basta mudar de postura, ladear la cabeza a derecha o izquierda, modificar la entumecedora posición de las piernas debida a la blandura excesiva del lecho o aflojamiento de los muelles del somier en el que desde tu nebuloso accidente descansas

(tan incómodo en su afable e indolente vetustez como un reumatizante colchón de agua)

para percibir el olor inconfundible de sus cuerpos lubrificados, brazos sarmentosos, músculos de suave y tersa dureza, presentir la acechante vecindad de sus presas, ruda trabazón del abrazo, sinuosa coyunda de enamorados y abandonarte a la visión interior de sus espaldas recias, omóplatos lucientes y combados, textura suntuosa de miembros enlazados, mutua devoración lenta, dos jayanes ungidos hasta el borde de los robustos calzones de cuero, óleo y sudor entremezclados, humo anhelando quien no exuda fuego, enardecedora concreción de tu sueño, anhelo de posesión compartida, lenitiva fricción del tórax maltrecho con aceite vertido por los alcuceros, difusa quietud transmutada en dicha, alquimia, dilatación, calor, goce, luz, anonadamiento