DAS UBERDOG
—¿Cómo puedes hacer esto, Bridget?
Ella levantó su adormilada cabeza de la cama para mirarme. Tenía los ojos cargados de sueños y un rubor rojizo coloreaba su piel habitualmente pálida. Yacía en una cama revuelta y solo llevaba una camisa blanca de hombre y una voluta de humo de sombra. La habitación estaba oscura, salvo la flameante luz que surgía de la vela colocada en el repecho de la ventana. Era una llama azulada; la más tenue luz azul brillando suavemente por la habitación.
—La vela está aquí para ti, Scribb —dijo—. Sabía que me encontrarías.
—Supongo que he tardado mucho —contesté.
Había un hombre en la cama, tapado con las sábanas. Tenía un hermoso rostro, pelo castaño y largo, tal vez algún vestigio canino. Con una mano acariciaba amorosamente la nuca de Bridget mientras con la otra sostenía un libro abierto. Vi el título en letras doradas, en relieve: los sonetos de John Donne.
El dormitorio parecía limpio y humano bajo el resplandor de la vela, lleno de olor a flores e incienso. Supongo que era sobre todo fruto del esfuerzo de Bridget; un intento de enmascarar el olor a perro. Las flores producían su efecto, pero solo eso; el aroma a perro flotaba como una de las notas bajas de Dingo.
Me imaginé a Bridget ajardinando aquel pequeño lugar humano, en medio de Turdsville. ¿Qué hacía aquella chica? ¿Cuál era su motivación?
¿Y por qué yo era la última persona que podía preguntárselo?
Karli estaba en la cama con la joven pareja. Intentaba apartar las sábanas y meter la nariz allí, con el rosado ano expuesto, levantado. Twinkle estaba sentada en un sillón de orejas, observando el juego de Karli.
Yo estaba mirando todo aquello desde el rellano, a través de la puerta semiabierta, con el cuchillo del pan aún en la mano derecha, en tensión.
Bridget encendió un cigarrillo en las sombras azuladas.
—Hemos venido a sacarte de aquí —le dije.
Bridget se volvió hacia mí con la boca llena de humo y me dedicó aquella sonrisa soñolienta de los viejos tiempos.
—¡Mira a la Cosa! —exclamé—. ¡Mira lo que le están haciendo!
—¿Sí? —contestó, pronunciando lentamente.
—¡Se la han ido comiendo!
—¿Comiendo a quién?
Respiré hondo.
—Bridget...
—¿Cómo está Beetle últimamente, Scribble? ¿Aún sigue presionándote?
—Beetle está bien.
¿Qué iba a decirle? Beetle está viviendo sus últimos momentos. Quiere volver a verte desesperadamente, antes de morirse de sus colores, ¿por qué no vienes por las buenas?
¿Habría servido de algo?
¿Y dónde coño estaba aquel tío, en cualquier caso?
—Este es mi amigo, Uber —dijo al hombre que había con ella—. Scribble.
—Buenos días. —Una voz de tono ligeramente perruno—. Encantado de la compañía.
—Scribble, este es Uber —me dijo Bridget.
—¿Cómo has podido hacer esto, Bridget? —grité—. ¡Explícamelo!
Bridget volvió sus ojos soñolientos hacia mí, y en la luz azul parecían diamantes.
—Uber es muy bueno. Me lleva a sitios.
—Sí. A un agujero de mierda de perro como este.
Uber apartó las sábanas.
Karli cayó con ellas, pero él la cogió con sus manos humanas mientras salía de la cama. Era un hombre joven y fuerte, y levantó a la perra sin esfuerzo. A Karli no le importó. ¡La roboperra estaba enamorada! Se dejó colocar en su regazo.
Uber era una preciosa criatura.
Una división perfecta, justo por la mitad. A veces ocurre así, una vez de cada mil apareamientos. Era humano de cintura para arriba y perro de cintura para abajo. Apoyó sus peludas piernas en el suelo, sentándose en la cama, con Karli entre sus fuertes brazos. Ella se había acurrucado muy cerca y le lamía la cara con su lengua rosa. Uber apartó la cabeza y me dedicó una lenta mirada.
—He estado esperando a que pasara esto —dijo en tono oscuro—. Bridget me ha contado historias de vosotros. Debo decir que me parecen bastante divertidas. Ella siente un gran respeto por ti.
Yo no contesté.
Las sombras cambiaban a la luz de la vela.
Él me tendió una mano de largos dedos. Afiladas zarpas crecían de las blandas almohadillas de cada dedo, y cuando sonrió, vi sus dientes afilados, pequeños fragmentos caninos incrustados en su parte humana.
—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿No quieres estrecharme la mano? —Podía retraer las uñas a voluntad, y así lo hizo, presentándome una mano suave, pero pese a todo, yo no me sentía tentado—. ¿No te caigo bien, Scribble? Después de todo, yo salvé a Bridget.
—¿La salvaste de qué? —le pregunté.
—De qué va a ser, de la vida pura, naturalmente.
—Voy a llevarme a Bridget —dije.
Uber volvió su rostro hacia la vela. Entrecerró los ojos por el resplandor.
—Ah, ya —dijo—. Me lo esperaba. Dingo ya me lo advirtió.
—Es lo que va a pasar.
—Deja la comida, por favor.
—No puedo.
—¿Por qué?
—Necesito a la Cosa.
—Tú la llamas cosa. Eso demuestra poco respeto. La comida es lo más precioso y debe ser tratada como corresponde.
—A la mierda.
Uber cerró completamente los ojos por un momento, mientras acariciaba a Karli en su regazo.
—Es una roboperra deliciosa —dijo—. Te agradezco que me la hayas traído.
Mientras hablaba, movía los dedos por entre las patas traseras de Karli.
—Scribble —dijo Twinkle desde su sillón.
—No te preocupes, chica —le dije—. Todo está controlado.
—¿Ah, sí, de verdad? —preguntó Uber—. ¿Controlado? ¿Seguro? Ah, muy bien. ¿Y quién controla? —Cada palabra sonaba más oscura que la anterior, y más perruna, como si estuviera perdiendo su lado humano y enfureciéndose cada vez más.
—Ahora me largo de aquí —dije.
—No lo presiones, Scribb —dijo Bridget.
—Me llevo a la Cosa conmigo. ¿Estás preparada, Twink?
—Sí —contestó. Y se volvió a la perra—. ¡Karli! —la llamó.
Karli levantó una oreja hacia la voz de Twinkle y luego volvió a dejarla caer.
—¡Vamos, Karli! —volvió a intentar Twinkle.
Supongo que la perra estaba demasiado contenta allí como para moverse.
—¿Tú vienes, Bridget? —le pregunté.
Ella ni siquiera me miró.
Twinkle estaba de pie, a mi lado.
Uber acariciaba el cuello de Karli, por debajo, donde más le gustaba. Apagó la vela de un soplido, aunque estaba lejos, con aliento de perro. Cuando se volvió a mí, su cara humana estaba hendida por una pura mueca canina.
—No me hagas hacer esto —dijo, apretando aún más el cuello de la perra. Al principio, Karli se dejó hacer, confundiéndolo con una caricia amorosa. Los dedos de Uber le apretaban la tráquea y las uñas ya salían, pinchando pequeños brillantes de sangre en el cuello de Karli. Tenía la habilidad del cazador para encontrar la carne blanda bajo los huesos de plástico.
Karli empezó a gemir, luchando por soltarse.
Uber abrió sus gruesos labios, mostrando aquellos dientes cincelados.
—Yo soy Das Uberdog —gruñó—. El mundo es mi cagadero. —Y sus ojos eran salvajes, salvajes y libres, mientras sus uñas se clavaban en la garganta húmeda.
Yo hice un gesto de pelea bajo el peso abrumador de la Cosa, pero Twinkle se me adelantó. Se lanzó hacia delante, abalanzándose sobre Das Uber con toda su joven fuerza.
Uber dobló su poderosa pierna, fibrosa como la pata de un perro, a modo de palanca y Twinkle quedó atrapada en ella, luchando por soltar a Karli. Luego Das Uber desdobló la pierna, muy rápido, y con una fuerza sutilmente sintonizada que mandó a Twinkle hacia atrás chillando, hasta hacerla aterrizar a mis pies.
—¿Cómo ves ahora la situación? —preguntó Das Uber. La sangre del cuello de Karli resbalaba por sus largos dedos humanos.
—Creo que hueles a mierda.
—Gracias.
Me di la vuelta.
Twinkle se agarró a mis piernas intentando detenerme, gritando:
—¡Scribble, Scribble, no nos deje!
Pero yo me di la vuelta y salí.
Hay cosas más importantes que otras, y si eso me convierte en malo, dejémoslo así.
Bajaba por las escaleras, con el peso de la Cosa en los hombros y la espalda, casi haciéndome caer.
Frío, como la piedra.
Twinkle gritaba desde arriba, pero yo ya estaba en el primer rellano, arrastrando el peso. Me sentía como si llevara a la propia Desdémona. Así me lo imaginaba, con el canje ya hecho, solo para hacerme bombear la sangre. Pasé por la puerta donde la perra se lamía frenéticamente. La oí gemir por debajo de la puerta. Doblé la esquina, por el pasillo, hacia la cocina, donde aquellos tres perros se revolcaban por el suelo, viajando por algún Vurt mutante, alimentados por la carne de la Cosa.
Y luego el aullido de Uber desde el piso de arriba. Sonaba como el grito de una sirena, rechazada en su amor. El rasgar de sus pezuñas en el linóleo y la madera del suelo. Yo me apresuré por las últimas escaleras, donde me esperaba la puerta principal, y el perro portero se volvía para mirar qué pasaba con aquellos aullidos.
Pero estaba ligeramente ocupado.
Porque Mandy lo rodeaba alegremente, y con una mano le tocaba por entre las patas traseras.
Gracias por la ayuda, Mandy. Es un detalle.
Pero entonces vi que alargaba la otra mano hacia el perchero y todo cambió. ¡Hazlo, chica! ¡Hazlo!
Oí a los perros acercarse por detrás mientras corría hacia abajo, tambaleándome bajo la carga de la Cosa, resbalándome con la mierda de perro, deslizándome como en un tobogán, directo hacia la puerta. Sus ojos eran tan grandes que pensé que iba a caerme allí mismo. Alguien me agarraba desde detrás, tirando de la Cosa, con fuerza, logrando hacernos retroceder hacia arriba, a mitad de las escaleras, entre las dos paredes. Una mano humana, fuerte y blanca me agarró del cuello. Me tiró la cara hacia atrás y me encontré mirando directamente a los ojos de Das Uberdog. Entonces se encendieron las luces.
Un resplandor ardiente.
Todas las lámparas brillaban con una fiera irradiación, deslumbrantes en arco iris de colores.
¡Beetle! ¿Eres tú, tío?
Oí a los perros detrás de mí, aullando dolorosamente. Sonaba como un mal frenazo, un tirón hacia atrás.
Pero no Uber.
Lo cogió sin parpadear y noté sus uñas clavándose en mi garganta.
Levanté la mano derecha hacia atrás, describiendo un amplio arco y el cuchillo aterrizó en mis dedos.
Das Uber lo vio venir, movió la cara con un instinto canino, rápido como un látigo, alejándose de la trayectoria de la hoja.
El cuchillo entró, duro contra la carne de su mejilla izquierda, tocó el hueso, resbaló, cortó la mandíbula.
¡La sangre en mi cara, Das Uber aullando, yo torciendo el cuchillo con fuerza!
Ahora estaba libre de sus garras, así que me volví a cargar a la Cosa, dejé el cuchillo y me dirigí de nuevo a la puerta. El perro se había liberado de Mandy. Se protegía los ojos del resplandor con una pata, intentando subir las escaleras con la otra pata vacilando frente a él.
Entonces Mandy cumplió. Y lo hizo bien.
¡Hazlo, chica!
Primero el destello de luz brillante y cálida, luego el aire estallando, el ruido suficiente como para matar, luego el aullido del perro portero al caer por las escaleras. Chocó conmigo y cayó. En el centro de su espalda había un agujero negro ardiendo. Bala de llamas.
Los perros aullaban escaleras arriba, y al volverme vi a Das Uberdog arrancándose el cuchillo de su desgarrada cara. Apartó las encías de sus largos dientes, mostrando la herida.
Pasé por encima del cuerpo del perro portero y me uní a Mandy abajo. Ella estaba de pie, con las piernas separadas, mi pistola en las dos manos, como había hecho, sin duda, en innumerables Sangrevurts. Oía a los perros arriba forcejeando en pleno pánico, golpeando las paredes, mientras sus cerebros semidañados luchaban con los distintos mensajes. Tras ellos estaban Bridget y Twinkle. Twinkle tenía a Karli a su lado. La roboperra tenía buen aspecto, un poco tambaleante y con algo de sangre en el pelaje.
—¿Estás herido, Uber? —preguntó Bridget desde el rellano. Él no contestó, ni siquiera la miró, solo puso una zarpa en el siguiente escalón.
Mandy apuntaba bien la pistola, pero me di cuenta de que temblaba levemente.
Uber puso otra pata abajo, otro escalón, sujetando el cuchillo con la mano derecha. Estaba manchado de sangre y de sus labios heridos salía más sangre.
—Un paso más, aliento de perro —dijo Mandy—, y esto será un matadero de perros.
Uber levantó la pata mirándola directo a los ojos. Veía el sudor de su cara y el temblor de sus brazos.
Empezó a bajar la pata.
—¡Lo hará, Uber! —gritó Bridget—. ¡La conozco! —Y luego, más despacio—: Son mis amigos.
Él se detuvo, miró hacia atrás, escaleras arriba, a su amante, su guapa chicasombra de ojos soñolientos. Y yo me pregunto qué ideas había encontrado ella en el interior de aquel hombreperro.
—Uber... ya está bien —dijo Bridget. No, no lo dijo, solo lo pensó. Estaba pensando. Yo había captado su sintonía, de la mujer y el perro y de todas las cosas que habían pasado entre ellos.
Y cuando él nos dio la espalda, era fácil ver que algo había cambiado, algo había nublado aquellos ojos profundos que habían corrido con los perros mientras también contemplaban las obras de John Donne.
Él retrocedió y subió un poco más.
Supongo que esta vez ganó la poesía.
—¿Bajas, Twinkle? —grité.
—Karli está herida —exclamó ella.
—Karli se ha portado bien. Es una auténtica Viajera Furtiva. Como tú, niña.
Bridget asintió cuando Twinkle la miró. La niña bajó las escaleras, seguida de la roboperra. Y Das Uber se apartó para dejarla pasar.
Como debe hacer un hombre.
Twinkle llegó a mis brazos. Tenía la cara bañada en lágrimas. Yo se las enjugué con las manos sucias.
Era todo lo que tenía.
Miré hacia las escaleras, más allá de Das Uber, donde Bridget sujetaba a los perros. La expresión de su rostro me contó una historia. La de renunciar a algo bueno a cambio de otra cosa. Y luego, no encontrar el camino de vuelta. O quizá entonces uno ya no quiere volver.
No, supongo que no.
Todavía no tenía ni idea de dónde estaba Beetle, aunque las luces empezaban a apagarse, pero de pronto pensé: ¡Vamos a conseguirlo! ¡Vamos a salir adelante!
—Volvemos a casa, Gran Cosa —dije, y eso hizo reír a Twinkle.
Mandy se guardó el arma en un bolsillo de atrás de sus vaqueros y abrió la puerta de entrada. Salió, llevando consigo a Twinkle y a la perra Karli. Yo las seguí, con la Cosa a cuestas. Se retorcía como si supiera que íbamos a casa. Como si supiera que salíamos de allí, a la oscuridad de Claremont, donde la furgoneta de los helados nos esperaba.
Pero había otro coche aparcado allí cerca, blanco y negro, y otro más al otro lado de la calle. Coches de la poli. Un foco de luz se acercó girando, atrapándonos. ¡Focosombra! A toda intensidad. Info aleteando en mi rostro, buscando pistas. Pistas del miedo.
La agente Murdoch nos estaba esperando, junto a una farola, pistola en mano. La polisombra Takshaka fluía desde el techo de uno de los coches de la poli y sonreía con aquella sonrisa humeante al transmitir.
NO SE MUEVAN. ESTÁN DETENIDOS.
—Creo que te hemos cogido, Scribble —dijo Murdoch.
Otros polis, de carne y hueso, cuatro, salieron de los coches.
—Supongo que sí —contesté.