rayos que sostenían a las barquillas— antes de que el resplandor, magnificado por los espejos, lo cegara. Agachó la cabeza y cerró los ojos. Escuchó los gritos de alarma y sorpresa de los hombres en la plataforma. La barquilla se movió bruscamente hacia un lado. El terrible sonido de la explosión fue reemplazado por el crujir de los metales retorcidos.

—¡Papá! —gritó Georgia.

Warne se volvió hacia ella.

Luego, impulsado por el instinto, se inclinó hacia delante para escudar a su hija con el cuerpo mientras la barquilla se sacudía de nuevo para después hundirse en la oscuridad.