UN JARDÍN INGLÉS
Beetle echó Vaz en otra cerradura, y condujimos un Ford barato y desvencijado de vuelta a la base. Nos sentíamos supercolocados, con aquel resplandor crepuscular de la vibración sexual, y la pluma de Vudú apretada entre mis dedos. Había risas y locura en el coche, y cada farola de la calle hacía relumbrar la pluma del conocimiento; era negra, rosa y dorada en mis manos, y el dorado era lo más bonito. Entramos en Rusholme Gardens como guerreros. Twinkle estaba esperándonos. Había entrado en el apartamento de algún modo, había pasado el rígido control de seguridad, y Beetle quiso saber cómo.
—No lo sé, Bee —le contesté.
—¿Le has dado una llave?
—¿Yo?
Twinkle estaba sentada en el sofá, supertranqui, mordisqueando un Chocogordo.
—Scribble, saca a esa niña de aquí.
Lo intenté, pero fracasé miserablemente. La niña no se movió.
—No hay manera, Bee —le dije, tirando de los brazos de la niña. Era como si se hubiera untado el culo con anti-Vaz.
—Ahora soy de la banda —dijo Twinkle—. Me he cambiado por Bridget.
—¿Se ha largado ya la mocosa? —preguntó Beetle.
—No, aún no.
—¿Qué haces dándole las llaves?
—Está sola, Bee. Tiene una vida familiar horrible...
Mandy se echó a reír.
—¡Hagámoslo, Bee! —le dijo.
Y Beetle se acercó a la mesa, poniendo Vaz en la trayectoria de la pluma de Vudú. Yo veía sus brillos amarillos centelleando y se abrían puertas en mi mente, en una niebla amarilla donde mi hermana me esperaba. Beetle se estaba tomando unos cuantos jamacocos, porque esperaba un viaje duro, y al mismo tiempo le hacía cosquillas a Mandy con la pluma en la cara.
—Prueba esto —le dijo, y le metió la pluma en la boca.
—Joder, me fundo —dijo ella, cogiéndola como una roboprofesional.
Luego Beetle se dirigió a Twinkle.
—¡Beetle, es demasiado fuerte para ella!
—Ella quiere entrar, Scribble, pues que entre.
—Es menor, Bee...
—Todos somos menores —contestó, y Twinkle abrió la boca, dispuesta a aceptar el regalo. Beetle empujó la pluma hacia dentro. Lo vi un tanto excitado. Seguro que estaba empalmándose, todavía cargado con la vibración rosa.
—¿Alguna vez has hecho esto antes? —preguntó Mandy, desde las lentas profundidades de Vurt.
—Claro. ¡Cientos de veces! —contestó Twinkle.
—Pues venga, traga esto, entonces —dijo Beetle.
—Cuidado, Beetle —le dije—. Mandy, ayúdame...
Pero Mandy estaba lejos, viajando con la pluma.
Y luego se alejó Twinkle, en el mismo viaje.
Solo quedábamos Beetle y yo.
—Beetle.
—¿Qué?
—Creo que estamos haciéndolo mal. Vayamos más despacio.
—¿Sí? ¿Para qué?
—El Vudú es peligroso. Tú no lo sabes, Bee. Yo he estado allí y...
—¡Chupa esto, chico! Hemos perdido a Brid y a la Cosa solo por complacerte. ¡Ahora vamos, joder! A buscar a la hermanita.
Abrí los labios para protestar, pero él empujó la pluma hacia dentro y yo también empecé a viajar, a volar bien, hacia la fuente húmeda, y ya notaba los créditos pasando, como aquella vez, tanto tiempo atrás, con Desdémona a mi lado, hasta que ella se fue...
BIENVENIDOS AL VUDÚ INGLÉS. SENTIRÉIS PLACER. EL CONOCIMIENTO ES SEXO. SENTIRÉIS DOLOR. EL CONOCIMIENTO ES TORTURA.
... cayendo por el jardín.
El jardín estaba sereno y hermoso, quintaesencia de lo inglés, tal como yo lo recordaba, con fuentes burbujeantes y una masa de flores que crecían salvajes, superando sus lechos. Estaba encerrado en un muro circular, pero el muro quedaba a kilómetros de distancia, y a mí no me interesaba lo que había allí. Yo quería el jardín; su perfume embriagador me acariciaba los sentidos y una oleada de placer me ahogaba, como si cada gota de sangre de mis venas transportara vitalidad a mi polla. Me sentía como si fuera a estallar, en la diosa de la Tierra, la perra de barro. Sentía deseos de cavar un hoyo en el suelo y correrme allí, pero algo me contenía; la conciencia de la misión. Estaba dentro de Vurt y lo sabía, pero ¡no sentía el Agobio! Sentía el control fluyendo en mí, como si me hubieran sembrado algo en mi interior, algún conocimiento nuevo. Estaba en el jardín del Vudú inglés, buscando la Amarilla Rara, donde Desdémona yacía esperando, viviendo en el dolor. Beetle y Mandy caminaban de la mano por entre las flores, como unos jóvenes enamorados. Twinkle arrancó una flor y se la llevó a la nariz. Sonreía, sintiendo la caricia del perfume. La perra Karli perseguía mariposas por las matas de brezo, y los pétalos la cubrían. ¡Mierda! Beetle había hecho entrar también a la roboperra; una pluma en la boca de una perra. No importaba. Estábamos todos y lo estábamos pasando bien. El conocimiento irradiaba de las flores, como el aliento del polen. Beetle levantó la mano y me hizo un gesto, perezosamente, y yo le contesté igual. El mundo estaba lleno de felicidad. Yo caía en una niebla de paz y tenía que luchar con todas mis fuerzas para no dejarme llevar a la deriva. Buscaba a los jardineros. Los que habíamos visto Desdémona y yo la última vez. O al pájaro en los árboles. Pero el jardín estaba vacío. Solo nosotros, los Viajeros Furtivos, errando por entre las flores.
El jardín estaba vacío.
Yo no me encontraba bien.
—¡Beetle! —llamé.
Él volvió lentamente la cara hacia mí, sonriendo.
—Algo pasa —le dije.
Él siguió sonriendo.
—Todo está bien, Scribb —contestó con voz suave. Agarró a Mandy atrayéndola hacia sí, recreándose con su tacto.
Pero yo no me sentía bien por alguna razón.
Un movimiento en la hierba, a mis pies. Quizá fuera la pluma amarilla, buscando alimento. Bajé la vista.
Algo violeta y verde serpenteando por entre la hierba y los tallos.
¡Serpiente de sueño!
Incluso en el jardín de la felicidad, aquellas criaturas fangosas encuentran la forma de abrirse camino...
Retrocedí...
—¡Beetle!
Demasiado tarde.
La serpiente se irguió entre la hierba, llenando el jardín con su cuerpo fustigante. Los ojos de serpiente me miraban.
¡Oh, mierda!
¿Cómo ha llegado hasta aquí?
—¡Beetle! —exclamé—. ¡Hay una Víbora ahí! ¡La pluma no es real! ¡Es una copia pirata!
Beetle había llegado demasiado lejos como para que le importara. Y la serpiente se reía de mí.
HAY UNA VÍBORA EN TU SISTEMA, PEQUEÑO.
—¿Qué está pasando? —pregunté.
La Víbora era un Implante Viral; gérmenes en el sistema Vurt; formas de hacerte sufrir.
ESTÁS EN UN TEATRO. SE LLAMA VUDÚ INGLÉS. ES UN VURT DE CONOCIMIENTO PIRATA. TOTALMENTE ILEGAL. NADA DE ESTO ES REAL.
—¿Qué?
—Es peor que real. Estás detenido, chico. ¿Eso te parece bastante real?
Me aparté de la maligna cara, buscando a Beetle y Mandy, a Twinkle y Karli. Pero solo vi cuatro formas que oscilaban, mientras frenaban en seco juntas, y yo los seguía frenando, frenando, y el jardín se borraba en una franja de herbácea negritud...
La agente Murdoch me sonreía. Su estúpido colega estaba a medio metro de distancia, cerca de la puerta del cuarto de baño, ensombreciendo mi póster de Madonna. Un polisombra que había entrado por el jardín aleteaba por la habitación como una ondulación verde y violeta. Su colega emitía la sombra desde una unidad portátil y la serpiente irradiaba su luz hacia nosotros. Nunca había visto nada igual. Era la serpiente del jardín; nos había seguido hasta el mundo real. La serpiente debía de llevar algo de Vurt dentro —robot, sombra, Vurt—, todo mezclado en su extensión de metro y medio de espeso humo, con los ojos anaranjados destellando info sobre todos nosotros, y una voz amarilla y sibilante:
TENEMOS RAZONES PARA SOSPECHAR QUE ESTE ES UN JUEGO ILEGAL.
—No... Es... Es solo...
Yo estaba otra vez en mi sillón favorito, luchando con las palabras. No podía encontrar las adecuadas.
POR FAVOR, INFORME SOBRE EL VEHÍCULO QUE TIENE EN EL PATIO.
Yo no podía explicarlo. No podía moverme. No podía mover un dedo en aquella batalla.
POR FAVOR, EXPLIQUE LA INFRACCIÓN.
—No... no puedo.
Movía los labios torpemente, murmuraba excusas, débiles excusas.
Mandy y Beetle estaban echados en el canapé, juntos, envueltos en la quietud del jardín. Yo veía sus cuerpos todavía frenando en seco el sueño, pero no les veía las caras. La niña, Twinkle, estaba de pie junto al fuego, con los ojos llenos de vida. Tenía a Murdoch a su lado. No lo intentes, guapa. Te pegaría hasta convertirte en pulpa. Karli, la roboperra, estaba también a su lado, con los huesos de plástico temblando bajo el pelaje.
EL CITADO VEHÍCULO NO ESTÁ REGISTRADO A SU NOMBRE.
Twinkle empezó a retroceder hacia la agente de policía.
TAMBIÉN SE SOSPECHA DE ADQUISICIÓN Y USO DE DIVERSAS SUSTANCIAS ILEGALES, QUE INDICAMOS A CONTINUACIÓN...
—Ya basta, Shaka —dijo Murdoch.
¿Tenían nombre esas cosas? ¿Aquellos fantasmas humeantes? Yo no lo sabía.
TIENEN SUS DERECHOS, SEGÚN EL DECRETO NÚMERO CINCO.
—Claro que los tienen —replicó Murdoch—. Pero me encargo yo.
Twinkle estaba a medio metro de Murdoch. Beetle y Mandy seguían unidos en su estrecho abrazo, todavía temblando pero volviendo en sí despacio, muy despacio.
TAMBIÉN SE SOSPECHA QUE HAN DADO COBIJO A UN ALIENÍGENA VURT, UNA DROGA VIVIENTE. EL DECRETO NÚMERO QUINCE DECLARA TAJANTEMENTE...
—¡Muy bien! —exclamó Murdoch—. Eso es lo mío. Voy a detenerlos por todo esto. Cobijo, posesión, contrabando. Toda esa mierda. Se la han cargado. —Se sacó una pistola lanzallamas del cinturón.
La silla me agarraba, todavía sentía el tacto del jardín en los dedos.
—Se acabó el juego. Ponles las esposas, colega.
El poli de carne empezó a moverse, bamboleándose de un lado a otro bajo su gordura. Mandy se había despertado y se erguía para acercarse al lugar de la acción. Tenía los ojos turbios de miedo. Beetle no se movía. Aún no. Estaba completamente replegado en el canapé, temblando por el frenazo y por el vurtlag.
—Apártate, chica —dijo Murdoch, sin mirar siquiera a Mandy al decirlo. Mandy se levantó del canapé, calmada y mortífera. Murdoch apuntaba directamente a la cabeza de Beetle con la pistola—. Venga, tú, el jefe, es tu turno.
Beetle no se movió.
Yo tampoco. Me pareció que el tiempo aminoraba la marcha y yo era solo una mosca atrapada en su trampa, con las alas en la miel.
ESTE NO ES EL PROCEDIMIENTO ESTÁNDAR, dijo el polisombra.
—¿Vas a formular una apelación, Shaka?
NO, SEÑORA. NO.
Karli y Twinkle hicieron un gesto hacia Murdoch. Las zarpas de la perra arañaban la alfombra.
—Llámalas, chico. Ya sabes que esto es el fin.
Yo lo intenté, pero tenía los labios resecos y pegados, y la lengua muerta.
Twinkle y la perra estaban solo a centímetros de la mujer poli.
—¡Llama a esas bastardas! —gritó Murdoch, rabiosa, empuñando con fuerza la pistola y apuntando a la nuca de Beetle.
Ahí estaba, el héroe, cuando más lo necesitaba. Dormido en un viejo canapé carcomido, comprado por un billete de cinco en un almacén de basura y desechos.
—Tengo a uno esposado, Murdoch. —Era su colega el que hablaba, flácidamente y con pesados jadeos. Dirigí una rápida mirada. Allí estaba Mandy, esposada a una de las gruesas muñecas del poli. Él parecía bastante complacido consigo mismo. Seguramente nunca había conocido a una chica como Mandy.
El tipo iba a descubrirlo pronto.
El polisombra lanzaba infos por toda la habitación, buscando pistas.
HE ENCONTRADO ALGO, dijo.
—¿Qué es? —preguntó Murdoch.
INFO INSUFICIENTE, DE MOMENTO.
—Gracias por la información, Shaka, pero estás poniéndome ligeramente de los nervios.
ENTENDIDO. Los ojos de Shaka destellaban en naranja brillante, como si estuviera alimentando un haz de llamas.
—Mantengamos esto bajo control. —Murdoch hacía bien su papel, pero yo veía el sudor que le recorría la cara—. ¡Y eso te incluye a ti, Shaka! Mantén el control de esos rayos. Nadie va a salir herido.
Y los ojos de la serpiente de sombra pasaron de caliente a frío. Era fácil ver la decepción que recorría su serpenteante cuerpo.
Twinkle y la perra se acercaban al momento, aunque no sabían qué hacer, cómo manejarlo. Twinkle tenía una mano levantada, casi como si fuera a decir: «Por favor, no haga daño a mis amigos, señora poli», y yo no la creía capaz. La perra emitía un largo gruñido.
—Atrás, Twinkle —le dije. La lengua me cayó como una babosa alojada en mi garganta. Y ella me hizo caso, la chica; aquel era mi pequeño poder sobre ella. Dejó caer la mano lentamente hacia su sucio vestido, donde se agarró retorciendo los pliegues.
—Atrás, Karli. —De nuevo mi voz. Y la perra obedeció, así que tal vez Suzie había hecho más de lo que yo pensaba. Me había transmitido el poder sobre la perra, me lo había pasado, todo secretamente. Karli retrocedió levemente pero tenía los ojos contraídos y llenos de rabia.
—Muy bien. Todos contentos —respiró Murdoch, con la pistola todavía apuntando al cerebro de Beetle—. Esposa al otro —añadió, indicándome a mí con la cabeza.
Su colega se acercó a mi silla, arrastrando a Mandy tras de sí. En la mano libre llevaba otro par de esposas.
—Me estoy quedando sin manos, Murdoch —dijo.
—¡Haz lo que te digo, joder! —fue su respuesta—. ¡A la silla!
El poli gordo hizo un gesto hacia mí, manipulando la llave y las esposas. Aquel tipo era un perdedor, yo lo supe entonces, pero le quedaban unos segundos de dominio. Blandió las esposas ante mis lentos ojos.
—Tranquilo, joven —me dijo.
Yo no podía mover el cuerpo, pero podía mover la boca, y eso ya lo había comprobado.
—Lárgate, gordo, joder —le dije, sin saber que iba a decir esas palabras.
—Se acabó, gran hombre —le dijo Murdoch a la forma durmiente de Beetle. Él se movió ligeramente, agitándose desde su profundo hoyo.
—Ya lo sé —dijo, con la voz impregnada del denso fluido del juego Vurt—. Sé cuando estoy derrotado.
El colega gordo tenía una de mis muñecas en su mano libre y estaba intentando valerosamente esposarme a la silla. Yo forcejeaba con él, pero el vurtlag aún afectaba a mi cerebro y me sumía en un sueño lento, esperando al amanecer. Las esposas resonaban en un semimordisco, sin acertar el agujero por culpa del sudor y el miedo del poli. Le iban cayendo goterones de sudor que aterrizaban en mis pantalones.
—¡Venga! —dijo—. ¡Hazlo! —Creo que se dirigía a las esposas más que a mí.
—Creí que te lo había dicho antes —le dije—. Anda y lárgate.
Me miró como si yo fuera una pesadilla de la que no pudiera despertar.
Oh, Dios mío. Me encantaría.
—Levántate despacio, tú, Beetle —le dijo Murdoch.
—Me levantaré como un tren lento —dijo Beetle, volviéndose en el canapé—. Tú ganas, Murdoch. Se acabó el juego.
El poli gordo se había olvidado de Mandy en sus forcejeos. Pero el polisombra no.
SEÑOR, CREO QUE ELLA VA A...
No sirvió de mucho.
Mandy se había vuelto detrás del poli y le puso su brazo libre al cuello, tirando hacia atrás, hasta que él empezó a gritar. Sentí mi mente enfocando mientras caían las últimas capas de Vurt, y entonces moví deprisa las manos, más rápidas que serpientes, hasta alcanzar su mano libre, con la que intentaba desprenderse de los dedos de Mandy. Mis dedos se cerraron en sus nudillos.
—Te he dicho que te largues, cerdo de mierda.
Murdoch vio que había problemas y desplazó ligeramente el arma de Beetle, intentando recuperar el control. Beetle rodó y se irguió, sentándose en el borde del sofá y metiendo la mano en el abrigo.
¡MURDOCH! ¡HE ENCONTRADO ALGO!
Pero Murdoch ya había visto lo que pasaba. Se volvió hacia Beetle, pero era demasiado tarde. Beetle había sacado la mano del abrigo blandiendo una pistola. La pistola de Beetle. Al fin útil.
—Llegó el momento, Murdoch —dijo.
—¡Shaka! —El grito de Murdoch puso a la serpiente de sombra en acción. Sus rayos recorrieron todos los rincones hasta enfocar la pistola de Beetle.
PISTOLA DE LLAMAS. 0,38. TOTALMENTE CARGADA. SEIS BALAS.
El colega poli forcejeaba con Mandy y conmigo, pero ya lo teníamos cogido.
—¡Guau! —gritó Mandy—. ¡Nos lo estamos montando!
—No me vengas con tonterías —le dijo Murdoch a Beetle.
—¡Mata, Karli! —exclamé— ¡Destruye!
La perra fue a por ella.
La pistola de Murdoch disparó y destelló, pero la perra llegó primero y la tiró al suelo. La agente estaba en el suelo, y Karli encima, mordiéndole en la cara. La bala fue a parar a la pared y cayeron pétalos del reloj, y Shaka destellaba por todas partes, presa del pánico. Twinkle se acercaba a mí y al colega gordo, con sus deditos cerrados en forma de puños. La mano de Beetle blandió en el aire, y en sus ojos había una expresión de puro jamacocos.
El poli dio un empujón con su bulbosa barriga y me envió de nuevo a la silla. Luego fue hacia Beetle, arrastrando a Mandy, que aún estaba esposada. Ella le aporreaba la espalda y le gritaba, llamándolo todos los nombres de los más famosos hijos de perra, pero él seguía hacia el suelo, al lugar donde yacía la pistola de Murdoch.
A veces llegamos demasiado lejos, colega.
Beetle le disparó.
¡Beetle le disparó! Y con todos los kilómetros y los años de distancia, aún puedo oír aquel disparo de llamas.
Murdoch gritaba bajo la perra Karli, intentando alejar de sí aquellas fauces con doloridos puñetazos. La perra le mordía los dedos. Y la sangre del poli de carne se diseminaba por el suelo y las paredes. Era una hermosa suciedad, como un jardín de heridas escarlatas, y aquella visión me alegró. Mi vida quedó unos segundos a la deriva en aquel momento.
—¡Shaka! —chilló Murdoch, con la cara llena de sangre de las dentelladas de la perra—. ¡Shaka, llama! ¡Pide refuerzos!
Los pétalos seguían cayendo, ondulando en olas desde la esfera rota del reloj, y Shaka empezó a llamar a la comisaría, lanzando sus rayos por entre los pétalos. Pero ¡eran pétalos ardientes! Pétalos que estallaban en llamas mientras la cabeza de serpiente ondulaba por la pequeña habitación, aproximándose al incendio total. Una línea de fuego rodeó el dorso del canapé, dirigiéndose hacia Beetle. Entonces Beetle disparó a la serpiente. Desde luego, nadie puede disparar a una Sombra. Beetle había hecho un agujero en la caja aérea del polisombra. Ahora, Shaka era un espíritu herido. Y luego solo un espectro, luchando por vivir. Sus rayos se hicieron más oscuros. Su rostro era un grito silencioso y se abrían agujeros en su cuerpo de humo. Se estaba disolviendo en negro, en el profundo vacío, que es la muerte de las Sombras.
Beetle estaba pegado al asiento, agarrando la pistola con las dos manos y con los ojos dilatados por la acción. Murdoch chillaba desde debajo de la perra.
—¡Quitádmela de encima! —gritó Mandy, con la cara manchada de la espesa sangre del poli de carne—. ¿Alguien puede soltarme las esposas, por favor?
Yo ya podía moverme y me levanté, lejos de la silla que me agarraba, lejos del miedo. Me acerqué al poli muerto. Encontré las llaves en el suelo y liberé a Mandy.
—Gracias, Scribb —me dijo. Las esposas cayeron al suelo de linóleo, con un aro todavía alrededor de la muñeca del poli. Junto a su cuerpo vi la pistola de Murdoch, allí sola. Me la metí en el bolsillo.
—Karli, ya basta. —La perra retrocedió un poco.
Beetle se había levantado y tenía la pistola de fuego apretada contra la sien de Murdoch. Daba gusto verle la cara a ella, contraída por el miedo y la sangre. Sus ojos de mujerpoli se cerraban con fuerza contra todo aquello. Vi una pluma en el suelo, cerca de la cabeza de Murdoch. La recogí. Pluma de Conocimiento falsa, volviéndose color crema en mis manos.
—Ya vale, Beetle —le dije—. El trabajo está hecho.