había salido con el propósito de respirar, tomar unas bocanadas de aire, recorrer las viejas calles del barrio contiguo a los muelles en donde nos solazábamos antes del estallido silente de aquella bomba cuya onda diezmaba a la población pero respetaba con sabia previsión la integridad de los inmuebles
algo absolutamente genial, nos había explicado la Neutrona, graduada años atrás en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, derrumba las defensas orgánicas de la gente sin atentar a los principios sagrados de la propiedad
(genialidad que, por cierto, no le había servido de nada, pues la Neutrona, como todas las de su peña de científicas, estaba desde hacía meses en New Calvary o Mount Olivet criando malvas)
pero vuelvo a lo mío
a aquella decisión sin duda temeraria de dejar su escondrijo a fin de saber algo de las demás, averiguar el destino y vicisitudes de la comunidad, cuántas sobrevivían o habían muerto, intercambiar noticias, ponerse al día, escuchar consejos razonables y frases de consuelo
se había provisto (me había provisto?) de antemano de un traje de organdí de color lila, con vuelos de encaje y grandes lazos, collares de abalorios, medallas y camafeos, medias blancas, zapatos de tacón alto abrochados en el empeine con joyas y diamantes falsos
maquillada como una máscara, cejas y pestañas estilizadas, rímel, colorete, polvos de arroz, labios en forma de corazón agresivamente escarlatas
sombrero de estructura arborescente con ramificaciones, flores y frutas, artísticamente engalanado de avecillas y plumas, mirífico, turbador e irreal en su sofisticada y corrupta hermosura
en una ciudad como ésta, se decía, nada mejor que adoptar las apariencias insolentes de la provocación para obtener el don de pasar inadvertida
pero era ella o yo?
pues me veo, la veo, desde dentro y fuera, con el maquillaje, vestido y sombrero, cautamente asomada a la puerta del modesto brownstone de dos plantas, titubeando al bajar la escalera como si atravesase la pasadera de un navío sacudido por una tempestad arrebatada
el barrio ofrecía un aspecto hostil y fantasmagórico, viviendas atrancadas, locales y tiendas clausurados por las autoridades sanitarias o asociaciones defensivas de vecinos, amenazas y denuncias pintadas con esprai en los muros
FUERA CONTAGIOSAS
AQUÍ VIVE UNA ENFERMA
LA DEL QUINTO TIENE FIEBRE Y VOMITA
nuestros cubiles y antros de dicha habían sido pillados, sujetos al fuego purificador, reducidos a una convulsa armazón de ruinas abrasadas y un olor acre, pegajoso, tenaz, a desinfectante o carne quemada, flotaba en las calles y zonas desiertas próximas a los muelles y estaciones marítimas abandonadas desde hacía décadas por las compañías transatlánticas de navegación
caminaba envuelta, medio esfuminada, en una neblina deletérea como la que emana al amanecer de las regiones pantanosas de la Luisiana, mis pasos eran los de una sonámbula, pese a la esmerada protección del maquillaje tenía el rostro perlado de sudor y me lo enjugaba, bajo los velos transparentes del sombrero, con un pañolín de hilo bordado, mi figura se destacaba en el fondo azul de la bruma crepuscular y patética, me sentía incapaz de reaccionar con urgencia a la gravedad del peligro que se cernía, la ronda callejera de los vecinos al acecho de las apestadas, qué hacer sino apoyarme desfallecida en un farol, emboscada en la fumarola que surgía del suelo y desrealizaba el contorno de los objetos?, un breve primer plano de los ojos resumía con elocuencia mi angustia, resistiría, mezquina de mí, aquella prueba?, sabría sacar fuerzas de mi visible y conmovedora flaqueza?, los transeúntes con quienes me cruzaba se cubrían la boca con la mano o me condenaban con un movimiento inquisitorial de los dedos, ninguno se apiadaba de mi esplendor marchito ni me dirigía palabras de aliento, se alejaban velozmente con el odio y temor pintado en las caras, el espectáculo de mi vulnerabilidad aguijaba su rencor y su saña, se disponían quizás a denunciar mi presencia a los demás, correr al encuentro de los autores de los pillajes e incendios, debía volver sobre mis pasos y ponerme a salvo sin pérdida de tiempo pero el fatalismo, la zozobra, el calor me inmovilizaban, quería escapar y no podía, el cuerpo no obedecía a mi voluntad, sus movimientos eran morosos y tardos, una fascinación similar a la de la presa atrapada en los filamentos babosos pacientemente segregados por un arácnido me mantenía inerte y cloroformizada, las voces, ladridos y órdenes arreciaban, los malsines habían cumplido su función y la jauría acudía a cobrar su víctima por las travesías muertas del barrio, mis perseguidores, según pude advertir, llevaban guantes de goma y mascarillas para prevenirse del contagio, yo huía de ellos contra la furia desatada del viento que agitaba el plumaje y los velos de mi sombrero y sentía cada vez más cerca sus gritos, exclamaciones, jadeos, qué iban a hacer de mí?, enjaularme?, exhibirme en las calles como un trofeo?, aniquilarme con una ráfaga de sus pesticidas?, rostros herméticos, oxidados por la corrosiva salinidad del aire se sucedían a mi paso como un travelling interminable, todo contribuía a obstaculizar la desigual carrera, el talón agudo de mis zapatos se torcía, había perdido el sentido de la orientación y no sabía siquiera adonde me llevaban mis pasos
lo que cuentas lo viste en una película, me dije a mí misma
era cierto?
digna, señorial, ofendida, interrumpí el relato