SLITHY TOVE
El portero del Slithy Tove era un gordo conejo blanco. Tenía una cabeza moteada de manchas sangrientas que surgía de su cuello de piel manchado de cerveza y un enorme reloj en sus enormes guantes blancos. La aguja grande señalaba las doce y la aguja pequeña las tres. Es decir, las tres de la madrugada de una noche que acababa de empezar.
Dos putas de la puerta intentaban abrirse camino hacia dentro sin llevar el símbolo codificado. El conejo les estaba poniendo problemas. Yo hice brillar mi pase codificado laminado con acceso a todas las áreas después de la gran fiesta, que tenía la forma de un cachorrito muy mono cortado con un bebé humano, moteado con pelaje; encima una foto de Dingo Tush, desnudo excepto en su autógrafo (autorizado). En el borde del pase decía Dingo Tush. Ladrando por la gira británica. Presentado por Das Uberdog Enterprises.
El gorila conejo examinó mi pase y me miró a los ojos. Era una mirada dura.
—Yo era el dj de Dingo esta noche, colega —le dije. Enseguida se quedó encantado y me dejó pasar.
Pasé por el deslizante portal, a través del agujero en la tierra, por las estanterías de jamacocos, al fondo del corredor lleno de fans rezagados, directo hacia la muchedumbre.
Debía de haber unas quinientas personas allí dentro, en aquel espacio tan pequeño; amigos, amantes, enemigos, maridos, mujeres, primos segundos, fans, agentes, acompañantes, managers, peluqueros de pelaje canino, entierrahuesos, quitamoscas, perros brillantes y hombres revueltos, disc-jockeys, vídeo-jockeys, senso-jockeys, madres, desmadres y ex amantes, batidores de récords. Todo el entorno de Dingo Tush, bailando alrededor del halo que Vurt transmitía desde los rayos del techo, y luego derramándose en el Jardín del Fetiche, bajo una luna-farola, todavía bailando.
Me adentré en la multitud y fui empujado, perdido, conectado directamente con una ráfaga de Felicidad. Uno no puede escapar de eso. El amor se aferra a ti. Quiero decir, cuando se respira en directo, a través del aire acondicionado, ¿qué remedio te queda? Di una honda bocanada y sentí que volaba tan alto como un avión de papel. Tío, eso sí que era un buen Viento de Felicidad. Di otro sorbo, esta vez aspirando a pleno pulmón, la cabeza empezó a darme vueltas y de pronto me sentí enamorado de todo el mundo. Avancé acariciador hacia la barra y pedí un vaso de Fetiche. Los tonos especiados y oscuros aterrizaron en mi paleta de colores y provocaron chispas, y sentí que flotaba, excitado. El sistema del Slithy Tove retransmitía la grabación original del As de Huesos de Dingo Tush, pero con el remix más duro (¡superduro!), obra de Acid Lassie, y la muchedumbre bailaba frenética. Me volví, apoyando la espalda contra la barra, para ver mejor las escenas. Era como mirar un espejo doble. Es la sensación que tienes cuando solo puedes recordar cosas buenas. Era una mezcla espléndida de Felicidad y Fetiche, perromúsica y baile en masa; hace que te sientas como una estrella en tu propio sistema.
Di otro trago de Fetiche, lo paladeé, aspiré profundamente el aroma de Felicidad, luego me volví del todo hacia la multitud y me dejé embeber por ella. ¡Necesitaba liberarme un poco!
Allí arriba había un palco, y de pronto me di cuenta de que me gustaría estar allí, mirando al rebaño desde las alturas. Así que me aparté de la barra, sujetando mi vaso con fuerza, y entré en el maelstrom, empujando para abrir huecos entre los bailarines. Algunos iban vestidos de negro, otros de púrpura, algunos de vinilo, otros de plumas, algunos de arco iris, otros con la piel desnuda, algunos con pieles, otros en humo y hierba, algunos con andrajos, otros con manchas. El resto de mil rayas. Todos los colores estaban presentes. El sudor me caía a chorros cuando entré en un pequeño círculo de gente emplumada, y al pasar me dieron un rápido cosquilleo en la garganta, muy leve, así que solo capté un atisbo de prados salpicados de luna mientras me alejaba de ellos, ondeando mis Alas de Trueno, persiguiendo su presa. La banda iba de Alas de Trueno, y me quedé impregnado de su sensación dulce al alejarme, abriéndome camino a empujones hacia las escaleras. Las Alas de Trueno me ayudaban a pasar por entre la multitud y a subir las escaleras. Sentía como si subiera las escaleras volando. Hasta el palco donde el mundo yacía esperándome.
Aquel era mi primer Vurt en dieciocho días, desde la noche en que nos topamos con aquel poli gordo, y aquel sabor era como volver a casa. Tal vez estuviera debilitándome. No parecía tan malo debilitarse.
La vida era más tranquila en el palco. No tan apretada. Había sillas y mesas y la gente hablaba entre sí, y también había comida. ¡Comida! ¡No había comido en una semana! Por lo menos, esa era mi impresión. Pero primero tenía que mirar abajo, para ver aquella multitud desde las alturas. Y al mirar, unos últimos fragmentos de Alas de Trueno me hicieron sentir como si volara sobre la danza; perros y sombras, robots y Vurt, todos mezclados en la Felicidad.
Allí estaba Beetle, de vuelta de su viaje de bajo, aún temblando un poco, pero jugando a la multitud como un roboprofesional, cogiendo plumas a los conocidos ocasionales. Busqué a Mandy, pero no la vi. Pero allí estaban Tristán y Suze, sosteniendo en alto su cabellera común mientras avanzaban por entre aquella fauna. ¡Joder! Allí estaba aquella chicasombra, ¿cómo se llamaba? Había intentado darnos una buena paliza en Bottletown. ¡Nimbus! Y allí estaba Scribble, con una pluma en la boca. ¡No! ¡No podía ser! ¡Yo estaba arriba, en el palco, no allí abajo! ¡Yo no estaba allí abajo! Luchaba por mantener el control, me esforzaba por situarme.
Me vi desvanecerme en la multitud, en el humo. Aquello estaba mejor. Ser único otra vez, ser de una sola pieza. No me interesaba aquel conflicto.
Allí estaba Mandy, ya la había divisado. Estaba apretujada en medio de la multitud y alguien le metía una pluma en los labios, sin duda un Pornovurt, esperando excitarla. Tío, prueba una Sangrevurt. Tendrías más posibilidades de espectáculo. Supongo que el tío no logró nada, porque al cabo de un momento estaba acurrucado agarrándose las pelotas, cayéndose peligrosamente entre la multitud. Eran pocos los que conseguían levantarse de allí en medio. ¡Joder! ¡Qué tía! Era una fantástica visión para despertarse, dispuesta a la aventura del día.
Pero entonces una voz me habló, desde muy cerca, por la izquierda, aunque yo estaba seguro de que allí no había nadie. Así que me volví y allí estaba... aquel Caballero. No había otra palabra mejor para definirlo. El Caballero iba vestido de conocimiento y dolor. Y con un traje de tweed con chaleco color guisante y con hombreras de cuero. Tenía la cara protegida por una buena barba y un poblado bigote, como una especie de compensación por el pelo que le clareaba en la cabeza. El pelo que le quedaba iba anudado en un complejo nudo que le colgaba sobre un hombro, como una topología mutante. Tenía los ojos completamente amarillos, suaves y lánguidos. Agitaban los peores recuerdos. Los labios eran gruesos y rojos, y cuando se abrían para hablar, parecía que hablaran directo, directamente a mi espíritu.
—Sí. Esa chica valdría la pena —dijo, como si vislumbrara todos mis secretos. Su voz tenía un tono grave y despertaba recuerdos en mí, sentimientos que no podía situar, como si le hubiera oído antes pero no le hubiera prestado suficiente atención.
—Exacto —dijo—. No me has prestado suficiente atención.
¡Yo no había dicho nada! ¡Mierda! Aquello era como lo de Bridget.
—¿Eres un Durmiente? —le pregunté.
—Una especie, pero no como Bridget.
—¿Qué?
—Estás buscando a Desdémona. ¿Tengo razón, Scribble?
Sabía mi nombre.
—Sabes una manera...
—Y a Bridget, claro. Te gustaría encontrar a Bridget. El único problema es que te preocupa que la Cosa sea más importante para ti que Bridget. Para hacer el trueque con tu hermana. Y eso hace que te sientas culpable.
—¿Quién eres? —le pregunté.
Dio un sorbo de su vaso de vino tinto.
—Vamos a comer algo. —Y se dio la vuelta. Yo me volví para seguirlo, pero en algún momento mientras me volvía, el Caballero había desaparecido. Era como si se hubiera esfumado. Empecé a buscarlo por todas partes, intentando divisarlo. Parecía haber dejado de existir. Y dejó un vacío en mi corazón, esas sensaciones que uno no quisiera tener nunca.
Volví a mirar a la multitud de abajo. Dingo Tush había efectuado su entrada y se movía entre la gente, recibiendo su adulación. Cientos de manos amorosas acariciaban y tocaban su pelaje, y la multitud modificaba su geometría en torno a él. Todo el mundo estaba perdido, excepto la pieza central, aquel Dingo hombreperro. Y en el rincón más alejado, mucho más allá, se estaba formando un cuerpo de humo. Yo apenas lo distinguí antes de que se disolviera en el mundo de la multitud. Pero me hizo dar un respingo, no sé por qué.
Me sentía tan vacío por dentro y solo podía recurrir a la comida. La mesa se combaba bajo el peso de los platos. La boca se me hacía agua con ese despliegue de alegría. Había alitas de alondra estofadas en sangre de cerdo. Había bolsitas de tinta de calamar que chorreaban sobre un lecho de palmas. Había huevos de abadejo a la plancha sobre carbón, marinados en azafrán. Había ojos incrustados de corderos vírgenes, ahogados en oscuros filamentos de pan de caballo, fritos en aceite de sombra. Dominando el festín estaba el chef del Slithy Tove, con su largo pelo negro untado con Vaz y peinado hacia atrás, y sus ojos hundidos moteados de cerdas. Había algo en aquellos ojos, cierta maligna necesidad.
—Come, Pelado —me dijo—. Disfruta.
—Eso voy a hacer —contesté, llenándome la boca con aquellos manjares suculentos—. ¡Está buenísimo!
—Pues diles que lo ha hecho Barnie. Barnie el Chef. ¿Te acordarás?
—Desde luego —le dije, entre bocados.
Beetle apareció a mi lado, llevando un plato lleno.
—Buena jalancia, ¿eh, Scribb? —me preguntó.
—Sí —le contesté—. La ha hecho el chef Barnie.
Barnie me dedicó una sonrisa.
—¿Has visto mucho a Murdoch últimamente, Scribble?
—Vivo discretamente —le contesté.
—Ah, ya. Poniendo música en una casa llena de gentuza perruna en el club Límbico. Muy discreto, tío.
—Tengo que ganarme la vida, Bee.
—Oye, nos lo montamos bien con aquella perra poli, ¿eh?
—Sí.
—Tendrías que haberme dejado rematarla.
—Habrían mandado a otro.
—Ya lo sé. Pero el placer habría sido intenso. Oye, por cierto, Scribb, felicidades por el viaje de bajo. ¡Un viaje de la leche! ¡Qué pasada, tío!
—Beetle.
—¿Qué?
—No dejes a Mandy.
—¿Qué?
Otra vez lo estaba perdiendo.
—Ella es tu billete de salida.
—Sí... Bueno... Tengo que dejarla. Se me ha enfriado. Ya no tomará más plumas. Por lo menos, de las que yo querría que tomara.
—Me preocupas, Beetle.
Entonces me miró, solo un momento, pero fue maravilloso. Una de aquellas viejas miradas duras de Beetle. Luego las plumas se asentaron de nuevo, tomaron el control, y aquella triple capa vidriosa descendió, deslizándose sobre su visión.
—Tomas demasiado, Bee —le dije—. Demasiado Gusano.
Creí que iba a gritarme, pero estaba demasiado entretenido mirando por encima de mi hombro. Aquella dura luz de Beetle volvió a sus ojos.
—¡Tristán! ¡Mi hombre! ¡Y Suze a remolque! —exclamó, saludando a la pareja en cuanto subieron.
—Beetle... escúchame...
Pero se había ido, empujando a un frágil y joven comensal y describiendo una línea quebrada hasta la pareja unida por el pelo. Vi que abrazaba a Suze y luego a Tristán, acariciándoles los mechones unidos con sus dedos untados de Vaz. La pareja de costrosos lo acariciaban a su vez y yo solo podía mirarlos, perdiéndome la escena por completo. Suzie me sonrió. Era una sonrisa profunda, muy honda, y de nuevo la sentí penetrando en mí, acariciándome todo el cuerpo con una mirada. ¿Qué tenía aquella mujer que no tenía ninguna otra, aparte de Desdémona? El mundo giraba alrededor. Fetiche y la Felicidad y la danza: las tres cosas se apoderaban de mí. Di la espalda al amor, di un paso atrás, alejándome de Beetle, hacia un espacio vacío. El Caballero estaba esperándome allí, con su traje verde guisante de tres piezas y su conocimiento.
—No dejes que te pueda, Scribble —me dijo.
—Dime tu nombre —le pregunté yo.
—Tú sabes quién soy.
—Sí —le dije—.Te conozco. Pero ¿de dónde?
—Es suficiente por ahora —contestó, leyéndome el pensamiento.
—¿La Cosa todavía está viva? —pregunté.
—Todavía viva. Y Bridget también.
Y de nuevo, algo en su voz me llegó.
—¿Cómo sabes todo eso?
—Porque estoy observando cómo pasa el mundo.
—¿Dónde está la Cosa?
—Creo que debes averiguarlo por ti mismo.
—¡Dímelo!
Estaba mirándome. Ojos amarillos. Aquella expresión de hondo reconocimiento que solo ves muy de vez en cuando. Su mirada era dorada y todos aquellos malos recuerdos, las pérdidas, empezaron a diluirse. Aquel hombre me atrapaba, me atrapaba seriamente. Pero yo no sabía por qué, excepto que era como ser atrapado por un amigo perdido hacía mucho tiempo, que nunca antes hubieras conocido. Empezó a hablar, pero sus ojos volaron hacia otra parte, a la derecha, por encima de mi hombro.
Yo me volví y vi a Beetle y a Tristán abrazándose.
Aunque Tristán no tenía tiempo para Beetle en absoluto. Estaba mirando intensa y penetrantemente directo a los ojos del Caballero. Nadie más podía verlo. Me di cuenta en aquel momento. Solo Tristán y yo. Aquello nos unía, pero ¿cómo desentrañarlo?
—¿Qué pasa? —le pregunté, y volvió los ojos hacia mí, llenos de dolor y sufrimiento.
—Es así, Scribble —me dijo—. Tú llevas el veneno dentro de ti.
—¿La mordedura de la serpiente? —le pregunté.
—No sé cómo entró. A algunos les pasa, a la mayoría no. Y los que lo tienen deben usarlo. Tú no lo estás usando.
—Estoy desconcertado.
—Yo también lo estaba, a tu edad. Un día lo descubrirás. Un día te darás cuenta. El mundo se coloca en su sitio. Llegarás allí.
—¿Cómo? —pregunté, solo para ver al Caballero ejecutando por segunda vez su truco de desaparición.
—¡Scribble! ¡Ven aquí! —La voz de Beetle me hizo salir bruscamente del trance—. Scribble, charlemos. —Había dejado a Tristán y volvía otra vez a mí. Los ojos le bailaban tras aquella capa dopada y vidriosa—. Scribble, tengo algo que decirte. —Su voz era profunda, y todavía arrastraba vestigios de la inyección de bajo—. ¡Escúchame! —exclamó, agarrándome los brazos con fuerza.
—Venga, dilo.
—Scribble... Quiero... Solo...
Beetle miró a su alrededor, nervioso y temeroso, y aquello era lo bastante raro como para hacerme mirarlo con dureza. Él no pudo aguantarme la mirada.
—Dilo. —Mi voz era dura, sin contemplaciones. Ya he dicho que lo estaba perdiendo.
Hizo un esfuerzo para mirarme a los ojos.
—Tengo algo para ti. —Sacó su tabaquera del bolsillo y me la puso en la mano.
—No puedo —susurré—. No puedo...
Beetle había llevado las drogas en aquella vieja caja de lata de una marca de jerez negro desde nuestra época en Droylsden State, una escuela secundaria para fracasados. En aquella hermética oscuridad había llevado Jam y Vaz, Plumón y Sombras, Plumas y Niebla, todo lo que podía conseguir. La caja contenía todos sus sueños, era su cofre del tesoro.
—No puedo quedarme esto, Bee.
—Ábrela —dijo.
La caja se abrió con un satisfactorio chasquido y una agradable sensación en las manos, y yo esperaba encontrar allí un revoltijo, una jungla de drogas oscuras. Pero solo había una pluma sobre un lecho de algodón en rama.
—¡Bee!
La pluma era de un intenso negro azulado, con una tonalidad rosa. La cogí con dedos trémulos. Me gustó cómo aleteaba en mis manos, como si el pájaro del sueño todavía la estuviera utilizando, haciendo volar las ondas Vurt.
—¡Bee!
Le di la vuelta para leer la etiqueta blanca.
Tenia.
—¡Bee!
Me di cuenta de que solo decía su nombre; no decía nada, estaba demasiado desconcertado como para pensar.
—Ya sabes que no puedo volver, Bee.
—Yo he estado metido hasta las cejas últimamente —dijo—. No podía parar.
—¿Cómo es?
Yo me desmoronaba bajo aquellas alusiones al pasado.
—Es una joya Vurt, Scribble. Pero yo me estaba enganchando. No podía parar de arrastrarme a rebobinar esa cinta. Todo se vuelve bonito. Pero ya me conoces, no soporto quedarme colgado, bueno, no con placeres simples.
—No sé si yo...
—Ahí está Des —me dijo, señalando la pluma—. Bueno, ya sabes, en cierto modo.
—Y aquí estoy yo intentando renunciar.
—Es solo por... solo por...
No podía decirlo.
—Ya lo sé —le dije—. Por los viejos tiempos. Viajeros Furtivos.
—Exacto.
Y se volvió, volvió a su antigua identidad. Se abrió camino hacia la mesa de la comida, y le dijo al chef Barnie que era un supergenio en la cocina de los dioses.
Perdón.
Era el perdón lo que Beetle estaba pidiéndome, y mi corazón se fundía.
—No necesitas eso —dijo la voz irlandesa.
—Sí —le contesté—. Tú no sabes por qué.
—Yo sé todos los secretos —dijo el Caballero, que había vuelto una vez más.
—¡Lo necesito!
—Tú necesitas el regalo, pero no el Vurt.
—¿Y por qué no?
—Tienes Vurt dentro de ti —dijo.
—¿Qué quieres decir?
—No necesitas plumas. Puedes sintonizarlo. En directo. Eso ya te ha pasado otras veces, ¿verdad?
—Sí.
¡No sé por qué lo dije!
—Has estado allí. Te has deslizado dentro y fuera —dijo.
—Ahora está empeorando —le dije, otra vez sin saber por qué, excepto que las cosas se habían vuelto extrañas para mí últimamente: muchos pequeños deslizamientos dentro y fuera de estados de ánimo. De forma que no sabía lo que la gente me estaba diciendo. Y aquella sensación en mi interior de que el mundo era sólido, un extremo, un margen. Era muy parecido a cuando me daba el Agobio. Eso no era todo lo que había. El borde era aterrador y yo habitaba en él. No, no era siquiera vivir al borde, ¡sino vivir dentro del borde!
—Joven, el borde es real, y tú no sabes lo cerca que estás.
—¿De qué?
—Del paso. No está empeorando; está mejorando.
—¿Tú crees?
—El lugar donde estás. Tu lugar, tu sitio adecuado. El mundo del sueño, sin plumas.
—Me gusta estar aquí en la Tierra.
—Desdémona está esperándote.
—¿Qué? ¡Joder!
—Está esperando. Echa una ojeada.
Y el Caballero me condujo amablemente hacia el palco, donde yo observé a la multitud, y allí estaba Desdémona, esperando, en medio de los empujones, totalmente quieta, con la blusa amarilla moteada de sangre y la cara cuarteada y surcada de cicatrices. Hermana me hacía señas desde la pista de baile con los brazos extendidos, llamándome.
—Desdémona —dije.
—Es ella —dijo el Caballero—. Está esperándote.
Me volví hacia él, pero él flameaba, disolviéndose.
—¡Dime quién eres! —le pedí.
—No dejes que la Víbora te atrape —contestó—. Ten cuidado. Ten mucho, muchísimo cuidado. Mantente limpio. Justo bajo la orilla. Ya sabes que yo nunca miento.
—Espera...
Pero sus ojos volaban otra vez por encima de mi hombro, y yo me volví para ver a Beetle y Suze abrazándose mientras Tristán simplemente miraba directo a los ojos del Caballero. Era la mirada del amor, esa especie de amor condenado que nunca te deja solo.
—Tristán te dirá quién soy —dijo el desconocido.
—¿El Gato? ¿El Gato Cazador? —dije, volviéndome hacia la voz, pero la voz se había ido. El Gato se había ido.
Y otra vez aquella sensación, aquel vacío.
Miré por el palco, buscando a Desdémona. Allí estaba, cubierta de humo y sangre, a la deriva, hacia el humo y la sangre. Y yo no podía ayudarla. ¡No podía ayudarla, joder! Su cara marcada se borraba, se disolvía, como los sueños de amor, en la multitud, en el Vurt.
La perdía.
Perdía.
Lo que más queremos, lo que se desvanece.
Y entonces me precipité escaleras abajo, de tres en tres, esquivando a los frenéticos bailarines, directo a la pista y a la hermana que se desvanecía. Yo empujaba al gentío, pero parecían bien soldados entre sí. Creo que hice tambalearse a algún aparecido de un empujón al abrirme paso. El mundo se cerraba y fui a parar directamente a los brazos de Bridget.
¡Bridget!
Aquella forma humeante que había visto en las márgenes, desde arriba; ahora estaba en mis brazos y el humo se desprendía de su piel, mucho más de lo que yo estaba acostumbrado a ver, y sus ojos estaban moteados de sombra y conocimiento. Ella me apartó y volvió a los brazos de una pareja de baile, un chico guapo con el pelo castaño y rizado.
—¡Bridget! —la llamé.
—No —contestó la chicasombra, y tal vez no fuese ella. Tal vez yo estuviera soñando.
—Estás soñando —dijo la voz en mi cabeza. Pero era la voz de Bridget. Estaba pensando hacia mí, a través de las ondas de las Sombras, como un espectro del ayer. Capté un destello de reconocimiento en sus ojos y luego se desvaneció, diluyéndose en una onda de humo.
Y tomó su lugar un nuevo rostro lleno de marcas, entre la multitud. La cara de Murdoch. La mujer poli. Desgarrada por la perra. Penetrante. Real.
Moviéndose entre la multitud, como un espíritu maligno.