Capítulo 21
ALEX leyó el artículo de cabo a rabo. Habían encontrado un tapiz antiguo en un convento al sur de Lyón. Las monjas lo reclamaban, pero el arzobispo les disputaba su propiedad puesto que la archidiócesis había comprado el edificio y los terrenos del convento hacía años. No se decía que fuera Sainte Blandine. El paradero actual del tapiz en cuestión era desconocido. Había sido sacado del convento y estaba en manos de una persona de confianza. La «persona de confianza» no se nombraba. El artículo no decía nada de que fueran a sacarlo a subasta en breve.
Alex lo leyó de nuevo, más despacio. ¿Por qué no la había llamado la hermana Etienne? Alex se preguntaba si habría sido la propia monja quien informó de la existencia del tapiz al arzobispo, abrumada por tener que guardar el secreto de su hallazgo. ¿Se habrían visto forzadas a entregarle los dibujos? ¿O acaso el arzobispo se había enterado por otra fuente? ¿Habrían revelado algo sus operarios?
—¿Le llamarás, mamá? —Soleil interrumpió sus reflexiones.
—Sí, Sunny. Le llamaré.
Sí, llamaría a Jake. Y también a la hermana Etienne. Miró su reloj y se dio cuenta de que si no se apresuraba llegaría tarde a la reunión programada para aquella mañana. Arrancó la noticia del periódico. Llamaría desde su despacho.
Tan pronto llegó al museo, Alex descolgó el teléfono y marcó el número que le había dado la hermana Etienne. No contestaban. Probó otra vez. Nada. Llamó a Simone Pellier a Lyón. Primero preguntó por Pierre. Simone dijo que estaba igual. Luego Alex le preguntó si había leído el artículo. Simone no lo había hecho. Alex le preguntó si alguien la había llamado preguntando por el tapiz. Simone dijo que no, y que estaba bien guardado. Pero Alex se quedó preocupada. ¿Había puesto a sus suegros en una situación peligrosa o comprometida? Nadie sabía que el tapiz estaba en casa de ellos. No, eso no era verdad. Simone lo sabía. Y la madre de Alex. Soleil. Incluso Marie. Madame Demy, la directora del museo, también conocía su paradero. Igual que Jake. Sí, Jake también, pero Jake no la habría delatado.
Llegó tarde a la reunión. Tan pronto acabaron de tratar el último punto del orden del día, volvió corriendo a su despacho. Trató de llamar por tercera vez al convento, sin éxito, y luego marcó el número de Jake. El recepcionista le dijo que todavía no aceptaba llamadas. Alex se quedó allí sentada, preguntándose qué hacer. El catálogo de Sotheby's saldría dentro de dos semanas; la subasta estaba prevista para el 13 de agosto. Faltaban seis semanas. Viernes 13. ¿Debería haber pensado que era un mal augurio?
Se paseó arriba y abajo de su despacho sin ventanas. Luego sacó el artículo y lo volvió a leer. Aun en el caso de que el arzobispo se hiciera con el tapiz, ¿era probable que lo vendiera? El Cluny todavía tendría una opción. Pero ¿y las monjas? ¿Las habrían echado ya de su casa, obligadas a vivir en el convento de Lyón?
Alex se sentó a su mesa. Debía volver a Sainte Blandine, hablar con la hermana Etienne. Tenía tres citas aquella mañana, pero podía cancelarlas. Por la tarde daba un seminario a un grupo de universitarios, un compromiso que había adquirido hacía varios meses. Quizá Dominique pudiera dar la clase. No, ahora recordaba que Dominique se había marchado a pasar una semana en la Provenza con su familia. Tendría que dar el seminario ella misma. Y todavía le quedaba ir a buscar globos y demás para la fiesta de Soleil. Quizá podría tomar el tren de alta velocidad por la noche o a primera hora del día siguiente, y alquilar un coche.
No, Sunny se levantaría temprano. Alex le había prometido que podría abrir algunos regalos antes del desayuno. No había manera de ir a Lyón ni aquel día ni el siguiente. ¿La llamaría la hermana Etienne si surgía un verdadero problema? ¿Podría esperar todo hasta el fin de semana? ¿Y qué podía hacer Alex? Si las monjas querían entregar el tapiz al arzobispo, tendrían que ponerse en contacto con ella. Alex guardaba el tapiz. La hermana Etienne no conocía siquiera su paradero exacto.
Fue a ver a madame Demy, quien no había leído el periódico aquella mañana. Alex le pasó el artículo. La directora levantó sus gafas de leer, que llevaba colgadas del cuello, y se las puso sobre la nariz. Indicó la silla que había frente a su mesa, pero Alex estaba demasiado nerviosa para sentarse mientras madame Demy leía.
—¿Ha hablado con las monjas de Sainte Blandine? —preguntó la directora.
—Lo he intentado. El arzobispo les ha regalado un móvil para casos de emergencia, pero no sé si saben usarlo siquiera. Quizá no tiene cobertura.
—¿Quiere ir otra vez al convento?
—Sí, pero esta tarde tengo seminario y mañana es el cumpleaños de Soleil.
—De hecho, el tapiz es propiedad de la archidiócesis, habrá que devolverlo.
Alex se la quedó mirando. No podía creer que madame Demy lo dijese con tanta despreocupación. Claro que ella no había mostrado tanto entusiasmo por el hallazgo como Alex. No le había pedido verlo, y el regalo del devocionario tampoco había suscitado en ella una alegría particular. ¿Tenía celos la directora? ¿Estaba celosa del descubrimiento de Alex?
—Mire, Alexandra... —madame Demy nunca la había llamado por el nombre de pila. Los asuntos profesionales se trataban en un tono profesional—. Aunque las monjas pudieran demostrar que les pertenece, y aunque salga a subasta, no hay ninguna garantía de que el museo pueda conseguir el tapiz.
Alex no supo qué decir. Se la quedó mirando.
—Iré al convento el sábado por la mañana y lo solucionaré.
Madame Demy asintió con la cabeza y dijo que muy bien.
Hacia las once, Alex le dijo a Sandrine que salía un rato. Tenía que ir a buscar unas cosas para la fiesta de Sunny. Iría también a ver a Jake. Quizá él le daría alguna idea.
Jake se plantó delante del espejo y se frotó la barba de días. No se había afeitado desde el domingo por la mañana. Quizá se la dejaría crecer, una nueva imagen para impresionar a madame Genevoix: Jake Bowman, el pintor vanguardista de Montana. Había completado dos telas más durante la semana, y había empezado otra. Estaba citado con madame Genevoix el lunes por la tarde en su galería.
Desde el sábado a primera hora no había hecho otra cosa que pintar. El domingo por la tarde había telefoneado a Rebecca, y después a su madre, para explicarles que le había salido una oportunidad de enseñar su obra a una galerista. Quería decirles también que no iba a aceptar llamadas la semana siguiente, no quería que se preocuparan si intentaban telefonearle. Rebecca le dijo que ya había hecho la reserva. Llegaría a París el 13 de agosto. Sí, viernes 13, pero ella lo consideraba un día de buena suerte. Luego añadió:
—Qué bien que te haya salido esta oportunidad en París.
—Sí, la cosa marcha —afirmó él.
—Tu madre me contó que habías hecho unos bocetos para un museo.
—Sí.
—¿Para tu amiga Alex?
—Sí.
¿No había un deje de irritación en la voz de Rebecca? Jake no le había hablado de sus excursiones a Lyón, como tampoco de los dibujos. De hecho, Rebecca sabía muy poco de su anterior relación con Alex. Hablando en una ocasión de antiguas novias, Jake había mencionado a una chica que le gustaba mucho cuando estudiaba en París, y Rebecca había querido saber más detalles. Jake le contó que la cosa no había ido a más. La chica se había casado con un francés muy rico.
—Alex me ha ayudado bastante —contó—. En realidad, he conocido a la galerista gracias a ella.
—No sabía que Alex estuviese todavía en París.
—Se casó con un francés.
—Ah, sí —dijo Rebecca—. Y viven en París.
—Él murió hace un par de años, pero Alex se ha quedado aquí. Tiene una hija y trabaja en el museo Cluny. Sus contactos me han sido muy útiles.
—Cuánto me alegro.
Después de las llamadas, Jake había seguido pintando. Así pasó toda la semana, durmiendo poco, sin afeitarse. De vez en cuando picaba algo de comer, pero se dio cuenta de que había perdido peso. No había salido a correr pero procuraba hacer cada día entre quince y veinte flexiones y abdominales. Con todo, la intensidad de su empeño se había convertido en sí misma en todo un ejercicio físico.
Gabby había ido a posar el lunes y el martes, y había buscado a una amiga para que hiciera de modelo todo el miércoles. Por la noche, cuando se quedaba solo, Jake trabajaba en los fondos y los unicornios. Con la nueva modelo había iniciado lo que él llamaba su rouge, su serie roja. Los primeros cuadros eran de tonos fríos, con predominio de los azules, era su serie bleu; pero los tonos cálidos habían empezado a cubrir su paleta.
Le parecía increíble que ya fuera jueves. Quería pasar por el museo para ver a Alex y hablarle de sus progresos, también para saber cosas de su último viaje a Lyón. Quería preguntarle por Soleil. ¿Qué pedía una niña de siete años como regalo de cumpleaños? No había olvidado que los cumplía el viernes.
Se duchó y se vistió. Necesitaba salir un poco. Quizá debería afeitarse si pensaba ir a ver a Alex, peinarse un poco. Entonces oyó que llamaban a la puerta.
Abrió. Era Alex.
—¿Has visto el periódico? —preguntó ella.
—No he leído ninguno en toda la semana.
Jake notó que estaba alterada. Alex sacó un recorte de su bolso y se lo entregó.
—¿Cómo ha podido pasar? —preguntó Jake al terminar de leer.
—He intentado hablar con la hermana Etienne pero no ha habido forma. Quizá se sentía culpable y ha confesado el hallazgo del tapiz.
—Pero ¿no les pertenece a ellas?
—En mi opinión, sí. Pero el arzobispo Bonnisseau lo reclama...
—¿Y eso pone en peligro la adquisición por parte del museo?
—Es posible.
—Y este artículo podría suscitar el interés de otros museos o coleccionistas, ¿no?
—Yo contaba con mantener el secreto un par de semanas más, al menos hasta que saliera el catálogo. Me preocupa un poco mi reputación y si esto puede interferir con la subasta en Sotheby's. —Inspiró hondo y continuó—: Lo que dice la nota es bastante vago: «Un valioso tapiz medieval». ¿Qué significa eso? Y no dice qué convento es. ¿Cuántos habrá al sur de Lyón?
—Supongo que bastantes. Nada indica que sea Sainte Blandine.
—¿Y la persona de confianza, el experto en tapices medievales? ¿Cuántos puede haber en París? —Alex tomó el recorte y se lo guardó en el bolso—. Creo que debería ir al convento y hablar con la hermana Etienne, a ver si averiguo qué está pasando. Pero esto llega en el momento más inoportuno. —Echó la cabeza hacia atrás y rio como para no echarse a llorar—. Mañana es el cumpleaños de Soleil. No puedo marcharme.
—No tienes por qué hacerlo, sin ti nadie puede hacer nada al respecto. Las monjas no saben dónde está el tapiz, ¿verdad?
—No, no lo saben.
—Entonces no hay motivo para que te des prisa, Alex. Disfruta del cumpleaños de Soleil.
—Tienes razón —asintió Alex—. No sabes lo alterada que está. Para una niña de su edad, una fiesta de cumpleaños es todo un acontecimiento.
—Me lo imagino. Por cierto, quería preguntarte por la fiesta.
—A Soleil le gustaría que vinieras.
Jake se dio cuenta de que estaban de pie en el umbral. La invitó a pasar y, de repente, se dio cuenta de todo el desorden. Tampoco él debía de tener muy buen aspecto. Se pasó los dedos por el pelo, por la barbilla.
Hacía mucho calor en la habitación. Y probablemente no olía demasiado bien. Ropa sucia, la cama sin hacer, pieles de plátano, restos de manzana. Y telas por todas partes, contra la pared, apoyadas en la cama, en el tocador.
Alex echó un vistazo.
—Vaya, veo que estás trabajando mucho. Son preciosos. —Le miró con una sonrisa—. No has tenido ni tiempo de afeitarte.
—¿Tú qué opinas? —preguntó él—. ¿Me dejo la barba?
—Parece que ya lo estás haciendo. Quizá hará juego con tu nuevo estilo de peinado.
Por un momento, Jake pensó que Alex le iba a tocar el pelo, apartárselo de la frente, pero no lo hizo. Jake se lo peinó con los dedos.
—Tus cuadros... son preciosos —repitió Alex, mirándolos de uno en uno.
—El lunes he de ir a ver a madame Genevoix. Quería darte las gracias otra vez.
—La cita la has conseguido gracias a tu talento, no a mí.
Alex se arrodilló frente a la más reciente de las telas, probablemente la mejor, aún por terminar. Una escena en un jardín, y en colores parecidos a los tapices del Cluny.
—Serie azul..., y ahora serie roja —apreció Alex—. Muy bonito. Como los tapices de Verteuil y los que tenemos en el museo. —Se volvió para mirarle—. ¿Sabías que la serie que hay en The Cloisters se conoce también como Serie Azul, y la del Cluny como Serie Roja? —Se sentó con las piernas cruzadas y contempló la pintura—. Rojo como el tapiz de Sainte Blandine... Oh, Jake —suspiró—, ¿qué demonios me pasa? ¿Está mal querer algo con tantas ganas?
Se puso de pie. Al darse la vuelta, una piel de plátano quedó pegada al estrecho tacón de su zapato. Se inclinó para despegarla, levantando el talón, y perdió el equilibrio. Jake trató de ayudarla.
—Perdona —dijo, sosteniéndola del brazo. Notó su aroma otra vez, aquel perfume fresco y delicioso. Se quedaron como estaban, paralizados, Alex mirándolo a él con cierta expresión de temor en sus ojos. Jake sintió un tremendo impulso de abrazarla, de tranquilizarla, de decirle que conseguiría el tapiz, que conseguiría cuanto se propusiera. Deseó que el cuarto estuviera recogido y la cama hecha con sábanas limpias.
—Como en los dibujos animados: chica resbala con piel de plátano —rio Alex, nerviosa, y le pasó la piel a Jake. Había recuperado el equilibrio y él la soltó.
Jake buscó el cubo de basura, sin suerte.
—Si llego a saber que tenía compañía, habría limpiado un poco.
Estaba sudando, notaba las gotas en la frente. El calor era sofocante.
—Te he llamado, pero me han dicho que no atendías llamadas.
—Me pareció que trabajaría más sin interrupciones.
—Y veo que ha dado resultado.
Alex volvió a mirar alrededor y luego a Jake. Durante unos segundos se miraron a los ojos como si ninguno de los dos supiera qué decir.
—Siento haberte interrumpido —se disculpó Alex—. Veo que estás ocupado. Bueno, sólo quería saber tu opinión.
—Disfruta del cumpleaños de tu hija. Si no tienes noticias de Sainte Blandine en un par de días, tendrás tiempo de ir a Lyón y ver qué pasa. —Sonrió—. Estoy seguro de que conseguirás el tapiz para el Cluny, que es donde debe estar. Todo se arreglará.
Alex sonrió pero sin demasiado entusiasmo, y Jake pensó que no había logrado tranquilizarla.
—La fiesta de Sunny es a las cinco. He de volver al trabajo.
Fue hacia la puerta y luego se volvió para preguntar:
—Tú no se lo has contado a nadie, ¿verdad, Jake? ¿No has hablado con nadie del tapiz?