visité una casa en la que debía cumplir una obra de caridad, la entrada era fúnebre, sucia y llena de telarañas, el pavimento estaba desenladrillado y hendido, tres sillas rotas y una mala cama componían la totalidad del mobiliario de aquel tabuco habitado por una mujer demacrada y llorosa, abrumada con el peso de su desventura
limosna, socorro, administración de uno de los sacramentos de nuestra Santa Madre Iglesia?
no, la carta de un condenado a muerte por nuestros tribunales de excepción, unas líneas de adiós escritas en capilla por el reo después de conocer su sentencia
el marido?
padre de su hijo y culpable de sus desdichas, unión no bendita por Dios
ella?
sí, abrazada a la criatura sin decir palabra mientras yo le tendía el mensaje del hombre que había destrozado su vida con ideas ilusorias e impías, del que introdujo en aquella casa honrada el demonio vestido de papel
rojo?
peor que esto!, aun sus propios congéneres juzgaban sus doctrinas subversivas y heréticas y lo excluyeron de su organización, cuando llegamos vivía ocultándose de ellos y sus servicios secretos, escondido en un sótano húmedo para salvar la piel
se arrepintió?
no, tenía el corazón empedernido por el orgullo y no quiso aceptar los auxilios espirituales, en vano procuré ablandar aquel pedazo endurecido de lava enumerando las desgracias que su incredulidad y empecinamiento en el mal le habían acarreado, Dios había cegado sus ojos y tapado sus oídos, se negó a confesarse pretendiendo que estaba en paz consigo mismo y sólo me pidió el favor de que transmitiera una carta a la desamparada madre del huérfano
se informó de su contenido?
sí, la leí animado por la ardiente esperanza de que abriría en ella su alma, admitiría el callejón sin salida al que le había conducido inexorablemente su credo, su rebeldía a toda forma natural de gobierno y autoridad
no fue así?
ni por éstas!, su testamento la exhortaba a soportar la prueba con estoicismo y rehacer su vida mas no invocaba siquiera la infinita misericordia de Dios!
cómo reaccionó ella?
estrechaba entre sus brazos al niño sin proferir un lamento, sus ojos estaban secos, miraba hacia mí sin verme, como si no comprendiera lo que ocurría ni el tenor de la misiva, privada de pronto, para siempre y sin remedio, de la facultad de razonar
(la escena era imaginaria o real?, lo del cuadro fúnebre, sucio y lleno de telarañas, escenificado en el tablado a la luz cruda y violenta de los focos por don Blas y la mujer muda y frágil con un muñeco de celuloide en el regazo, no formaba parte de una representación de El demonio vestido de papel en el colegio de los Padres a la que asistió años más tarde?)
las damas sentadas en el patio de butacas permanecían absortas en la contemplación del edificante espectáculo, aprobaban con gestos enfáticos y cabezadas enérgicas las intervenciones del capellán, se compadecían de los infortunios de la mujer abrazada al muñeco, intercambiaban socorridos comentarios sobre el tiempo e insidiosa radiactividad del ámbito, la plaga mortal que diezmaba las alhamas y sus devotas de la noche oscura, esas criaturas exóticas exhibidas en jaulas con disfraces de pájaros antes de ser conducidas al quemadero en medio de los clamores y vítores del estadio, cuchicheaban y apuntaban con el dedo a la del sombrero de penachos de pluma y guantes largos con el cuello y esternón cubiertos de un mantón de seda, ojerosa, macilenta, chupada, sacudida de temblores de fiebre, que vomitaba disimuladamente en el pañuelo y ofrecía de modo agorero todos los síntomas de la enfermedad