CENIZAS A LAS
CENIZAS,
PLUMAS AL PELO
Cinders todavía estaba dormida cuando llegué.
Acaricié su pelo suave y verde por unos segundos mientras miraba el reloj de flores de la pared. Solo habían caído cinco pétalos. Al parecer, había estado en la Plateada una hora o más, pero así es la percepción del Vurt; hace cosas raras con el tiempo.
Me incliné para besar el rostro de Cinders y luego me dirigí a la habitación de Beetle. Estaba luchando contra las cadenas, desesperado por escapar. Pero todavía era demasiado carnoso, demasiado humano. No lo conseguía.
No, sin mi ayuda.
Supongo que siempre había querido tenerlo en aquella posición, dependiendo de mí, pero ahora no me producía ningún placer.
—¿Ha llegado el momento, Scribb? —me preguntó.
—Desde luego —le contesté.
—Si me sueltas, Scribble, seré tu amigo toda la vida.
—No creo que te quede mucha vida, Beetle.
—Me siento fantásticamente —dijo.
—Eso está bien. ¿Podrías hacer una última cosa por mí?
—¿El qué, chico?
—Robar y conducir una furgoneta por mí.
—Creí que ya eras un experto.
—Quiero ir a pelo. Sin Vurt.
—Mamá loca.
—Exacto, joder. ¿Quieres ir?
Los brillantes colores de sus ojos se encendieron aún más cuando sonrió.
—¡Conduzcamos una clandestina, una Stashmobile!
Su voz cantaba.
Llevé a Beetle a lo largo del canal, hacia el último pasaje abovedado. La vieja furgoneta de los helados seguía aún allí, como un cadáver de hojalata. La cara de Icarus había aparecido en la puerta, con una expresión torva de miedo. Así que yo hice ondear vagamente el arma, solo para mantenerlo dentro, mientras Beetle abría la furgoneta. No utilizó Vaz, estaba por encima de aquellas cosas, y el capó pareció abrirse para él, como en una lenta seducción. Él hurgó en el interior y yo vi brillar colores. Resplandecían entre sus dedos al tocar los cables, y luego el motor tosió animándose a una leve vida.
—¿Sabes qué, hermano? —dijo—. Noto cierto fluido esta noche.
Así que utilizamos aquel fluido para salir de allí otra vez, Twinkle, Mandy y yo, y Beetle delante, tal como debía ser.
—¿Adónde vamos, señor Scribble? —preguntó Twinkle.
—De excursión. Vamos a vender unos helados.
—Está un poco oscuro para los helados —me contestó.
Eran las nueve de la noche y los árboles se desvanecían en luz plateada.
—Me gusta esta furgo —dijo Twinkle—. Es la mejor. Siempre he querido ir en una furgoneta de los helados.
—Scribble, te he visto con esa mujer, Lucinda —me dijo Mandy.
—¿Y tienes que sacarlo a colación?
—¿Por qué no? Eres el eterno enamorado, ¿no?
—¿Qué está pasando? —preguntó Twinkle.
—Scribble se ha ligado a...
—¡Mandy!
—¿Qué pasa? ¿Qué? —gritó Twinkle.
—¡Nada!
—Scribble se ha ligado a una mujer.
—¡Scribble!
—No es...
—Scribble, ¿cómo ha podido? —Twinkle me miraba fijamente—. ¿Qué dirá Desdémona?
Aquello me dejó vacío.
—Buena pregunta —dijo Mandy con una sonrisa.
Miré a la chica y luego a la niña y luego a la ventanilla preparada para los helados, contemplando los campos que pasaban.
Beetle condujo la furgoneta por las mismas roderas que por la mañana y la detuvo perfectamente a unos tres metros de la tumba.
Yo salí solo, y les dije a los demás que dejaran el motor en marcha.
El montículo de tierra.
Mis manos cavando en la tierra, sacando montones; arañando la tierra hasta el fondo, desplazándola, montículo a montículo, hasta que tuve las uñas negras y frágiles y el mundo empezó a abrirse por debajo de mí.
Encontré el cuerpo de Suzie.
Mechones de pelo mezclados con el barro. Su dulce rostro irguiéndose sobre el suelo mientras yo le quitaba los restos de tierra y mi mano golpeaba contra una dura madera. La cajita de madera.
Esperando...
Estaba encajada contra la nuca de Suzie, oculta entre el pelo de Tristán. Y el pelo de Suzie había caído encima, enmarañándose con la caja.
Alargué las manos por entre la densa mata de pelo.
Suzie tenía los ojos cerrados y su cuerpo estaba caliente de la tierra. Solo dormía. Nada más. Yo solo robaba del cuerpo de una mujer durmiente. Nada más...
¡Dios mío! Aquello era demasiado.
Las intrincadas hebras de pelo, el sudor que me caía de la frente a las manos, mientras oía abrirse la puerta de la furgoneta, oía a Twinkle llamándome, veía la expresión de aquella mujer muerta; todas aquellas cosas conspiraban contra mí hasta que empecé a tirar del pelo, profiriendo maldiciones. La voz de Twinkle a mis espaldas, preguntándome qué hacía. Pero yo tenía que sacar aquella caja, ¡tenía que hacerlo!
—¿Qué pasa, señor Scribble?
Entonces lo logré.
Las últimas hebras de pelo cedieron y la caja fue a parar a mis manos. Era de caoba tallada a mano y la cubierta acababa con la forma de un perro aullando. Sin cierre, solo una pequeña abrazadera de cobre. Aparté la abrazadera y levanté la tapa...
¡Amarilla!
Un resplandor amarillo en medio de la oscuridad.
¡Amarilla! ¡La pluma amarilla! Era pequeña y pura, tal como yo la recordaba, con sus hebras doradas envolviéndome, incendiando el aire con colores y sueños.
Twinkle se acercó a mirar y supongo que sus ojos captaron la expresión de los míos mientras miraba la pluma porque solo oí su agudo aliento.
Amarilla Rara.
¡Te tengo!
Esperándome...