los atardeceres se prolongaban, el sol había interrumpido en apariencia su ilusorio movimiento orbital y, desde hacía un trecho, parecía condecorar el borde superior de los pinos y abetos contiguos a la balaustrada, disco rubicundo de sospechosa ingravidez teñía el paisaje de destemplada tonalidad naranja, los retazos de mar, la arboleda, el jardín y, en primer término, el césped en el que los playeros saboreaban la exquisitez de la prórroga con manos pedigüeñas, ansiosas de atesorar su mentirosa dádiva, las gafas ahumadas con sus monturas de colores vivos y las cyranescas narices de plástico acentuaban el hieratismo y ritualidad de la escena, eran colegas zombis actores aborígenes de una isla remota e inexplorada?, la luz manifiestamente artificial del astro fijo les impregnaba gradualmente de una rojez excesiva y chillona, refulgía en los cristales y fundas de sus mascarillas protectoras, se entregaban, como habías creído al comienzo, a un culto pueril y exagerado a Febo o bien se protegían, conforme había susurrado a tu oído la dama de la boquilla de ámbar, de la irradiación a la que descuidadamente estabais expuestos, los isótopos y cuerpos volátiles que cubrían la zona y, al parecer, la contaminaban?

no dicen nada para no alarmar al turismo extranjero pero ellos conocen el secreto y toman medidas de protección que nosotros ignoramos su confidencia, aunque incierta, había aumentado tu recelo, qué hacían allí en efecto los playeros plantados durante horas frente a aquella luz violácea que no emanaba siquiera del sol de cartón sino de los focos astutamente disimulados por el decorador entre las arborescencias del bosque fingido?, habían sido prevenidos del peligro y, cobardemente, os mantenían en la ignorancia?

los enfocaste con los prismáticos y recorriste uno a uno, con creciente aprensión, sus rostros espesos, impenetrables y refractarios, sus gafas especulares de diseño mudable y estrafalario, las narices de plástico de obsceno y desmesurado grosor

(por qué figuraba don Blas entre ellos, disfrazado también con su ridículo atuendo?)

las damas reunidas en la terraza lucían sus atavíos y sombreros de pluma, se quejaban del aburrimiento y calor, desplegaban sus abanicos de modo seco y veloz, proponían historias y juegos de salón contra la rutina envolvente de la jornada

te miraban

maquillada como una máscara, cejas y pestañas estilizadas, rímel, colorete, polvos de arroz, labios en forma de corazón agresivamente escarlatas la más llamativa del corro se había escurrido junto a ti y te cogía familiarmente del brazo

soy la embajadora de su país, dijo, venga conmigo y daremos una vuelta, quiero mostrarle a solas, con detenimiento, los secretos y reconditeces del parque