UNA HABITACIÓN EN INGLATERRA
Qué...
Nada por aquí... Estoy... Oscuridad... Nada...
¡Aquí no hay nada! ¡No hay nada, joder!
Oscuridad...
Caer...
No estoy aquí. Aquí ni siquiera estoy yo. Solo la idea de que podría estar aquí. Pienso. O no pienso. No, ¡no pares de pensar, Scribble! Entonces ya ni siquiera estarás. No dejes de pensar...
No. Cayendo no, flotando...
En la oscuridad...
¿Dónde coño estoy?
Estás aquí, pensando en aquí...
Sigue pensando...
Pero quién está pensando por mí...
Tú eres Scribble...
Sí...
Quién es Scribble...
Tú eres...
Sí...
¡Sácame de aquí!
Oscuridad...
Una sola estrella de luz... allí arriba, sobre la cabeza... dónde es arriba... dónde está mi cabeza... esta es mi cabeza... y la estrella está dentro de mi cabeza...
La estrellita plateada escribía letras en la noche... en mi cabeza... como... ¿Cómo qué?
CARGANDO EL GENERAL OLFATO. TENGA PACIENCIA, POR FAVOR.
Vale.
Estrella plateada...
Como un cursor... eso es... estoy en una pluma... Soy una pluma...
La estrella plateada se despliega...
1. EDITAR
2. COPIAR
3. AYUDA
4. PUERTA
5. MAPA
6. SALIDA
Seleccione, por favor...
Estoy pensando en el número cuatro... Cuatro es la puerta... recuérdalo... Por qué... Tú recuérdalo...
ESTA OPCIÓN LE PERMITIRÁ ACCEDER POR LAS PUERTAS ENTRE LOS DISTINTOS TEATROS... SELECCIONE, POR FAVOR...
1. AZUL
2. NEGRO
3. ROSA
4. PLATEADO
5. VIDA
6. GATO
7. AMARILLO
8. HOBART
El cinco está vivo... el cinco es vida... recuérdalo... Estoy pensando en el número siete... por qué no puedo resistirlo...
Por qué no...
Por Desdémona...
Quién...
LO SIENTO... CÓDIGO DE ACCESO INSUFICIENTE... POR FAVOR, VUELVA A SELECCIONAR...
Estoy pensando en el número ocho... solo por gusto...
LO SIENTO... CÓDIGO DE ACCESO INSUFICIENTE... POR FAVOR, VUELVA A SELECCIONAR... DE TODAS FORMAS, HOBART ESTÁ EN UNA REUNIÓN EN ESTE MOMENTO... VUELVA A SELECCIONAR... Y NO ME HAGA PERDER MÁS EL TIEMPO...
Estoy pensando en el número seis...
MUY BIEN... CARGANDO... POR FAVOR, NO DESCONECTE...
Qué...
¡Joder!
Caer... caer... ahora me caigo de verdad... atravieso las distintas capas de oscuridad... hay más y más estrellas en el cielo mientras me precipito... estrellas plateadas... más y más... hasta que la oscuridad se esfuma... y yo caigo como una piedra a través de lo plateado... vuelven mis pensamientos... uno a uno... hasta que ya sé dónde estoy... y quién soy... y adónde voy...
Una puerta se abre en lo plateado...
Atravieso...
El general Olfato estaba sentado a su mesa, manipulando algo con su cortapapeles. Era un hombre bajito, con poco pelo y gruesas gafas, y no se molestó en levantar la vista cuando entré en su oficina.
—Es usted muy atrevido —dijo. Tenía una voz fina, que tendía a convertirse en un gemido.
—Quiero ver al Gato Cazador.
—Creerse que puede ver a Hobart. Es ridículo.
Había dejado el cortapapeles y miraba la mesa, casi con afecto. Yo me acerqué más. Había una raya de polvo azul sobre un espejito de afeitar situado boca arriba sobre la mesa, y yo no sabía si él sonreía al polvo Ahogo o a su propio reflejo. Había una puerta en el panel de madera que quedaba tras él, con cristal esmerilado. Las palabras «Gato Cazador» estaban grabadas en una pequeña placa de cobre, fijada justo debajo del cristal.
—¿Está ahí? —pregunté.
—No me gusta que la gente me haga perder el tiempo —dijo, enrollando un billete de diez libras—. ¿Se cree que no tengo trabajo que hacer?
—Soy amigo personal del Gato Cazador.
Aquello le hizo levantar la vista. Ya había pegado el billete enrollado a la aleta izquierda de su nariz, y entre eso y las gruesas gafas yo tenía que hacer un esfuerzo por no echarme a reír.
—Ah, sí, todos lo son, todos lo son —contestó—. Todos pretenden conocer al Gato Cazador. Pero ninguno lo conoce, por supuesto. Solo yo conozco al Gato Cazador. —Y diciendo esto, inclinó la cabeza y esnifó la raya de Ahogo.
—Dígale que Scribble ha venido a verlo.
El general volvió a levantar la vista y sus ojos se animaron tras las gafas, colocados por el polvo.
—Tuve problemas con usted en el pasado —dijo.
—¿De verdad?
—Ah, sí. Creo que fue la Tenia. Tengo los detalles en alguna parte. —Revolvió las pilas de papeles de su mesa—. Fue usted, ¿verdad? Sí, Scribble. Ese era el nombre. Debe de estar por aquí, en alguna parte. Usted fue a Meta en aquella pluma, en una Takshaka. ¿No me oyó llamarle?
Le había oído. Pero no estaba dispuesto a darle aquella satisfacción.
—No conviene tontear en Takshaka. A los polis no les gusta.
—¿Los polis?
—Takshaka es un Vurt de polis. Ellos almacenan toda su información allí.
—¿Los polis controlan al rey serpiente?
—Bueno, eso creen ellos. En realidad, es justo al contrario. Takshaka los controla. Pero hay que contentar a los polis, ¿no?
—Yo solo quiero ver al Gato Cazador, general Olfato —le dije—. Tengo una cita con él.
—Ah, sí, como todos —respondió el general—. No se creería el número de citas a las que tengo que enfrentarme. Naturalmente, el Gato Cazador ni siquiera ha oído hablar de ellas. Todo esto resulta agotador. Y luego hubo otro incidente, ¿verdad?
—¿Cuál?
—Aquel incidente con la Rara. Sí. Aquello fue lo más difícil.
—¿Qué está diciendo? —le pregunté.
—Mire, señor Scribble... la vehemencia no le llevará a ninguna parte. Sí, fue un Vudú inglés. Usted perdió a alguien muy valioso aquel día. Ella pasó por una puerta de la Amarilla Rara, si mal no recuerdo. Hubo un canje. ¿Sabe que Hobart tiene que controlar todos los detalles de esas transacciones? Hobart tiene cosas mejores que hacer. ¿Y sabe a quién le cargan las culpas? Pues sí, a mí. Ese día adquirí el derecho de calentarle las orejas, si me permite decírselo.
—Entonces lo siento por el Gato Cazador —respondí.
—¿Qué quiere decir?
—Creo que el Gato Cazador hizo lo mismo, ¿no? Se perdió en la Rara Amarilla. ¿No es así como acabó aquí?
El general se quedó un momento callado. Solo el sonido de su nariz esnifando el polvo Ahogo cada vez más profundamente.
—Usted parece saber muchas cosas, ¿eh, señor Scribble?
—He estado por ahí —le dije, y luego añadí—: Dígale a Geoffrey que estoy aquí.
Aquello fue el remate final.
—¿Geoffrey? —me preguntó.
—Sí. Dígale que he venido a verlo.
El general Olfato consideró la propuesta por un momento y luego apretó un botón de su mesa y habló por un interfono:
—Gato Cazador... Ejem... Sí, sí... siento molestarle... aquí hay alguien que quiere verle, señor... Dice llamarse Scribble...
Oí al Gato contestar por el altavoz, pero las interferencias no me dejaron entenderlo.
El general Olfato pareció haber captado lo esencial.
—El Gato Cazador le recibirá ahora.
Hay una habitación en algún lugar de Inglaterra, pero no se la ve por ninguna parte. Existe tan solo en la mente, y solo en la mente de aquellos que la han visitado. Allí es donde vive el Gato Cazador, rodeado de sus objetos. Objetos canjeados. Fregaderos de cocina y palos de golf, animales disecados y globos antiguos, cañas de pescar y billetes de autobús. Toda la parafernalia de Inglaterra que el Gato había acumulado a su alrededor, canjeada en incontables tratos desesperados, de toda la gente que había tenido que visitarlo, buscando alivio.
Yo solo era el último.
—Scribble —dijo el Gato—. Muy amable por venir.
El Gato Cazador estaba sentado en un sillón de mimbre, con una ancha copa de vino tinto en la mano. Llevaba un esmoquin color púrpura y —ojo al dato— zapatillas escocesas en los pies.
—¿Quieres tomar algo, joven? —me preguntó.
—Ya sabes lo que quiero, Gato —le contesté.
—Deberías beber más vino, Scribble. Ya sé que el Fetiche causa estragos en estos días entre los chicos, pero la verdad... solo el vino funciona bien. Realmente alivia el dolor, cachorrito. Ah, cómo les gusta esta conversación a los niños... —Levantó la copa a la luz de una lamparita de mesa. La lámpara tenía la forma de un pez dorado bailando, y su resplandor era relajante. Supongo que era otro regalo de un visitante agradecido—. Sí, así es —dijo, leyéndome la mente—. Cuando la gente viene a verme suele traer algo... algún regalo... alguna pequeñez. —Hizo un gesto hacia el montón de objetos desperdigados por la habitación—. ¿Has traído algo, Scribble?
—Nada.
—Es una lástima. ¿Seguro que no quieres beber nada?
—Ya sabes en lo que estoy pensando, Gato.
—Ay, ay, esos son pensamientos violentos.
—¡Dame esa maldita Amarilla!
—Ah, no, no pienso tolerar esto. ¿Quieres que llame al general?
—¡Haz lo que te salga de las narices, joder! Pero ¡dame la Rara!
—Él te echará. Es bastante doloroso, si mal no recuerdo...
—¡Gato! ¡Quiero la Rara ahora!
—Scribble...
—¡La pluma!
Me miró.
—Yo no tengo ninguna Amarilla Rara. —Había algo en sus ojos, cierta herida... Tal vez decía la verdad. ¡No, estaba mintiendo!
—¡Mentiroso! Tristán me lo dijo. ¡Estás enganchado a ella!
Dio un sorbo a su vino, con aparente indiferencia.
—¿Sabes dónde está Tristán? —le pregunté.
—Lo sé.
—Lo cogieron.
—Sí, ya lo sé.
—¿No significa nada para ti?
Yo estaba jugando con él, intentando provocar alguna reacción.
—Joven —me dijo—. No puedes jugar conmigo.
¿Cómo iba a arreglármelas?
—Creo que no puedes arreglártelas, Scribble. Conozco las reglas del juego mucho mejor que tú. Conozco todas las reglas. Las secretas... las que no existen oficialmente.
—De acuerdo. Tú ganas.
Sencillamente.
—Sí. Eso es. —Dio otro sorbo—. Yo fui a verlo, ¿sabes?
—¿A tu hermano?
—Sí. A su celda. No soy una piedra, Scribble. Lo habían... lo habían herido de alguna forma... tenía heridas. Magulladuras, en realidad. Un poco de sangre, no mucha. Está vivo.
—Me alegro de saberlo.
—Pero me pareció muy triste y cansado. Tenía un montón de malos pensamientos, como si todo llegara a su fin. —Hizo una pausa—. Naturalmente, no hay secretos entre mi hermano y yo. —Hizo otra pausa—. Te dije que lo ayudaras, Scribble.
—Lo intenté.
—¿De verdad? —El Gato sabía cómo hacerme daño.
—Perder a Suzie fue demasiado para él —dije.
—Sí, puedo imaginármelo.
—¿Puedes?
—Sí, puedo imaginármelo.
Me daba la sensación de que era un hombre sin vínculos. Alguien para quien la vida real era una especie de repugnante travesura, interpretada por un dios cruel. Y así, desde una edad temprana, el Vurt debía de haberle parecido el cielo, el roce de una mano fuerte que lo conducía hacia los sentimientos. Debía de haberse aferrado a las plumas, recreándose con la fuerza y la intensidad que le proporcionaban, hasta que las plumas lo eran ya todo. Y la vida real se había convertido en una pesadilla. La mordedura de Takshaka debió de parecerle un regalo, y la oportunidad de perderse, de ser canjeado era demasiado. El Gato la había aprovechado, había caído en ella; atravesando la puerta de aquella Rara Amarilla sin remordimientos; perdiéndose en el Vurt.
—Bueno, esa es una teoría muy interesante, Scribble —me dijo—. ¿No te recuerda a alguien?
—Nunca me hablaste de la Amarilla Rara. De que tú te perdiste en ella.
—¿Por qué iba a decírtelo?
—Porque eso significa que sabes cómo recuperar a Desdémona.
—Sí, lo sé.
—Dímelo.
—Es muy sencillo. Encuentra a la Cosa. Encuentra una copia operativa de la Amarilla Rara. Combina las dos cosas. Haz el canje. Muy sencillo.
—¡Vete a la mierda, Gato Cazador!
—Ay, joven...
—Tú conseguiste sacar a Tristán de la Rara. Me dijo que estabas explorando esas plumas.
—Querido Scribble, incluso a esa edad, yo ya era un maestro de las plumas. Tú apenas has empezado.
—¡Quiero que vuelva Desdémona!
—Qué poético...
—¡Hijo de puta! —Cerré los puños con fuerza.
¿VA TODO BIEN POR AHÍ, SEÑOR GATO CAZADOR?
La voz del general Olfato llegó por el interfono. El Gato asintió mientras apretaba el botón de hablar, y yo sentí que algo tiraba de mí hacia atrás, que la habitación del Gato se disolvía a mi alrededor y un intenso dolor se apoderaba de mi cuerpo.
—¡Gato, por favor! —grité.
El Gato Cazador sonrió y el dolor se alivió ligeramente.
—Todo va bien por aquí, general —contestó el gato—. Gracias. Estamos discutiendo posibles regalos que el visitante podría ofrecer. Vuelva a sus libros de cuentas, general.
MUY BIEN, SEÑOR. LLÁMEME SI ME NECESITA.
—Así lo haré.
El Gato apagó la conexión y levantó la vista hacia mí. Con un profundo suspiro se levantó del sillón de mimbre y se acercó a una antigua cómoda de madera. Tenía cinco cajones, uno encima del otro. Abrió el cajón de arriba.
—Esta es mi colección —dijo.
Me acerqué a la cómoda. Estaba de pie a su lado, mirando hacia el cajón, que estaba dividido en secciones, separadas por paneles de madera y forradas de terciopelo púrpura. Era una serie de nidos y en cada uno yacía una pluma. En el primer cajón, todas las plumas eran azules, de distintos matices. Era como mirar al cielo y ver los diversos resplandores del día. Al extremo de cada sección, grabados en una placa de cobre, estaban los nombres de las plumas. Yo me sabía de memoria los nombres de la mayoría de aquellas plumas azules, porque había viajado con ellas.
—La gente viene a mí por las plumas —dijo el Gato—. Las especiales. Sueños. Sueños que los salvarán, creen ellos. A cambio me dan regalos.
Cerró el cajón de encima y abrió el segundo, donde brillaban plumas negras. Era como mirar hacia la noche. Cerró el cajón y abrió el tercero. Plumas rosas. Como mirar la piel. Los nombres me devolvieron dulces recuerdos.
—Naturalmente, es solo una pequeña parte de mi colección. La mayor parte está almacenada. Ahora solo ves las que están de moda.
Abrió el cuarto cajón. Plumas plateadas. Como mirar la luna. Había una sección vacía y el nombre decía general Olfato.
—Tendré que pedir que me devuelvan el Olfateador, cuando hayas acabado. —Cerró el cajón y abrió el último.
Oro.
Mis ojos bailaban, captando las ondas.
Plumas doradas.
Como mirar al sol.
Los meros nombres me traían un sueño a la mente.
—Sí, son muy poderosas —me dijo el Gato—. He oído decir que alguna gente las toma analmente. Desde luego, no es agradable pensar en esas cosas.
Solo dos de los nombres significaban algo para mí: Rara y Takshaka.
La sección marcada como Rara estaba vacía.
—¿Tenías la Amarilla Rara? —le pregunté.
—Yo soy el guardián de las plumas. Claro que tenía una copia.
—¿Dónde está?
El Gato Cazador cerró el cajón.
—Tristán me la robó —dijo—. ¿No lo sabías?
—No, yo...
—Es bastante obvio —dijo el Gato—. A Tristán no le gustaba lo que me había hecho la Rara. Mi hermano es un hombre muy conservador, Scribble. Tienes que entenderlo. A pesar del pelo y de la Niebla, y de las armas... es la oveja blanca de la familia. Le daba la sensación de que me estaba perdiendo con el Vurt. En realidad, era al contrario: yo lo estaba perdiendo por el mundo puro.
—Él no era tan puro —dije yo—. Me dijo que tenía algo perruno.
—Sí, un ápice. Yo también. Nuestro bisabuelo era un alsaciano. Claro que queda muy lejos en la línea sanguínea. A veces me gusta morder algún hueso, más allá de lo que exigen las cenas de etiqueta. Y eso es todo, gracias a Dios. Y naturalmente, tiene muchos celos de mí, porque está en un nivel más bajo, ¿entiendes? Pegado a lo real.
—¿Tristán te robó la Amarilla Rara?
—Sí.
—¿Y dónde está ahora?
—Me da la impresión de que quería salvar al mundo entero de ella. Es un inocente.
—Yo solo quiero saber dónde está.
—La tiró.
—¿Dónde?
—Tú lo viste hacerlo.
—¿Qué?
—Tú estabas allí.
—Basta...
—Crees que no te estoy ayudando. Y la verdad es que hago todo lo que puedo.
Miré al fondo de los ojos del Gato Cazador y vi la respuesta allí. Estaba muy hondo, pero lo conseguí. Porque en realidad, estaba dentro de mí, y allí es donde tenía que mirar.
—¡Dios mío!
—En efecto. Estabas muy cerca.
Sonrió y asintió.
—Volverás a mí, ¿verdad, jovencito? Este es tu sitio. De verdad, tú eres un natural.
—Preferiría el mundo real con Desdémona.
—Ah, ya. La atracción de lo físico. Claro que yo podría bajar y echarte una mano de vez en cuando. Mi hermano... ¿Me entiendes?
—No. Esto es lo mío. Sin plumas. Nada. Ni lo pienses, Gato. —Yo me dirigía a la puerta.
—Una última cosa, jovencito —dijo el Gato.
—Sí, ya lo sé. Que tenga cuidado. Mucho, mucho cuidado.
—Me has captado, cachorrito.