MODO JAM

Estábamos en modo Jam, chillando por los caminos, traqueteando en la furgoneta. La Cosa, Brid, Mandy y yo. Beetle al volante, jamado hasta las cejas. Las escenas del sur de Manchester pasaban a toda velocidad como en una mala película extranjera. Beetle se había tragado tantos jamacocos que el miedo era solo un mal recuerdo para él. El tío estaba en un viaje demoníaco y nos llevaba con él.

Por una vez, Brid estaba despierta. Yo había tenido que despertarla. Era como despertar una piedra, un bulto muerto de alguna sustancia inanimada. Hostia, cómo me había gritado, y luego, cuando su mundo medio muerto había empezado a fluir en su interior, había clamado por la sangre de Beetle, prometiendo lentas torturas para él.

Yo había tenido que abofetearla.

Ella me había devuelto la bofetada.

Y dolía.

Nos dolía a los dos.

Luego la había empujado por las escaleras hasta la furgoneta. Y luego aún había tenido que volver por la Cosa del espacio exterior. En ese momento volvía en sí de su noche de plumas. Le había dado una hora o así, y luego la Cosa se había puesto a chillar pidiendo más recuerdos de su patria. ¡Joder! ¿Quién quería vivir allí? Naturalmente, nos tocaba a Mandy y a mí transportar a la Cosa. Esta vez la tapamos con una manta y el trayecto por las escaleras fue como un sueño, hasta que apareció Twinkle.

—¿Es usted, señor Scribble? —preguntó su voz tintineante.

—¡Piérdete, niña! —fue mi respuesta.

—Eso no es justo, señor Scribble —contestó ella.

Twinkle era una dulce niña de diez años y ojos azules, con una coleta de fragmentos, tan rubia como condenado estaba el día. Yo la adoraba, pero era una pesada, y un tanto tramposa.

—¿Qué llevan debajo de la manta, señor Scribble?

—Niña, vete a la mierda —dijo Mandy.

Pero la niña estaba excitada.

—Es ese alienígena del espacio, ¿verdad?

Twinkle vivía en el primer piso. Era la hija de una familia de tres progenitores: hombre, mujer y hermafrodita.

—Solo es Bridget —sugerí—. No podemos despertarla.

—No es verdad. Le he visto empujando a Brid antes. Tienen un alienígena ilegal.

—No es verdad —contestó Mandy.

—Le he visto antes. Les he visto llevándole. Todo el edificio lo sabe.

—Oye, Twinkle...

—Déjala, Scribb —dijo Mandy—. Vamos a cargarla.

—A mí no me importaría tener un alien para mí —continuó Twinkle. Y luego lanzó la temida pregunta—: ¿Puedo ser de su banda? ¿Puedo, señor Scribble? ¿Puedo ser una Viajera Furtiva júnior?

—¡No, no puedes, joder! —contesté—. ¡Y ahora largo de aquí!

Twinkle se quedó mirándome unos segundos y luego se alejó despacio, arrastrando las puntas de los pies por el pasillo, hacia la puerta de su apartamento.

Primero, Beetle nos llevó por Chorlton, donde buscamos señales de Seb en la vurtería. La encargada, una chica menuda y delgada como papel de fumar, nos dijo que Sebastian no había ido a trabajar aquella mañana y que, de todas formas, lo habían echado, porque les había traído a la policía, y la vurtería era una empresa pacífica y un empleado como él no encajaba en la visión que tenían del negocio. Nos dio su dirección del archivo de empleados y fuimos hacia allá con la furgoneta, a West Didsbury, solo para descubrir que Seb no estaba, y que no había vuelto a casa desde la otra noche. El joven pálido y pecoso que contestó a la puerta nos dijo que no tenía ni idea de dónde estaba Seb, ¿y por qué lo molestábamos? ¿Acaso era él el guardián de su compañero de piso?

Luego nos dirigimos a Princess Road, hacia Bottletown, la ciudad de cristal, y Tristán, lejos de la pesadilla de Murdoch y los polis. Tal vez no estaba tan mal, al menos para mí. Solo un poli tonto con su pareja, buscando detenciones fáciles. Beetle no lo veía igual.

—Esa perra de Murdoch volverá, va completamente en serio —dijo desde el asiento delantero—. Tiene toda la pinta, está hambrienta. Creedme. ¿Has estado alguna vez dentro de Bottletown, Mandy?

—No.

—Te encantará. Es realmente espeluznante.

—Beetle, eres un puto obseso —anunció Bridget.

—Es la vida —contestó él.

—Te oí anoche.

—Y yo que intentaba no hacer ruido. Si no, hubiera sido peor.

Brid le lanzó a Mandy una mirada cargada de balas.

—Esta chica sabe cantar. Y muy bien —dijo Beetle.

Pensé que Brid le iba a arrancar los ojos a Mandy, pero la furgo serpenteaba como un cohete por una franja mala del espacio, y Bee conducía como un loco. Se desvió brusca y deliberadamente hacia una vieja cefalópoda que iba con un andador. La vieja gritó. Beetle la esquivó por los pelos y luego giró en redondo hacia Princess Road.

—¡Joder, Bee! —refunfuñó Brid, desde el suelo.

Volvimos a nuestros sitios y Mandy ocultó la cabeza tras el último número de la revista del Gato Cazador. Seguía una especie de curso rápido para hacer en casa, sin duda para mantenerse a una amorosa distancia de Beetle.

No hay suerte, chica. El chiringuito está cerrado. Encuentra eso, y pronto.
Algunas cosas no pueden decirse en la parte trasera de una caja oxidada sobre ruedas que se desplaza a toda velocidad hacia Bottletown.

—Te estoy mirando —dijo Brid, con sus oscuros ojos posados en Mandy.

Mandy no le hizo caso, con la cara oculta tras la revista.

—¿Vamos a entrar en Bottle, Bee? —preguntó.

—Exacto, chicas. Directamente dentro de Bottle.

—¿Vamos a ver a Tristán?

—Sí.

—¿A buscar Vudú inglés? —Mandy jugaba con la información que tenía como ventaja sobre Bridget.

—Exacto, chicas.

—Yo descubrí lo de Icarus Wing —dijo Mandy, orgullosa como un proxeneta.

—¡Esta es mi furgoneta, perra! —espetó Brid de pronto, y luego continuó—: ¡Fuera, joder!

—Perdona —replicó Mandy, bajando la revista del Gato—, pero el vehículo se mueve bastante deprisa.

—Sé lo que estás pensando.

Por un momento, Mandy pareció nerviosa. Sus ojos aletearon hacia Beetle y luego hacia Brid. Brid tenía su mejor mirada humeante puesta en ella.

—Me alegro de que lo sepas —replicó Mandy, sosteniendo la mirada—. Beetle piensa lo mismo.

Beetle no dijo nada. La chica nueva tenía que aprenderlo todo sobre él.

—Puede que ahora nos dejes en paz.

Una arruga de dolor surgió en el ceño de Mandy. Así fue como empezó. Perlas de sudor le resbalaban por la cara. La boca se le tensó.

—¡Beetle!

Su voz también lo sentía.

¡Joder! ¡Brid le estaba haciendo el jodesombra!

Mandy se cogía la cabeza con las manos y tenía la cara contraída de dolor.

—¡Beetle! ¿Qué me está haciendo? ¡Ayúdame!

—¡Brid! —grité—. ¡Déjala en paz!

Fue inútil.

—¡Beetle!

Beetle ni siquiera se volvió para mirar lo que ocurría. Tal vez sabía hasta dónde podía llegar Bridget antes de decidir que el mensaje había llegado a su destino. Tal vez.

—¡Deja de joderme! ¡Maldita perra de sombra!

Bridget sonreía.

—Ya sabes lo que dicen, chica nueva. Lo puro es pobre.

Mandy fue a por ella, con las garras fuera, pasando por encima de la Cosa, que todavía estaba demasiado ebria de plumas como para quejarse. Las dos mujeres acabaron enzarzándose en el suelo, y la Cosa se unió a ellas ondeando los tentáculos; sin duda integrándolas a cualquiera que fuera el sueño Vurt en que todavía se recreaba.

Yo me limité a contemplar el barullo, preguntándome por qué sería así la vida. ¿Por qué coño es así la vida?

Beetle paró la furgo en Moss Lane East.

Brid y Mandy rodaron fuera del alcance de la Cosa, para acabar forcejeando en un rincón. Yo no sabía qué decir, pero allí estaba Beetle.

—Dejad esa mierda. Estamos aquí.

Y allí estábamos. Beetle giró hacia una zona de aparcamiento con un cartel de PROHIBIDO PASAR. El Jam lo dejaba completamente despreocupado. La furgoneta se detuvo con brusquedad, enviando a Mandy y a Brid de vuelta al abrazo de la Cosa. Los seis tentáculos envolvieron a Bridget. Era un abrazo de amor. Mandy se alejó del forcejeo, jadeando con fuerza.

—¡Mierda! ¡Mierda, joder! ¡Solo me faltaba esto! ¡Muy bien!

Beetle se volvió hacia las dos mujeres.

—Mi cama es grande y cálida —les dijo—. Y la vida es corta. ¿Está claro?

—Muy claro —dijo Mandy.

Brid no dijo nada. Sus ojos se cerraban al dolor. Estaba profundizando en el cuerpo envolvente de la Cosa, reconfortándose con las hondas sombras que allí encontraba.

Beetle se volvió aún más, para mirarme de reojo.

—Vamos, Scribble. —Entonces vio algo en mis ojos—. ¿Tienes miedo?

—No.

—Deberías tenerlo. Los puros no entran en Bottle.

—Estoy esperando. Vamos.

—No hay opción. ¿Sabes lo que quiero decir, Scribb?

Claro. A veces no tienes opción. Aunque seas puro como la lluvia y tu vida sea solo un beso húmedo sobre el cristal. Y la Cosa me estaba hablando.

—¡Xa, xa! ¡Xasi, xa!

No me dejes sola. O algo parecido.

—No podemos llevar a la Cosa —dije—. Es demasiado peligroso. La necesitamos. Uno de nosotros tendrá que quedarse.

—Es verdad, Scribb. ¿Por eso te quedas aquí?

—¡Beetle!

—No hay opción.

—Es mi viaje, Bee. Sé lo que buscamos.

—Y yo conozco este sitio. Tu batalla está por llegar, Scribb.

Mandy abrió las puertas traseras.

—¡Venga, Bee!

Beetle se volvió hacia Bridget. Yacía en brazos del alien.

—¿Tienes algo que decirme, Brid?

Su voz tenía cierto matiz cariñoso. Solo un vestigio de ternura. Bridget levantó ligeramente su durmiente cabeza de entre los brazos de la Cosa.

—Es tu juego, Beetle.

Su voz surgía de la sombra más profunda. Entonces lo entendí. No estaba hablando, ¡solo estaba pensando! Yo había captado una vía de conexión entre ellos.

Beetle contestó en un susurro.

—Es verdad. Mi juego.

Y eso fue todo. Sus últimas palabras juntos.

Beetle salió de la furgoneta y la rodeó hacia las puertas traseras, donde lo estaba esperando Mandy. Se inclinó hacia el interior de la furgo para hablarme.

—Tú controla las cosas por aquí. —Bajó un poco la voz—. Estoy haciendo esto por ti, Scribble, ¿recuerdas?

—Lo recuerdo.

—Y por Desdémona...

Lo recuerdo.