MIERDA CRANEAL (ALGO SERIO)
Brid estaba hundida en el canapé, mirando lentamente un ejemplar de la revista del Gato Cazador de dos semanas atrás. Beetle estaba de pie junto a la ventana, hurgando en el escondite de las plumas. Tenía la cabeza de serpiente clavada en la solapa de la chaqueta. Yo tenía el lado derecho de la cara apoyado en la mesa del comedor, y el ojo izquierdo fijo en un montoncillo de mermelada de manzana. Estaba recomponiendo mi engranaje. Era un viaje difícil. La Cosa del espacio exterior yacía en el suelo, agitándose para pedir un chute y chorreando de grasa sobre la alfombra turca de Bridget. Mandy estaba en la cocina, comiendo pan con miel.
Todo el mundo temía a los polisombras. Corría el rumor de que podían enfocarte el cerebro y leerte el pensamiento, como podía hacerlo una chicasombra. No era verdad. Ellos eran simples robosombras, solo llegaban hasta donde sus rayos podían ver, es decir, solo a las superficies cotidianas. No os creáis las bolas: los polisombras no tienen alma.
APRECIADO SEÑOR, TENEMOS RAZONES PARA CREER QUE USTED ESTÁ RECIBIENDO HABITUALMENTE UNA ASIGNACIÓN PARA SUS NECESIDADES BÁSICAS.
Por supuesto, agente. Directamente.
Aquella mermelada de manzana tenía buena pinta. ¡Ostras, estábamos muertos de hambre!
Mandy salió de la cocina con un bocadillo de esos que reparten a domicilio. Se dejó caer sobre un almohadón. Estábamos todos allí, los cinco, los Viajeros Furtivos, en una u otra forma de vida. Beetle se volvió para mirarnos, agarrando las cinco plumas azules con una mano. Fue pasando cada pluma azul a la otra mano, pronunciando sus nombres en voz alta, uno a uno, y luego dejándolas caer en la alfombra.
—Termopescado. Flores Rotas. Polvo de Venus. Alas de Trueno. Chupópteros...
Nosotros las observábamos caer. Beetle se volvió directamente a Mandy:
—Azules baratas —le dijo—. Nosotros no tocamos las Azules baratas...
—Tenía que comprar algo —exclamó Mandy—. ¡No puedes entrar en la tienda y pedir plumas negras! Seb se habría reído...
—¿Te excita ese tío de la tienda? —le preguntó Beetle.
Mandy se dio la vuelta. Beetle abrió su tabaquera metálica y sacó la pluma negra. Se acercó a nosotros, haciendo ondear aquel Vurt como si fuera su entrada para el mundo de los sueños.
—Bueno, para divertirnos esta noche... Mierda Craneal —sonrió. Era una sonrisa perversa.
Mandy se volvió para mirarlo.
—Si hubiera sabido que iba a ser así...
—Quieres de esto, ¿a que sí, Scribble? —me preguntó Beetle, cortándola.
—No es el Vudú, Bee —le contesté.
—No, no es el Vudú —repitió lentamente Beetle—, pero es lo único que tenemos. Y Beetle necesita refuerzos. ¡Tomemos unas plumas!
Mandy abrió la boca inmediatamente, como si tuviera que demostrar algo. Beetle le metió una en la boca y la empujó hasta tocarle la garganta con ella. Ella la absorbía todo el tiempo como una estrella del Pornovurt, y los ojos se le empezaron a nublar.
—¿Ves como se la toma? —dijo Beetle—. Suave y fácil. Esta es mi chica.
Beetle sacó la pluma y se volvió hacia Bridget.
Brid estaba echada en el sofá, con la cara tapada bajo un ejemplar de la revista del Gato Cazador.
—¿Puedo pasar? —preguntó, con su voz humeante—. No estoy preparada, Bee. Me gustaría instalarme aquí con el Co-operation Street.
Co-op Street era una Comediavurt azul de nivel muy bajo. La comprabas los lunes, miércoles y viernes. Te llevaba a una pequeña terraza del norte, te daba una casa para vivir, una casa y un marido o una mujer, y tú interactuabas con todos los personajes famosos mientras se desarrollaban sus historias épicas. Parecía que todo el mundo estuviera enganchado con eso. Excepto los Dodos, naturalmente; unos cuantos pobres pájaros que no volaban, que podían llevarse las plumas al estómago y no notar ni un aleteo. Oficialmente, se los conocía como Vurtualmente Inmunes, pero los chicos los llamaban los Dodos, y se habían quedado con ese nombre. Yo había conocido uno años atrás y la desesperación en sus ojos nunca se me había olvidado.
—Aquí nadie pasa de nada —dijo Beetle arrugando el papel de la cara de Brid y luego metiéndole la pluma a la fuerza en la boca.
—Scribble... —La voz de Beetle llamándome, a través de los años.
—No estoy en eso, Bee —le dije—. Solo quiero encontrar Vudú...
—Nadie pasa —contestó.
—Desdémona...
—La encontraremos.
—Mañana llega algo de Vudú... Me lo ha dicho Mandy. Esperemos...
—¡Y una mierda esperar! ¡Tómala!
Me abrió la boca a la fuerza; con los dedos de una mano me pellizcó la mejilla, con la otra empujaba la pluma hacia dentro, hondo, hasta el fondo de mi garganta. La noté allí, cosquilleante, dándome ganas de vomitar. Y entonces el Vurt entró de una patada. Luego desapareció la pluma. Noté los Anunciosvurt del principio y después los títulos de crédito. El sitio se volvió mórfico y mis últimos pensamientos fueron:
Gritando por túneles de carne cerebral, uniendo los pensamientos, construyendo palabras y sollozos, sollozos del corazón. Impulsos eléctricos, dirigiéndome, la habitación empapelada en rojos y rosas, con la sangre manando del techo. Brid oculta tras el canapé. Beetle cogiendo a Mandy de debajo de la alfombra turca. Una Cosa del espacio exterior flotando en el aire, aterrizando suavemente sobre la mesa del comedor. Yo paseando por un pantano de carne hacia la puerta de la cocina, en busca de cereales de desayuno. Pasaba por encima de Beetle y Mandy, encontraba la puerta de la cocina cerrada a cal y canto, parecía casi una pared de músculo. Por el orificio de la cerradura manaba sangre. Brid salía de detrás del canapé, con un cuchillo del pan en la mano. La Cosa encontraba un poco de mermelada en la mesa. La chupaba. Yo quería aquella mermelada para mí. La mermelada se convertía en esperma, esperma de manzana. La Cosa lo chupaba. Yo me volvía hacia los amantes. Brid cogía rebanadas del dorso de la Cosa e intentaba alimentarme con ellas. Yo apartaba la cara de aquella carne rosada. No sabía por qué. Un reloj de flores marcaba once pétalos y veinte. Beetle disparaba esperma de manzana. Todo salpicaba mi póster de Madonna Interactiva en el Woodstock Siete. Mandy venía con él. La sangre manaba de la nuca de Beetle. Yo le lamía la sangre. Sabía a mermelada de manzana. Sabía a Vurt. Como un sueño. Sabía a sueño. Eso significa...
Grito repentino.
Ahora era el alienígena el que le hacía el amor a Mandy. Y Beetle estaba encima de la mesa, cubierto de pies a cabeza de aquella mermelada de manzana. Mermelada ácida. La mermelada lo quemaba vivo. Gemía. Yo me limitaba a observar. Brid hacía girar la cuchilla en su muñeca. Y todo aquello me podía. Era demasiado, no podía ser real. Esa clase de sentimientos. ¡Agobio! Había otra vida en alguna parte.
—¡Esto no es real, Bee! —creo que gritaba. Beetle solo me miraba, con los labios cubiertos de mermelada de manzana y aquella sonrisa como una mueca en la cara...
—¡Beetle! ¡Escúchame! ¡Estamos en Vurt! ¡Siento el Agobio!
El Agobio era la sensación que a veces te daba en Vurt; el mundo real llamándote para que volvieras a casa. Hay más cosas que vivir aparte de esto. Esto es solo un juego.
Beetle seguía probando la mermelada, pasándose la lengua. Logró agarrar el brazo de Mandy cuando ella hundía la cuchilla en sus venas. La sangre fluía sobre Madonna Interactiva, mezclándose con el esperma que ya tenía pegado.
Y de pronto, Mandy tenía la cara de Desdémona, y era Desdémona la que gritaba. Y la sangre le salía de su hermosa boca. Era demasiado para mi. Tenía que salir de allí.
Freno de mano. Tirón hacia atrás.
Un espectro me agarró por las axilas, atrayéndome hacia la realidad, y entonces reapareció el mundo real. Una puerta cerrada se abrió como con un hacha. Yo gritaba hacia atrás, hacia la esfera del reloj. Dos dedos de tiempo me agarraban, las manecillas de las horas y los minuteros...
La carne recibió mi cuerpo como un cadáver. La sangre volvía a absorberse en las heridas cerradas de la pared. La habitación era un grito de dolor. Un jarro de cristal con flores que había cogido Brid se había hecho añicos, roto por el tirón. Una voz llamaba desde el espejo de la pared...
—¿Quién coño...?
La voz de Beetle.
—¿Quién coño ha sido? ¿Quién coño le ha dado al freno?
No hubo respuesta.
Beetle nos estaba examinando, con los ojos aún cubiertos de capas de carne, de carne del juego. Estaba empalmado de furia y lo ondeaba como si fuera una bandera.
—¡Quién, joder! ¿Alguna respuesta?
Nada.
Brid en el canapé, con el Gato Cazador hecho jirones. Mandy en el suelo, junto al almohadón. Dos cortes malignos lo habían roto. Las plumas flotaban.
—¡Me lo estaba pasando de puta madre allí! —dijo Beetle.
Yo estaba atrapado en la silla. A través de un laberinto de plumas y carne, con las desesperadas formas de Vurt agarrándose aún a la vida, casi podía entender a la Cosa del espacio exterior. La Cosa chillaba y temblaba, observando cómo caían las plumas del cojín, ondeando sus sensores en una frenética danza, tomándolas por plumas Vurt. Se metió aproximadamente una docena por los diversos agujeros que se habían abierto en su carne. Luego las escupió todas. Tío, cómo sufría. Yo le veía los cortes que le había hecho el cuchillo. La Cosa siempre salía mal parada de Vurt. Pero las heridas se le estaban curando, regenerándose. Era una habilidad especial de la Cosa: total renovación de la carne. Aun así, sufría. Todo sale mal. Al final, todo sale mal. Yo seguía sin poder moverme, solo escuchaba sus lamentos. La Cosa solo quería estar tranquila en casa. ¿Qué coño íbamos a hacer con ella?
—¿Quién coño ha frenado?
—Yo no, Bee —logré decir. Mintiendo. Asustado.
—¡Lo estaba pasando superbién, joder! ¡Nadie me frena y me saca así! ¡Nadie!
Silencio. Todos lo mirábamos. La última capa de barniz de Vurt se le desprendía, se desprendía de todos nosotros, y la habitación estaba súbitamente fría, fría y solitaria, invadida por el post-shock.
Frenar bruscamente era malo. Muy malo. Era una opción típica de los teatros de bajo nivel, pero a nadie le gustaba hacerlo. Era como admitir la derrota. Reconocer que no eras fuerte, que no estabas preparado. ¿Quién se atrevía a admitir algo así? Y era algo peor: arrastrabas hacia fuera a todos los demás jugadores. Y eso era doloroso. Era como si te despellejaran.
—He sido yo. —Era la voz solitaria de Brid—. Estaba asustada, Bee.
—¿Asustada? ¡Joder!
—¡Bee!
—Ese es el rollo. Dime, ¿no es ese el rollo?
—Ese es el rollo, Beetle —contestó Mandy.
—¿Scribble?
—Ese es el rollo, Bee. El rollo de Mierda Craneal. Te asusta...
Beetle golpeó a Brid en los labios.
Ella se retiró al rincón, llorando, y si yo hubiera podido levantarme de aquella silla, bueno, entonces tal vez habría podido hacer alguna proeza, para variar. Tal vez podría haber matado a aquel bastardo.
Tal vez podría haber hecho cualquier cosa. Acabar con todo.
Beetle recogió todas las plumas Vurt que pudo encontrar y hundió el puñado entero en la garganta de la Cosa.
Beetle nos dejó, cerrando de golpe la puerta de su habitación tras él. La sombra, la chica nueva, el alienígena y yo. Y todo lo que salía mal y la lejana llamada del búho.
Si podían recomponer a Madonna una vez muerta, ¿por qué no podían recomponer la noche?
¿Quién podía contestar a eso?