Capítulo 15

DESPUÉS de hablar con Alex y de tranquilizarla respecto al viaje en tren con su hija, Jake intentó juntar los trocitos de papel. Soleil había hecho un buen trabajo, pero al cabo de dos horas Jake había conseguido armar la mayor parte de los dibujos así como los detalles de sus márgenes. Podía unirlo todo con cinta adhesiva y dárselo a Alex. Sin embargo, se sentía en la obligación de copiar de nuevo los dibujos, ya que ella le había entregado un generoso cheque antes de partir de Lyón. Al protestar él e intentar devolvérselo, Alex había insistido en que lo aceptara. Después de todo, había viajado a Lyón de noche y había hecho el trabajo que ella le había pedido, aunque Soleil hubiera roto los dibujos después. Eso era problema de ella, le había dicho Alex. Pero, entre los bocetos que había hecho durante el trayecto de regreso y lo que había conseguido juntar, Jake calculaba que podía realizar nuevas copias casi tan fieles como las primeras. Se acostó rendido y durmió hasta las once menos cuarto de la mañana. Al despertar, sacó sus pertrechos y empezó por segunda vez los dibujos a tinta.

A media tarde salió para ir a comer algo. De regreso miró si tenía mensajes: no había nada. Tenía que ir a la cooperativa para pagar a Julianna el material que le había dado el sábado, pero aún no disponía de efectivo. Iría más tarde al banco a cambiar el cheque de Alex. Entró en su habitación y se quedó de pie mirando los dibujos. Luego se sentó, mojó la pluma y se puso a trabajar. No sabía cuánto rato llevaba dibujando cuando llamaron a la puerta. Creyendo que sería André, quien le había dicho que le subiría toallas limpias por la tarde, Jake se levantó y abrió la puerta.

—Pensaba que te pasarías por la cooperativa. —Era Julianna.

—Llegué a casa ya de noche.

Julianna miró el reloj.

—Son las seis y cuarto —dijo—. ¿Puedo pasar?

Jake se hizo a un lado.

—Me he puesto a trabajar y creo que el tiempo se me ha pasado volando.

—¿El viaje a Lyón, bien?

—Sí.

—Entonces, ¿pudiste terminar los dibujos a pluma y tinta?

—Estoy en ello. ¿Cómo has sabido dónde vivía?

—Dejaste tus señas en la cooperativa.

—Ah.

—¿Vendrás esta noche al estudio? Yo iba hacia allí.

—¿Qué día es hoy? —Jake se rascó la cabeza y se pasó los dedos por el pelo.

—Lunes.

—Lunes... ¿modelo masculino?

—Oh, pues sí... —asintió ella con una sonrisa—. Supongo que todavía necesitas una mujer.

—Correcto.

Julianna desvió la vista hacia la mesa y entonces, antes de que él pudiera impedírselo, fue hacia allí y miró los dibujos.

—¿Qué es todo esto? —preguntó, contemplando el rompecabezas de papeles.

—Es una larga historia.

—No me extraña. —Julianna miró brevemente los bocetos a lápiz y a continuación el primer dibujo a tinta que Jake había empezado por la mañana—. Muy bonito. ¿Es por esto por lo que tuviste que ir a Lyón?

Jake asintió sin decir nada. No pensaba enseñar los dibujos a nadie. Sabía que Alex querría mantener en secreto su descubrimiento.

—¿Es un boceto de un tapiz que hay en el Cluny? —Señaló el dibujo que se parecía a À mon seul désir, alargó la mano y lo levantó—. Aunque aprecio algunas diferencias. —Lo dejó sobre la mesa y tomó con cuidado el segundo dibujo, que todavía estaba húmedo—. ¿Y éste?

Jake no respondió. Había cometido un descuido al dejar entrar a Julianna mientras estaba trabajando.

—Es de un estilo similar, pero no pertenece a la serie La dama del unicornio. Conozco bien esos tapices. Me encanta el arte medieval. Es increíblemente romántico, ¿no te parece?

—Sí, muy romántico.

Julianna miró atentamente a su alrededor. Jake había guardado en el armario la tela que tenía empezada. Menos mal, pensó. No quería que la viera nadie. Ni él mismo podía soportar mirarla. Julianna se acercó a la ventana y contempló la vista. Luego se dio la vuelta y miró la cama sin hacer. Finalmente sus ojos se posaron en la mesita de noche, donde él vaciaba sus bolsillos antes de acostarse. Había monedas sueltas, entradas de museo, postales y recibos, una historia de su primera semana en París.

—¿Irás el miércoles? Puedes pagarme entonces.

—De acuerdo. Iré el miércoles.

—¿Tienes la dirección?

—Descuida, iré.

Al partir Julianna, Jake estuvo esperando la llamada de Alex, pero al final se cansó y salió a comer algo.

El martes sacó el cuadro del armario e intentó trabajar en él, renunciando hacia el mediodía para almorzar y visitar luego el Louvre, donde estuvo hasta que cerraron. Alex seguía sin telefonear. Jake sentía curiosidad por saber si había averiguado algo más.

El miércoles por la mañana salió a correr. Hizo un trecho más largo que el acostumbrado, dándose cuenta de que demoraba el momento de ponerse a pintar. Al verse reflejado en un escaparate del Boulevard Saint-Michel, Jake tuvo una extraña sensación, como si quien le miraba fuese su padre y no él. Claro que su padre no habría hecho una tontería como correr por las calles de París en calzón corto, como si fuera en ropa interior. «¿A santo de qué ir a correr por la calle? Bastante trabajo tiene uno con hacer su jornada laboral». Se imaginó la voz profunda y áspera de su progenitor.

A su padre, por regla general, nada le parecía bien. Jake recordó cuando iba a la universidad y pintaba «aquellas cosas» que según su padre no eran cuadros ni nada (en esa época Jake estaba muy metido en la pintura abstracta). Su padre le había preguntado por qué no pintaba caballos, como Remington o Charlie Russell. Que Jake recordara, en el despacho de John Bowman siempre había habido una reproducción de Remington donde se veía a un cowboy montando un caballo encabritado. «De pequeño se te daba bien dibujar caballos».

¿Qué habría pensado el viejo de que Jake hubiera regresado a París? Se lo podía imaginar. Ni siquiera su madre, que siempre le había apoyado, mostró demasiado entusiasmo por su decisión. No entendía cómo podía haber renunciado a un empleo seguro en la universidad.

A media tarde todavía no había mensajes de Alex. Había dicho que le llamaría cuando volviera a París y que le invitaría a cenar a su casa. ¿Le estaba dando largas? Esperó hasta casi las siete y luego tomó el metro para ir al estudio de Montmartre. No quería cargar con tela y pinturas, pero sí llevó consigo el cuaderno de dibujo y unos lápices.

Cuando llegó, la modelo, una chica morena, se había desvestido ya y estaba sentada en una silla mirando al vacío. Desde el fondo de la sala, Julianna le sonrió y le hizo señas. Sentado en el suelo había un joven negro, descalzo y con rastas, dibujando en un cuaderno. Una chica flaca de cuello muy largo estaba de pie frente a un lienzo descomunal apoyado en un caballete. Una mujer rolliza de mediana edad levantó la vista y sonrió a Jake. Había varias personas más esparcidas por la sala, unas pintando y otras dibujando.

—Encantada de que te hayas decidido por fin. —Julianna se había acercado a saludarlo.

—Traigo el dinero.

—Dejemos eso de momento. Vamos a que te instales. Tendrías que apuntarte con Patrice —señaló hacia la mujer rolliza—, cuando hagamos una pausa. ¿No has traído tela?

—He pensado que para empezar haré unos bocetos.

Se preguntó si Julianna esperaba verle por allí a menudo.

—¿No vas a pintar?

—De momento es una prueba.

Jake oyó que alguien entraba. Julianna y él se volvieron. Era un hombre mayor. Miró a todas partes, un tanto desconcertado.

—¿Madame Lamoureux? —preguntó, a nadie en particular.

—Ce soir, non —le dijo Julianna. Se acercó al viejo. Jake la oyó decir que esa tarde no había monitores. El viejo pareció confuso, dijo que tenía que haber monitor. Julianna le sugirió que se instalara de todos modos. Varias personas del grupo podían echarle una mano si era necesario. El hombre dudó. Se paseó unos minutos por la sala, mirando de vez en cuando a la modelo.

Jake se sentó en una silla, abrió su bloc y empezó a dibujar. El viejo se detuvo a su lado y miró.

Julianna había ido a montar un caballete.

—Venez, venez essayer de faire —le dijo al hombre en voz alta—. Venga a probar.

El viejo se le acercó despacio, se detuvo y miró el papel.

Mientras Jake seguía dibujando, Julianna y el hombre hablaron en voz baja, pero Jake no pudo entender lo que decían.

Los estudiantes charlaban entre ellos. Casi todos en francés. El joven negro, la rubia flaca, Julianna y otro estudiante intercambiaron algunas palabras en inglés.

Parecía que no había pasado apenas tiempo cuando la modelo se levantó, se envolvió en una bata, se desperezó entre bostezos y fue hacia el balcón sacando del bolsillo un paquete de cigarrillos. Algunos la siguieron. Formaron un pequeño grupo, charlando y riendo. Otros hicieron corro junto a la máquina de café. Julianna presentó a Jake a Patrice, quien le explicó que la tarifa se calculaba según el número de alumnos en cada sesión. Jake llenó un formulario mientras Julianna se dirigía hacia el balcón.

Jake se sirvió café y empezó a observar el trabajo de los demás. Examinó la tela de Julianna. Estaba pintando al estilo cubista. Jake sintió curiosidad por lo que podía haberle dicho al viejo. Se acercó adonde estaba el hombre. Había varios papeles arrugados a sus pies, pero el que tenía en el caballete estaba en blanco.

El viejo alzó la vista.

—¿Por dónde empezar? —inquirió.

—Formas sencillas —respondió Jake—. Trate de buscar los elementos más simples.

—Miro y veo a una mujer joven. Una forma bella, compleja y misteriosa, en absoluto sencilla. —El viejo sonrió entonces—. Vine ayer por la mañana y había un monitor. Dibujamos manzanas, naranjas y botellas de vino. Pero ahora... c'est impossible! —Meneó la cabeza—. ¿Puede usted aconsejarme, monsieur... —El hombre dudó, como si buscara un nombre.

—Jake Bowman —informó Jake, y le tendió la mano.

—Gaston Jadot. Enchanté, monsieur Bowman —saludó el hombre estrechándole la mano con firmeza. Miró fijamente a Jake. Su apretón denotaba confianza en sí mismo, y su expresión era tan seria como si acabaran de cerrar un importante trato coMercial. Llevaba un jersey raído, con los codos casi translúcidos, y un pantalón descolorido, pero hubo algo en su modo de estrechar la mano, en su modo de hablar, que transmitía elegancia y refinamiento. Jake se preguntó de dónde habría salido y qué hacía en ese estudio. ¿Qué podía impulsar a un hombre de su edad (Jake le calculaba setenta largos, o quizá ochenta) a embarcarse en semejante empeño a esas alturas de su vida?

Los otros volvieron del balcón. La modelo se colocó de nuevo y empezaron a trabajar. Jake se quedó junto a monsieur Jadot, sugiriéndole cómo podía comenzar su dibujo.

—El cuerpo humano se compone de esferas y cilindros... formas básicas.

—Como naranjas y botellas —replicó el hombre con una sonrisa.

—Oui.

El viejo le preguntó si podía enseñarle. Jake asintió y fue a buscar su cuaderno.

No tocó el lápiz ni el papel de monsieur Jadot. Nunca había creído que ésa fuera manera de ayudar a un alumno. Le hizo una demostración y el viejo pareció ponerse a dibujar con cierta confianza, mientras Jake le explicaba cómo empezar con formas básicas fijándose mucho en las proporciones y en la relación entre unas formas y otras. Era sencillo si uno observaba la figura en estos términos, como formas y líneas.

—¿Eres profesor? —le preguntó Julianna.

Jake volvió la cabeza. Estaba detrás de él.

—He dado algunas clases.

—¿Dónde? ¿En Estados Unidos?

—Sí.

—¿En la universidad?

—Montana.

—¿Vas a volver allí, a enseñar?

—No creo.

—¿Ahora trabajas para el Cluny?

—Sólo este encargo. Conozco a una amiga que trabaja en el museo. Me pidió que fuese a Lyón para hacer unos dibujos.

—¿De noche? —Julianna sonrió.

Jake asintió con la cabeza pero no dijo nada.

—Siento curiosidad por esos dibujos —declaró Julianna—. Uno de ellos representaba un tapiz de la serie La dama del unicornio, pero el segundo... era diferente. La mujer estaba desnuda, y había también un caballero.

Jake siguió sin responder. Tenía la sensación de haber traicionado a Alex.

—Esa Alexandra Pellier, ¿es amiga tuya?

Mierda, ¿cómo lo había sabido?

—El cheque —explicó Julianna—. Estaba firmado por ella.

Jake se acordó, lo tenía sobre la mesita de noche.

—Julianna —llamó el joven negro—, ¿vienes con nosotros esta noche?

—¿Qué te parece, Jake? —le preguntó—. Vamos a ir a tomar una copa todos. ¿Te apetece venir?

Jake sabía que tenía que volver a su hotel, descansar un poco, levantarse temprano y ponerse a pintar.

—Mejor que no.

—La noche que me pediste que te abriera la tienda dijiste que «en otra ocasión». ¡Ya la tienes! —Julianna le tocó en el hombro—. Ven con nosotros. Te irá bien. Estás demasiado tenso para ser creativo.

Le dio un pequeño apretón en el hombro.

Fueron andando hasta un local a una manzana del estudio. Era pequeño, con una barra estrecha y unas cuantas mesas. Dos hombres mayores estaban sentados en una de ellas. Otro, de mediana edad, ocupaba un taburete frente a la barra y llevaba un cigarrillo colgado de los labios. Estiró el cuello y los miró entrar, luego se volvió y aplastó el cigarrillo en un cenicero.

Julianna presentó a Jake al resto del grupo. El joven negro de las rastas se llamaba Matthew Lewis y era de Chicago. Llevaba un piercing en la ceja izquierda y parecía que le saltaba cada vez que se reía. La rubia del cuello de cisne y el pelo corto como si se lo hubieran cortado con unas tijeras romas se llamaba Gabby Mogenson. Era de un lugar de Nuevo México que a Jake no le sonaba. Estaba trabajando de modelo para pagarse las clases de pintura. Después de pedir dos botellas de vino, un chico de pelo negro llamado Brian se unió a ellos, y al rato una pelirroja regordeta con una cola de caballo que a Jake le hizo pensar en el Pájaro Loco.

Estuvieron charlando de pintura. Matthew se levantó y fue a la barra a por dos botellas más. Era vino barato, como el que Jake y sus colegas solían beber a litros hacía muchos años. Sabía que si bebía demasiado no tendría ganas de pintar al día siguiente, pero el hecho de estar con aquel grupo de jóvenes entusiastas le recordó sus días de estudiante, sus inicios como profesor de universidad. Había mucha juventud y creatividad, muchas ganas.

La reunión concluyó pasada la medianoche. Gabby, Matthew, Brian y el Pájaro Loco se levantaron para irse. Matthew, quien tenía coche, le preguntó a Jake si quería que lo acercara a casa. Jake le dio las gracias pero dijo que tomaría el metro. Y, de repente, se encontró a solas con Julianna.

—¿Quieres venir a ver mis trabajos? —preguntó ella.

Julianna compartía piso con una chica llamada Michelle, quien estaba pasando unos días fuera. Era un apartamento pequeño con un solo dormitorio y un sofá cama en la salita, abierto y hecho un revoltijo de mantas. Telas de diversos tamaños podían verse apoyadas en las paredes, la mesita baja y la diminuta cocina. La mayoría eran cubistas, como la que estaba pintando en el estudio, pero había otras que recordaban más el estilo de los impresionistas.

En las paredes colgaban algunos dibujos de pequeño tamaño, en un estilo realista que a Jake le gustó bastante. Todo lo había hecho Julianna. No habría sido fácil deducirlo, de no ser porque todos iban firmados con su nombre de pila.

Julianna se disculpó un momento. Jake miró a su alrededor. Había bebido demasiado, estaba cansado y se sentía terriblemente incómodo porque, al contemplar la obra de la joven, se había sentido como el profesor que ya no era. Su primer impulso fue sugerirle varias maneras de mejorar sus lienzos, y estaba seguro de que ella no quería eso.

Julianna volvió, fue a la cocina y sacó una botella de vino y dos vasos. Sirvió y le pasó un vaso a Jake.

—No has dicho nada de mis cuadros —comentó ella tomando un sorbo—. Te he hecho subir para eso. —Se rio—. No me digas que has pensado que era por otra cosa.

Se le acercó tanto que sus narices casi se tocaron. Jake se tambaleó; estaba mareado. Se sentó en el borde del sofá cama, apartó una manta y dejó el vaso encima de la mesa. Julianna se sentó a su lado.

—Tu obra —asintió—. Me gustan los bocetos. —Contempló un gran lienzo apoyado en la pared—. Veo que ahora te inspiras en el cubismo, pero parece que antes había una clara influencia impresionista en tu obra.

—Es que entonces estaba enamorada —explicó Julianna—. ¿Crees que el estado emocional influye en tu trabajo?

Se le acercó de nuevo y le puso una mano en la rodilla. Jake notó su perfume, su aliento a vino y tabaco. La tenía tan cerca que podía sentir el calor que irradiaba.

—Yo diría que sí.

—¿Estás enamorado, ahora?

—Tengo una novia en Estados Unidos.

—No te he preguntado eso.

—Por supuesto que estoy enamorado.

—Entonces, ¿por qué has venido?

Jake no estaba seguro de si se refería a París, puesto que su prometida estaba en Montana, o al piso. Julianna empezó a subir la mano por su muslo. Luego se inclinó y le besó, primero suave, despues con más fuerza. Él reaccionó con labios tan ávidos como los de ella. Se apartó entonces y la miró detenidamente. Julianna era muy bonita. Ella le puso las manos en los hombros. Jake se dejó caer sobre el amasijo de mantas, mientras Julianna le desabrochaba el cinturón con una mano, y con la otra acariciaba su cuello, hacia abajo, jugueteando con el vello de su pecho. Él empezó a desabrocharle los botones de la blusa, dejando al descubierto la suave piel de sus senos.