SONRISAS PELIGROSAS

Yo contemplaba el mundo a través de las lágrimas.

Mandy y Beetle habían salido, a las dos de la tarde, de un lecho húmedo, y ahora desayunaban a la mesa. A Mandy le resplandecían las mejillas como en un anuncio. Ya conocéis el rollo: EL SEXO ES BUENO PARA LA SALUD, PRACTICADLO TODOS LOS DÍAS. ESTE ES UN MENSAJE INFORMATIVO DEL MINISTERIO DE SANIDAD. Beetle estaba como siempre: el pelo peinado hacia atrás y untado de Vaz, su camisa Peter England planchada en caliente hasta el límite. Se había afeitado a tope, y el penetrante aroma del Showbiz irradiaba de su piel como el olor de los famosos en la fiesta de una noche de estreno. Los dos parecían exuberantes con el resplandor del sexo y yo no podía soportarlo, no podía resistir el amor reciente. Beetle limpiaba su arma en la mesa, poniéndole Vaz en las recámaras. Supongo que lo hacía para impresionar a la chica nueva, y funcionaba.

—¿Es de verdad, Bee? —preguntó ella—. ¡Fantástico!

¡Oh! ¡Aah!

En realidad, lo del arma de Beetle era una especie de broma. Se la había comprado a algún viejo conocido, una ganga, había dicho él, y que, tal como se estaba poniendo la ciudad, había que andarse con cuidado. Naturalmente, nunca la había disparado, ni había necesitado hacerlo, y después de dos semanas llevándola a todas partes, la había guardado en algún escondrijo y punto. Ahora había vuelto a sacarla y le aplicaba un tratamiento de vaselina, todo para impresionar a una nueva chica dura de la calle.

A mí no me importaba, pero Mandy era un descubrimiento mío. La había encontrado merodeando por los puestos de Sangrevurts en el mercado negro, con los ojos llenos de destellos y murmullos mientras acariciaba las plumas, probando algunas, llevándoselas a los labios, cayendo bajo hechizos de violencia y dolor. Y yo caí bajo su hechizo. Así que le propuse que se uniera a nosotros, que se convirtiera en una Viajera Furtiva. Ella se burló del nombre, pero aun así, yo percibía la necesidad en su mirada. Tal vez yo solo intentaba sustituir a Des de la manera más fácil. Tal vez. Tal vez todos llegamos a la desesperación alguna vez.

Tal vez no exista ninguna vía fácil.

—¿Has oído hablar de Icarus, Bee? —le pregunté, manteniendo la calma.

No se molestó en contestarme, estaba demasiado ocupado fumando, inhalando bocanadas de Niebla en los pulmones. Su olor penetrante me ofrecía atisbos del sueño y las cosas que vi me hicieron estremecer.

—Icarus Wing. ¿No te habló Mandy de él? —Miré a Mandy. Metía cucharadas de cereales JFK entre sus labios manchados. Sus ojos eran opacos a mi necesidad—. Ella dijo que ese Icarus Wing traería algo de Vudú hoy. —Beetle siguió sin contestarme—. ¿Conoces a ese tal Icarus, Bee?

—No. —Su voz llegaba lenta y suave desde la Niebla.

—¿No?

—Nunca lo he oído nombrar.

—¡Tú conoces a todo el mundo, Bee! ¡A todo el mundo!

—¿Qué estás diciendo? —La voz se hizo más aguda.

—¿Pasas de ayudarme? Yo...

—¡A la mierda, Scribble!

—Bee...

—¿No sabes quién te ayuda? ¿Ese es tu problema? ¿Eh?

Tenía los ojos fríos y acerados a través del humo de su porro.

—¿Lo habéis pasado bien los dos esta noche? —No sé por qué lo dije. Me salió. Se miraron entre sí. Se sonrieron—. ¿Creéis que a Bridget le gustará? —pregunté, sabiendo muy bien que Bridget le clavaría una lima en los ojos a Mandy. Dios sabía lo que le haría a Beetle. Tal vez le llenaría la cabeza de humo y le trabajaría el cerebro llevándolo al frenesí. Le llamaban jodesombra. Era como meterse una Mierda Craneal con las luces encendidas.

—Bridget tendrá que hacerse a la idea —dijo Beetle.

—Y por cierto, ¿dónde anda la chicasombra? —preguntó Mandy.

Pronunció la palabra sombra como si fuera una desagradable enfermedad.

—Ha dormido en mi habitación...

—¡Huy, huy, huy! —gritó Mandy, con la vulgaridad de una vida tosca.

—¡Muy bonito, Stephen!

—No se trata de eso, Bee.

—¿Stephen? ¿Es el verdadero nombre de Scribble? —se rio Mandy—. ¡Qué encantador!

—Ese no es el rollo de Stevie, Mandy, nena —dijo Beetle, sabiendo muy bien que me jodía—. Nunca se trata de eso. Con mujeres, no.

—A tomar por culo, Bee. —Mi mejor respuesta—. Y el nombre es Scribble.

—Está muy susceptible esta mañana —dijo Mandy.

—Tal vez deberíamos vender unos pedacitos de la Cosa —dijo Beetle. Lo decía para joderme aún más. Yo no iba a tolerarlo.

—Ni lo sueñes, Beetle. Ni se te ocurra, ¡joder!

—Solo unos trocitos. La cartera de los Viajeros Furtivos está vacía. No puedo esperar al siguiente goteo. ¡Venga, Scribble! Solo un brazo o una pierna. Un pedazo de ese gordo vientre.

—¡Lo necesitamos! ¡Todo! —Yo había cogido a Beetle del brazo. Mi voz se volvía más tensa—. ¡Ya sabes por qué, Bee! Desdémona... Si...

—La Gran Cosa los regenerará igual. ¿Qué perdemos?

—Estoy al borde de la desesperación, Bee... Creo que... Desdémona se aleja...

—¿Qué pasa, Scribble? —preguntó Mandy con su último bocado de copos de cereales.

La miré y luego miré a Beetle. ¿Cuánto podía decirles? ¿Debía decirles lo del teléfono? ¡Joder! De cualquier forma, Beetle pensaba que yo estaba loco; estaba convencido de que Desdémona ya había muerto. La llamada de teléfono solo redondearía la leyenda de la locura de Scribble.

¡Mierda! ¡Tal vez yo estuviera loco! ¡Tal vez Desdémona solo viviera en mi interior!
No, no. ¡No quería ni pensarlo!

—Está viva, Beetle. —Hice lo que pude por mantener la voz calmada—. Lo sé.

Los ojos de Beetle adquirieron una luz cálida.

—Claro, Scribb. Está viva. Seguro que la encontraremos. ¿Verdad, Mandy?

—Desde luego.

Solo intentaban ser amables. Yo podía soportarlo.

—¿Vamos a ver a Tristán? ¿Te apetece, Scribble? —preguntó Beetle.

—¿Tristán?

—Un viejo amigo mío. Es un localizador. Me vendió esta arma. Sabe todo lo que yo he olvidado. Y algo más.

—¿Tendrá Vudú inglés?

—Ya no toca el Vurt. Pero quizá sepa dónde encontrar.

—A lo mejor conoce a Icarus Wing. —Yo recuperaba algo de esperanza. Por lo menos nos movíamos. Yo solo quería seguir en movimiento. Mantener viva la fe—. ¿Tú qué crees, Bee?

—Podemos intentarlo. —Beetle sonrió. Aquella vieja sonrisa de Beetle—. Y primero podemos probar con ese amigo de Mandy, Seb. ¿Te enrolla el plan, Scribb?

Otra vez caía en sus redes. Beetle estaba al mando y el mundo parecía más prometedor.

Siempre tiene que surgir algo que estropee el día.

Lo malo era alguien que llamaba a la puerta. No era el timbre, que sonaba desde lejos, desde la planta baja. No... Era un ataque cercano, directo. Y el ruido era pólvora para el gatillo de Beetle. Allí fuera había algo humano. Ya nadie hacía cosas así. El apartamento estaba integrado en el sistema interno del bloque, y la cámara de la puerta solo dejaba entrar a los habitantes de la casa. Sortear aquel sistema era imposible, solo un poli podía hacerlo. Un poli de subidón.

Beetle se activó en modo Jam, moviéndose como un récord de velocidad terrestre. Lo primero que hizo fue deslizar su pistola en el bolsillo, luego se volvió hacia nosotros y susurró:

—¡Sacad a esa mierda de ahí!

La mierda era la Cosa del espacio exterior, que todavía estaba en las profundidades de sus sueños de plumas, cerca del fuego. Mandy y yo la cogimos cada uno por un extremo, como dos veteranos, y la metimos en la vitrina. Al volver oí que Beetle hablaba con alguna presencia a través de una rendija de cuatro o cinco centímetros de abertura en la puerta.

—Naturalmente, agente —decía—. Ningún problema. Por favor, entre. Como en su casa.

Beetle parecía superconfiado, y sin duda habíamos limpiado el piso de toda evidencia incriminatoria, pero ¿cómo nos habían encontrado? Tal vez el poli de la vurtería había enviado un mensaje más sofisticado de lo habitual. Tal vez el poli de Platt Fields había visto al alienígena en nuestros brazos.

Una agente de policía real entró en la sala. No era de sombra. Aquella poli era de carne y hueso; una pieza de coleccionista. Llevaba el pelo rizado con permanente. Sí, coleccionable.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Hubo un momento de silencio. En la puerta estaba la pareja de la poli, otro poli real de boca carnosa salido del infierno.

—Nada del otro mundo —replicó Beetle.

Los dos polis esbozaban sonrisas peligrosas.

—Bonito piso. Me gustaría echar una ojeada.

—Cuando quiera. ¿Tiene una orden judicial?

—¿La necesito? Señor...

—Beetle. Yo tengo todo eso de la privacidad...

—Tenemos muchas razones para sospechar que usted cobija una presencia alienígena.

—¿Una qué?

—Un ser de Vurt. Una droga viviente.

—¿De verdad?

—¿Sabe que es completamente ilegal?

—¿Ah, sí? —Beetle se lo tomaba con calma.

—Solo es una comprobación —dijo la mujer policía, con los ojos puestos en las Azules sin usar y las gastadas Cremas que sembraban el suelo.

—Solo lo mejor —le dijo Beetle—. Estrictamente legal.

—Por supuesto —contestó ella—. Solo eso.

—¿Cómo se llama? —preguntó Mandy desde ninguna parte.

La mujer policía miró directamente a los ojos de Mandy.

—No tengo por qué decírselo.

Mandy la miró con malos ojos, de la peor especie Sangrevurt. Yo había visto aquella mirada alguna vez; asustaba. La poli la tomó como la mirada de una pluma. Ningún problema. La agente estaba en calma.

—Bueno, ha sido un placer —dijo Beetle.

La mujer policía estaba escudriñando la habitación en busca de pistas.

—Simplemente les aviso. No vayan por ahí molestando a los vecinos.

Era eso. Aquella perra chillona del piso de abajo.

—Haremos lo posible —contestó Beetle.

—Mira, chico. Yo no me contento con cualquier cosa.

—Eso está a la vista.

—¿Tienes trabajo?

—No exactamente.

—Me dedico a los del goteo, los investigo.

—No es oro todo lo que reluce.

Pasaron momentos muy intensos, mientras Beetle intentaba seducir a aquella mujer con sus mejores encantos sexuales. Ella parecía impermeable. Simplemente le devolvía la mirada, con los ojos llenos de duro metal. ¡Era la horma del zapato de Beetle!

Fue el silencioso poli que la acompañaba quien rompió el encantamiento.

—Larguémonos, Murdoch. Son solo un puñado de chicos malogrados.

Murdoch no se volvió a mirarlo. Se limitó a blandir un largo dedo ante Beetle, como si fuera un arma.

—Volveré a por ti. ¿Te enteras?

—Perfectamente —respondió Beetle, supersereno.

La puerta se cerró tras ellos con un reconfortante sonido. Beetle abandonó su calma en un segundo; se tragó dos jamacocos y vino directamente hacia donde estábamos Mandy y yo.

—¿Qué es esa mierda de los vecinos? —preguntó. La expresión de su cara estaba llena de ira. Un largo mechón de pelo se le había escapado de la fijación del Vaz y se balanceaba contra su cara empolvada como una mala hierba trepadora—. Bueno, ¿qué coño está pasando? —gritó, y Mandy y yo ni siquiera pudimos mirarnos.

—Fue culpa mía —dijo Mandy.

—Cuéntamelo —respondió Beetle.

—Nos sorprendieron en el rellano llevando a la Cosa —añadí yo.

—Ah, fantástico.

—Una mujer del segundo piso —dijo Mandy.

—¿No la tapasteis?

Mandy parecía nerviosa. Volvió los ojos hacia mí.

—Ya sabes que no, Bee —dije, rezando para que el dios del Vurt me rescatara de aquella habitación hasta el teatro del cielo, donde cantan los ángeles.

No tuve esa suerte.

Beetle me pegó. En la cara. Fue como un martillazo. Completamente real e intencionado. Acero endurecido, con una empuñadura de madera.

Aparté la mano de la nariz y tenía sangre en los dedos y en la palma.

Este tío tendrá que sufrir algún día.

Y así sería finalmente. Pero no por mi mano.