si se trataba tan sólo de un proceso de transferencia e identificación sicopática con el autor de la obra de tantos amores y penas, como sostenía sonriente junto a mi cabecera, por qué me mantenían encerrado en aquel húmedo y cruel calabozo?, la oquedad de seis pies de ancho y diez de largo, la yacija de mantas desgarradas, el hilo de luz que se filtraba del corredor a través de la saetera correspondían, como pretendía con serenidad imperturbable, a una descripción copiada punto por punto de algún tratado u obra de consulta sobre el tema?, los cabildeos de los Calzados en el refectorio, amenazas sordas, invectivas que descargaban sobre el frailecillo impostor que les ponía en solfa, golpes en ruedo de la comunidad durante el rezo del Miserere, dolor tenaz de mi espalda a consecuencia de los latigazos recibidos por orden del Nuncio Apostólico eran también quimeras mías, fruto de una imaginación extraviada y morbosa?, Ben Sida me había puesto en guardia contra las artes e insidias que fraguaban, uso de fármacos, tratamientos siquiátricos, recurso a drogas destinadas a alterar la percepción normal del prisionero y doblegar poco a poco su resistencia, la obstinada jaqueca y punzadas en el costado izquierdo, no serían secuelas de ese tratamiento refinado y perverso?, en tiempos tan acerbos, cuando los lobos de la Orden se confabulaban contra mí, malinterpretando mis versos y levantando que decía lo que nunca pensé ni dije, cómo dar crédito a sus diagnósticos y tratamientos médicos?, los cargos expuestos con tal encadenamiento, agudeza y malicia que, aun siendo a veces verdaderos en cuanto a mis palabras y hechos, resultaban a la postre enteramente falsos, no revelaban acaso los designios del Tostado de acabar con las tentativas de reforma y nuestra rica aventura espiritual?, los interrogatorios a los que me sometían, irrumpiendo crudamente en la celda con alguaciles y guardias armados, eran un sueño vulgar como afirmaba después de tomarme el pulso o anotar la fiebre en sus gráficos?, su rostro benigno no sustituía en la consabida alternativa policial de calor y de frío a los de quienes minutos atrás, sin su suficiencia ni ínfulas, me habían presentado un largo pliego de cuestiones de doctrina, coaccionándome con su abrupta presencia y exigiendo que las aclarara?

en la alucinación verbal de mis poemas místicos no se transparentaban imágenes eróticas de manifiesto carácter profano?, conocía el Intérprete de los deseos y su manera de transmitir el trance amoroso del poeta en una lengua sutil y enigmática?, había leído la poesía de Ibn al Farid y los comentarios de sus glosadores?, era cierto que los novicios descalzos recitaban los versos de La noche oscura y solían corearlos, acompañándose de palmadas rítmicas, durante las quietas?, les había iniciado también en el arrobo de los estados místicos, el giro ritual de los bailes suspensivos y extáticos?, sabía que Mawlana y sus derviches aspiraban a arrancar asimismo a las almas de su letargo mediante la danza, prendían en la sama la llama suavísima de su incendio, predicaban la fusión íntima de conocimiento y amor?, los últimos estudios comparativos que habían llegado a sus manos no les permitían abrigar ninguna duda al respecto, establecían con toda nitidez el contubernio existente entre mi doctrina y la de los sectarios del Islam

imputaciones, denuncias, vituperios de frailes e inquisidores, sin atender a razones ni réplicas, volviendo siempre con pertinaz sordera a la pregunta que no cesaba de contestar!