CONTAMINADOS CON EL BAJO

—¡El genio entra! ¡Sentidlo! ¡Percibidlo!

Dos manos separadas pero sincronizadas con el gran ritmo, trabajando las mesas de mezclas gemelas.

—¡Ahora entra el gran genio! Para los discípulos de Collyhurst. ¡Están en el Limbo! ¡Están en el puto Limbo!

Dos manos, dos pequeñas manos humanas trabajando las mesas dobles, triples, cuádruples de la casa del Sistema Límbico.

—¡Este es de importación especial! ¡Viene de la Piscina Negra! Llega hasta el núcleo del Sistema Límbico, desde el norte. Es un sueño de etiqueta blanca el que os llega! ¡Ja, ja, ja! ¡Bailad, mamones, bailad!

Dos manos gemelas recorriendo las infinitas pistas, mezclando sueños con historias en tiempo real, ahuyentando el sudor de los cuerpos apretados. Puedo hacer bailar a un muerto. Chupaos esa. Puedo hacer una danza robótica, una danza de Sombras.

Yo miraba por la cabina de cristal, observaba cómo aquellas masas inferiores se movían, ingle con ingle, o bien solos. Hombres, mujeres, reales o de Vurt. Robots o de humo. Era yo quien los movía al fin, a toda la congregación, todas las diversas formas de existencia, los movía en el último remix de Madonna Interactiva.

—¡Al fin estamos juntos! —grité, y mi voz se amplificó por todas partes, todos los lugares del mundo límbico, todos los grandes espacios abiertos y los más oscuros rincones.

—¡Toca ese Ciclotrón Límbico, tú, blanco! —gritó una voz desde la pista de baile. La voz llegó a través del sistema como un camino de fulgor, todo brillo púrpura, la voz de una chica de ninguna parte atrapada en un momento brillante, pero que en aquel momento era una reina.

—Os habla Inky MC, en vivo y en directo, desde el espacio entre los compases, hasta el suelo. ¡Esta va por ti, bailarina solitaria! ¡Baila con ganas! ¡Báilalo!

Ella empezó a bailar. Todos bailaban. Y la casa entera se nublaba, bamboleándose con el combustible de la casa.

—¡Los tienes, Ink! —dijo Twinkle, desde el rincón donde se estaba comiendo una hamburguesa de una bandeja de plástico—. ¡Los has puesto en marcha y muy bien!

—Eh, escuchad, todavía es pronto. ¡Mirad esto!

—Sigue adelante —dijo ella entre bocado y bocado.

Hubo un golpe en la puerta de la cabina. Ah, ah... Otra sanguijuela.

—¡Está ocupado! —grité.

—Venga, señor dj, danos marcha con el bajo —dijo la voz al otro lado del cristal. Yo no la reconocí, pero Twinkle abrió la puerta de todas formas, y entonces vi una cara pálida allí de pie, con una expresión de honda necesidad en los ojos.

—Necesito bajos, tío —dijo, con los ojos llenos de turbia confusión—. ¡Más bajos! ¡Más bajos!

—Creo que no —le contesté. Él se quedó igual.

—¡Danos bajos! ¡Venga!

Twinkle entró, bloqueando el hueco de la puerta.

—Ink dice que no —le dijo.

—¡Eh, venga!

—¡Que te folle un pez! —le dijo Twinkle, cerrándole la puerta en las narices al mamón.

Aquella chica crecía demasiado deprisa y tal vez fuera mi culpa.

Bueno, ya no me importaba.

Estaba perdiendo la voluntad de que me importara, y me parecía fantástico.

Tal vez estuviera cambiando a peor. Tal vez a mejor.

Porque tal vez lo peor fuera lo mejor, cuando llegas lo bastante lejos.

Puse un twister en la mesa de mezclas y dejé la jeringa en la ranura móvil, alineando la pista fantasma sobre los micrófonos craneales, y luego dejé que todo se expandiera al máximo con un aullido manchesteriano.

—¡Melodía! ¡Melodía para la prole! Toda la gente del bloque. ¡Dopados límbicos! ¡Esto es de Dingo Tush, la última melodía! ¡Se llama Mezcla bajo los Pies! ¡Ya sabéis de dónde viene! ¡La última de Dingo Tush, en directo con los Cautelobos. Y para ahora mismo, aquí tenéis el remix de Rain Girl, la chica de la lluvia. ¡Sampleada bajo la polla! ¡Porno duro, tíos!

—¿Puedo entrar en la posmegafiesta, Ink? —preguntó Twinkle.

—No, no puedes. Vete a casa, Karli te acompañará y nos veremos allí más tarde.

—Ay, Scribb...

—No me llames así.

Pero el ruido llegaba ensordecedor mientras yo inclinaba las mesas, directo hacia Ultimax. La gente se movía, disfrutaba, improvisaba, se supercalmaba. Desde un rincón oscuro, Karli, la roboperra, aullaba a la música y yo la conecté, directa, mezclando sus ladridos con compases. La gente se bañaba en ello, aullaban a los focos de luna llena. Parecía una fiesta de un clan de zorros en la temporada de apareamiento. La gente estaba cerca del celo gracias a mi música y yo adoraba aquello, adoraba mi poder, pero entonces se oyó otro golpe en la puerta.

—Diles que se pierdan, Twinkle. Ningún trato con nadie.

—¡Perdeos! —gritó Twinkle—. ¡No hay tratos para nadie!

—Soy yo, Scribble —dijo la voz de detrás de la puerta y mis manos se deslizaron por las mesas mientras dejaba que aquella voz me llegara. Los bailarines fallaron un latido, dieron un paso erróneo y empezaron a quejarse en voz alta a través del sistema.

¡Mierda, no! ¡Ahora no!

—¿Mandy? —preguntó Twinkle.

—¡Mantenla a distancia! —le pedí.

—MC Inky ha dicho que no —intentó ella a través de la puerta cerrada.

En vano.

—Soy yo, Scribb. La chica ya no tan nueva.

Hubo un silencio mientras yo intentaba no prestar atención a aquella voz tan fuerte. La voz de Mandy.

—Traigo a Beetle conmigo —añadió, y yo me debilité un poco más.

—¡Scribble! —Era Beetle el que llamaba, su voz insistente y amable.

¡A la mierda! Se acabó.

—Ya no me llamo así, tío. —Yo me resistía, intentaba resistir como fuese.

—Beetle quiere verte, Scribb —imploró Mandy—. Echa de menos tu acción.

Pasaron unos instantes mientras la voz de Dingo Tush llevaba a la multitud hacia el éxtasis, y Twinkle me miraba con aquella expresión en los ojos, tan dulce.

—¿Los dejo entrar, señor Scribb... quiero decir, Ink?

Pasaron siete franjas de música antes de que yo contestara.

Se abrió la puerta de la cabina y aquella pareja perversa, aquel par de corruptos cayeron en la cabina de dj y no pude evitarlo, mi débil corazón se llenó de amor hacia ellos. Era una especie de amor herido, la verdad.

—¡Scribble! —babeó Beetle.

—Muy bien, Beetle —le dije—. Mi nombre es Ink MC.

—Ah, eso he oído. —Tenía los ojos triplemente turbios—. Mucho tiempo, tío.

—Sí.

Yo intentaba contener mis sentimientos, a propósito, solo para despreciarlo, para construir mis sueños, para acabar de igual a igual.

Para acabar empatados. Porque a veces tienes que esforzarte al máximo para salir sonriendo, aunque sea un poco
.

—¡Scribble, chico, tienes a tu cuadrilla contigo!

—Estoy ocupado, Bee —le contesté.

Y lo estaba, trabajando las mesas como un peregrino, buscando a Dios. El dios de lo límbico. El dios de la música, escondido en los compases.

—Twinkle y la perra Karli —continuó Beetle—. Las llevas detrás. Está bien. Y yo pensando que estabas solo en el mundo.

—Quizá no me conoces tanto, Bee —lo miré a los ojos y vi un espectro loco allí escondido.

Beetle era como un zombi. Uno de esos zombis que ves currando en garajes nocturnos, poniendo gasolina y Vaz en motores manguis, con los ojos llenos de humo, sangre y aburrimiento. Nunca había visto a Beetle con aspecto de aburrimiento hasta entonces.

—Quizá tengas razón —contestó.

Tuve que darme la vuelta.

—¿Qué tal vas, Mandy?

—Tirando, Scribble —contestó. Tenía el pelo tan rojo como las brasas, y me hizo temblar.

—Ven, Mandy. Ven a conocer a Scribble otra vez. Se mantiene solo. Ahora toca la... oh, mierda... da igual...

Su voz fue apagándose en la distancia y su mirada se detuvo en un punto a unos mil metros, en alguna maravilla lejana, más allá de su reino.

—¿De qué va ahora, Mandy?

—De Tenia.

Joder, Tenia. Eso era una pluma chunga, Bee. Ese era un mal paso.

—¡Mierda, tío! —le dije, volviéndome hacia él—. ¿Qué te pasa?

—Eh, Scribble —dijo—. ¿Cómo has conseguido este rollo? ¿Tienes contactos?

—Sí, claro que tengo contactos.

—¡Está bien!

—Sí, está bien —contesté—. Tienes un aspecto superchungo, Bee.

—Sí, supongo. Pero es un chungo que no está mal.

—¿Has sabido algo de la Cosa o de Bridget?

—Sí, claro, todos los días...

—¿Qué?

—Las veo todos los días.

—¿Las has encontrado?

—Pues claro. Están ahí dentro, chicos. —Y se palmeó la sien con una uña sin cortar. Bueno, eso es la Tenia, para ti.

—¿Qué haces aquí, Mandy?

—Dijo que quería encontrarte. Dijo que quería acercarse otra vez...

—Exacto, joder, Scribb —dijo Beetle.

—Dijo que quería volver a reunir a los Viajeros Furtivos.

—Los Viajeros Furtivos están muertos —dije. Beetle abrió la boca y la cerró como el Termopescado masticando sangre sucia.

En aquel momento Dingo Tush salió al escenario con su grupo de músicos, los Cautelobos. Eran una andrajosa colección de híbridos; roboperros, perrosombra, chicasperro y chicosperro. Empezaron con un ruido ensordecedor, lleno de aullidos de lobos y bestias peludas, y yo conseguí apagar bien el sonido del mezclador a pesar de la rabia que me recorría el sistema.

—¿Qué hacéis, genteperra? —gritó Dingo a su multitud.

—¡Ladrando por Gran Bretaña! —Una sola voz, un solo aullido.

—¡Vais a mirar a esa mierda! —anunció Beetle—. Parece que tiene demasiado de alsaciano.

—Un montón —contesté, mirando al hombreperro a través del cristal. Estaba llevando a la multitud hacia una gran efusión, mientras su pelaje oscilaba con el ritmo de su tambor canino.

La canción se llamaba Perra Magnética y su rap consistía en ladrar.

—¡No lo soporto! —espetó Beetle—. ¡Mierda de perro! No entiendo, ¿a quién coño le mola eso?

—La camada lo adora.

—¡Perversos, joder! Son como putas viejas, todos esos. ¡Vaya hatajo repulsivo de impuros!

—¿Dónde vives ahora? —preguntó Mandy.

—No puedo decírtelo.

—¡Mierda, claro que puedes! —dijo Beetle—. ¡Estás hablando con Beetle! Fui yo quien te salvó del barro. ¿Te acuerdas de tu vida, Scribble? ¿Antes de conocerme?

—Me llamo MC Inky.

—Para mí siempre serás Scribble. O quizá Stevie.

—Entonces se acabó —dije yo.

—¿El qué?

—Lo nuestro.

—¿Te ganas la vida con esto, Scribb?

—No, no del todo. Solo un poco.

—Conozco la historia.

—Sigue vendiendo drogas, Bee. No hay problema.

—Conéctanos, Scribb.

—No.

—Venga, Ink, tío. Con el bajo.

—No os movéis en mi rollo.

—Tengo algo de Vurt.

—Ya no voy de eso.

—Vurt bueno.

—Estoy limpio.

—Tengo algo de Tenia.

—No quiero saberlo.

Oh, Dios, hazme fuerte. No me dejes caer en la tentación.

—Conéctame, Ink, chico. Con el bajo. A Mandy y a mí. Los dos queremos, ¿verdad, Mandy?

Mandy estaba mirándome con aquella expresión del principio, como cuando la encontré robando Sangrevurts del puesto del mercado.

—Ya no puedo controlarlo, Scribb —dijo. Sus ojos volaron al lugar donde Beetle se balanceaba en algún sueño oculto, arrastrando la cinta hacia atrás—. Va solo. Dice que yo no soy de ahí, del lugar adonde va. Dice que no merezco encontrar a Desdémona. Me hubiera gustado conocer a tu hermana, Scribble. Por lo que he oído, debía de ser una tía súper. No sé qué decir. De verdad echo de menos al grupo. Hasta añoro transportar alienígenas por las escaleras. Te echo de menos, Scribble. Esa es la verdad.

Momentos de silencio. Yo, atónito.

Lo rompió Beetle.

—Claro que sí, Mandy. Quiero decir, como todos, ¿no?

—¿Crees que Desdémona echa de menos a los Viajeros? —le pregunté.

—¿Todavía buscando ese cadáver, Scribb? —dijo Beetle, y la rabia me recorrió y me llegó a los ojos, formando lágrimas.

—Más vale que te vayas a tomar por culo, Bee. Y que te largues de aquí.

—¡Venga, tío! Conéctanos. ¡Probemos el bajo! Venga, Scribble. Pásalo. ¡Una sola vez! Pásanoslo.

Muy bien, Beetle. Tú lo has querido. Pues tómalo. Espero que te ahogues en él hasta palmarla. Tenía el enchufe de cinco puntas en la mano y temblaba al cargarlo. Directo a la puerta. Beetle tenía la boca completamente abierta y las encías le sangraban cuando le puse el cable del bajo dentro. Y luego me di la vuelta, le di al bajo, le di mucho más allá de los límites legales, y al mismo tiempo grité a la multitud:

—¡Carnada límbica! ¡Esto es para vosotros! ¡Sentidlo! ¡Sentidlo! ¡Dingo Tush! ¡Deja un poco de espacio para el bajo, perroestrella!

La multitud enloqueció, embebiéndolo, el bajo vibraba y Beetle bailaba en el aire mientras las densas ondas le sacudían el cuerpo. Me llamaba por mi nombre, me pedía que parase el bajo, que no fuera más allá.

¡Llega hasta el final, tío!

¿Conocéis esa sensación?

Seguro que sí.