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Trato de apartar de mi mente lo que ahora sé, lo que ese «indígena», como él lo llama, me ha insinuado o incluso lo que, explícitamente, me ha hecho saber el teniente Boom. Y ahora estoy aquí, provocando al todopoderoso cónsul. Con cada palabra que digo, dilapido el crédito del que disponíamos. El intachable historial criminal de Iosif al servicio del Imperio nos otorgaba una posición confortable.
—Señora Holman, voy a volver a hacerle la pregunta y espero que esta vez sepa responder de un modo más conveniente. No tengo ninguna intención de molestarla ni de complicarle la vida. Hago lo posible por estar de su lado, pero usted no me lo pone fácil. Insisto, ¿es cierto que tiene a uno de ellos viviendo en su jardín?
—Es cierto.
—¿Es consciente de que me obliga a tomar medidas?
—Haga lo que crea conveniente.
—¿Es consciente de que se enfrenta usted a una pena de reclusión?
—Sí.
—También a la expropiación de su finca.
Frente al cónsul intento aparentar serenidad y creo que lo consigo. Trato de no parecer nerviosa ni sorprendida. La espada ha cruzado la línea que nos separa. No he sido yo quien se la ha entregado sino él, con su asombrosa capacidad para el control de ésta y de todas las situaciones, quien la ha tomado. He aquí un hombre curtido en el poder, dotado de los atributos del mando. Incapaz de entrar en batalla, de apuntar con un fusil a un hombre y dispararle, pero sinuoso e intrigante en los pasillos. ¿Hay algo que yo pueda hacer contra él? ¿Algo que me salve? Mi única ventaja es que él no entiende mis motivaciones. En su lógica, y en la de cualquier persona cuerda, la cárcel es sin duda menos deseable que la pérdida de un bien material, aunque sea una finca. A partir de este momento, supongo, hará lo posible por amedrentarme con relatos carcelarios. «Una mujer de su posición —dirá—. Será un escándalo. Usted, nacida entre algodones, criada en el seno de una familia noble, habrá de dormir sobre un catre de sucia lona. Usted no conoce lo que es el frío. ¿Sabía que en el pan anidan los gorgojos? Hay quien los prefiere a la propia miga. Tendrá que matarlos, para eliminarlos o para engullirlos. Usted, señora Holman, que bebe el vino en copas de finísimo cristal, habrá de darse la vuelta como un calcetín y soportar la zafiedad de rateros y putas». Quizá me obsequie con una visita guiada a la guarnición. Saldremos al patio de armas, los hombres se cuadrarán, me harán entrar por una puerta húmeda y podré ver con mis propios ojos unas auténticas mazmorras. Quizá así se me quiten las tonterías.
Hubiera preferido librar esta batalla en nuestro salón. Allí me habría apoyado en la visión de los libros. Cada lomo emite una luz que yo percibo claramente. Su cercanía y la visión de la Tierra de Barros me habrían dotado de la claridad y del coraje necesarios para tratar con el cónsul. Me habría dejado aconsejar por Séneca. Él me habría apaciguado. Allí, con nuestros licores, bajo las maderas talladas del techo, habría dominado a este hombre irritante. Pero estamos aquí, él me ha llamado. Con su carro y sus tapices, bajo las altísimas bóvedas de piedra de este salón, estoy a su merced.