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En 1884 William y su segunda esposa se embarcaron rumbo a la isla de Tasmania. Él había aceptado un puesto como director e inspector de las pesquerías de la colonia, con un salario de trescientas cincuenta libras. Adoptó su segundo nombre como parte de su apellido, así que fue conocido como William Saville Kent. Su hermanastra Mary Amelia, de veintinueve años, viajó a Tasmania con ellos. Mary Amelia había estado trabajando como institutriz de dos niñas en una granja de Wiltshire. Dos años después se reunieron con ellos en Hobart, la capital de la isla, los otros tres hermanastros de William: primero Acland, de veintiséis años, hasta entonces dependiente en una tienda de ropa en Manchester; luego Eveline, de veintiocho, ella era el bebé que dormía en la habitación de Road Hill la noche de la muerte de Saville, y Florence, de veinticinco.
Las principales tareas de William en Tasmania eran revivir la industria de ostras, que se encontraba en peligro de desaparecer a causa de la sobreexplotación y la negligencia, y avanzar en la introducción del salmón en las aguas de la colonia. Pronto se cosechó enemigos. Sus compañeros comisionados de las pesquerías se quejaban de que él descuidaba sus «actividades asignadas» para realizar experimentos. Construyó un inmenso criadero en la casa de Hobart. Además, era «propenso, de forma grosera, a atribuir ignorancia a los comisionados». William declaró que los tasmanos no habían logrado cultivar salmón en sus aguas, solo trucha. Terminó su contrato en 1887.
A pesar de la falta de tacto de William, su talento destacó en la colonia. Durante la siguiente década se le asignaron cargos en el gobierno en Victoria, Queensland y Australia occidental. Se mudó primero a la ciudad sureña de Melbourne, capital de Victoria, conocida en la década de 1880 como «la maravillosa Melbourne» y el «París de las antípodas». Su hermanastro Acland fue enviado a los yacimientos de oro en Victoria en 1887, pero pronto cayó enfermo. Murió ese mismo año en Melbourne, William estuvo a su lado.
William y su esposa se mudaron en 1889 a una casa junto al río de Brisbane, un pueblo de crecimiento descontrolado e improvisado que servía como capital del estado oriental de Queensland. William adoptó como mascotas a dos ásperos osos hormigueros, llamados Púas y Alfileres. Aunque al principio eran tímidos, escribió, pues se encogían debajo de sus pinchos, después de un rato lo seguían alrededor de la casa y por el terreno o dejaban que él los cogiera en brazos, para mecerlos como perros falderos. También adquirió un par de búhos, «dos grandes bolas de pelusa» con «brillantes» y «admirables ojos dorados», que adoraba. El mismo se dejó crecer una barba salvaje e hirsuta, que enmarcaba su delgado rostro, dejando toda la expresión a sus brillantes ojos. Su cabello liso le cubría el cuero cabelludo y lo llevaba con raya en medio. Cuando iba a inspeccionar las pesquerías del estado y los viveros de ostras, vestía traje de lino, botas con elástico y salacot.
Los búhos «extremadamente tímidos», informaba William, cambiaban de forma según su estado de ánimo, mostraban un abandono «delicioso» frente a los miembros de la casa, pero se paralizaban y encogían tanto ante los extraños que semejaban dos varas. Cuando William regresaba a casa después de unos cuantos días de ausencia, el macho se hinchaba de alegría, extendiendo cada una de sus plumas hasta alcanzar casi el doble de su tamaño. Los búhos, como los Saville-Kent, no tenían hijos, pero cada año hacían un nido más elaborado. Una vez William puso dos huevos de gallina en el hueco vacío y descubrió que los pájaros los incubaban felizmente, esperando a que los polluelos nacieran. Tres veces al día alimentaba a los búhos con carne cruda remojada en agua y, para darles un capricho, añadía un saltamontes, un escarabajo o una mariposa. Hizo fotografías para reflejar la asombrosa variedad de los estados de ánimo de sus aves. Una cámara, como un microscopio, daba a su propietario poderes adicionales sobre la mirada. William podía ahora mirar más lejos al igual que más cerca y podía mostrar a los demás lo que había visto. Hizo fotografías, las amplió, las estudió con una lupa. Con su nuevo instrumento, empezó a documentar las extraordinarias formas de la Gran Barrera de Coral, de dos mil kilómetros de longitud, el cual fue descrito como su «mágica tierra del hallazgo» de la costa de Queensland.
En 1892, William regresó a Inglaterra con sesenta cajas de especímenes que presentó en el Museo de Historia Natural, y un montón de dibujos y fotografías para mostrar a un editor. Lo acompañaba su esposa y los dos búhos. Durante su estancia en Londres, el macho desarrolló el gusto por los fresones y la hembra por las babosas, pero a ambos les entusiasmaban las cucarachas de la ciudad.
La Gran Barrera de Coral de William Saville-Kent se publicó en Londres en 1893. Este volumen, bellamente editado, hizo famoso al arrecife, y sirvió como referencia durante décadas. Las placas de plata de fotografía de William de los paisajes se reprodujeron junto a las descripciones de los colores de los corales vivos: limón, mirto, rosa langostino, manzana, carmesí, azul eléctrico. Los peces que fotografió parecían monstruos marinos, con ojos brillantes y escamas oscuras como el hierro. Al final del libro había fotos de sus dibujos de peces y corales, anémonas, salvajes y brillantes, moviendo sus tentáculos.
Ese año, William regresó a las antípodas para asistir a una entrevista en la pesquería de ostras de Perth, en el oeste de Australia. Si bien los búhos fueron con él, Mary Ann se quedó en Inglaterra. Su matrimonio parecía estar roto. En su visita a Tasmania, William se hospedó con la anciana naturalista y acuarelista Louisa Anne Meredith con cuya nieta de veintiún años tuvo un escandaloso affaire.
No obstante, regresó a Inglaterra en 1895 y compró una casa con su esposa en los acantilados de Hampshire, repletos de fósiles, cerca de ciento sesenta kilómetros al este de la casita de los acantilados donde él y Constance habían nacido. William mantuvo a los lagartos australianos en el invernadero y a las aves en el estudio. En Burlington House, en Londres, en 1896, preparó una exposición de sus fotografías y acuarelas, junto con «algunas perlas de Australia occidental de base anormal —informó The Times—, una de ellas de cinco centímetros de diámetro, que presentaba una extraña semejanza con una cabeza y un torso de niño». William donó los reptiles al zoológico de Londres, un clamidosaurio y un varano de cola espinosa. Con el primero demostró que los lagartos también podían caminar a dos patas, lo que señalaba (como su padrino Huxley había explicado) que dichas criaturas descendían del dinosaurio hipido. Los lagartos eran «especies de transición» en la cadena evolutiva.
William era un gran entusiasta de la diversidad, de lo escamoso, de las rarezas y lo marginado de la historia natural. En El naturalista en Australia (1897), su segundo libro sobre el hemisferio sur, describió su amor por el baobab, de hinchado tronco y puntiaguda corona de ramas. Estaba impresionado por la «tenacidad vital» del árbol. William parecía poseído por una rara fuerza creativa. En el páramo, escribió, se podía ver un tronco de baobab «postrado, probablemente desde hace siglos, por alguna tormenta excepcional, de la cual surgió como el fénix uno nuevo con renovado y joven vigor». Solo conocía un baobab verdaderamente muerto, dijo, arrasado por un relámpago que produjo un «derrocamiento como un cataclismo» cuya «destrucción fue concienzuda y completa». William fotografió ese tronco herido por un rayo, parte del cual se había levantado sobre el árbol en ruinas en la forma de «un extraño monstruo volador que montó guardia y rumia como un espíritu incorpóreo sobre los estragos de la destrucción».
En 1904, William fue enviado de vuelta al sur: regresó a Australia dieciocho meses para trabajar en una empresa que intentaba cultivar perlas. A su retorno a Inglaterra, encontró inversores para su proyecto personal de cultivar perlas artificialmente y, una vez más, se dirigió hacia las islas del Pacífico sur.
Las perlas son las únicas gemas producidas por organismos vivos, objetos brillantes encerrados en cajas primigenias y nudosas. Hacia 1890, William, el primer hombre que cultivó artificialmente mitades de perlas o perlas «blister», planeaba crearlas completamente esféricas, llamadas perlas «libres», las cuales adquirían su forma en la carne interior de la ostra. En 1906 montó un vivero en la isla de Thursday en el estrecho de Torres, la punta norte del arrecife de la Gran Barrera, donde desarrolló un método para abrir la concha de la ostra sin matar a la criatura del interior, para introducir una partícula de la concha dentro de los pliegues carnosos. La suave ostra cubriría el agente extraño con delgadas capas de nácar, originando, al final, una esfera prismática y lustrosa, producto de carne y cáscara. Dos científicos japoneses recibieron el honor de ser considerados los primeros en crear perlas esféricas, en 1907, pero investigaciones recientes sugieren que William Saville—Kent fue el primero en desarrollar la técnica y, quizá, obtener las perlas mismas. William se negó a divulgar los detalles de su método a sus patrocinadores, pero accedió a escribir el secreto y depositarlo en el banco, para que fuese abierto después de su muerte.
En 1908, William cayó mortalmente enfermo en su casa de Inglaterra. Murió el 11 de octubre de una obstrucción intestinal, la misma afección que había matado a su esposa. Cuando los inversores del proyecto de las ostras abrieron el sobre del banco, no encontraron escrito nada inteligible. Se llevó el secreto del cultivo de perlas artificiales, con sus otros secretos, a la tumba. Su viuda, que heredó ciento sesenta y seis libras, cubrió su lápida, en la iglesia de Todos los Santos, en Milford-on-Sea, con esqueletos de coral. Vendió el resto de los corales, esponjas, conchas y perlas, y vivió sola en su casa del acantilado de Hampshire hasta su muerte, once años después.
Mary Ann y Elizabeth, las hermanas Kent mayores, se mudaron en 1886 de su residencia en Regent’s Park al hospital de St. Peter, en Wandsworth, una casa de beneficencia a un kilómetro y medio de Lavender Hill. St. Peter hospedaba a cuarenta y dos personas y tenía su propia capilla, comedor y librería. May Ann murió en 1913, a los ochenta y dos años, dejando sus bienes (ciento veintinueve libras) a Elizabeth, que la siguió nueve años después, con noventa años, legando doscientas cincuenta libras a una prima llamada Constance Amelia Barnes y cien libras a su hermanastra Mary Amelia, con quien mantuvo correspondencia hasta el final de sus días.
Constance Kent poseía el don de la invisibilidad, los habitantes de Dinan en la década de 1860 y los celadores de la prisión de Millbank en la de 1870 advirtieron en ella la habilidad de fundirse con sus alrededores, de desaparecer, y es por entonces cuando ella parece desaparecer definitivamente. Nadie sabía adonde se había ido Constance después de abandonar la prisión y nadie lo averiguó durante casi un siglo.
En 1950 se supo que cuando Constance fue liberada de la prisión en 1885, el reverendo Wagner la llevó a vivir con una congregación que había constituido en Buxted (Sussex). Mensualmente se presentaba en la policía de Brighton, a treinta y dos kilómetros de distancia. Una de las hermanas de Buxted recordaba que a su llegada, Constance caminaba «como una convicta, cansinamente», llevaba gafas oscuras, tenía el cabello áspero y muy corto, las manos curtidas. Sus modales en la mesa eran ordinarios. Era «muy callada» al principio, dijo la hermana, pero después comenzó a hablar sobre los mosaicos que había hecho en la prisión, especialmente de los de la cripta de St. Paul. Nunca habló de su familia. Dijo a las hermanas que iba a emigrar a Canadá y encontrar un trabajo como enfermera, con el nombre de Emilie King. Eso resultó ser una media verdad, una pista falsa.
Hacia la década de 1970, se descubrió que, a principios de 1886, Constance zarpó rumbo a Tasmania con sus hermanastras, Eveline y Florence, usando el alias Emilie Kaye (un homónimo de «Emily K»). Acland había hecho la travesía hacía pocos meses. Ellos se reunieron con William y su esposa en Hobart. La intimidad de estos hermanos y hermanas, que podrían haberse distanciado a consecuencia del asesinato, era un recordatorio de lo íntimas y extrañas que seguían siendo las interioridades de aquella familia.
Constance y William mantuvieron una delicada y constante relación durante el resto de su vida. Constance se mudó a Brisbane con William y su esposa en 1889; ella compartía la casa con ellos y sus tímidos búhos. Un año después se fue a Melbourne a ayudar a las víctimas de la fiebre tifoidea y recibió formación como enfermera. Cuando William llegó allí en 1893, trabajaba como jefa de enfermeras en un hospital privado de Perth. A mediados de los años noventa, se trasladó a un hospital de Sidney, una ciudad que William visitó muchas veces entre 1895 y 1908. Trabajó en una colonia de leprosos en Long Bay y como jefa de enfermeras de un instituto de jóvenes delincuentes en Parramatta, en el extrarradio de la ciudad.
Constance sobrevivió a su hermano. En 1911, todavía utilizando el nombre de Emilie Kaye, abrió una clínica en Maitland, al norte de Sidney, que dirigió hasta su jubilación, casi en 1930. Pasó la década siguiente en residencias de ancianos de las afueras de Sidney. Estuvo en contacto con Olive, la hija de Mary Amelia, aunque Olive no sabía que ella era su tía, pues creía que la señorita Kaye era una vieja amiga de su madre y de sus tías Eveline y Florence. En la Navidad de 1943, Constance pidió un libro de consulta sobre aves para su sobrino nieto, el único hijo de Olive. Lo envió junto con una carta en la que expresaba cuánto le había decepcionado el libro: «Esperaba ilustraciones de los nidos, los huevos, etcétera, explicados de una manera generalizada. Es un simple catálogo de pájaros», pero por lo menos era un poco mejor que la mayoría de los libros para niños, añadió, que eran «grotescamente raros y horribles ... todos con su fantasiosa ficción sobre monstruosidades, el feo muñequito negro de trapo ha desterrado a la bella hada».
Cuando Constance cumplió cien años, en febrero de 1944, el diario local la retrató en un sofá, sonriéndole a la cámara. El diario rindió tributo a «Emilie Kaye», una «enfermera pionera». «Antaño asistió a los leprosos», anunciaba, olvidando su pasado más lejano. El rey y la reina de Inglaterra le mandaron un telegrama de felicitación. Olive asistió a la celebración del cumpleaños. Emilie Kaye era una «extraordinaria viejecita», informó, «muy alegre. Todos parecían sentir cariño por ella».
Dos meses después, la señorita Kaye murió. En su testamento dejó a Olive varios recuerdos, que incluían un prendedor, un reloj, una cadena de oro y dos cajas con fotografías, que permanecieron cerradas más de treinta años.
En 1974, Olive y su hijo viajaron a Inglaterra. Visitaron la casa de Bayton, donde la madre de Olive había nacido, y se enteraron de la historia del asesinato de Road Hill. Olive se empezó a preguntar si Emilie Kaye habría sido su tía perdida, la asesina Constance Kent. De regreso a casa, en el sur de Australia, Olive y su hijo abrieron la caja de las fotografías que la «señorita Kaye» había dejado y encontraron en una un daguerrotipo de Edward, el hermano mayor de Constance, y en la otra, el retrato de la primera señora Kent.