la Doña, dicen, no te acuerdas de ella?
la conociste en el convento de la Sierra, era una de esas beatas con puntas de celestina que a fuerza de silogismos falsos y teologías mal entendidas afirman seguir la supuesta vía unitiva de las almas perfectas, buscan fama de santidad y se atribuyen toda suerte de milagros, estigmas y arrobamientos, pretendía que para poner el alma en quietud y derramar del corazón todo criado pensamiento debíase alcanzar el éxtasis férvido y cabal suspensión de los sentidos, aseguraba que no se barruntaba ni de lejos los tiránicos movimientos del cuerpo y se abandonaba con ese pretexto a una cáfila de libidinosidades y torpezas sin perder por ello un ápice de su inocencia, amiga de confesores ilusos y frailes trotamundos vivía rodeada de una cohorte de ellos y les incitaba al dejamiento y contemplación con tocamientos y roces hasta que se producían movimientos de los sentidos palpables y gruesos, enardecimiento, sudor, desmayos, derretimiento en el amor de Dios, con gran escándalo de los espíritus piadosos y rectos, ella, la Doña, afirmaba a quien quería escucharla, y han sido muchos los embaucados y necios, que desde la edad de siete años comenzó a escoltarla en secreto un hermoso mancebo con quien se desposó y vivió en matrimonio, hecho que no reveló a nadie por tratarse del Bienamado, el cual la había favorecido desde entonces con raptos, visiones y el goce de una perpetua castidad imposible de mancillar, aunque fue conocida antes por el nombre de Francisca cuando llegó al convento y la confesaste se hacía llamar la Calancha, tomabas por oro de ley cuanto bajo secreto sacramental te confiaba y la alentabas a proseguir la senda amorosa de las almas sedientas según nos reveló sometida a tormento
mientras componías y recitabas tu poema esotérico y te entregabas al baile giróvago de los otomanos, nuestros ardientes celadores la juzgaron y salió en auto público con una candela negra en la mano, azotada por calles y plazas en castigo y escarnio de sus confabulaciones y abominable comercio!
corrida, expuesta a las iras del pueblo, huyó del país para quitarse la infamia y, después de ejercer sus seducciones maduras con los sarracenos, se acomodó a la sombra luciferina de Voltaire en un antro de aguas, aires, ardores y miedos de la noche veladores en donde, en la cámara negra de sus deliquios y salacidades, las devotas de la noche oscura bajaban a las profundas cavernas, del sentido, bebían el adobado vino de enjundiosos cafires o cafres, acaso no recuerdas ya tus propios versos?
la Doña, sí, la Doña, a quien regularmente abonabas sesenta y cinco francos para penetrar Con los demás pájaros en sus impuros y cochambrosos aposentos, vieja, viejísima, por mucho que procurara ocultarlo con afeites y maneras de niña, artificiosamente rejuvenecida por operaciones faciales, pelucas y dientes de porcelana, aferrada a su imagen señorial y marchita, erguida, hierática, sorprendida por la irrupción de la plaga en su pequeño trono del minibar, fulminada por el índice del adefesio en la apoteosis de su discreto y subterráneo reino con su prótesis dental de blancura perfecta y llameante cabellera naranja!