INSOMNE
Así estaba yo. Completamente insomne. Encerrado en mi habitación, escribiendo todo esto en el cuaderno de aquellos días. Haciendo honor a mi nombre: Scribble, garabato, apunte rápido. Garabateando. Intentando dar sentido a todo aquello y esforzándome por encontrar una salida.
Miraba retrospectivamente y pensaba. Y pensar me agota. Es la pérdida de las cosas lo que nos mata. Y de los cuatro humanos que estábamos en el apartamento aquella noche, solo dos de nosotros seguíamos vivos, y era una pesadilla convertida en realidad. Esto no tendría que haber vuelto a pasar. Vurt debería haberse llevado todas nuestras pesadillas y haberlas convertido en teatro, teatro brillante.
Era tarde y yo estaba escribiendo en el cuaderno, escuchando con una parte de la mente los crujidos de la cama situada al otro lado del tabique. Beetle haciendo el amor con Brid, con la durmiente Brid. A pesar de la pelea, yo sabía que eso ocurriría, considerando el resultado.
Y entonces oí una suave llamada a la puerta de mi habitación. Abrí una rendija y allí estaba Brid, de pie, mientras los ruidos del amor llegaban del otro cuarto.
—Scribble —dijo, con los párpados cayéndole pesadamente sobre los ojos y la voz trabada por el humo.
—Estoy trabajando, Brid. —Fue lo único que se me ocurrió, mientras seguía oyendo los ruidos de la habitación de al lado.
—Beetle está con Mandy —dijo ella.
—Eso parece. —Yo hacía todo lo posible por parecer indiferente, pero las sombras de sus ojos me enternecían.
—¿Puedo entrar? —me preguntó, y yo la dejé pasar. Se dejó caer en la cama y luego empezó a erizarse como los pétalos de una flor cuando el sol se pone. Me dirigí a mi mesa para continuar mi trabajo.
Ahora Brid respiraba dulcemente, perdida en el sueño.
Yo lo estaba poniendo todo en palabras. Una lamparita de mesa me ocultaba en una sombra. El resplandor de mi cuaderno ardía suavemente mientras yo amontonaba las palabras, las historias.
—¿Qué estás escribiendo, Scribb? —Yo pensaba que estaba dormida, y cuando la miré, me pareció inconsciente y contenta, con los ojos cerrados, acurrucada en su propia forma. No veía moverse sus labios y entonces me di cuenta: Brid hablaba en sueños, poniendo sus pensamientos en mi cabeza, con el don que tienen los seres de las Sombras.
Las Sombras pueden leer el pensamiento. Nacen con los poderes de la telepatía y su mente puede sortear las cuerdas vocales y poner palabras en tu cerebro, y robarte los secretos que creías solo tuyos. Los polisombras son similares, pero tienen un cuerpo más de robot que de carne, y por eso no son tan fuertes; no pueden llegar muy hondo, a las profundidades del alma. De todas formas resultan bastante aterradores, sobre todo cuando sales por ahí de juerga. La Sombra humana funciona mejor cuando duerme, y así es como las encuentras casi siempre, soñando sus sueños de conocimiento.
—No te preocupes, Scribble —pensó Bridget.
—No me preocupo.
—Me preguntaba... Siempre estás escribiendo. ¿De qué se trata?
—De todo —contesté en voz alta.
—No tienes por qué hablar —me dijo, y sus palabras simplemente se formaban en mi mente. Volví a mirarla, su rostro durmiente, y entendí lo que quería decir.
«Es extraño —pensé—. ¡Solo pensando!»
—¿Qué quiere decir «de todo»?
—Todo lo que pasa.
—¿Entre nosotros?
—Sí. Los Viajeros Furtivos.
Beetle nos llamaba así, y nos habíamos quedado con ese nombre. Supongo que él convertía la vida en una especie de aventura. Como un niño, pero ¿qué hay de malo en eso? Ese es el rollo de los jamadores de córtex; quieren volver a ser niños.
«Es nuestra historia», pensé.
—Eso es bonito —me contestó.
Y luego hubo un profundo silencio. Solo el sonido de su respiración en mi cabeza y los suaves pétalos de mi despertador cayendo mientras se derramaban los minutos hasta la mañana.
Yo intentaba seguir escribiendo, pero no me salía nada, nada bueno, de forma que paré, cogí un cigarrillo, un Napalm con filtro, y estuve contemplando un rato el errático movimiento del humo. Y los pétalos que caían del reloj. Cosas así. La habitación de al lado se había quedado también en silencio.
Entonces la voz de Brid volvió a mi mente:
—¿Te importa si duermo aquí, Scribb?
—Tienes tu cama.
—Esta noche no, Scribb. Esta noche no.
Di unas pocas caladas profundas a mi cigarrillo mientras formaba las palabras en mi mente.
—Eso está bien, Scribb. Es un placer.
¡Mierda! Unas cuantas ideas obscenas reales sobre Brid habían revoloteado en mi cabeza. Cuando la chicasombra llegaba tan profundo, no me quedaban secretos.
—Está bien, Scribb. No hay secretos.
—Dame una oportunidad, Brid —le dije. En voz alta, no pensando.
La voz de Brid surgió de nuevo en mi cabeza:
—Sale en imágenes. Imágenes y formas.
—Preferiría simplemente hablar.
—Claro. ¿No te importa que duerma aquí?
¿Por qué iba a importarme? Estaba realmente hermosa durmiendo, y el mundo esperaba que yo me pusiera a su lado y me acurrucara junto a ella, perdiéndome entre todo aquel humo a la deriva.
«Gracias», pensó ella.
Como he dicho antes, no había secretos.
—Quería darte las gracias —le dije a su cara dormida— por cargar el muerto por mí. Ya sabes, con Beetle, en la Mierda Craneal.
—Todos tiramos hacia fuera alguna vez.
—Pero tú te la has cargado, Brid.
—Supongo que me gustas.
—¿Más que Beetle?
—No preguntes. No quiero herirte.
—Vi a Desdémona allí. En el Vurt.
—Me lo imaginaba.
—Sufría tanto... No podía dejar de tirar hacia fuera. Pero no podía admitirlo ante Bee.
—Te gusta mucho ese hombre, Scribble.
—Y a ti.
—Otra vez estás pensando en ella. —Se refería a Desdémona. Las palabras de Bridget flotaban en mi mente, como una niebla sobre la pálida forma de Desdémona— ¿No puedes olvidarla, Scribble?
—¡Tenemos que encontrarla, Brid!
—La encontraremos, Scribble —dijo la voz de Brid—. ¿Quieres dormir aquí conmigo?
No era una pregunta. En cualquier caso, ella sabía la respuesta. Y la niebla se cernía sobre nosotros, en nubes azuladas, y yo caía en el país de Bridget, que se llama el país de las Sombras, el país de los sueños.
Me desperté temprano, abrazado a la chicasombra; un gesto inocente para una noche inocente. El cuaderno aún resplandecía, irradiando un matiz azul sobre nuestras formas. Lo apagué y fui a la sala.
La Cosa del espacio exterior estaba dormida en la alfombra, con su bocado de plumas y una sonrisa en su pacífico rostro.
—¿Cómo estás, Gran Cosa? —le pregunté.
—¡Xasi! Xa, xa. Xasi. ¡Xa!
Buscando el camino de casa. O algo parecido, supongo.
—¿Has sabido algo de Des, Gran Cosa?
—Xasi, xasi. ¡Xa!
No.
Me quedé mirándola un momento, imaginando los sueños en que se sumía, y luego me fui a la cocina a desayunar. La casa era mía a aquella hora y la aproveché, me hice unas tostadas con mermelada de manzana y contemplé despuntar el día.
Me tomé mi desayuno dulce en la arañada mesa, sin dejar de vigilar de cerca la puerta del cuarto de Beetle. Volvían a hacer ruidos y yo no podía parar mis pensamientos, que iban hacia allí, ante todo aquel placer que se daba y tomaba, con todos aquellos frascos de Vaz Boudoir que utilizaban. Protector, lubricante, contraceptivo, excitante, todo en el mismo bote. Aquellos ruidos podían conmigo. Me devolvían a Desdémona, a su hermoso cuerpo sobre el mío. Sus manos, sus labios. El tatuaje del dragón. Su cara acercándose a la mía, el tacto de su piel, el brillo de sus ojos.
Pero aquello era solo un recuerdo. Y el recuerdo no bastaba. Yo la quería a ella, en la realidad. En mis brazos.
Volví a mirar a la Cosa.
Algo malo surgía en mi mente.
Me levanté de la silla y me acerqué a la forma durmiente. Tío, ¡qué fea era la Cosa! Alargué la mano para hacerle cosquillas en el vientre. Suspiró satisfecha, desde las profundidades del sueño Vurt. Había un colgajo suelto de piel que todavía no había vuelto a tomar forma desde las batallas de Mierda Craneal. Se rompió fácilmente en mis dedos. La Cosa ni se movió. Yo llevé el grasiento montón a mis labios.
Comer carne de Vurt era la ruta directa al teatro. Era un potente cóctel de carne y sueños. Altamente peligroso. Intensamente deseable. El Gato Cazador había hablado de eso alguna vez en la revista. Aquello era una mina de drogas vivas, con un valor astronómico en la calle. Podíamos vender la Cosa y salirnos de todo aquello, conseguir algo bueno. Todo excepto a Desdémona; sin la Cosa, estaría perdida para siempre. Pero quizá aquello me llevara con ella. Tal vez podía coger un poco de carne, solo un pedacito, y ver adónde me llevaba. El Gato había dicho que solo te llevaba al lugar de donde procedía la Cosa. Pero quizá desde allí podría encontrar una puerta para acceder a Desdémona. Tal vez. El Gato Cazador aconsejaba evitarlo, decía que era un viaje vampírico, que llevaba a juegos salvajes e incontrolables, al teatro mutante.
El Gato lo prohibía. Eso era suficiente para decidirme a hacerlo. Y Beetle se enfurecería de verdad si me descubría yendo solo. Me pegaría. El Gato y Beetle lo prohibían, y eso me bastaba para hacerlo.
En cualquier caso, tal vez la Cosa viniera de una pluma amarilla. Son las plumas más fuertes; no puedes tirar hacia fuera y salirte de ellas, solo puedes ganar el juego. O morir. La verdad es que no quería arriesgarme tanto.
Chupé la carne Vurt y di un pequeño mordisco...
La carne me ahoga. No puedo respirar. No hay espacio en el mundo, solo carne. Tiene un aroma dulce y se me aprieta contra la cara. No puedo hacer nada, ni siquiera puedo luchar, la carne es muy poderosa. El olor dulce despierta un recuerdo en mí. Ya no hay salida. ¡Esta es mi vida: ser asfixiado lentamente por una densa grasa de dulce olor! Ni siquiera puedo gritar. Cuando lo intento, la carne me entra en la boca, llenándome de su aroma. Mi mundo está atascado. Conozco ese olor de alguna parte. Me estoy ahogando en la carne. Estos son mis últimos segundos de vida. El dulce hedor me supera, ¡conozco ese olor! Lo he olido toda mi vida. Es mi vida. ¡No! Antes. Lo he olido antes. En alguna otra...
¡Dios mío!
¡Me invade el Agobio!
La carne me envuelve. Todos mis orificios llenos de carne. La carne Vurt me está matando.
¡Vurt! Estoy en Vurt. ¿Cuál? ¡Dejadme frenar!
La carne de la Cosa me envuelve en grasa. No me queda aire. Son mis últimos segundos...
¡La Cosa! ¡Dios mío! Espero que no sea una Amarilla.
¡Fuera!
Estoy echado sobre la Cosa, justo frente al fuego. La Cosa me ha rodeado con sus tentáculos, estrujándome. Apenas puedo respirar. Os lo diré más claro: apenas es suficiente. Por lo menos respiro su viciado e insalubre aire de jergón de Viajero Furtivo. Es suficiente. Es hermoso. Me escabullo del durmiente abrazo de la Cosa y caigo al suelo de la habitación.
La alfombra me resulta agradable, un auténtico refugio feliz.
Sobre mí, el techo baila con pinturas. Las pintó Desdémona; imágenes de dragones y serpientes, todas contorsionándose alrededor de una hoja afilada. Esa era su mente. Y yo formaba parte de ella.
Concentrémonos en los días que vendrán, todas las cosas buenas que tendremos. Los Viajeros Furtivos encuentran Vudú inglés, por ejemplo. Los Viajeros devuelven a la Cosa a su planeta. La cambiamos por Desdémona. Los Viajeros salen de su palacio de droga y acceden a una vida mejor. Bridget encuentra un amor mejor que Beetle. Beetle encuentra algo a lo que agarrarse.
Todas las cosas que teníamos que conseguir.
Todos los pétalos cayendo del reloj.
En aquel instante sonó el teléfono. Sonaba estridente y desagradable contra los murmullos del amor, y yo adiviné que traería malas noticias, porque habían cortado aquel teléfono unos seis meses atrás, por falta de pago. ¡No podía estar sonando! Salté del suelo y lo cogí cuando parecía que era el último timbrazo...
—¡Scribble!
La voz.
—¡Desdémona!
—Scribble...
—¿Eres tú, Desdémona?
—Scribble, ayúdame.
—Ayúdame, Scribble.
—¿Dónde estás?
—¡Encuéntrame! Me duele... la cuchilla...
—¿Dónde estás. Des?
—Una rara... —Su voz flotaba a la deriva, por los espacios de Vurt.
—¿Rara? ¿Rara qué? ¡Des!
No hubo respuesta. Solo las ondas de electricidad estática que me llegaban, onda tras onda, amarilla sobre amarilla; ¡oía los colores!
—¡Háblame, Des! ¡Háblame, joder!
—Busca una puerta... una casa rara...
—¿Qué?
La voz ya era solo un susurro.
—Busca una puerta...
—¿Dónde? ¿Dónde? —gritaba.
—Ven, Scribble... Ven conmigo...
El camino moría en mis manos.
—¡Des! ¡Háblame! Háblame...
Silencio.
Oh, Desdémona. Hermana, oh hermana. ¿Adónde vas?
Tenía la oreja apretada con fuerza contra el auricular, pero allí no había nada. Nada. Solo un absurdo zumbido en la línea. Y el silencio de la habitación.
Y los pétalos que caían, caían, de la esfera del reloj, formando una alfombra de flores, donde yo podría echarme y olvidar todos mis problemas.
Todos mis problemas...