Capítulo 17
AQUELLA tarde poco antes de las siete, con un pequeño ramo de flores en la mano y una botella de vino bajo el brazo, Jake subió en ascensor hasta el piso de Alex. Fue recibido por Soleil, quien se mostró entusiasmada de verle, y por el aroma de un asado de carne.
—Bonsoir, monsieur Bowman.
La niña tenía un bloc en las manos y, sin decir nada, se lo entregó a Jake allí mismo.
Jake dejó la botella en el suelo, se puso las flores bajo el brazo y abrió el bloc. Las páginas estaban llenas de unicornios, conejos, perros y hasta un mono, que se parecía al mono del tapiz El olfato. Aquí y allá se veían asimismo imitaciones de las millefleurs.
—Mi profesora —le informó Soleil— me ha dicho que están muy bien.
—Y con razón. Tienes mucho talento.
—Quiero que me enseñe a dibujar las doncellas. Las personas son más difíciles que las flores o los animales.
—Sí, las personas son muy difíciles.
—Soleil, por favor... —Jake alzó la vista y vio a Alex entrar en el vestíbulo, de donde la niña no le había dejado pasar todavía. Alex sonrió. Llevaba el pelo peinado hacia atrás y se había puesto unos pantalones holgados y una blusa de color rosa pálido que hacía juego con el rubor de sus mejillas. Sujetaba en la mano un paño de cocina, e incluso mientras se secaba las manos conseguía parecer bella y elegante—. Por favor, Sunny, sería de buena educación dejar pasar a nuestro invitado antes de bombardearlo con tus dibujos.
—Monsieur Bowman —repuso la niña—, haga el favor de pasar.
Inclinó la cabeza, un tanto avergonzada, pensó Jake. Él se agachó para recoger la botella y se la entregó a Alex junto con el ramo.
—Oh, Jake, son preciosas —declaró Alex aspirando el aroma—. Gracias. —Le dio un fuerte abrazo—. Pero, pasa, por favor.
Jake lo hizo y al mirar a su alrededor se llevó una buena sorpresa. Por alguna razón, había esperado que Alex viviera en una casa llena de tesoros medievales. Sin embargo, los muebles eran de estilo tradicional: butacas de orejas, un sofá tapizado, todo confortable y hogareño. Las fotos y cuadros de las paredes ofrecían una ecléctica mezcla. La mayoría eran originales, unos abstractos y otros figurativos, pero en absoluto lo que él esperaba encontrar allí. Un montón de libros de vivos colores —infantiles, pensó— ocupaban una mesa baja.
—Siéntate, por favor —pidió Alex. Parecía mucho más relajada que cuando la había dejado en Lyón. Había recuperado su color natural. Y se mostraba contenta de verle—. Mamá y yo estamos terminando en la cocina. ¿Quieres tomar algo? —Indicó la botella que Jake había llevado—. ¿Vino?
—Bueno. Mmm, huele bien —repuso Jake.
—Esto tiene muy buena pinta —declaró Alex examinando la botella—. Châteauneuf-du-Pape. Muy adecuado. ¿La abro?
—¿Crees que irá bien con la cena? —Jake se preguntó si no habría gastado demasiado en el vino, y si parecería un estúpido tratando de impresionar a Alex.
—Perfecto —confirmó ella. Sonrió a su hija—. Ahora quizá sería el momento de enseñarle tus dibujos a monsieur Bowman.
—Merci, mamá.
—Ah, tengo otra cosa para ti.
Jake sacó los dibujos del bolsillo.
Alex dejó el vino y las flores en la mesita baja. Desplegó el primer diseño, lo inspeccionó someramente y examinó el segundo.
—Muchas gracias, Jake.
—Mamá —dijo Soleil—, ¿no podría mirar los míos ahora?
—Claro que sí —respondió Alex—. Voy a ponerlos en lugar seguro, por si acaso. —Sostuvo los dibujos de Jake en alto y sonrió a su hija con una mezcla de amor maternal y severidad.
La niña la miró mansa como un cordero y Alex salió de la sala con el vino y las flores. Soleil se sentó junto a Jake. Abrió el bloc donde lo habían dejado. Jake fue pasando lentamente las páginas.
—Muy bonito, Soleil.
—¿Me enseña a dibujar las doncellas?
—Pues claro.
—Voy a buscar un lápiz. —Saltó del sofá en el momento que Alex volvía con un vaso de vino tinto.
—¿Abandonas a nuestro invitado, Sunny?
—Necesito un lápiz.
Alex le pasó la copa a Jake y se sentó a su lado.
—¿Qué tal ha ido tu trabajo desde que volviste de Lyón?
—Bien —respondió él.
—Me alegro. Lo ves, ya te dije que era cuestión de tiempo.
Soleil volvió correteando al salón con varios lápices en la mano. Alex se levantó.
—Estoy impaciente por saber si has descubierto algo más sobre el tapiz —dijo Jake.
—Te lo explicaré todo mientras cenamos —repuso Alex con una sonrisa—. Ahora debo ir a echar una mano a mi madre.
Alex se fue a la cocina y Soleil se instaló de nuevo al lado de Jake.
—¿Cuál es su doncella favorita? —preguntó.
—Pues creo que no se me ha ocurrido pensarlo —confesó Jake. Suponía que se estaba refiriendo a las de los tapices del unicornio. Sin duda alguna Soleil había reparado en el parecido entre los dibujos que había hecho en el tren (aparte de los que ella había roto) y los que acababa de enseñarle a su madre.
—A mí me gusta la de L'Ouïe —replicó la niña—. Es guapísima.
Jake trató de pintar la doncella de El oído. Recordó que estaba tocando un armonio. Le parecía que llevaba el pelo en un moño. Como las otras, su indumentaria era opulenta, repleta de joyas.
Soleil sonrió.
—¿Cree que se parece a Barbie?
—¿A Barbie? —preguntó Jake, perplejo, y al momento se dio cuenta de que la niña se refería a la muñeca—. Sí, un poco —contestó. Todas las doncellas de los tapices eran rubias y de cuerpo esbelto, elegante y delgado, la visión idealizada de la muchacha medieval. Ninguna tenía tanto pecho como Barbie, pero en aquella época esas formas no estaban de moda. Qué raro, pensó, que la niña hubiera comparado las hermosas doncellas con un icono cultural del siglo XX.
—La del séptimo tapiz está desnuda —comentó Soleil como si tal cosa.
¿El séptimo tapiz? ¿Lo había encontrado Alex? ¿Lo había visto Soleil? ¿O estaba hablando del dibujo?
—Me gustan esos vestidos tan bonitos —continuó la niña—. ¿Y a usted?
A las niñas les gustaban sus Barbies con ropa muy elegante y de marca, pensó Jake. Rio para sus adentros.
—Sí, me gustan los vestidos —repuso.
Alex entró con una bandeja de canapés. La seguía su madre, con copas de vino. Jake pensó que madre e hija se parecían mucho, aunque Sarah era unos cuatro o cinco centímetros más baja que Alex. Cuando la conoció el día que fue a buscarlos a la estación, le había sorprendido que fuese tan joven. La madre de Jake tenía casi setenta años, pero Sarah Benoit aparentaba unos cincuenta.
—Buenas noches, Jake —saludó Sarah—. Qué suerte que haya podido venir.
—Es un placer para mí.
Se puso de pie, Sarah le indicó que se sentara, y Alex le ofreció la bandeja con los canapés.
Sarah le pasó una copa de vino.
—¿Quieres un refresco? —preguntó a Soleil. Ambas miraron a Alex.
—Sí, claro —confirmó Alex.
—¿Puedo tomar uno entero?
—La mitad. Y en vaso.
—¿La otra mitad podré tomarla con la cena?
—No. Leche.
—¿Y qué pasa con la otra mitad? Se van a escapar las burbujas —arguyó la niña—. Se estropeará.
Era muy avispada, pensó Jake, igual que su madre.
—Medio —repitió Alex.
—Bueno, está bien. —Soleil salió del salón refunfuñando.
—Es una tozuda —dijo Alex, y se rio.
—Como su madre —añadió Sarah.
—No pasa nada porque una mujer tenga ideas propias —repuso Jake.
Madre e hija sonrieron. Jake dio un mordisco a un canapé de paté.
—Hábleme de su trabajo —pidió Sarah.
—Bueno, parece que mi primera semana aquí en París no ha sido muy fructífera —respondió Jake—. Esta mañana he empezado algo... creo que podría funcionar.
—Me encantaría verlo —dijo Alex.
—Estoy sólo en el principio.
Soleil volvió con un pequeño vaso de plástico. Se sentó en el suelo, junto al sofá, y dejó el refresco encima de la mesita. Luego abrió su bloc y empezó a dibujar.
—Recuerdo un dibujo —comentó Sarah— que hizo usted para Alex cuando estudiaban. Un retrato. Estuvo colgado años y años en el despacho de su padre. Era delicioso.
Jake miró de reojo a Alex. Notó que la alusión a un dibujo que él había realizado hacía años la incomodaba. ¿Colgado en el despacho de su padre? A Jake ni siquiera le constaba que los padres de Alex hubieran sabido de la existencia del dibujo en cuestión.
—Monsieur Bowman me va a enseñar a dibujar las doncellas —explicó Soleil—. Las que tienen los vestidos tan bonitos.
—Monsieur Bowman es muy amable —repuso Alex—. ¿Sabías que es profesor?
—Dibuja muy bien.
—Es verdad.
—Me gustaría que me hablaras de tu última visita al convento —pidió él.
Sarah se puso de pie.
—La cena estará lista en unos minutos.
—¿Necesitas que te ayude? —preguntó Alex.
—No, no. Vosotros charlad. Imagino que Jake estará impaciente por saber cosas de tu descubrimiento.
—Desde luego —afirmó Jake—. Bien, así que descubriste algo nuevo...
—Sí. —Alex sonrió.
—Adelante. Soy todo oídos.
—Resulta —empezó Alex, dejando una pausa teatral— que existe un séptimo tapiz.
—¿Lo descubriste tú?
—Sí, y es muy hermoso. Los colores son fuertes, luminosos. Está perfectamente conservado.
—¿Y está basado en el dibujo?
—Sí.
—¿Los colores son parecidos a la serie del Cluny?
—Sí, mucho, pero apenas se han difuminado.
—¿Dónde está? ¿En el convento?
—Estaba.
—¿Estaba...?
—Sí. —Alex volvió a sonreír.
Soleil levantó la vista y dijo en voz baja:
—Yo sé dónde está.
—Lo encontraron dentro de una pared —prosiguió Alex—, cuando trabajaban en las reformas.
—«Enterrado», ¿como en el poema?
—Exacto, y yo diría que aún existe otro tapiz; parece que el poema alude al hecho de que hubo un octavo.
—¿En el convento?
—No lo creo. Estoy tratando de recordar lo que dice el poema... es algo sobre que el fruto de su creatividad estaría en la aldea cercana...
—¿En Vienne?
Alex asintió con la cabeza.
—Después de pasar todo el día en Sainte Blandine, metida en la biblioteca, me fui a Vienne. Hablé con el párroco y con varias personas mayores de allí y luego visité el museo. No encontré nada que me diera una pista, ni en el pueblo ni en la biblioteca, pero he de volver el viernes cuando Soleil salga del colegio.
Sarah entró y anunció:
—La cena está servida.
—Qué hambre tengo —dijo Soleil. Fueron todos al comedor.
Era una cena al estilo tradicional norteamericano. Carne y patatas asadas, ensalada y pan con mantequilla. A Jake le encantaba la comida francesa, pero una típica cena familiar a la americana le resultó agradable.
—¿Ha hecho alguna oferta el Cluny? —preguntó mientras se servía un gran pedazo de carne—. ¿Por el tapiz?
—No va a ser tan fácil como yo esperaba. A la hermana Etienne se le ha metido en la cabeza que si sacan dinero suficiente eso les permitiría seguir en el convento.
Jake le pasó la bandeja de la carne.
—Creí que se trasladaban a un convento de Lyón —repuso. Se sirvió puré de patatas y lo cubrió de salsa.
—Ese es el deseo del arzobispo. Yo creo que le gustaría sacarlas de allí cuanto antes, aunque, según he sabido, las instalaciones de Lyón aún no están listas.
—Pero él ya ha empezado las reformas en Sainte Blandine.
—Sí, pero la hermana Etienne cree que la planta superior podría utilizarse como hotel y así el convento seguiría funcionando en la planta baja. Hace años que no utilizan el piso de arriba. Si venden el tapiz, con el dinero podrían pagar asistencia, rampas para las monjas que van en silla de ruedas y el alquiler a la archidiócesis. Me han pedido que las ayude con los trámites de la venta.
—¿Y eso no te compromete un poco?
—Yo espero que la cosa salga bien, para ellas y para el Cluny. Me he puesto en contacto con Elizabeth Dorling, de Sotheby's. Podríamos hacer subastar el tapiz a finales de este verano.
—¿Te preocupa que el tapiz salga a subasta?
Alex se frotó la sien y suspiró.
—Me preocupa la idea de una subasta pública. Nosotros tenemos pocos fondos para adquisiciones. Este año hemos llevado a cabo varias compras importantes. El momento no puede ser más inoportuno. Ya he empezado mi campaña para conseguir el dinero. Hay benefactores, pero en una subasta estarán todos los coleccionistas privados.
—Gente rica con mucho dinero.
—Me temo que sí. E incluso ese condenado doctor Martinson. —Alex puso una cara que le recordó a Jake la mueca de Sunny cuando su madre le había dicho que sólo podía tomar la mitad del refresco—. La serie La caza del unicornio que está en The Cloisters fue un regalo de la familia Rockefeller. Están forrados.
—Seguro que conseguirás el dinero —afirmó Sarah en voz baja—. Ya lo verás.
Alex suspiró otra vez y miró a Soleil, que se esforzaba por cortar la carne en trocitos pequeñísimos.
—¿Te ayudo, Sunny?
—Puedo sola —respondió la niña, sonriendo a Jake. Él le devolvió la sonrisa.
—Tiene que ser para el Cluny —declaró Alex.
—¿La hermana Etienne —preguntó Jake— entiende que tú creas que debe formar parte de la serie del Cluny? ¿Sabe lo mucho que deseas tenerlo en el museo?
—No es que yo lo crea, lo sé. Descubrí algo que me convenció de que forma parte de la serie. Y además, lo diseñó Adèle Le Viste. Ella y el tapissier eran amantes. Tienen que estar juntos.
—¿El tapissier y Adèle? —aventuró Jake—. ¿O los siete tapices?
Alex rio.
—Todos. Hay una rúbrica, ¿sabes?, la firma del tejedor, en el séptimo tapiz. Es el mismo diseño que aparece en la banda de À mon seul désir. El mismo símbolo entrelazado con la «A» de Adèle en el dibujo. ¿No lo entiendes? —exclamó—. Esos tapices deben estar juntos. Adèle y el tejedor tuvieron que separarse debido a la época en que vivían, porque él no era considerado un pretendiente apto. Y ahora... —Alex hizo una pausa—. Sé que parece una tontería, pero creo que si consigo que los tapices estén juntos, Adèle y el tapissier volverán a reunirse para siempre.
Sarah sonrió.
—¿Es posible que mi hija, tan lógica, intelectual y pragmática, pueda sentirse motivada por un asunto de amor?
—Oh, mamá... Estoy diciendo una ridiculez, ¿no? ¿Tanto me gusta salirme con la mía que empiezo a hacer tonterías? ¿Me he vuelto una tonta romántica?
—¿Qué tiene eso de malo? —rio Sarah—. Sin tontos románticos, el mundo sería muy aburrido. ¿No le parece, Jake?
Jake asintió.
—Sí, muy aburrido.
Después del postre —brownie y helado de vainilla— Alex y Sarah dejaron a Jake con Soleil mientras recogían la mesa. Él se ofreció a ayudar pero Alex insistió en que se quedara con su hija y le enseñara a dibujar una doncella medieval. La niña había sido paciente durante la cena, mencionando una sola vez que «esperaba» que Jake tuviera tiempo de enseñarle. Alex la recompensó diciendo: «Estoy muy orgullosa de ti», antes de irse a la cocina.
—¿Qué doncella dibujamos primero? —preguntó Soleil. Se sentó nuevamente en el suelo, lápiz en mano, con el bloc delante.
—Vamos a ver... —Jake se sentó en el sofá. No creía que pudiera copiar de memoria ninguna de las doncellas, pero quizá sí uno de los dibujos del convento—. Inventaremos nuestra propia doncella. Podemos dibujar una doncella medieval y utilizar las de los tapices como modelo, para sacar ideas sobre vestidos, pero es mejor que hagas tu propio dibujo. Los verdaderos artistas no copian.
Soleil le miró.
—Pero usted copió los dibujos del convento.
Jake sonrió. La niña tenía razón.
—Tu madre quería estudiarlos con calma. Lo hice para ayudarla.
—Vale —respondió la niña—, pero no quiero que esté desnuda. Yo quiero dibujar un bonito vestido.
—Vamos a intentarlo.
Trabajaron juntos durante unos diez minutos. Jake le explicó que el cuerpo humano estaba perfectamente proporcionado, y que Soleil podía utilizar la medida de la cabeza (le enseñó a usar el lápiz para medir) para determinar las otras dimensiones. Hicieron un primer bosquejo de la cabeza y el cuerpo y luego añadieron los rasgos faciales mientras Jake la instruía sobre las proporciones correctas. Luego la animó a crear su propio diseño para el vestido, sugiriendo que las doncellas de los tapices del Cluny llevaban túnicas con faldas interiores, además de joyas y turbantes. Soleil quiso que la suya tuviera el pelo muy largo, y Jake le enseñó a dibujar la melena con una corona en lo alto, como recordaba del tapiz El tacto.
—¿Sabe que hay un secreto —le susurró Soleil— en casa de los abuelos de Lyón? —Levantó la vista.
—No. ¿Cuál? —preguntó él—. ¿Qué secreto?
—¿Estás contando secretos, Soleil? —Alex entró en el salón y se sentó al lado de Jake. Miró el dibujo de la niña—. Es precioso, Sunny.
Muy ufana, la niña le pasó el dibujo a su madre.
Alex lo examinó y luego, con cariño, le acarició la cabeza.
—Es una preciosidad, Sunny. ¿Qué doncella es?
—Monsieur Bowman dice que los verdaderos artistas no copian.
—Ya me doy cuenta. Esto lo has inventado tú. Me gusta mucho.
—Gracias.
Soleil sonrió a Jake.
—¿Lista para ir a la cama? —preguntó Alex.
—¿Puedo quedarme dibujando un ratito más?
—Me gustaría charlar con Jake. Mira, se me ocurre que quizá podría venir algún otro día; así que dale las gracias y las buenas noches a monsieur Bowman.
La niña cerró el bloc y se puso de pie.
—Muchas gracias, monsieur Bowman. ¿Vendrá otro día?
Estiró los brazos y le dio un beso.
—Sí —respondió Jake, sorprendido por la demostración de afecto—. Me gustaría.
—¿La próxima vez podremos colorear los vestidos?
—Naturalmente.
—Buenas noches, mamá.
Abrazó a su madre.
—Esta noche irá la abuela a rezar contigo, ¿de acuerdo?
Sarah apareció en el umbral.
—Ha sido un placer volver a verle, Jake.
—Una cena estupenda —dijo él, poniéndose de pie—. Gracias.
Soleil le pasó el bloc a su abuela.
—Quiero enseñarte mi hermosa doncella —explicó mientras iban hacia su cuarto—. La próxima vez la colorearemos.
—Bueno —empezó Alex—, ¿se ha ido de la lengua?
—¿Te refieres al secreto en casa de los abuelos de Lyón?
Alex asintió con una sonrisa. Parecía estar a punto de echarse a reír de alegría.
—¿Es el tapiz?
—Sí.
—Entonces ¿lo has conseguido?
—Sí y no.
—Explícate.
—La hermana Etienne me pidió que lo guardara.
—Pero ¿no has dicho que quería subastarlo?
—Sí. Pero dijo que el convento no le parecía un lugar seguro, con todo el lío de las obras. Yo creo que lo que teme es que el arzobispo pueda reclamarlo para él. Me pidió que lo tuviera a buen recaudo. Ni siquiera me preguntó adónde pensaba llevarlo.
—¿Está en Lyón? ¿En casa de los Pellier?
—Sí. La monja parecía ansiosa por sacarlo del convento. Yo habría preferido embalarlo convenientemente, pero lo tapamos con una lona después de enrollarlo, lo doblamos por la mitad y lo aseguramos a la capota de mi coche. A la vista de todos, como quien dice. Y yo, pues imagínate, nerviosísima por aquella carretera llena de baches, y luego la autopista hasta Lyón. Paré un montón de veces para asegurarme de que no hubiera volado o se hubieran aflojado las cuerdas. Viajar así hasta París era impensable, pero, bueno, en Lyón está seguro. Creo que es mejor dejarlo allí mientras organizamos todo el asunto del transporte hasta la casa de subastas en Londres. Este fin de semana iré a Lyón y voy a hacer unas fotografías para el catálogo.
—¿El arzobispo está enterado de todo esto?
—Fueron sus operarios quienes lo encontraron, pero la hermana Etienne asegura que no cree que lo miraran siquiera. Se lo dieron a las monjas, sin más.
—Entonces ¿piensa intentar venderlo sin que lo sepa el arzobispo?
—Las dos convinimos en que de momento lo mejor era no destapar el asunto. Hicimos un trato. Yo la ayudo a vender el tapiz, a sacar el mejor precio, y ella accede a no hacer público el hallazgo hasta que salga el catálogo de la subasta a finales del verano. De ese modo tendré tiempo para dar los pasos necesarios a fin de que el Cluny esté en la mejor disposición para adquirir la obra.
—Pero ¿y el arzobispo? ¿Qué pasará si se entera?
—Dudo mucho que el arzobispo tenga por costumbre leer catálogos de casas de subastas. Y, de momento, nadie más sabe nada del tapiz. Aparte de las monjas, los Pellier, madame Demy, mamá, Soleil, tú y yo. Y tú sabes guardar un secreto, ¿verdad, Jake?