EL FINAL DEL AYUNO

—¿Sabes dónde está el Slithy Tove?

—Sí. Colina arriba. Lo hemos pasado.

—Allí es donde trabaja Barnie. ¿Te acuerdas de Barnie? —Twinkle asintió—. Él te ayudará. Ve allí. Por los árboles. Por las carreteras más oscuras que puedas encontrar.

—Señor Scribble...

Su joven cara estaba húmeda de la travesía.

—Ahora estás sola, chica —le dije.

—¿Y usted qué, señor Scribble? ¿Qué va a hacer?

—Algunas cosas.

—No pierda la fe.

—Eso está bien. No perderé la fe. Ahora vete.

Twinkle echó a andar, alejándose en la oscura mañana, a través del susurro de los árboles. Se volvió una vez.

—Sigue andando —le dije.

Sigue andando.

Me solté una correa del hombro y luego la otra hasta que se soltó la Cosa. La bajé al suelo.

Sus ojos muertos me miraron.

Creo que eran sus ojos.

La Cosa estaba muerta, eso estaba claro. Tenía dos agujeros en la espalda, donde se habían alojado las balas.

Pero aquello no era suficiente. Yo tenía la Rara en el bolsillo y se la estaba metiendo en la boca, si es que aquello era su boca. Cualquier orificio servía. Le golpeé una y otra vez en el pecho. «¡Venga! ¡Venga!», metiéndole la pluma aún más adentro, lo bastante adentro para Lázaro, así que por qué no para la Cosa, metiéndole hasta los puños en la garganta... pensando en Beetle y Mandy y en cómo los había perdido para nada... hundiendo los puños... hundiendo los puños... una y otra vez...

Nada.

No servía de nada.

Sus ojos muertos.

Te he perdido, mi querido alien... y todo lo que iba contigo.

Saqué la pluma. Luego recogí su cuerpo y lo llevé hasta la orilla del lago.

La metí en el agua.

La Cosa flotó un momento, hasta que el agua le entró por todos sus vasos. Entonces se hundió. Bajo las olas.

Se acabó.

Miré hacia atrás, hacia donde los chicos orientales recogían sus instrumentos. La lluvia caía suavemente y la carretera parecía a kilómetros de distancia, como si yo estuviera libre y a salvo durante un buen rato.

No podía creerlo. Nunca somos libres ni estamos a salvo hasta que no nos lo hemos ganado.

Avancé hacia un grupo de árboles, encontré allí el sitio, entre los insectos y las flores, donde Desdémona y yo solíamos echarnos, ocultos tras las hojas, a entregarnos a nuestros placeres. El lago brillaba entre sombras y ramas; destellos de amarillo saliendo de la pluma.

Hora de irse.

Pero ¿adónde? No tienes nada que dar a cambio, Scribble, ¿para qué vas a ir?

Me llevé la pluma hasta el borde del labio inferior.

La aparté de nuevo, temblando, inseguro.

Hemos recorrido tanto camino para esto.

La pluma otra vez dentro.

Esta vez hondo.

Sentí los destellos allí; un extraño matiz de amarillo.

Desdémona llamándome.

En mis últimos momentos de realidad me saqué la pluma y me la puse en el bolsillo. La Amarilla Rara subiendo...

Desdémona, en algún sitio...

Y el fin del ayuno.