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¿Qué iba a hacer Gastón Garcelán si no encontraba pronto una pista que le condujera a los padres de Nico? ¿Qué sucedería dentro de poco cuando terminaran las vacaciones de verano y comenzara el colegio? ¿Se iba a quedar eternamente con él, educándolo (bueno, eso era un decir) como a un pequeño salvaje en medio de su desordenada vida de nómada? Cada día estaba más arrepentido de no haber avisado a tiempo a la policía.

Ahora que le costaba separar cada vez más la realidad de la ficción, su encuentro con Blanca iba a imitar en todo a la más bella de las ficciones: la literatura. Y así, revestido de este espíritu creador, Gastón incorporó a la cándida chica en su esquizofrénico juego, emprendiendo con ello la redacción práctica, es decir, el guión de una historia de amor y vejación entrecruzados, en cuya trama se incluyó a sí mismo como perverso protagonista. Con todo, nada hubiese ocurrido si de la imaginación no hubiese pasado a la acción, pero la exigencia estética de este guión imponía traspasar las prudentes fronteras de la realidad para jugar a que todo era real.

Movido por su viciada costumbre de años, trasladó aquella exacerbatio cerebri del mundo de enrevesadas concordancias y alocadas conexiones coincidentes que le habían hundido de manera tan tenebrosa en la ciénaga de confusión donde vivía, al ámbito de la seducción, invocando con ello su lado más oscuro, el del ángel caído que se nutre de la inocencia del otro, que disfruta pervirtiéndole, arrastrándole por el fango, para luego, limpiándose las salpicaduras, despreciarle y abandonarle sin compasión.

Por su parte, para Blanca, influenciada por Balduino Letto, con su encanto y candor naturales, no había sido muy difícil tenderle una trampa a Gastón Garcelán usando sus armas de mujer. Dado que cada día ambos hacían similares recorridos por las calles adyacentes a la catedral, ella había podido insinuar con sus sonrisas y requiebros, como al paso, un presunto interés que, aunque Garcelán sumido como siempre en sus enrevesados pensamientos, tardó en captar, al final se dio cuenta de que aquella muchacha con la que casualmente se encontraba tantos días de paso hacia el Alcázar, a la vuelta del trabajo, o en alguno de los comercios cercanos, había quedado seguramente prendada de él. No le pareció raro, pues a pesar de sus gafas de montura anticuada, su descuidado aspecto y su más bien nula complexión atlética, Gastón era consciente de que muchas mujeres sienten un irrefrenable impulso de cuidar a esos chicos paliduchos y abandonados de todo cariño.

Una mañana, de camino al trabajo, mientras Gastón iba pensando en cómo organizar el primer asalto para seducir a Blanca, le abordó un antiguo conocido.

—Señor Garcelán, buenos días.

—¡Richard von Wagner! —Aquel hombre era al último que Gastón esperaba ver en Toledo—, ¿qué hace usted aquí?

—Bueno, ¿Toledo es el crisol de las cuatro culturas, no? Pues qué mejor sitio para completar mis investigaciones. Además, ¿recuerda?, le dije que quizá nos volveríamos a ver.

—Por cierto —preguntó Gastón al hilo de lo que había estado hablando con la vieja sefardí—, ¿sabe ya quién ordenó la muerte del zar Nicolás II?

Ja. Algo he averiguado, ¿le interesa? Si quiere, le invito a un café y le cuento el estado de mis pesquisas —ofreció el Doktor Wagner.

Se sentaron en una terraza de la plaza de Zocodover.

—Nostradamus —comenzó el Dramatiker tras tomar un sorbo de su café— dejó escrito en su profecía el acontecimiento del Verfinsterung, el eclipse del fin del milenio. La Centuria X, cuarteta 72, dice: L’an mil neuf cent nonante neuf sept mois. Du ciel viendra un grand Roy d’effrayeur: Ressusciter le grand Roy d’Angolmois, avant après Mars regner par bon heur. O sea: «El año 1999, séptimo mes. Del cielo vendrá un gran Rey de terror: resucitar el gran Rey de Angolmois, antes después reinar Marte a buena hora».

—Un tanto obtuso —señaló Gastón.

Ja. Hasta ahora yo creía que aunque la profecía menciona el séptimo mes (julio), esto es debido a que Nostradamus se refería a meses lunares (no olvidemos que él era judío), y el eclipse ocurrirá durante el último día de la séptima lunación de 1999, o sea, este año. Otros dicen que el desfase es por la diferencia del calendario gregoriano, que se impuso después de morir Nostradamus.

—¿Y no es así? —Gastón estaba asombrado; las informaciones de aquel extranjero y de María Salón parecían solaparse, complementarse, como si ambos se hubiesen convertido en sus informadores, cada uno por su lado.

Nein, porque recientemente he descubierto que Nostradamus sí se refería efectivamente al mes de julio. En concreto, al 31 de julio, cuando según profecías anteriores estaba prevista la reencarnación del Anticristo en un ser humano que cambiaría el mundo.

—Yo no daría mucho pábulo a esas suposiciones… —descartó Gastón ante el escatológico razonamiento del alemán.

—¿Ah, no? Pues escuche, mein Freund, a ver qué le parece esto: el 31 de julio de 1432 nació en Rumanía el conde Vlad Tepes, más conocido posteriormente como Dracul —Garcelán abrió unos ojos como platos; el juego de concordancias volvía a cobrar vida en todo su esplendor, incluso se remontaba a los primeros años en que había sido creado junto a Pascual Alcover. ¡Era increíble!

—En realidad —seguía el Doktor Wagner, ajeno a la zozobra que arrastraba en esos momentos a Gastón—, el personaje existió. El conde Dracul fue un gran héroe del ejército ortodoxo que luchó contra los turcos hasta que le sobrevino una extraña enfermedad que le convirtió en un ser monstruoso.

¡Igual le sucedió al coronel carlista Ambrosio Grimau!, pensó Gastón exaltado por la coincidencia, sin poder apenas ocultar su impacto.

—Sus hombres —seguía Von Wagner— llamaron para curarle a un monje de una remota región de los Cárpatos, donde vivían los extraños componentes de una antiquísima orden de caballería llamada la Orden del Dragón.

—No la he oído nombrar nunca —dijo Gastón desprovisto casi de pulso.

Ja. Teóricamente, esa orden monástica y militar se extinguió hace siglos. Fue la primera y la única orden religiosa perteneciente a la Iglesia Ortodoxa; fundada en 1418 por el emperador Segismundo de Luxemburgo, Alemania, Hungría y Bohemia, que si lo consulta, comprobará que son los lugares que recorrerá la Schatten, la sombra del eclipse de sol el próximo 11 de agosto.

—¿Es cierto? ¿Pero cómo sabían…?

—La orden investigaba la astrología y el esoterismo, estudiaba los efectos producidos por los planetas y las constelaciones sobre los organismos vivos. Eran alquimistas muy avanzados, dueños de conocimientos ancestrales hoy perdidos. Sabían que el paso de la sombra lunar de un eclipse produce alteraciones sobre la cognición, incluso sobre la materia de las personas, si uno se encuentra en el lugar y momento adecuados. Existía la creencia de que aquellos monjes practicaban una extraña ciencia nigromántica que podía devolver la salud a los enfermos de gravedad, a los heridos, e incluso la vida a los muertos.

Gastón se removía nervioso en su silla. Su café se había enfriado intacto en la taza.

—Se entregaban a hechizos por los que trataban de resucitar a los muertos —proseguía el Doktor Wagner—, conocían el secreto de la resurrección de la carne, que habían heredado de los judíos establecidos en Hungría y Polonia en la diáspora cuando se destruyó Jerusalén. Era el mismo secreto con el que los hebreos le habían devuelto la vida a Cristo una vez muerto en la cruz. De hecho, la Orden del Dragón había tenido éxito al resucitar a una concubina del emperador Segismundo, llamada Bárbara de Cilly.

—¿Y curaron a Vlad Tepes de su rara enfermedad? —preguntó Gastón confirmando el paralelismo de aquella historia o leyenda con lo sucedido al coronel Ambrosio Grimau.

—El viejo monje que acudió a la llamada de los soldados del conde era casi una momia; puede que fuese algún no-muerto, un Nos Feratu revivido por sus rituales ocultistas. Se quedó a solas con Vlad Tepes, y a los tres días, el conde comenzó a mejorar.

Gastón Garcelán estaba sintiendo escalofríos ante la increíble coincidencia con la historia del coronel carlista y el médico catalán Salvá i Campillo, aun así, adujo esgrimiendo sus conocimientos en Historia:

—Pero la leyenda del conde Vlad Tepes dice que murió, que sus enemigos le capturaron y le cortaron la cabeza y se la llevaron al sultán de Turquía.

Ja. El conde sobrevivió siete años después de aquel ritual, pero luego parece que la enfermedad se reactivó, y el viejo monje de la Orden del Dragón recomendó entonces una solución tajante, nunca mejor dicho. En resumen, fueron sus propios hombres los que le cortaron la cabeza para que no regresara de la tumba. Luego difundieron la noticia de que su señor había perecido en una emboscada a traición, y Vlad Tepes fue enterrado en el remoto castillo de la Sagrada Orden del Dragón, en los Cárpatos, donde esperarían cientos de años que llegara un nuevo eclipse de sol de características similares, para devolverle de nuevo a la vida. Y eso es precisamente lo que ocurrirá el 11 de agosto. ¡El Verfinsterung!

—¿Pero por qué el conde no se restableció del todo?

—Los miembros de la Orden del Dragón ya habían comprobado que el cuerpo redivivo por este sistema no se mantenía con vida más que siete años…, los mismos que el reinado del Anticristo según las profecías.

—¡El Anticristo!, nada menos. Perdón, pero esto es demasiado para mí —admitió Gastón.

Ja. ¿No le gusta mi cita? ¿Demasiado hermética, quizá? Pues déjeme que le cuente otra explicación algo más teológica y política de ese mismo suceso. Siglos más tarde de todo aquello, los judíos establecidos en los Balcanes se habían hecho con el secreto de la sagrada Orden del Dragón. Habían encontrado la fortaleza perdida de la Orden, y en ella la tumba de Vlad Tepes. Pues sepa usted, mi querido Freund, que ahora se disponen a realizar el ritual aprovechando su conocimiento de que el eclipse de sol del 11 de agosto es uno de aquellos de efectos sobrenaturales.

—¿Pretenden resucitar al conde Dracul? —preguntó Gastón escéptico, sonriendo de mala gana mientras a la vez consultaba el reloj, pues ya llegaba tarde al trabajo.

Nein, quieren insuflar el alma maldita del conde en una persona viva aprovechando el paso del eclipse.

—No hablará en serio… —sonrió Gastón nervioso, dando la vuelta al reloj de pulsera en su muñeca.

Ja. Los efectos del eclipse permiten modificar el espacio-tiempo, ir por ejemplo, como la bilocación, hacia atrás en el tiempo y lograr que las cosas sucedan de otro modo. ¿No lo entiende? Los judíos quieren hacer realidad la profecía del Anticristo.

—No me diga, ¡ja, ja, ja, ja! —Gastón explotó en una carcajada nerviosa y casi histérica por la fuerza de la tensión acumulada.

Ja, ría si quiere, pero así es como hace años los integrantes de una misteriosa logia judía establecida en Rusia eligieron al hombre que debía encarnar la maldad del enemigo de la humanidad, representado según las Escrituras por el Anticristo. Me estoy refiriendo a Vladimir Ilich Uliánov.

—¿Quién?

—Más conocido por su seudónimo ocultista, Lenin —sentenció Herr Wagner.

—¡Lenin! —Gastón recuperó de golpe la seriedad perdida.

Ja. ¿Y no es desde entonces el comunismo la obsesión del Vaticano? Recuerde el secreto de Fátima: la humanidad no quedará libre de pecado hasta que no se convierta Rusia y la Iglesia Católica entre triunfante en ella.

—¡Lenin! —repitió Gastón— ¿pero por qué él?

—En realidad, daba igual uno que otro; supongo que eligieron al más exaltado y al más perverso de cuantos pudieron. Así se cumplió la profecía de Nostradamus. El Anticristo, el gran Rey del Terror: Angolmois.

—Por cierto, ¿qué significa eso? Parece francés.

Nein —negó el alemán—. Se trata en realidad de un criptograma. Si se cambia el orden de las letras, obtenemos anglo-siom, mons-logia, g-salomoni y mongolias.

—Sigue sin tener mucho sentido —Gastón volvió a mirar con impaciencia el reloj.

—Al contrario, todas estas palabras se refieren a la sociedad secreta judía balcánica, heredera en cierto modo de la Orden del Dragón, que estaba detrás de la revolución bolchevique para derrocar al zar y resucitar al conde Vlad Tepes en el cuerpo de Lenin. Fíjese si no: anglo-siom se refiere a los judíos occidentales, una parte de los cuales se estableció en los Balcanes y otra en Inglaterra, pasando después a esa gran nación judía que es hoy Norteamérica; mons-logia alude a la monstruosa logia de la que le hablo; g-salomoni concuerda por un lado con el gran rey hebreo Salomón y con la G, símbolo principal de la masonería, creada por los judíos.

—No me parece una prueba demasiado evidente.

Ja, pero espere. Queda por último mongolias, eso sí le sonará, ¿Nein? Está bien claro que alude a la inmensa región que antiguamente abarcaba desde los Balcanes a Rusia, unificada posteriormente a la fuerza por el zar Pedro I el Grande. Los judíos balcánicos, desprovistos de su refugio de raza y sus nacionalidades de adopción, nunca le perdonaron esa anexión a Rusia y se conjuraron para acabar con el gran imperio zarista. Así que la sociedad balcánica secreta judía, una vez infiltrada en Rusia, planeó la incardinación del conde Dracul en Lenin para el día del aniversario del nacimiento de Vlad Tepes, el 31 de julio. Ahora querían todo el imperio para ellos. Les llenaron la cabeza de ideas revolucionarias a los descontentos campesinos rusos, les pusieron armas en las manos y los lanzaron contra la monarquía opresora y capitalista.

—Vaya, eso casi tiene sentido —admitió Gastón.

Ja. Sin embargo, para que funcionara el perverso plan, los judíos determinaron además que el mandatario de Rusia, Nicolás II y toda su descendencia, debían morir. Con ello se vengaban por fin, al cabo de los siglos, de la forzosa anexión de los Balcanes a Rusia realizada por su antepasado Pedro I. Y como sabe, el asesinato de la familia imperial se cumplió en 1918. Era parte del satánico ritual.

—Pero la ejecución fue el 18 de julio —indicó Gastón.

—Entiendo su objeción, pero escuche: los bolcheviques habían aceptado la reforma del calendario juliano, con el que hasta entonces se regía Rusia, por el gregoriano, impuesto por la Iglesia Católica a toda Europa. El cambio se había llevado a cabo en febrero de 1918, un año después de estallar la revolución, pasando del 1 al 13 de este mes para acomodar el calendario al del resto del mundo occidental. Los soviets de los Urales habían recibido vía telegráfica la orden de matar a la familia imperial, presa en Sverdlovsk, hoy Yekaterinburg, el 18 de julio pero del nuevo calendario. Un espía del ejército zarista, que estaba acampado entre los bosques, varios kilómetros más allá de donde se encontraba presa la familia imperial, ultimando un plan para el asalto y rescate, vio el telegrama y lo transmitió a los tekintzi, soldados pertenecientes a la caballería musulmana del zar, que nada sabían de la reforma del calendario. Llegado el día de la ejecución de Nicolás Romanov y su familia, para los soldados zaristas, que se regían por el antiguo calendario, faltaban aún 13 días, que eran los que se habían descontado para acomodarse al nuevo gregoriano. Demasiado tarde. Cuando llegaron a Sverdlovsk, hacía diez días que el zar y su familia habían sido muertos y enterrados. Y Lenin se alzaba ante el mundo como el Rey del Terror. El Anticristo, que como dicen las Sagradas Escrituras, habría de reinar durante siete años.

—Pero Lenin no vivió solo siete años, murió en 1924.

Ja, pero no estamos contando desde el día de su nacimiento como ser humano, sino desde el día en que nació como Anticristo, cuando se realizó el ritual para que se encarnase en él el espíritu maléfico de Dracul, o sea, desde 1918, cuando fue nombrado oficialmente jefe del partido soviético, hasta 1924, cuando murió. Calcule usted mismo y lo comprobará.

—Es cierto, ¿pero por qué razón los resucitados mediante ese sistema del eclipse viven solo siete años?

—El sistema de resurrección cuántica que actúa en las células vivas por medio de la influencia del eclipse es un proceso similar al de la clonación actual. La clonación —concluyó Richard von Wagner—, al usar células prototipo de adultos, provoca un envejecimiento acelerado al sujeto que solo le permite vivir siete años.